Las condiciones de calle del pentecostalismo chileno de la primera mitad del siglo XX influyeron en la concepción de una identidad peregrinal. Ésta misma significó una preparación permanente frente al fin inminente. No había que aprovisionarse de nada, sólo de lo principal: el Espíritu Santo, quien era recibido en las ritualidades comunitarias. Todo esto fue entendido por los otros como fanatismo, locura, ignorancia y sinónimo de pobreza. Sin embargo, esto permitió a los marginados convertidos al pentecostalismo encontrar los recursos simbólicos necesarios para soportar las condiciones miserables del desempleo, la situación precaria del trabajo, la desnutrición, la falta de viviendas, el analfabetismo, los altos índices de enfermedades, la alta mortalidad infantil y los bajos índices en la esperanza de vida.
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