En uno de esos ardientes días del secano, en mayo para precisar, donde la poca agua que corre por las áridas tierras y que serpenteando por los muchos promontorios erizados de cactus del partido y “cabezera” de Teotitlán del Camino Real, por igual se la disputaban cañaverales, mosquitos, humanos y bestias; y a cuya falta, el común achacaba la aparición de dañosas y diversas enfermedades, la mulata Michaela de Ariza, esposa del también mulato Lorenzo de Torres, angustiada y nerviosa externaba una opinión que no comulgaba con la anterior, pues ella tenía a sus dolencias por fruto de una acción menos prosaica y más metafísica, en tanto convencida estaba que en su padecer el maléfico obraba.
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