Rafael Tena, (introd., paleog. y trad.), Anales de Tlatelolco, México, Conaculta, (Cien de México), 2004, 207 pp.

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DA360601Así como el México antiguo no era un país, sino muchos países, señoríos, reinos o altépetl, no había una sola historia sino muchas historias o tradiciones históricas, tantas, o aún más, como los numerosos reinos o señoríos. El señorío de México Tenochtitlan organizó el imperio más amplio que dominó buena parte de Mesoamérica, pero no logró unificarla en términos profundos, sólidos y duraderos, como lo mostró su rápida caída ante los conquistadores españoles. Intentó, sin embargo, imponer su ideología, su visión de la historia y de la religión, revisada o rehecha en el siglo XV y comienzos del XVI; y no cabe duda de que, hasta hoy en día, la tradición histórica mexica o, más precisamente, tenochca, es la que ha tendido a predominar, a identificarse con la historia de la nación toda. Sin embargo, varias tradiciones no tenochcas se mantuvieron, pese al embate mexica y de los propios españoles, que escogieron a la Ciudad de México como capital de la Nueva España. Pero varias tradiciones históricas particulares consiguieron conservarse, aun sea parcial o fragmentariamente, como las tradiciones tetzcocana, tlacopaneca, azcapotzalca, chalca, cuauhtitlaneca, tepepolca, cholulteca, tlatelolca, además de las múltiples tradiciones mayas, oaxaqueñas y michoacanas, y varias más.

Estas tradiciones se transmitieron por generaciones en códices, estelas y piezas de cerámica, en relatos de los señores y sacerdotes, en rezos y rituales, en canciones que todo el pueblo se sabía, y posteriormente en textos alfabéticos escritos por frailes o intelectuales indios y mestizos. El conocimiento de los rasgos comunes de estas tradiciones históricas, así como de sus desarrollos y modos particulares, es de vital importancia para conseguir una aproximación más crítica, pero también más amplia y creativa, de la historia antigua y colonial de México. Si buena parte de la historiografía mexica es ideológica y propagandística, y fue reformulada de acuerdo con los requerimientos de la conquista espiritual y de los litigios legales que canalizaron los fuertes reacomodos en el mundo indígena que siguieron a la Conquista, es necesario aprender a leer con maña los documentos para acceder a algunos niveles de realidad.

El estudio de la tradición historiográfica tlatelolca resulta particularmente vivificante para este tipo de ejercicio, por la unidad y divergencia de los desarrollos históricos e historiográficos tenochcas y tlatelolcas. En un primer momento, durante la peregrinación del norte chichimeca a la cuenca de México, los tlateloleas no se diferenciaban de los tenochcas, ambos eran mexicas -o acaso más bien, aztecas, porque habían salido de Aztlan, y todavía no se habían establecido en la Ciudad de Mexico. Allí es donde después de la fundación de la Ciudad de México, en el año ce técpatl, 1 pedernal, acaso 1325 según la mayor parte de las fuentes, los tlatelolcas se separaron de los tenochcas, y se establecieron en la parte norte de la gran isla que es la Ciudad de Mexico, Metzxicco, ese gran ombligo (xictli) en medio de la laguna luna (metztli). Es difícil saber con precisión qué sucedió en los tiempos siguientes, pues las fuentes tenochcas y tlatelolcas son insuficientes y, sobre todo, demasiado parciales. Puede suponerse, que tlatelolcas y tenochcas convivieron con cierta autonomía relativa, pues ambos estaban sometidos a los tepanecas de Azcapotzalco, hasta que estalló la guerra tepaneca, en la que los tenochcas se aliaron con los acolhuas de Tetzcoco y los tepanecas de Tlacopan, y lograron derrotar a Azcapotzalco y formar la poderosa Triple Alianza (Excan Tlatoloyan), en la que acabó predominando Tenochtitlan. Ahora bien, es incierta la participación de Tlatelolco durante la guerra tepaneca, incierta también la relación entre Tenochtitlan y Tlatelolco después de la constitución de la Triple Alianza y durante el ascenso del imperio. Aunque las fuentes tenochcas escasamente mencionan a Tlatelolco en las conquistas, la tradición tlatelolca se atribuye la derrota misma de Azcapotzalco y varias otras conquistas. En 1473 se llegó al rompimiento definitivo, con la guerra entre Tlatelolco y Tenochtitlan, cuando Tlatelolco perdió su autonomía dinástica, que sólo recuperaría bajo el dominio español. Pero también acerca de la subordinación a los tenochcas, la historiografía tlatelolca difiere de la tenochca. Las grandes reformas historiográficas y religiosas tenochcas se produjeron durante los reinos de Itzcóatl y del primer Moctezuma, Ilhuicamina, en el segundo tercio del siglo XV, y durante el reino del segundo Moctezuma, Xocoyotzin, a comienzos del XVI, y debe suponerse que los tlatelolcas debieron aceptar, con reticencias y coincidencias, la versión que fabricaron los tenochcas de su pasado común mexica. En todo caso, en lo que se refiere a la conquista española, la tradición histórica tlatelolca se impuso sobre la tenochca, puesto que las dos fuentes indígenas en náhuatl más importantes sobre la conquista de la Ciudad de México, son de proveniencia tlatelolca, en la que los tlatelolcas son vistos como héroes bravos y los tenochcas como cobardes. Después de la conquista, restablecido el linaje gobernante tlatelolca, los cabildos indios de Tenochtitlan y Tlatelolco se enfrentaron por derechos sobre tierras y aguas, lo cual hizo que muchas tradiciones prehispánicas fueran retomadas, y alteradas.

Merece sin duda estudiarse con atención la tradición historiográfica tlatelolca. Aunque es relativamente poco lo alcanzado, los avances recientes han sido sustanciales, como lo prueba la presente edición, paleografía y traducción magnífica y por fin satisfactoria, hecha por Rafael Tena, de los Anales de Tlatelolco, una de las piezas más importantes de la historiografía tlatelolca.

Igualmente debe mencionarse la edición facsimilar del Códice florentino, con el manuscrito en español y náhuatl y las ilustraciones del libro XII, sobre la conquista de México, desde una perspectiva tlatelolca emparentada a la versión que dan los Anales de Tlatelolco. El texto español ha sido muchas veces editado, con creciente atención crítica, y el texto en náhuatl ha sido varias veces traducido al español, al inglés, al alemán, al francés. Es de lamentarse que las ilustraciones no se hayan editado y estudiado de manera más sistemática y amplia. Otros documentos tlatelolcas han sido bien editados en fechas recientes: el Mapa de Uppsala, de la cuenca y la Ciudad de México probablemente en 1556, editado por Miguel León-Portilla y Carmen Aguilera, que urge reeditar porque se ha vuelto inaccesible; el Códice de Tlatelolco, editado por Robert H. Barlow y Heinrich Berlin y más recientemente por Perla Valle y Xavier Noguez, según los cuales el códice abarca de 1542 a 1560; la Ordenanza del señor Cuauhtémoc, editada por Perla Valle y transcrita y traducida por Rafael Tena, posiblemente elaborada en 1555-1556; además de otros documentos tlatelolcas, entre los que destacan los “Anales de la conquista de Tlatelolco en 1473”, que comenzó a estudiar Robert H. Barlow, cuyas obras fueron recopiladas por Jesús Monjarás-Ruiz.

Los Anales de Tlatelolco son un documento complejo y compósito, difícil, escrito en lengua náhuatl, con importantes materiales sobre historia prehispánica mexica y sobre todo tlatelolca, además de tepaneca (pues los tlatelolcas tuvieron una dinastía tepaneca), y sobre la conquista y los inicios del régimen español. Los Anales se componen de dos manuscritos en lengua náhuatl, actualmente conservados en la Biblioteca Nacional de Francia (BNF), Manuscritos Mexicanos 22 y 22 bis, descubiertos y rescatados hacia 1740 por el milanés Lorenzo Boturini Benaduci, y comprados en 1833 por el francés Joseph Marie Alexis Aubin, quien advirtió la complementariedad de ambos textos, que Boturini no había visto. Ambos manuscritos tienen roturas y lagunas y se completan mutuamente. Lo que se conoce como los Anales de Tlatelolco es una reconstrucción basada en la combinación de ambos manuscritos, no siempre totalmente clara o explícita.

Pese a su importancia y a que han sido ampliamente citados, los Anales de Tlatelolco no habían sido editados y estudiados con el cuidado que merecen. La edición que casi siempre se utiliza es la que en 1948 publicaron Heinrich Berlin y Robert Barlow, pese a que Berlin deja claro que él no hizo más que traducir (y mejorar un poco) el intento de traducción del náhuatl al alemán realizado por Ernst Mengin, en su edición bilingüe de 1939 (en 1945 Mengin también publicó una edición facsimilar de los Anales). Se han hecho varias traducciones de la parte, más famosa, sobre la Conquista (Ángel María Garibay K., Georges Baudot, James Lockhart), pero las partes relativas a la historia antigua, casi no se siguieron estudiando, con la excepción de Hanns J. Prem y Ursula Dyckerhoff, en 1 997, y de su discípula Susanne Klaus, quien publicó en 1999 una edición bilingüe náhuatl-español.

Pese a los méritos de este trabajo, Rafael Tena no lo consideró plenamente satisfactorio, pues no consiguió resolver todas las dificultades del texto náhuatl, además de que la investigadora alemana no siempre dispuso de todos los recursos de la lengua española. Otro problema es que en su edición es difícil deslindar los manuscritos 22 y 22 bis de la BNF, cuestión relegada a las notas.

Rafael Tena consideró imprescindible una presentación separada de los manuscritos 22 y 22 bis, con el fin de obtener una mayor claridad y precisión en el conocimiento de los Anales de Tlatelolco y el correcto tratamiento de las complejas cuestiones históricas que levanta, de manera ciertamente problemática y hasta contradictoria en sus dos partes. Y no cabe duda de que Tena consiguió entregar a los lectores, en un económico, bello y pulcro librito de 206 páginas, el mejor instrumento que puede necesitarse para interrogar de manera rigurosa los Anales.

Se aprecia la elegante concisión que Rafael Tena ya había mostrado en sus ediciones y traducciones anteriores, como las Relaciones y el Diario de Chimalpáhin, la Historia de los mexicanos por sus pinturas y la Histoyre du Méchique de André Thévet, basadas ambas en las relaciones de fray Andrés de Olmos, la Leyenda de los Soles, las cartas de los nobles nahuas del centro de México (traducidas del náhuatl y del latín), o los cuatro Evangelios (traducidos del griego).

La presentación de la edición de los Anales de Tlatelolco es muy breve (pp. 11-20), y sin embargo alcanza a decir con precisión todo lo importante: 1. Descripción de los manuscritos; 2. El texto de los Anales de Tlatelolco en ambos manuscritos; 3. Ediciones previas; y 4. Características de la presente edición. Después sigue una edición bilingüe del Manuscrito 22 al que se agregan, debidamente identificados, los textos y fragmentos del 22 bis que no aparecen en el 22. Enseguida se edita el Manuscrito 22 bis, en versión náhuatl, sin traducción al español, pues los pasajes exclusivos relevantes ya fueron incluidos en la versión bilingüe del Manuscrito 22. Las notas a pie de página son mínimas: están dedicadas a insertar fragmentos menores y a precisar los mayores del Manuscrito 22 bis, a incluir las notas marginales, señalar características del manuscrito (como la identificación de varios amanuenses), algunas incongruencias, a señalar algunas similitudes con la Ordenanza del señor Cuauhtémoc o los Anales de Cuauhtitlan, y dificultades de traducción.

La traducción sigue la norma de la sencillez y claridad en español, sin un apego exagerado a todos los modos expresivos del náhuatl, pero aceptando algunos difrasismos y términos propios. La escasez de notas se compensa con la bibliografía, esencial (en la que sólo falta el breve estudio de Wigberto Jiménez Moreno, de 1938), y sobre todo con el amplio glosario, con etimologías y traducciones de nombres de personas, lugares, cargos, fechas, (pp. 173-196), y con los índices de personas y lugares.

El objetivo es hacer accesibles los Anales de Tlatelolco a la mayor cantidad de lectores diferentes, desde el lector común y los estudiantes, que encontrarán un texto bello, preciso y entendible, hasta los especialistas, que encontrarán en esta edición los elementos para un estudio crítico del texto y seguir todos los caminos de investigación que sugiere. (Sólo faltaría un disco compacto con la reproducción fotográfica de los manuscritos 22 y 22 bis, entre otras cosas para ver los glifos.)

En una parte, que sólo aparece en el Manuscrito 22 bis, los Anales registran que fueron escritos en Tlatelolco en 1528. Durante mucho tiempo se consideró que ésta era la fecha de composición de los Anales, hasta que se desechó por temprana, pues en ese momento todavía no se registran otros documentos escritos en náhuatl con alfabeto latino. El Manuscrito 22, escrito sobre papel amate, se considera el más antiguo, de cerca de 1545 según James Lockhart y de alrededor de 1560, según Rafael Tena. El Manuscrito 22 bis, escrito sobre papel europeo, se considera más tardío, del siglo XVII, Tena piensa que de alrededor de 1620. Pero la fecha de 1528 pudo tener alguna realidad, pues Rafael Tena, en cuanto a la composición de la obra, piensa que:

Lo más probable es que, pocos años después de la conquista, uno o más testigos oculares, conocedores a la vez de la historia antigua, hayan registrado algunas noticias históricas que luego habrían de servir a los compiladores finales para redactar las varias secciones de los Anales de Tlatelolco, en sus dos versiones de los manuscritos 22 y 22 bis.

Si el Manuscrito 22 de los Anales de Tlatelolco fue compuesto entre 1545 y 1560, debe recordarse que alrededor de 1556 se escribieron las más importantes fuentes de la tradición tlatelolca, probablemente en relación con el pleito por tierras y aguas entre Tlatelolco y Tenochtitlan, las dos “parcialidades” indias de la Ciudad de México, que ya se registra en 1551, y en relación con la presencia de fray Bernardino de Sahagún y sus colaboradores nahuas en el Colegio de Tlatelolco a partir de 1556. En ese año, Sahagún y su equipo asentaron la primera versión en náhuatl del “Libro de la conquista”, varias veces retrabajada y censurada, y traducida al español y adicionada de pinturas hacia 1576, que conformó el libro XII del Códice florentino. El Mapa de Uppsala debió ser pintado en 1556, porque aparecen en él las dos albarradas, la de Nezahualcóyotl y la de Ahuítzotl, plenamente reconstruidas después de la desastrosa inundación de 1555, estudiada por Emma Pérez-Rocha. La Ordenanza del señor Cuauhtémoc también debió ser compuesta en 1555 o 1556, lo cual se intuye debido a la mención de las obras de la albarrada. El Códice de Tlatelolco abarca de 1542 a 1560 y debió haber sido compuesto no mucho después. Las fechas de 1555 y 1556 tienen importancia en él, sobre todo en relación con el Tepeyácac, igualmente presente en el Mapa de Uppsala, en la Ordenanza del señor Cuauhtémoc y en el pleito legal entre Tenochtitlan y Tlatelolco.

Wigberto Jiménez Moreno, seguido por John B. Class, pensó que el Manuscrito 22 bis no es copia del 22, sino que ambos son copias más o menos precisas de un original perdido. Pero el Manuscrito 22 bis, si bien presenta varios errores, incongruencias y omisiones, en ciertos aspectos es superior al 22, particularmente en una ortografía en algunas partes más correcta y uniforme de la lengua náhuatl, y en varios interesantes episodios que agrega. Por ello, Susanne Klaus piensa que el Manuscrito 22 es una copia del original perdido, mientras que el 22 bis es una copia de una copia perdida del original perdido; de este modo, los elementos “positivos” del 22 bis provendrían del copista del original perdido y sus elementos “negativos” provendrían del copista de la copia perdida del original perdido.

Pero el asunto se complica si se considera el apartado II, que Rafael Tena intitula “Complemento de ‘Los gobernantes de Tlatelolco”‘, exclusivo del Manuscrito 22 bis, que incluye información diferente y sumamente interesante sobre la guerra de 1473 entre Tenochtitlan y Tlatelolco, sobre el gobierno posterior en Tlatelolco, sobre la muerte de Cuauhtémoc en la expedición cortesiana a las Hibueras y el encumbramiento, allí o poco después, del guerrero tlatelolca Ecatzin. Jorge Gurría Lacroix, al estudiar la Historiografía sobre la muerte de Cuauhtémoc en 1976, no consideró “dignas de fe” estas “aventuras”. Pero, por su importancia y originalidad, conviene estudiar con más cuidado el origen de esta peculiar tradición tlatelolca.

Los demás apartados de los Anales de Tlatelolco fueron titulados por Rafael Tena: I, “Los gobernantes de Tlatelolco”; III, “Los gobernantes de Tenochtitlan”; IV, “Los gobernantes de Azcapotzalco”; V, “Complemento de ‘Los gobernantes de Azcapotzalco”‘; y VI. “Historia mexica”. Los tres primeros son relativamente breves y básicamente dinásticos. El último apartado, titulado “Historia mexica”, es el más extenso e interesante, y abarca la historia mexica, desde la salida de Chicomóztoc, cuando tenochcas y tlatelolcas no se habían separado, hasta la Conquista de México, todo desde una perspectiva eminentemente tlatelolca. Destaca en este texto la inclusión de fragmentos de varios cantares, admirablemente traducidos por Rafael Tena, sobre los sufrimientos de los mexicas durante su peregrinación ya en la cuenca de Mexico, particularmente sobre las matanzas sufridas en Chapoltépec. La difusión de estos cantares se comprueba al advertir, con Rafael Tena, que fragmentos de éstos se encuentran también en la tlatelolca Ordenanza del señor Cuauhtémoc y en los Anales de Cuauhtitlan. Se confirma que los cantares fueron una de las principales formas en que se conservaba y transmitía la memoria histórica, como lo vio Boturini.

Contra Robert Barlow que señaló su carácter unitario, Hanns Prem y Rafael Tena han destacado el carácter heterogéneo, antológico, de los Anales de Tlatelolco, pues el apartado “Historia mexica” difiere en énfasis de los apartados dinásticos, que entre otras cosas destacan la supuesta derrota de Azcapotzalco por Tlatelolco en la guerra tepaneca iniciada en 1428 y las supuestas victorias de Tlatelolco sobre Tenochtitlan durante su guerra de 1473.

También son sustanciales las diferencias del apartado “Historia mexica”‘ y los apartados I, III y IV, con el apartado II, exclusivo del Manuscrito 22 bis, a titulado “Complemento de ‘Los gobernantes de Tlatelolco'”. Este apartado comienza con la guerra de 1473 con Tenochtitlan, y destaca las victorias tlatelolcas, en las que hasta las mujeres capturaron guerreros tenochcas. Pero la guerra se perdió debido a varios “traidores” (tlaytoles), que se detallan (igualmente presentes en el manuscrito “Anales de la conquista de Tlatelolco en 1473”).

Y sólo en este apartado II se hace alusión expresa a que a partir de entonces Tlatelolco perdió su gobierno autónomo: “Ye ihquac cempoliuh yn tecuhyotl tlatocayotl yn Tiatilulco; nican motocayotia in motenehua quauhtlatoque. Ye iquac peuh yn ça quauhtlatolo nican Tlatilulco; yehuantin i[n] yn oquipixque altepetl Tlatilulco”: “Entonces desapareció [el señorío,] el tlatocáyotl de Tlatelolco; aquí se nombran los llamados cuauhtlatoque. Entonces comenzó el gobierno de los cuauhtlatoque en Tlatelolco; éstos son todos los señores que gobernaron [más bien: tuvieron cargo del la ciudad de Tlatelolco”. Sólo en este apartado II, debe destacarse, se hace alusión al gobierno de los llamados cuauhtlatoque en Tlatelolco (cuauhtlato en singular, según Tena), aunque no se dice que estos “cónsules” eran designados en Tenochtitlan.

Cabe comentar al respecto que en otro texto de la, por lo visto bastante heterogénea, tradición historiográfica tlatelolca, la Ordenanza del señor Cuauhtémoc, la palabra cuauhtlatoque no aparece con un sentido que exprese sumisión, sino al contrario como una designación de los guerreros tlatelolcas, llamados atlaca cuauhtlatoque, así diferenciados de los atlaca chichimeca de Tenochtitlan. No en vano el principal tlatoani tlatelolca, el que supuestamente derrotó a Azcapotzalco en la guerra tepaneca, se llamaba Cuauhtlatoatzin. Esto abre algunas interrogantes sobre el origen del término cuauhtlatoque, o sobre su posible resignificación por los tlatelolcas.

También es exclusivo de este apartado II, exclusivo del 22 bis, el señalamiento de que el régimen de los cuauhtiatoque acabó en 1515 cuando Cuauhtémoc se enseñoreó como tlatoani de Tlatelolco. En otras partes del Códice de Tlatelolco, y en la Ordenanza del señor Cuauhtémoc, también se le da trato de tlatoani de Tlatelolco, a diferencia de las fuentes tenochcas, que lo consideran tlatoani tenochca. Pero el énfasis es mayor en el apartado II, que destaca igualmente, sin que se diga por qué, que con Cuauhtémoc acaba el régimen de los cuauhtlatoque.

Mientras Cuauhtémoc era tlatoani de Tlatelolco, este texto destaca que no había tlatoani en Tenochtitlan, y que un tal Mexícatl Coztoolóltic, un ridículo ” enano de rollizas pantorrillas”, se hacía pasar por tlatoani. El texto omite la Conquista de Mexico, tan bien narrada en el apartado “Historia mexica”, muy afín al libro XII del Códice florentino, y continúa con un curioso relato que sucede durante la expedición de Cortés a las Hibueras, Honduras. El texto narra las dramáticas circunstancias que llevaron, por la traición del tenochca Mexícatl, a la ejecución en Hueymollan Acatlan de Cuauhtémoc, tlatoani de Tlatelolco, junto con Coanacochtzin, tlatoani de Tetzcoco, y Tetlepanquetza, tlatoani de Tlacopan.

A continuación cobra importancia un personaje tlatelolca, el guerrero Ecatzin, exclusivo del Manuscrito 22 bis. Tras la muerte de Cuauhtémoc, Cortés ahora dialoga con dos señores tlatelolcas que se colaron en su embarcación, Ecatzin Tlacatécatl Tlapanécatl Popocatzin (que Lockhart pensó que eran dos personas) y Temilotzin Tlacatécatl Popocatzin. Tlacatécatl (más correctamente Tlacatéccatl), si nos guiamos por la Ordenanza del señor Cuauhtémoc, era una importante distinción de los guerreros tlatelolcas. A Écatl y a Temilotzin preguntó Cortés, a través de Malintzin (también llamada Malin, sin el sufijo reverencial), si habían matado a muchos españoles (se recuerda que Ecatzin les tomó una bandera, uantelan, a los españoles) y les dijo que los llevaría con él a España donde los mataría. Finalmente decide hacerlos señores, pero Temilotzin, asustado, se tira al agua y muere. Cinco años después de salir, se informa, Ecatzin regresó a Tlatelolco y se enseñoreó. Sabemos que Cortés salió a las Hibueras en 1524, por lo que Ecatzin habría accedido al poder tlatelolca en 1529. De este modo Ecatzin quedó como beneficiario principal de los acontecimientos, particularmente de la muerte de Cuauhtémoc y de Temilotzin.

No le faltó razón a Robert Barlow para pensar que Ecatzin, o más bien alguien cercano a él, pues Ecatzin debió morir en la década de 1530, fue el redactor de esta parte de los Anales de Tlatelolco, y, podría agregarse, de algunas pequeñas interpolaciones en el apartado “Historia mexica” que sólo están en el 22 bis, y que se refieren a él, así como del dato, que se encuentra al comienzo de la parte llamada “Historia mexica”, según el cual ésta fue escrita en 1528.

Aunque Ecatzin no aparece en el Manuscrito 22 de los Anales de Tlatelolco, sí aparece en otras fuentes antiguas, que le dan peculiar densidad a este personaje. Era un guerrero tlatelolca con funciones de Tlacatéccatl y rango de Otómitl. Según el Códice Aubin, antes de la matanza del Templo Mayor de Tenochtitlan, en mayo de 1520, advirtió a los mexicas que se podía repetir la matanza de Cholula, de octubre de 1519. Combatió con bravura contra los españoles. Logró capturar varios españoles, según el Códice florentino, y una bandera (el episodio aparece en el texto y las pinturas de¡ Códice florentino, pero sin el nombre de Ecatzin, que aparece en los “Anales de la conquista de Tlatelolco en 1473” y en el apartado II del Códice de Tlatelolco).

Pese a la bravura antiespañola que mostró Ecatzin durante la Conquista, sorprende que años después llegara a ser gobernador de la parcialidad de Tlatelolco. El Códice florentino informa sobre don Martín Écatl como gobernador de Tlatelolco, pero no da las fechas de su gobernación, que Joaquín García Izcazbalceta, en 1883, ubicó entre 1528 y 1531. Posteriormente, Robert Barlow opinó, no sé con qué razones, que la gobernación de don Martín Écatl fue anterior, de 1523 a 1526. Pero, hemos visto que el apartado II de los Anales de Tlatelolco deja entender que se enseñoreó en 1529, lo cual tiende a dar la razón a García Icazbalceta. Y lo notable en el Códice florentino es que informa por otra parte que durante la gobernación tlatelolca de don Martín Écatl, se aparecía “el diablo en figura de mujer”, la diosa Cihuacóatl, llamada Tonantzin la misma que se aparecía con su mortífero pedernal pidiendo sacrificios en la época prehispánica y como presagio de la Conquista. García Icazbalceta se conformó con aludir brevemente a una posible conexión con las apariciones de la virgen de Guadalupe, en diciembre de 1531 según la tradición. Esta conexión con las apariciones de Cihuacóatl-Tonantzin Guadalupe hace más intrigante este Tlacatécatl Ecatzin vuelto don Martín Écatl.

Es difícil entender cómo Ecatzin, que jamás ocultó su ardor antiespañol, pudo volverse gobernador indio de Tlatelolco bajo el régimen español. Probablemente fue bautizado como don Martín por el mismo fray Martín de Valencia, quien encabezaba la misión de los doce primeros apóstoles franciscanos llegados a México en junio de 1524, meses antes de la expedición a las Hibueras. Tal vez entonces comenzó su apaciguamiento, su incorporación. Sobre las transformaciones de don Martín Écatl en estos años resultan vitales las mencionadas referencias sobre él en el apartado II del Códice de Tlatelolco, en donde accede al poder tras las muertes sucesivas de Cuauhtémoc y de Temilotzin. Surge entonces la pregunta: ¿traicionó Ecatzin a Cuauhtémoc?

Surge igualmente la duda de porqué él o algún descendiente suyo habría tenido interés en destacar su lucha contra los españoles en la Conquista, cuando más bien, para ser nombrado gobernador hubiese debido destacar su sumisión, como lo hicieron la mayor parte de los señores indios, que buscaban acomodo en el régimen instituido por los españoles.

La presencia de don Martín Écatl en el Manuscrito 22 bis del Códice de Tlatelolco abre varias posibilidades. Si aceptamos, con Rafael Tena y Susanne Klaus, que el Manuscrito 22 es copia de un original perdido, y que el 22 bis es copia de otra copia del original, podemos considerar como probable que los episodios con Ecatzin estuvieron en esta versión mal copiada en el 22 bis, porque no veo claro cómo el copista del siglo XVII hubiese podido encontrar esta información tan notable sobre Ecatzin en la Conquista de México y en las Hibueras, o no sé si para entonces esta información seguía siendo relevante. Si estos episodios se encontraban en el original perdido, habrían sido omitidos, deliberadamente, en el Manuscrito 22, de mediados del siglo XVI, lo cual resulta improbable, por forzado. Por ello, puede más bien pensarse que el material sobre la muerte de Cuauhtémoc y el encumbramiento de Ecatzin fue agregado en el siglo XVI por el autor de la copia que fue copiada hacia 1620 para elaborar el Manuscrito 22 bis.

Sirvan estas disquisiciones para invitar a leer esta nueva y excelente edición de los Anales de Tlatelolco que preparó nuestro querido amigo y admirado maestro Tlacaélel Tenatzin.

Sobre el autor
Rodrigo Martínez Baracs
Dirección de Estudios Históricos, INAH.

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