El texto presenta una serie de antropólogas que lograron entrar al mundo masculino de la antropología social británica. En la primera generación se encuentran dos de ellas completamente opuestas: Daisy Bates, que provenía de las clases populares, y Camilla Wedgewood, hija de un juez. Las mujeres de la siguiente generación —Audrey I. Richards, Lucy Mair y Phyllis Kaberry— recibieron una formación académica más regular y pertenecen al mundo profesional de los antropólogos. Al filo de esta generación encontramos a Monica Wilson, Hortense Powdermaker y Elizabeth Colson, quienes trabajan en África y con su labor aseguran el espacio que su género ha ganado en la antropología social británica, un espacio que posteriormente defenderán Mary Douglas y Shirley Ardener, esta última una antropóloga feminista militante.
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