Las condiciones de calle del pentecostalismo chileno de la primera mitad del siglo XX influyeron en la concepción de una identidad peregrinal. Ésta misma significó una preparación permanente frente al fin inminente. No había que aprovisionarse de nada, sólo de lo principal: el Espíritu Santo, quien era recibido en las ritualidades comunitarias. Todo esto fue entendido por los otros como fanatismo, locura, ignorancia y sinónimo de pobreza. Sin embargo, esto permitió a los marginados convertidos al pentecostalismo encontrar los recursos simbólicos necesarios para soportar las condiciones miserables del desempleo, la situación precaria del trabajo, la desnutrición, la falta de viviendas, el analfabetismo, los altos índices de enfermedades, la alta mortalidad infantil y los bajos índices en la esperanza de vida.
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Durante la segunda mitad del siglo XIX un vertiginoso desarrollo de la industria transformó la sociedad y la economía de los Estados Unidos. Al mismo tiempo se fortalecieron las grandes denominaciones protestantes, cuya teología había sido difundida en Norteamérica desde varios siglos atrás. De este florecimiento de la religión protestante se derivó, hacia finales del siglo XIX, una campaña de evangelización que trascendió las fronteras de los Estados Unidos llegando por supuesto a México.
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