Armando Silva, Imaginarios urbanos. Bogotá y Sâo Paulo. Cultura y comunicación urbana en América Latina, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1992.

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La ciudad aparece como una densa red simbólica
en permanente construcción y expansión. La
ciudad, cada ciudad se parece a sus creadores y
éstos son hechos por la ciudad.1

El libro de Silva constituye, sin duda, una aportación original y estimulante para la comprensión de algunos de los procesos de comunicación urbana que se presentan en las grandes ciudades latinoamericanas en la última década de este siglo.

A diferencia de un estudio formal, utilizando una metodología ortodoxa para abordar el estudio de lo urbano, Silva propone el empleo de una perspectiva que vincula elementos teóricos y metodológicos de diferentes disciplinas: sociología, antropología, comunicación, semiótica, mercadotecnia, cte. No pretende definir un cosmos físico, sino comprender algo más abstracto, más emocionante. Aquello que tiene que ver con el uso e interiorización de los espacios y sus respectivas vivencias, por parte de unos ciudadanos dentro de su intercomunicación social (Silva, 1992, P. 15).

El propósito del libro es “estudiar la ciudad corno lugar del acontecimiento cultural y como escenario de un efecto imaginario”. Al respecto Silva plantea: cualquier cosa que sucede en una ciudad, por ejemplo, la construcción de un gran centro comercial lleno de almacenes y bodegas, con todo tipo de servicios, bancos, restaurantes, cines, teatros, lugares de exposición y supermercados, se vuelve pronto un nuevo lugar de la ciudad, donde hombres y mujeres acuden. Así, el centro comercial es vivido y apropiado por los pobladores que le van asignando diferentes significados culturales.

El escritor concibe lo urbano como algo complejo que se va constituyendo cotidianamente por las acciones físicas que afectan la ciudad, pero que a su vez tienen consecuencias en lo social: “lo físico en una ciudad produce efectos en lo simbólico, sus escrituras y representaciones”. Y las representaciones que los pobladores generan de su entorno urbano afectan y guían su uso social y modifican la concepción social del espacio. Silva explica que la ciudad no se reconoce solamente por su entorno físico natural, por ejemplo si está enclavada en una región montañosa, desértica o tropical, sino también por lo edificado. Así, la imagen que ofrece Bogotá, construida con millones de ladrillos de color rojizo, la hacen la “capital mundial del ladrillo”.

Al explicar cómo se construyen las mentalidades urbanas el autor otorga importancia a las expresiones y comportamientos que caracterizan a los sujetos que habitan la ciudad. Por tanto las ciudades se definen por sus mismos ciudadanos y por sus vecinos o visitantes. “Los bogotanos son más secos que los pastusos, los paísas más emotivos que los rolos, pero nunca más que los costeños” (Ibid., p. 18).

De acuerdo con Silva, la ciudad, desde el punto de vista de la construcción imaginaria de lo que representa, debe responder al menos por unas condiciones físicas naturales y físicas construidas, por unos usos sociales, por unas modalidades de expresión, por un tipo especial de ciudadanos en relación con las de otros contextos nacionales, continentales e internacionales, una ciudad hace una mentalidad urbana que le es propia.

En los tiempos actuales de globalización creciente, que se expresa incluso en la unificación de estilos urbano-arquitectónicos como la construcción de edificios de estilo internacional para sedes bancarias, hoteles, centros comerciales y cadenas de fast food norteamericanas, ¿cómo reconocer las particularidades de una ciudad? Silva responde a lo anterior señalando que “lo que diferencia a una ciudad de otra, no es tanto su capacidad arquitectónica, sino los símbolos que sobre ella construyen sus propios moradores” (Ibid., p. 19). Para conocer las particularidades de una ciudad el científico social debe descubrir cómo la usan los ciudadanos, cómo se la imaginan, qué se segmenta de ella para mostrarse a sus propios moradores y a los extraños. De esta forma “ver, oler, pasear, detenerse, recordar, representar, son atributos que deben ser estudiados en cada ciudad comparando una con otra, o cada una de sus fragmentaciones territoriales, o sus impulsos hacia la desterritorialización internacional”, (Ibid., p. 20).

Silva emplea categorías binarias para abordar la realidad de la imagen urbana de dos ciudades sudamericanas, interior/exterior; privado/público le sirven para explicar las representaciones colectivas que nacen de la geometría de la construcción física del espacio, de un mundo cromático de color urbano, de símbolos vernáculos o de cambios en los puntos de vista.

El trabajo requirió la utilización de diferentes técnicas de investigación, que al combinarse adecuadamente permitieron obtener la información pertinente para obtener los imaginarios urbanos que bogotanos y paulistas tienen de sus respectivas ciudades. Las principales técnicas fueron: 1) La toma de fotografías de distintos actos urbanos y su análisis. 2) Recolección de fichas técnicas donde se describen episodios y se elaboraron datos de ubicación. 3) Recortes y evaluación de discursos e imágenes de periódicos relacionados con sucesos urbanos. 4) Observación continuada para establecer posibles lógicas de percepción social. 5) Elaboración de un formulario encuesta sobre proyecciones imaginarias de ciudadanos, según explicaciones de croquis urbanos.

La primera parte del libro se dedica al recuento de cuestiones teóricas señalando sus fuentes conceptuales y procedimientos empíricos. La segunda parte define la fantasmagoría urbana de Bogotá y Sâo Paulo, y da cuenta de los resultados del trabajo de campo. Como preámbulo metodológico de las investigaciones sobre dichas ciudades incluye, en la segunda parte, un capítulo explicativo sobre cuestiones técnicas y conceptuales.

Por otro lado, Silva indaga la presencia de los marcos simbólicos en la experiencia colectiva mediante una doble estrategia para acceder a los símbolos de pertenencia, dicha estrategia implica el estudio de la evocación y uso de la ciudad. Evocar la ciudad en sus olores y colores que la identifican y segmentan y en sus fabulaciones -historias, leyendas y rumores- que las narran. Usar la ciudad, los recorridos y rutas que tejen los reconocimientos, los lugares de cita, de encuentro y de juego, las fronteras y ejes que dividen, ordenan y excluyen.

Finalmente el libro consta de dos partes: la primera lleva el título “De la ciudad vista a la ciudad imaginada”, la segunda, “De los imaginarios urbanos a la ciudad vivida”. El libro es sin duda ameno, de lectura sencilla y expuesto con gran claridad, sin menoscabo de su calidad académica. A través de este análisis comprendemos que el uso social de un espacio marca los bordes dentro de los cuales los usuarios “familiarizados” se autorreconocen y por el exterior de los cuales se ubica quien no pertenece al territorio. En todas las ciudades sus habitantes tienen maneras de marcar sus territorios. Así, hay dos grandes tipos de espacios por reconocer: el oficial, diseñado por las instituciones y hecho antes de que el ciudadano lo conciba a su manera; el otro es el diferencial, que consiste en una marca territorial que se usa e inventa en la medida en que el ciudadano lo nombra o lo inscribe. Habrá muchas y variadas combinaciones entre uno y otro polo, la noción de límite puede ser útil para comprender que lo que separa al espacio oficial del territorio es una frontera que descubre quien sobrepase sus bordes (Ibid., p. 55).


Citas

  1. Armando Silva, Imaginarios urbanos. Bogotá y Sâo Paulo, Cultura y comunicación urbana en América Latina, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1992, p. 19. []

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