Liberando lo popular del economicismo

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Para citar este artículo

Mónica Lacarrieu
Departamento de Ciencias Antropológicas y de Trabajo Social (UBA).

Óscar Carillo
Universidad Nacional de General Sarmiento, Buenos Aires.


Introducción

El propósito de este ensayo es reflexionar acerca de la manera de reconocer y leer los comportamientos y prácticas de los sectores populares urbanos. En pos de ese objetivo, confrontaremos las orientaciones teóricas propuestas por algunos autores que consideramos clave, con el producto de un conjunto de trabajos empíricos enclavados en la ciudad de Buenos Aires.

No es nuestra intención debatir la pertinencia de las acepciones de “pobres”, “marginales” o sectores populares urbanos, que de cualquier modo se constituyen en ámbitos de disputa constante dentro y fuera del ámbito académico, sino que la idea es ir más allá de las categorizaciones, así como de inquietudes que aún permanecen en el seno de las ciencias sociales, como por ejemplo las posibilidades de integración de estos sectores o la profundización de la exclusión social que los acosa.

Repensando las categorías teóricas

Consideramos que es necesario repensar estos sectores, más allá de categorías teóricas y globales, como “pobreza y marginalidad”. Observemos entonces, de manera suscinta, el lugar desde donde se han constituido las mismas. En primera instancia, coincidimos con Jaume en que “pobreza” se construye como categoría totalmente descriptiva, y en este sentido, poco o nada sirve en relación a la posibilidad de cierto nivel de explicación.1 De hecho, se ha convertido en una categoría que por connotación censal, religiosa o política, varía históricamente y estereotipa a aquellos que supuestamente pueden englobarse bajo la misma.

Respecto a “marginalidad”, su desarrollo rinde cuenta de nuestra percepción. Fue construido como concepto para las ciencias sociales entre los años cincuenta y sesenta, remitiendo al fenómeno histórico de la migración rural-urbana y al origen de asentamientos “villeros”;2 la inquietud que regodea a los investigadores desde este surgimiento refiere a la génesis de estos sectores y su probable cambio social. De hecho, por esos años la gran pregunta, por ejemplo de la teoría desarrollista (Desal), refiere a la pertenencia o exclusión que tienen estos sectores con respecto a la sociedad, y por ende a su posible integración. Esa teoría suponía que el proceso de industrialización en los países de América Latina permitiría a los “marginales” acceder al sistema. Además, señalaba a la marginalidad como un fenómeno transitorio, basada en una perspectiva dualista de la sociedad, que la dividía en tradicional y moderna, del mismo modo que los países eran de centro o de periferia. Pero la “modernización” no se produjo, y los “marginales” persistieron como tales (por supuesto más allá de dicha categoría).

Otra vuelta de tuerca fue el intento de la llamada “teoría de la dependencia” (Nun, Murmis, Quijano), que colocó el eje de la cuestión en el ámbito de la producción, y por tanto en la desocupación como fenómeno del capitalismo dependiente. Aun con cierto avance en su conceptualización (ya la “marginalidad” no es un estado sino un proceso), dicha categoría se convierte por efecto de esta óptica en un elemento estructural del capitalismo dependiente, y más tarde del capitalismo global, en su fase monopolista. Sería arduo proseguir en este texto con las críticas a esta teoría realizadas por estudiosos del desarrollo brasileño en los años setenta.3 Asimismo resultaría denso y sin sentido retomar las críticas, por cierto redituables, que Bernholdt-Thompsen ha hecho respecto a estas elaboraciones tan marcadas por el marxismo ortodoxo.4 Lo que sí nos parece necesario recalcar es el recorte sesgado que se hace del problema: la focalización en las relaciones de producción subyacente a estos planteamientos.

Resumiendo: ¿cuál es la pregunta que orienta a las ciencias sociales en los inicios de un problema palpable fundamentalmente desde la empiria? Indudablemente la misma tiende a dar cuenta del origen, las causas y al futuro de esta “masa humana” asentada en lugares geográficamente determinados. Si bien ésta se constituye en una preocupación permanente y consistente, la pregunta es: ¿dónde están los verdaderamente “marginales” en las explicaciones teóricas comentadas? Explicar estos problemas en términos macrosociales es importante, pero no basta para saber quiénes son los que realmente viven en tales condiciones. Leyendo dichos postulados, pensamos en pobladores inexistentes y en la constitución de una categoría que define en forma abstracta la situación social.

Uno de los pocos intentos (además del realizado por Larissa Lomnitz) que atañe a la vida cotidiana de estos “pobres” proviene del campo antropológico. Óscar Lewis culturaliza la pobreza, ensimismándola y desarticulándola de la sociedad global. Su análisis, que sin duda promueve otro enfoque y permite saber mucho de las familias mexicanos en vecindades, resulta empirista y por supuesto adolece de los “vicios antropológicos clásicos”: observar sociedades pequeñas o subculturas con pautas propias perpetuables mediante el fenómeno de la “endoculturación”. Aunque desde otro ángulo, vuelve sobre la idea ya comentada -que con tanto éxito ha interpenetrado incluso el conocimiento vulgar-, acerca de dos polos opuestos: lo tradicional y lo moderno.

Silvia Sigal manifiesta que:

Las reacciones contra el concepto de marginalidad lo son sin duda alguna contra la idea de una separación radical con respecto a la sociedad y contra la imagen de un dualismo en el medio urbano entre dos economías y dos sociedades, una central e integrada, otra marginal y ampliamente autosuficiente.5

Sin embargo, consideramos que dichas reacciones no abarcan sólo este aspecto, sino también a aquel que remite al nivel de generalidad planteado para comprender un fenómeno gestado en torno a la urbanización.

A mediados de los años setenta, como bien señala Hintze,6 se desplazan los ejes teóricos y metodológicos en torno de los cuales se intenta comprender el fenómeno de la “marginalidad”. De hecho, el interés ya no se focaliza en el origen de estos sectores, ni en el posible cambio social. Como manifiesta la autora: “parece bastar con saber que aquí están y sin conflictos demasiado evidentes ni tensiones masivas logran sobrevivir”.7 Es decir, el nudo problemático se construye desde una afirmación contundente basada en la sobrevivencia recalcitrante del capitalismo. De la misma surge la preocupación subyacente a los nuevos estudios: la reproducción social.

El nuevo enfoque aparece íntimamente relacionado con el concepto de estrategia -ya sea familiar, de supervivencia, de existencia-, a través del cual se tiende a responder la gran interrogante de la época: ¿cómo subsisten estos sectores que no ven satisfechas sus necesidades? En este sentido, resulta una modalidad de abordaje mediante la cual se incorpora el nivel de la microescala, y en consecuencia cierta caracterización de la vida cotidiana de los sectores populares. De hecho, en su primera etapa esta categoría tiende a operar descriptivamente, sin articulación con la sociedad en su conjunto; mientras que en estudios posteriores, como señala Hintze, la relación que se establece entre las condiciones de reproducción de los sectores populares y de la sociedad, es lo que permite reflotar la óptica de las estrategias.

Si bien esta postura teórica logra superar cuestiones como la existencia de los sujetos y su cotidianidad, articulando este plano con el ámbito de lo social general, y por tanto no “culturalizando la pobreza” como habíamos observado en Lewis, no deja de ofrecer cierto flanco débil. Acaso ¿sólo se trata de sobrevivir?, ¿el problema es sólo de subsistencia material? Persiste, a nuestro entender, cierto recorte economicista del problema, que finalmente coloca al conjunto de los “pobres urbanos” en pos de un “techo”, de la alimentación u otro consumo colectivo no satisfecho. Si bien no negamos la necesidad de considerar los aspectos materiales, creemos que esta visión -omitiendo otros aspectos-, tiende a homogeneizar a los sectores populares urbanos en los mismos intereses, objetivos y necesidades. Por tanto, reiteramos que desde este lugar, aún no logramos arribar al reconocimiento de dichos sectores en sus intercambios cotidianos.

No es que desechemos los aportes provenientes del largo camino atravesado por las ciencias sociales en su conjunto, sino que consideramos importante repensar el lugar que ocupan estos sectores en su contexto urbano y sociopolítico. Sobre todo cuando las ciudades muestran un proceso de transformación que impone la obligación de reflexionar sobre nuevos problemas y algunos viejos que hasta el momento sabemos poco.

El Estado, ¿enseña o “desenseña”?

Centrada en el fenómeno específico de las invasiones de terrenos,8 Silvia Sigal destacó en 1981 la tensión de las conductas marginales en el terreno de la contradicción legalidad-ilegalidad de tal actividad. Les atribuyó una finalidad de carácter general, un objetivo unívoco y homogéneo en el que acabamos reconociendo la experiencia social de un derecho de la ciudadanía.

Así, la búsqueda por obtener un derecho es colocada en el centro de la definición de marginalidad como pauta que moldea y orienta las conductas de los marginales en una sola dirección: hacia el Estado. Éste, “garante de todo derecho”, deviene ocasional o parcialmente en adversario, y por tanto, realimenta su condición de mecanismo específico de dominación social, que reproduce la despolitización y la fuerte dependencia de masas marginales hacia el Estado y el sistema político.

Atrapadas entre una acción reivindicadora de derechos y una acción de presión a fin de obtener beneficios institucionalizados, las conductas marginales insertas en una trama institucional, no logran mantener la relación de oposición a un adversario, relación fácilmente transformada en una relación entre estado protector y colectividad asistida.9

Al reaccionar quizás exageradamente contra el “mito” de la marginalidad revolucionaria (Fanon), y aun contra la hipótesis de la capacidad explosiva o disruptiva de los marginales respecto del sistema, Sigal terminó atribuyendo al Estado una eficacia capaz de “desenseñar” clases dominadas a producir cambios.10

No obstante, el rigor con que dirige la mirada hacia el campo de las relaciones entre el Estado y los marginales, permite identificar situaciones de intenso intercambio y disputa por los significados -no explorados por la autora- que los marginales atribuyen a su actividad.

¿Sólo se trata de (sobre)- vivir?

En la medida en que empeoran los datos “duros” y las condiciones objetivas de primer orden” vistas como restricciones o vallas que los sectores populares deben sortear para asegurar su existencia cotidiana, se hacen más acuciantes e incómodas ciertas preguntas que formulan los estudios sobre estrategias.

Este enfoque, tal como lo ha sistematizado Hintze (1987), orienta para el registro detallado de estrategias o actividades en relación con los demás agentes sociales y a distintos niveles.11 Claro que una vez mapeada la manera de sortear las restricciones impuestas aparece una pregunta más general, donde interesa resaltar que los comportamientos individuales y familiares no pueden ser comprendidos al margen del espacio macrosocial donde están inscritos: ¿cómo se relacionan las condiciones de reproducción de estos sectores con la reproducción de la sociedad en su totalidad?

El problema de esta óptica es que se restringe a la descripción de actividades y coloca en un segundo plano el sentido que los sujetos les atribuyen. Esta limitación se hace más evidente en la medida en que se pretende articular lo observado en la cotidianidad con cualquier otro nivel de la realidad social, donde aparezcan otros actores (retomamos este aspecto más adelante).

Hintze sugiere dos caminos para escapar de la “cotidianidad de la sobrevivencia” donde se concentra la óptica de las estrategias. El primero es mediante la articulación de éstas con los estudios de los movimientos sociales urbanos, discriminando las necesidades-estrategias de las necesidades-reivindicaciones. La autora percibe que detrás de las reivindicaciones se encuentra un denso sistema de relaciones que las articula con las estrategias en un solo proceso y postula la conveniencia de incorporar una visión de conjunto capaz de atender los problemas de los flujos y reflujos de las luchas sociales.12

En nuestro medio, el análisis de los movimientos sociales tomó fuerza más como moda intelectual de adhesión a un discurso “heroico” de los mismos, que como corriente que se preocupara por conceptualizar consistente y rigurosamente los fenómenos sociales investigados.13

El segundo invita a sumergirse en las relaciones entre el orden social y las prácticas incorporadas de los individuos. Puente que Bourdieu denominó habitus.14

La doble vida de las clases sociales: clases “en el papel” versus grupos reales

Parafraseando a Bourdieu puede decirse que los sectores populares urbanos existen de alguna manera dos veces: en primer lugar en las distribuciones de las propiedades materiales, la “objetividad de primer orden” registrada en las estadísticas sociales y los estudios recientes sobre los cambios en la estructura social argentina, que han planteado las magnitudes del aumento de la pobreza, su creciente heterogeneidad y los fenómenos de movilidad descendente (nuevos pobres).15 La segunda existencia, la de las clasificaciones y representaciones, evidencia el sentido mismo que adquieren las diferentes experiencias de marginación y pobreza para los distintos actores directa o indirectamente involucrados.

Nuestro propósito es revisar algunas iniciativas de comprensión de los fenómenos de pobreza y marginalidad, destacando su aporte al reconocimiento de estos sectores populares urbanos y a la lectura de sus comportamientos y prácticas. Sin olvidar que Bourdieu también subrayó que ambos modos de existencia de las clases no son independientes.

Claro que gran parte del conocimiento sobre estos sectores debe provenir de su lugar en las relaciones sociales de producción, así como del que poseen en el plano de su reproducción.16 En este sentido, la producción reciente que mencionábamos se esfuerza por delimitar la composición social de la pobreza en la actualidad, estableciendo desde allí demarcaciones importantes acerca de los “pobres estructurales” y de los “nuevos pobres”. Por ello no dudamos que este comienzo en pos del reconocimiento de estos sectores se hace imprescindible, pero sí dudamos de que tan sólo con este aspecto podamos dar cuenta de quiénes son, qué hacen, qué dicen, cómo se relacionan.

Que los sectores populares urbanos no son, como bien dice Romero,17 sólo trabajadores se hace comprobable con sólo mirarlos de cerca en sus intercambios cotidianos. De hecho, si nos quedáramos con este aspecto deberíamos poder decir de ellos que se constituyen como grupo monolítico, con conductas previsibles y homogéneas por oposición a los grupos dominantes. Mientras que en un contexto en el que con mayor frecuencia lo imprevisible se torna común, observándolos moverse en terrenos sumamente sinuosos e inesperados, mezclados conflictivamente entre los diversos “otros” que también habitan y configuran la ciudad, la apreciación anterior resulta incompleta. Incompleta e inviable. Porque, retornando a Bourdieu, nos habla de un espacio social que caracteriza como espacio de relaciones, en el que no se pueden ocultar las diferencias económicas y culturales, pero aún menos la posibilidad de otras formas de diferenciación según otro tipo de criterios (étnicos, etcétera). El autor vuelve sobre esa imagen que anteriormente comentábamos imposible de seguir sosteniendo en el contexto actual, y reflexiona:

clases en el sentido lógico del término, es decir, conjuntos de agentes que ocupan posiciones semejantes y que, situados en condiciones semejantes y sometidos a condicionamientos semejantes, tienen todas las probabilidades de tener disposiciones e intereses semejantes y de producir, por lo tanto, prácticas y tomas de posición semejantes. Esta clase “en el papel” tiene la existencia teórica propia de las teorías…18

Pensamiento que redunda sobre la necesidad de observar “grupos reales” y no estancarse en clasificaciones “duras”.19

La lucha por el consumo y el espacio

En la ciudad actual coexisten los diversos sectores sociales en lucha permanente por el consumo y el espacio público. Sitios creados con pretensión de homogeneidad, se ofrecen a los habitantes de la ciudad como “anodinos”, donde no hay tiempo ni espacio, donde la “diversidad” se vuelve una “especie en extinción”, y al mismo tiempo se presentan como “espacios mágicos”.20 Es cuando se constituyen como reflejo de una sociedad fragmentada y móvil.21 Tan móvil que hasta en los shoppings, centros por excelencia del consumo aparentemente dedicados a sectores medios y altos de la sociedad, los sectores populares urbanos logran filtrarse y no basta con recurrir a las “viejas artimañas antropológicas” de trasladar las trobiands a Buenos Aires, aislándolos en villas miseria o barrios pobres para poder conocerlos más profundamente. Se encuentran en “conventillos”,22 villas, casas tomadas, centros comerciales, lugares laborales, en fin, en los diferentes intersticios sociales donde desenvuelven su cotidianidad. De allí que las situaciones sociales que los cientistas intentamos develar sea resultado (como indica García Canclini) de un “tejido complejo”, donde si bien no implica pensar en relaciones igualitarias, conduce a desechar oposiciones mecanicistas entre dominantes y dominados, y a comprometerse con la idea de múltiples actores sociales interviniendo a la hora de construir relaciones y situaciones sociales.

En ocasión del “acontecimiento Villa 31” -sobre el que volveremos con más detalle-,23 en la editorial de un matutino se calificaba el proceso como la “historia de dos ciudades”, en clara alusión a la “guerra” desatada entre los barrios y los villeros de la capital.24 Del mismo modo, era planteado por un concejal de la ciudad, cuando remarcaba: Buenos Aires, la del shopping y las villas…25 Creemos resueltamente que siguiendo la línea de pensamiento planteada hasta aquí, este tipo de formulaciones -aunque válidas en tanto provenientes de medios de difusión- no hacen más que colocar las situaciones de esta ciudad en términos de blanco o negro, sin lugar a los matices. Hoy ya no nos es posible hablar de dos ciudades y punto. Buenos Aires (como el resto de las ciudades actuales), es mucho más que dos o cuantas ciudades uno quiera plantear, en realidad se constituye mediante una trama compleja de relaciones sociales, que es justamente la que uno debe observar a la hora de plantearse qué sucede en torno a los sectores populares urbanos.

En este sentido, si nuestra intención es conocer y reconocer con mayor exactitud el comportamiento que priva en los sectores populares, la observación no sólo ha de focalizarse en ellos sino simultáneamente en el resto de los actores sociales que interactúan en la construcción de la ciudad: nos referimos al Estado, las instituciones, los partidos políticos, los inmobiliarios, los vecinalistas, los medios, etcétera.

Cuando este Estado se va…

Ya lo marcaba Sigal: en los escenarios urbanos, el contexto de interlocución de los sectores populares con múltiples actores sociales y estatales exige la exploración de las influencias recíprocas. Lo cual genera el problema de tener que averiguar conductas y orientaciones de los actores al nivel y en el escenario donde la interlocución se produce. Y no bastan, por supuesto, las caracterizaciones generales acerca del Estado y los partidos políticos; hay que averiguar sus orientaciones en los diferentes niveles en que se construye la arena de relación con los sectores pobres, efectuando una cuidadosa discriminación.

Una breve referencia al papel del Estado, especialmente a nivel local: las políticas de ajuste implican por definición una retirada del Estado de cuestiones sociales y asistenciales. Mas el efecto no se restringe únicamente a una reducción de fondos, ni al desmantelamiento de ciertos programas asistenciales, sino que pasa a primer plano comprender el tipo de Estado que se retira. Esto es, muy sintéticamente: si el que se retira es un Estado fuerte, con capacidad de implementar políticas, dotado de una burocracia integrada y eficiente, o por el contrario, se trata de un Estado débil, de escasa capacidad de implementar políticas, con burocracias redundantes, superpuestas y competitivas, colonizadas por diversos grupos partidarios y de interés.

Los escenarios y problemas que involucran a los sectores pobres están poblados por los productos de el segundo tipo de Estado, y en consecuencia la retirada verificable a nivel del sistema político global, no implica necesariamente ausencia de organismos estatales y paradójicamente en algunos casos produce un aumento en la densidad y diversidad de agencias estatales que se despliegan para asistir a los sectores pobres. En otras palabras: cuando este Estado se va, no deja un espacio vacío, sino una superficie poblada por mutantes institucionales que hoy, tienden a ser producto de diversas combinaciones entre agentes del mercado, agencias estatales y facciones políticas que las controlan. En este contexto de interlocución indudablemente se generan influencias recíprocas, incluyendo equívocos, malentendidos y mutuas clasificaciones, puesto que el control que imponen dichas agencias sobre los recursos públicos reclamados por los sectores pobres estimula en ellos diferentes y cambiantes estrategias.

Algo similar ocurre en relación al sistema político-partidario. Preponderancia de los medios de comunicación, predominio del profesionalismo, de la política espectáculo y restricción de la agenda política a la agenda del establishment, son apenas algunos de los trazos gruesos con que se puede caracterizar la escena política nacional. A nivel de los barrios “marginales”, podríamos pensar abandonada la veta representativa y que la actividad de los partidos políticos desaparece, pero no es así. El control territorial sigue siendo un ámbito significativo de disputa partidaria, en el sentido de mantener o acrecentar clientelas territoriales que sirvan de soporte para la lucha interfacciones dentro de los partidos y en el Estado. Desde soportes específicamente políticos obtienen diversos grados de penetración en el tejido social, se proyectan en los escenarios barriales, dividen territorios y generan prácticas competitivas que se plasman en discursos, proyectos y acciones múltiples vinculadas a la asistencia, la articulación cooptativa o la representación. El clientelisino no cede paso, sino que se reubica como el escalón más bajo del sistema empresarial de partidos. Con esta combinación entre la redundancia del Estado y la pauta de relación entre grupos políticos y agencias estatales interactúan los sectores pobres; los “juegos del lenguaje” construidos en esa realidad son sus herramientas para interpretarla.

No sólo el Estado y los partidos

Sin embargo, como bien recalca Paula Montero: “la comprobación de que no basta comprender al Estado, las instituciones y los procesos de producción, para comprender tanto la acción social corno la eficacia del poder”;26 remite a la importancia que adquiere lo simbólico y su relación con lo cotidiano. Creemos, con base en los referentes empíricos conocidos, que secundarizar el complejo tema de la construcción de identidades sociales en el ámbito de la ciudad moderna, tendría como resultado un análisis oscurecido de los acontecimientos que ocurren social y urbanistícamente. Porque en realidad, el espacio social en torno al cual se estructura el espacio urbano tiende a funcionar “como un espacio simbólico […], donde el mundo social se presenta [como un sistema simbólico que está organizado según la lógica de la diferencia].27

En “este mundo en movimiento” señala Maura Penna, contradictorio, los sujetos sociales “interactúan en varios grupos y espacios sociales” simultáneamente, el “agente social se inviste y reviste de múltiples identidades sociales”, siendo reconocido y reconociéndose bajo diversas facetas de sí mismo.28 Dichas facetas se constituyen respecto de sistemas de clasificaciones relativos a las diferentes posiciones sociales de los sujetos, en un fluir cambiante e inestable mediante el cual los sujetos y los grupos sociales no son para siempre.29

De allí que, para entender a los sectores populares en el contexto de esta ciudad (y presuponemos en el de otras afectadas por el mismo tipo de transformaciones), hace falta internarse por este camino. Para llevarlo a un ejemplo reciente en el caso del traslado de la Villa 31, consideramos que uno de los puntos focales que de alguna manera provocó el desenlace, fue justamente la identificación “transitoria” que para esta ocasión construyeron los diferentes actores involucrados. Los vecinos de Colegiales, Lugano y Mataderos30 se emblocaron bajo intereses comunes, legitimando un punto de vista, una determinada concepción del mundo, en buena medida centrada en la construcción social del estereotipo villero como representación colectiva, aun cuando esto haya sido negado. En relación a los villeros -y muy en desmedro de una identidad villera única-, éstos aparecieron en principio fragmentados en dos, y más allá “rotos en mil pedazos” para esta coyuntura, lo que no significa imposibilidad de lucha por un reconocimiento social en otro contexto. Este breve recuento de lo sucedido señala la trascendencia que adquirió la constitución de identidades sociales como fronteras demarcadoras de la cohesión de algunos diferenciados de otros, y su potencialidad para definir con quién y cómo interactuar por lo menos para el contexto de dicha situación.

La pregunta que surge es: ¿podríamos comprender a los villeros en tanto sectores populares urbanos, sin considerar esta arista del problema? Es decir, ¿podríamos dar cuenta del acontecimiento Villa 31, con sólo mirar el accionar del Estado en este caso, por ejemplo?31

No sólo las identidades

Creemos que no. Sin embargo, con sólo mirar las identidades sociales podemos caer en “vicios de los viejos estudios etnográficos”. Volvamos sobre esto, pero mirémoslo ahora desde otro ejemplo. En un trabajo realizado recientemente en la ciudad de Bahía (Brasil), los autores remarcaban:

Hay una gama de representaciones simbólicas que permean el imaginario colectivo de los barrios y que se expresan a través de organizaciones asociativas, denominadas afrobahianas […] que asumen papeles de agentes de movilización, de afirmación de identidades […] Destacamos aquí la fuerza que esos núcleos y manifestaciones al interior de la sociedad bahiana, en cuanto poder de movilización y organización […] esa cultura se expresa de manera distinta en los tres barrios, pero se presenta, idealmente, como respuesta al problema de afirmación de una identidad étnico-cultural y en cierta medida, corno búsqueda de solución para las dificultades socioeconómicas y políticas de esos barrios.32

Salvando las distancias, que sin duda esa ciudad presenta por su historia y características propias -ausentes en nuestro espacio urbano-, nos parece interesante señalar algunas cuestiones.

¿Sólo se define el ser bahiano a partir de esa identidad reconstruida? ¿O hay otras cosas que definen la bahianidad? Desde la óptica de los autores, si sólo se tratara de identidad (en este caso étnica), el resultado sería la homogeneización de los tres barrios estudiados, aun con la lista de constataciones sólidas que en el trabajo se presentan. De hecho, el análisis se queda en una imagen homogénea de la bahianidad, y trabaja desde un punto de partida y de llegada sumamente idealizados: la base social donde privan las relaciones de parentesco, amistad y la ciudadanía homogénea. Indudablemente, en este caso se obvian las mediaciones del sistema político-institucional, la coexistencia de diferentes clases sociales, el conflicto por lo material y lo simbólico, los sentidos provenientes de la sociedad global; en suma, se construye una “aldea” armónica y equilibrada, sin contaminación de contradicciones, estereotipos, ambigüedades, etcétera. Es decir, tampoco basta con mirar sólo la constitución de identidades sociales, o de penetrar en el terreno de lo simbólico. Todo depende de como uno se interne, por un lado; y se hace necesario, como señala Montero, relacionar lo simbólico con las transformaciones económicas y políticas más amplias.

Regresando al problema de las identidades sociales en la ciudad de hoy, el punto no es mirar lo simbólico, sino partir no ya de una única identidad fuerte y predominante que uniforma a todos los sujetos, sino de la coexistencia de múltiples identidades, que interactúan conflictivamente, y finalmente se reinventan para la nueva ocasión. De allí que los sectores populares urbanos no constituyan un grupo homogéneo, con idénticas visiones del mundo, intereses, comportamientos y prácticas. De tal modo, como ya manifestarnos, ni siquiera los villeros ante determinada coyuntura se presentan monolíticamente. Asimismo, entre los inquilinos-ocupantes del barrio de La Boca, las “máscaras” se van dejando caer según el contexto y el interlocutor.33 En ocasiones, hay que unificarse como grupo para llegar al “no desalojo”. Sin embargo, cotidianamente al interior del conventillo, la maleabilidad de las identificaciones es la característica: diferenciarse del “ser villero” es una, identificarse con los “más antiguos del barrio” es otra, contrastarse con los ocupantes más ilegales, distinguirse del ser conventillero como estigma o definirse en el “ser boquense” mediante la apropiación de símbolos negativos (la murga, el futbol).34

Comprender en la actualidad a los sectores populares urbanos en el ámbito de esta ciudad propia de la crisis, implica superar la categoría global para observarlos en su especificidad, maleables en su cotidianidad, aunque al mismo tiempo condicionados por la sociedad en su conjunto y la coyuntura política del ajuste. Creemos importante señalar aquello que hace a los comportamientos y prácticas ambiguos, contradictorios, sinuosos que dichos sectores generan día a día, y no porque el segundo aspecto pierda importancia, sino porque es sobre el que la mayoría de los cientistas sociales recalan. En este sentido, finalmente sabemos más sobre ellos en los términos que menciona Bourdieu: como “registro de distribuciones […] de indicadores materiales referente a una lectura de la realidad desde un uso objetivista de la estadística”35 que “respecto del conocimiento práctico que poseen los agentes al producir las divisiones individuales o colectivas”.36

Un juego incorporado socialmente

Las prácticas que los sectores populares urbanos generan no poseen una única “esencia”, homogénea y repetible, sino que son resultado de la confrontación entre el habitus y el acontecimiento social, en el que dichos sectores aparecen insertos. Si las prácticas, entonces, no son de una vez y para siempre, es porque el acontecimiento tampoco es reiterativo.

En realidad aquéllas son particulares a un “sentido del juego”,37 que no es otro que el juego social en el que los sujetos se mueven. Es en el corazón mismo de éste, conocido y reconocido por los jugadores involucrados, donde los actores sociales desenvuelven de manera “picaresca” las más diversas maniobras, “astucias” y estrategias a manera de “inventar lo cotidiano” ante las limitaciones propias de la sociedad urbana.38 Ser parte de un juego no implica jugadas idénticas para todos los involucrados. Si así fuera podríamos prever la dinámica propia de los sectores analizados de aquí para siempre.

Señala Bourdieu que la posibilidad de invención que ofrece el juego social es la misma que puede observarse en cualquier partida deportiva. Del mismo modo, las limitaciones producto de regularidades existentes conocidas por los que juegan, también se asemejan a una partida de ajedrez por ejemplo. De hecho, sólo algunos juegan cierto juego, sólo algunos perciben el sentido práctico de dicho juego, sólo algunos son los “buenos jugadores”. Por tanto, frente a determinado grupo social, son ciertos sujetos los que poseen el sentido de la necesidad y de la lógica del juego.39

En un ejemplo cada vez más frecuente en nuestra ciudad, determinados grupos pertenecientes a sectores populares, practican el juego de las ocupaciones ilegales de casas.40 Ante la necesidad insatisfecha del consumo colectivo de vivienda, cierto sector ha recurrido preferentemente al uso social del conventillo o casa desocupada, estrategia habitacional producto del sentido práctico como sentido del juego. En el caso estudiado, La Boca, hablar en estos términos de la rotación constante de conventillo a conventillo, de la “rotura de candados”, o del “reviente de un convoy”, remite a las posibilidades incorporadas en el barrio que cierto grupo de inquilinos-ocupantes acuerdan para referirse al “cómo habitar” La Boca.41 En este sentido, los participantes perciben la necesidad inmanente del juego para permanecer en el barrio y tener un “techo”. Desde dicha percepción son ellos los que inventan su cotidianidad mediante la implementación de estrategias varias, aunque sin duda limitados por las propias reglas que hay que cumplir y por los condicionamientos sociales generales (nos referimos principalmente al marco jurídico general). La práctica de la ocupación ilegal remite a la presencia de una “red invisible” que encuentra en dicha práctica una de las estrategias en pos del control y disputa por la apropiación del conventillo.42 Los que intervienen se reconocen “jugando el juego” y se identifican como tales ante el acontecimiento particular.

El juego implica improvisación, picardía, cambio de “máscaras”. No obstante, no todos intervienen con los mismos recursos, que, como señala Bourdieu, se encuentran desigualmente repartidos. Este “sentido del juego” remite al concepto de estrategia y se torna operativo -a nuestro criterio- para reconocer a los sectores populares urbanos en su diversidad, desenvolviendo determinadas prácticas y relaciones sociales visibles en el plano de lo cotidiano.

Aceptar el concepto de estrategia, no implica quedarnos con una categorización estancada vinculada directamente a la satisfacción de necesidades, en tanto estrategias de reproducción que conlleva cierto economicismo, limitando así la importancia de los otros niveles. Justamente si el concepto acuñado por Bourdieu se vuelve interesante es porque permite superar dicha acepción, complementándola con aquella que se refiere a las manipulaciones que los actores sociales desarrollan en pos de su legitimación social. Los sectores populares urbanos ponen en juego prácticas y estrategias simbólicas manipuladoras de sus identidades.

El sentido del juego, es entonces también el sentido práctico, a partir del cual estos sectores producen maniobras-diversas en pos de identificaciones inestables y dinámicas, con el objetivo del reconocimiento social. Volviendo sobre el caso de La Boca, la rotación necesaria y generalizada se constituye -como vimos- en un juego con estrategias, aunque no unívocamente planteado para resolver la cuestión habitacional. El conventillo y el barrio como primero y segundo nivel de la “tierra prometida” se convierten en recursos por los cuales generar una “lucha silenciosa” para apropiárselos diferencialmente. Es entonces cuando el “arraigo” o adscripción a dichos niveles no se manifiesta en el control económico, material e histórico, que pertenece a los otros del barrio. En pos de legitimar su lugar mediante el reconocimiento de su existencia en el sistema social del barrio, es que unificados o fragmentados según la coyuntura, desarrollan tácticas y estrategias identitarias,43 procederes mediante los cuales se apropian de bienes simbólicos propios de los “otros”, o de aquéllos menospreciados por éstos.

Dicha cuestión expresa finalmente las luchas que los actores sociales encarnan por el reconocimiento social de la diferencia. Luchas provenientes de una disputa por la pertenencia a determinado sistema de clasificación, en el que cierta visión del mundo aparece como impuesta, por lo menos para ese momento. Esta disputa es parte, entonces, del dinámico juego por el reconocimiento, por el que inevitablemente regresamos al tema de las identidades sociales. Las mismas deben develarse como elementos de ese complejo juego.44

Epílogo

Por este camino se nos revela la forma de aprehender la lógica de los sectores populares urbanos, quienes como grupo heterogéneo, crean y recrean comportamientos y prácticas particulares en su vida cotidiana. Considerarnos que este ángulo de la problemática debe ser resaltado por lo olvidado que ha sido, aunque complementándolo con las estructuras objetivas que condicionan y limitan las representaciones y relaciones sociales de los sujetos.

De todos modos, creemos haber sugerido en estas páginas que cuando el juego de los actores accede al primer plano, algo más puede decirse más allá de verificar su inserción en el aparato de producción y reproducción de la sociedad. Y, paulatinamente, ir liberando lo popular del economicismo.

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Citas

  1. Jaume, “El concepto marginalidad”, en Cuadernos de Antropología Social, núm. 1, Buenos aires, 1986, p. 3. []
  2. Por “villeros” se entiende un fenómeno urbano que se produjo en Buenos Aires hacia los años cuarenta-cincuenta. Por efecto de la migración del campo a la ciudad, se conformaron asentamientos irregurales en tierras fiscales o privadas, en las que sus habitantes autoconstruyeron sus casillas. Las “villas miseria” o “villas de emergencia” son similares a las “favelas”, en Brasil, por ejemplo. De aquellas primeras, por efecto de ciertas políticas de gobierno, algunas fueron erradicadas (principalmente durante los gobiernos militares), mientras otras se consolidaron (en la actualidad radicadas a través de políticas municipales). En los últimos años, nuevos asentamientos han sido ocupados fundamentalmente en la periferia de la capital. []
  3. Basados en la observación del supuesto “milagro económico brasileño”, refutaron la teoría de la dependencia, indicando la posibilidad del desarrollo capitalista en los países periféricos, y negaron que la desocupación fuera un elemento estructural del capitalismo, sino una determinada fase del mismo (Bernholdt-Thompsen, 1981, 1511). []
  4. Bernhold-Thompsen, en su artículo sobre la teoría de la marginalidad, organiza una crítica a las deducciones y los postulados que los estudiosos de la problemática construyen con base en el modelo marxista. Si bien aquí no haremos un detalle exhaustivo de esta problemática, vale la pena recalcar el punto de partida de la autora: el retorno (por esta parte de los que atienden a la marginalidad) a los supuestos marxistas respecto del modo de producción capitalista, que la propia historia se encarga de refutar (Ibid., p. 1518). []
  5. Silvia Sigal, “Marginalidad espacial, Estado y ciudadanía”, en Revista Mexicana de Sociología, año XLIII, núm. 4, México, octubre-diciembre de 1981, p. 1556. []
  6. Susana Hintze, “La reproducción de los sectores populares. Estrategias y reivindicaciones”, mecanoescrito, Buenos Aires, 1987, pp. 1-2. []
  7. Ibidem, p. 3. []
  8. La autora restringe el concepto de marginalidad espacial al fenómeno específico de las invasiones de terrenos, desestimando las otras opciones de hábitat pobre, es decir, el tipo de tradicional de localización en zonas centrales o relativamente centrales de la ciudad, tipo “conventillos”, y el tipo de viviendas en barrios periféricos, ya sea por iniciativa del Estado o autoconstrucción, donde los movimientos colectivos ya no tiene por objetivo la normalización y el acceso al estatuto de ciudadano urbano, sino el fin de la segregación espacial (Sigal, op. cit., p. 1567-1577). []
  9. Ibid., p. 1570. []
  10. Ibid., p. 1577. []
  11. Según enumera la autora: las actividades internas de la familia, el estilo de división del trabajo sexual y generacional, los vínculos con otras familias, en redes, la inserción alcanzada en el mercado de trabajo y consumo, y en grado creciente de complejidad y agregación, las relaciones que establece con miembros e instituciones de la sociedad civil y el Estado (Hintze, op.cit., p. 5). []
  12. Ibid., p. 12. []
  13. Agostinis (1991) evaluando los datos de la investigación empírica más completa que se conoce sobre las ocupaciones de tierras en el Gran Buenos Aires (la periferia), ha discutido con los observadores que atribuyeron a estos movimientos reivindicativos urbanos, posibilidades de transformación que los vinculaban a la imagen construida de los “nuevos movimientos sociales”. La autora prefiere la denominación de “movimientos de sobrevivencia” a esta movilizaciones sociales, que sin duda marcan nuevas formas de hacer ciudad y son el potencial organizativo de los sectores populares urbanos. []
  14. Bourdieu (1988) desarrolla este concepto como mediatizador entre lo social y lo individual. De este modo, por habitus entiende las disposiciones adquiridas por la experiencia del juego social inscrito en lo individual. []
  15. Véanse por ejemplo los trabajos compilados en el volumen colectivo “Cuesta abajo, los nuevos pobres: efectos de la crisis en la sociedad argentina, Unicef-Losada, 1992. []
  16. A partir de esta referencia Villarreal define a las clases sociales, añadiendo a su posición en las relaciones de producción -punto de partida básico-, el nivel de circulación-reproducción. Para el autor, desde esta acepción puede observárselas dinámica y fragmentariamente (Villarreal, “Los hilos del poder”, en Crisis de la dictadura argentina, Buenos Aires, siglo XXI, 1985, p. 221). []
  17. Romero, “Los sectores populares urbanos como sujeto histórico”, en Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, 13, Buenos Aires, 1988, p. 91. []
  18. Bourdieu, “Espacio social y génesis de las ‘clases'”, en Revista Espacios de Crítica y Producción, núm. 2, julio-agosto, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (UBA), 1985, p. 25. []
  19. De manera similar, Romero (op.cit., p, 234) apunta la necesidad de superar las categorías fijas construidas por las ciencias sociales, para comenzar a percibir procesos. []
  20. Ferraroti, La historia y lo cotidiano, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1990, p. 15. []
  21. Ibid., p. 14. []
  22. Los “conventillos”, también denominados casas de inquilinato, “convoys”, “yotivencos”, “coventos” o “patios”, son casas colectivas semejantes a las vecindades mexicanas. Las mismas se conformaron como tipología de vivienda peculiar en Buenos Aires, a fines de siglo y principios de éste. Fueron los inmigrantes europeos, quienes la construyeron con ese fin por ejemplo en el barrio de La Boca (hechas de madera y chapa) o bien fueron los dueños de las casonas coloniales del barrio histórico quienes la convirtieron en conventillos, para el alojamiento de estos inmigrantes. []
  23. El acontecimiento Villa 31 (una villa miseria que fue erradicada durante el proceso militar (1976-1983) y repoblada a partir de 1984), acaeció en los primeros meses de 1994, como consecuencia del intento de traslado originado en el seno del Plan Nacional Arraigo (Se trata de un Programa Urbano de Gobierno), con anuencia de la municipalidad de la ciudad de Buenos Aires. Dicho traslado consistiría en la relocalización de los villeros en trece barrios de la capital, seleccionados previamente por los funcionarios del gobierno. Cabe recordar que en 1990 por la firma del decreto 1001, todas las villas de capital serían consolidadas en su lugar. La transgresión al decreto, en este caso, se motivó por la privilegiada ubicación de esta villa (zona Retiro, vecina al puerto de Buenos Aires y al Sheraton), que por efecto de la renta del suelo se ha propuesto para una urbanización sin villeros. Sin embargo, los vecinos, movilizados de los distintos barrios, concejales de partidos opositores, medios de comunicación se difundieron el caso, sumados a tiempos preelectoras, llevaron a una revisión de la situación y aun “no innovar” propuesto por el intendente de la ciudad. Sin embargo, meses después de inició una negociación -que continúa hasta la fecha- entre villeros y funcionarios municipales, la que ha llevado a que algunos regresen a sus lugares de origen, otros -con dinero de por medio- hayan adquirido otro lugar, mientras aún restan familias que resisten la medida. []
  24. “Historia de dos ciudades” (editorial), Clarín, Buenos Aires, jueves 17 de febrero de 1994. []
  25. Eduardo Jozami, “Vecinos contra vecinos” (sección Opinión), Clarín, Buenos Aires, jueves 10 de febrero de 1994. []
  26. Montero, “Reflexiones sobre una antropología de las sociedades complejas”, en Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, año II, núm. 24, México, UNAM, 1991. []
  27. Bourdieu, Cosas dichas, 1988, p. 136; las cursivas son nuestras. []
  28. Penna, “O que fazner nordestino”, en Mónica Lacarrieu, Leticia Lahitte y Victoria Barrera (trads.), Identidades sociais, interesses o “escandalo”, Brasil, Cortez Editora, 1992. []
  29. Romero, op.cit., 1988-1991. []
  30. Son diferentes barrios de la ciudad de Buenos Aires. Colegiales se halla ubicado en la zona norte, por ende es más residencial, habitado por sectores medios y medios altos, mientras Lugano se halla en el sur, primordialmente habitado por sectores medios bajos residentes de monoblocs (condominios) construidos por el municipio y Mataderos se encuentra en la zona oeste, fundamentalmente por sectores populares. []
  31. Aunque, como hemos desarrollado en otro trabajo resulta imposible explicar las estrategias identitarias de los villeros sin describir el efecto de fractura que tienen las múltiples agencias estatales que actúan en sus barrios sobre el tejido social. []
  32. Tania Fischer et al., Espacio, etnicidade e cultura associativa en Salvador da Bahia, inédito, Brasil, Universidade Federal da Bahia, Universidad del País Vasco y Universidad Complutense, 1993. []
  33. La Boca como ya señalamos es un barrio de la zona de la ciudad de Buenos Aires, donde predominan conventillos de madera y chapa, habitados por inquilinos con contrato, gente que tuvo contrato y dejó de pagar, subinquilinos u ocupantes ilegales. El caso La Boca fue estudiado por Grillo entre 1985-1987 y por Lacarrieu entre 1986-1993. []
  34. La murga constituye la comparsa de carnaval, que en dicho barrio es característica de los sectores populares. Mientras el futbol ocupa un lugar muy especial, no sólo para el barrio en cuestión sino para la ciudad en general, pues en La Boca se halla emplazada la cancha del club Boca Juniors (uno de los equipos más importantes junto con River, su constante rival simbólicamente hablando). []
  35. Bourdieu, “Capital simbólico y clases sociales”, en Emilio Tenti Fanfani (trad.), Georges Duby, L’Arc, núm. 72, París, 1978, pp. 13-19. []
  36. Ibid., p. 3. []
  37. Bourdieu (Cosas dichas, 1988, pp. 68-69) identifica el sentido del juego con el dominio práctico de la lógica o de la necesidad inmanente de un juego que se adquiere por la experiencia y que funciona más acá de la conciencia del discurso. []
  38. Michel de Certau (1990) habla de “astucias de las artes de hacer”, que son las que permiten a los individuos sometidos a las coacciones globales de la sociedad, por una suerte bricolage cotidiano, trazar en ellas su decoración y sus itinerarios particulares. []
  39. Bourdieu, op.cit., p. 72. []
  40. Por ocupaciones ilegales de viviendas entendemos el fenómeno que comenzó a generalizarse en la ciudad de Buenos Aires, con el advenimiento de la democracia, a partir de 1983. En este sentido, casas desocupadas por sus dueños han sido “intrusadas”, en distintos barrios, aunque mayoritariamente en aquéllos habitados por sectores pobres: a partir de la intrusión se ha convertido en un tipo de casas colectivas, en las que se comparte el baño y cada uno tiene su pieza. []
  41. Grillo, Articulación entre sectores urbanos populares y el estado local: el caso del barrio La Boca, Buenos Aires, Centro de Estudios de América Latina, 1988, p. 29. []
  42. Lacarrieu, “Luchas por la apropiación del espacio y políticas de vivienda: el caso de los conventillos de La Boca”, cap. V, tesis de doctorado, Buenos Aires, 1993, p. 237. []
  43. Maura Penna al respecto retoma a Bourdieu: estrategias interesadas de manipulación simbólica que van a determinar la representación (mental) que los otros pueden hacerse (Bourdieu, 1980, p. 65). La autora continúa: “Cuando determinados rasgos y prácticas culturales son seleccionados como ‘símbolos’ de identidad, su naturaleza es alterada […] tornándose rasgos diacríticos en la construcción colectiva de la identidad del grupo. Ese proceso […] confiere nuevos significados a esas prácticas […] Si la adopción de emblemas de identidad va a marcar la especificidad del grupo, puede haber estrategias inversas, en el sentido de evitar la imputación de identidad con base en ciertos elementos materiales […] y visibles.” Maura Penna, op. cit., p. 77. []
  44. Ibid, p. 76. []

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