Cierto De poder sacar airosa a mi nación, y teniendo por conveniente el dar a conocer los muchos materiales que la Philología tiene preparados en mi país, esperando su examen, para que se fijen las doctrinas de esa ciencia en muchos puntos […] pensé escribir una Biblioteca Filológica Mexicana (Manuel Crisóstomo Náxera, Disertación sobre la lengua othomí, México, Imprenta del Águila, 1845, “Prólogo”, p. viii).
Introducción
La lingüística, ciencia a la que compete nada menos que el estudio sistemático del lenguaje humano, ha experimentado un notable desarrollo sobre todo en el transcurso de esta segunda mitad de nuestro siglo. Sin embargo, dicho progreso ha contribuido de manera poco significativa a hacer de aquélla una disciplina cuyo objeto de investigación resulte con facilidad evidente a cualquier persona.
Para el común de la gente, incluso cultivada, en México o aun en países más avanzados, consiste solamente en el conocimiento y el manejo práctico de idiomas extranjeros; es decir, en la poliglotía. De acuerdo con esta generalizada idea, un lingüista es el individuo capaz de manejar varias lenguas con extraordinaria habilidad: el polígloto. ¿Cuántos idiomas hablas? Es la pregunta que invariablemente se nos formula cuando alguien se entera de que desempeñamos la profesión de lingüista. Si se trata de un investigador especializado en lenguas a las que algunos erróneamente consideran “primitivas” u otrora “bárbaras” como en México, por ejemplo, las indígenas,1 la pregunta se nos hará en términos apenas ligeramente distintos: ¿cuántos dialectos hablas? Porque sin razón o por inercia se supone que las hablas indígenas carecen de la sistematicidad que están acostumbrados a encontrar en las “lenguas” (español, inglés, francés, etcétera), reservando para otras formas lingüísticas el término de dialecto.2
Menciono estas cuestiones, en apariencia triviales, porque me interesa destacar el hecho de que extraña y, como veremos, injustificadamente, la lingüística no ha logrado trascender todavía su imagen de ciencia “nueva”, situación que la propia disciplina se ha encargado de fomentar.
En efecto, hace aproximadamente 25 años la carrera de Lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) era una de las menos frecuentadas por los estudiantes que acudían a esa institución para cursar alguna de las cinco disciplinas antropológicas: Antropología Física, Antropología Social, Arqueología, Etnología y Lingüística. Llegó a haber inclusive temporadas en las que esta última especialidad careció de aspirante alguno, a pesar de que la carrera no era precisamente nueva en los programas de estudio, pues ya desde 1938 figuraba en ellos. Además, como dato interesante podemos agregar que un año antes de esa fecha, y debido a la iniciativa de Mariano Silva y Aceves (1886-1937),3 la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional había inaugurado dos carreras: la de Lingüística Romántica y la de Lingüística Indígena,4 suprimiéndose esta última poco tiempo después, seguramente por falta de estudiantes interesados en ella. Pero esto no es todo: cinco años antes se había fundado en la misma Universidad, también a iniciativa del entusiasta Mariano Silva y Aceves, el activo y ambicioso Instituto Mexicano de Investigaciones Lingüísticas, el cual se habría de mantener floreciente y fecundo durante siete años, es decir hasta 1940, en que por desgracia se desintegró. Desde el año mismo de su fundación el Instituto comenzó a editar la revista Investigaciones Lingüísticas, de excelente nivel y variado contenido; pero tras la desaparición de aquél, la publicación corrió con idéntica suerte. Por otra parte, cabe asimismo recordar que en 1935 tuvo lugar el establecimiento en México del controvertido Instituto Lingüístico de Verano, para dedicarse al estudio de las lenguas indígenas, con fines de proselitismo religioso.5 Este Instituto, no obstante su tendencia -justo es reconocerlo-, promovió notablemente en México el interés por la investigación científica de las lenguas aborígenes, pues sus miembros colaboraron de manera destacada en la formación de lingüistas mexicanos, durante varias décadas. Hacia finales de los años cuarenta, en 1947 para ser exactos, se registra otro acontecimiento de suma importancia en la historia de la lingüística mexicana, a saber, la creación en El Colegio de México del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, orientado principalmente hacia el estudio del español y demás lenguas románticas.
Mas a pesar de tales antecedentes (y varios otros que aún se podrían mencionar), hacia finales de la década de los sesenta y principios de la siguiente, la lingüística era vista en México como una disciplina de cometido casi esotérico; una especie de campo y oficio reservado sólo para “iniciados”.
Entre 1938 y 1968, es decir en un lapso de 30 años, por ejemplo, contadísimos fueron los estudiosos mexicanos que llegaron a obtener de la ENAH el título de Lingüista,6 situación que, no está por demás señalarlo, se mantuvo sin cambios en los años subsiguientes. Existía al parecer una especie de recelo hacia esta ciencia que ahuyentaba a posibles aspirantes, a pesar de que, precisamente en el ambiente antropológico del momento, la investigación en general obtenía aún grandes beneficios del estructuralismo (amén del funcionalismo), metodología que se había originado en la lingüística, cosa por todos sabida.7
¿A qué razones atribuir esta falta de interés y esta aprehensión que suele todavía manifestarse hacia los estudios lingüísticos?
En buena medida creo que estas cuestiones pueden explicarse como resultado de malentendidos originados, por extraño que parezca, en la propia lingüística. Y es que cada vez que la “ciencia del lenguaje” inventa otros métodos y técnicas de análisis, o postula nuevas teorías acerca del lenguaje o de fenómenos lingüísticos, de inmediato se autoproclama “ciencia nueva”. En este sentido, no le faltaba razón a Georges Mounin cuando, al tratar de determinar la edad de la lingüística, escribía lo siguiente, allá por los finales de la década de los sesenta:
Según el punto de vista en que uno se sitúe, la lingüística ha nacido hacia el siglo V antes de nuestra Era, o en 1816 con Bopp o en 1816 [sic, errata por 1916] con Saussure, o en 1926 con Trubetzkoy o en 1956 con Chomsky.8
Y Bertil Malmberg (o su traductor al español), por su parte y por esa misma época, señalaba con respecto a la recepción misma de la palabra “lingüística” que:
Hasta años recientes, el término “lingüística” no ganó terreno en castellano; otro tanto pasó con linguistics en inglés, idioma en el que, por añadidura, se emplea esta palabra a menudo (sobre todo en los Estados Unidos) exclusivamente para designar los progresos estadounidenses recientes.9
La solución de Mounin refleja bastante bien el peculiar temperamento de esta ciencia que, al parecer, tiene horror de envejecer. Sin embargo, su afán de renacer constantemente no es el principal problema que podemos señalar, sino los inconvenientes que cada vez resultan de la reformulación de viejos principios en términos de, en ocasiones, injustificada complejidad.
Por ello, no es de extrañar que la lingüística se mantenga hasta la fecha un poco al margen de las demás disciplinas sociales y humanísticas, si bien en algún momento llegó a estar a la cabeza de las ciencias “piloto”.10
Ahora bien, he querido comenzar refiriéndome a estas cuestiones, porque los datos que sustentan el presente estudio van a mostrar, por una parte, cuán relativa es esa novedad de la lingüística y, por otra, cuán reticente y unilateral había sido ésta hasta hace poco tiempo en reconocer ciertos antecedentes que han contribuido a su gestación y desarrollo. Un repaso a la historia de la historiografía lingüística que, como veremos, se ha venido practicando en México desde hace mucho tiempo, pondrá en evidencia ambos aspectos.
Antecedentes generales de la historiografía lingüística
Muy al inicio de este escrito mencioné el extraordinario empuje que, no obstante lo dicho, ha recibido la lingüística sobre todo en el transcurso de esta segunda mitad del siglo XX; impulso que se traduce en la proliferación de escuelas, tendencias, corrientes, teorías, métodos, técnicas, aplicaciones, terminologías, etcétera, y, de manera muy significativa, en la apertura o simplemente en la ampliación de diversos campos subordinados a dicha ciencia.
Uno de los dominios que se ha visto notablemente atendido en el periodo señalado, particularmente a partir de los seis últimos lustros, es el de la historiografía lingüística, indicio, entre otras muchas cosas, de que esta ciencia va ganando edad y madurez.
En efecto, antes de 1960 eran verdaderamente pocos los estudiosos que hacían de dicho campo objeto habitual de sus investigaciones. Por consiguiente, eran escasos los manuales dedicados a él, no obstante que el primero de ellos apareciera varias décadas antes, con el inicio del siglo. Me refiero a la obra, pequeña en volumen pero grande en contenido, del lingüista danés Vilhelm Thomsen, Historia de la lingüística, aparecida en el año de 1902.11 Ahora bien, debido al hecho de haberse escrito y publicado en un idioma poco conocido fuera de Dinamarca, este texto pionero sólo comenzará a adquirir difusión a raíz de su edición, en 1927, en alemán y, en 1945, en traducción española, hecha a partir de la alemana.12 Corresponde también a otro sabio danés, Holger Pedersen, el segundo trabajo historiográfico importante sobre la lingüística, cuestión que aborda ampliamente en su obra, The Discovery of Language.13 Asimismo, conviene agregar aquí -para completar la triada de daneses historiadores de la lingüística- que Otto Jespersen consagra al mismo asunto el “Libro primero” de su obra Language dedicada precisamente a Thomsen.14
Por esos mismos años, convenzan también a aparecer las historias sobre dominios y periodos específicos de la lingüística como, por ejemplo, la excelente obra del rumano Iorgu Iordan, Introducción al estudio de las lenguas romances, publicada por primera vez en Iasi, Rumanía, y cinco años más tarde en traducción inglesa.15 En Italia, Benvenuto Terracini dedica a la historia de la lingüística histórica su libro Guida allo studio della linguistica storica;16 y en España, Fernando Lázaro Carreter publica un ensayo que estaría destinado a convertirse en clásico: Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII.17 Sobre la historia de la teoría gramatical se edita en Inglaterra en 1951 el excelente volumen de Robins, Ancient and Mediaeval Grammatical Theory in Europe.18
Sin embargo, no será sino hasta la década de los sesenta cuando las publicaciones sobre el tema aparezcan con mayor regularidad y frecuencia. Así, ven la luz por esos años los escritos de Tagliavini,19 Leroy,20 Malmberg,21 Bolelli,22 Robins23 y Mounin.24 En la misma época se publica, en traducción española, el importante texto de Werner Bahner, La lingüística española del Siglo de Oro, cuya primera edición, en alemán, había aparecido diez años antes.25 Y, para completar el cuadro histórico de la lingüística española, Manuel Mourelle Lema publica su libro La teoría lingüística en la España del siglo XIX.26
Además, conviene señalar el hecho de que algunas de estas obras, al contrario de las anteriormente citadas, tienen una mayor circulación fuera de sus países de origen, gracias a que las traducciones a otras lenguas se realizan con intervalos menores. Por ejemplo, la segunda edición corregida y aumentada del libro de Malmberg, aparecida en 1967, es traducida del sueco al español y publicada en México ese mismo año; la primera edición del de Mounin se hizo en 1967 y al año siguiente se publicó en Madrid la versión española, y así sucesivamente. Inclusive aquellos que no se tradujeron a otras lenguas tuvieron una excelente recepción en sus propios países (y posiblemente también en el extranjero). El trabajo de Tagliavini, por ejemplo, entre 1963 y 1970 conoció tres ediciones; el de Robins -seguramente con mayor difusión internacional que el anterior- se reimprimió dos años después de su primera edición.
A los anteriores testimonios del interés por el estudio de la historia de la lingüística durante dicha década, pueden todavía sumarse los capítulos que sobre el tema solían incluir algunos manuales de introducción a la ciencia, como Introduction to Theoretical Lingutics de John Lyons.27 Incluso algunos autores conceden tal importancia al asunto que, como este último, consideraban que: “No hay nada tan útil para el profano o para el estudiante que hace su primera iniciación a la ciencia lingüística como algunos conocimientos sobre la historia de la disciplina”;28 y por su parte Georges Mounin en sus Claves para la lingüística, recomendaba que:
Lo primero que debe tener presente en su ánimo cualquiera que, nacido en Francia, quiere tratar de iniciarse en la lingüística, es precisamente la historia de las condiciones particulares en las que se ha instituido esta disciplina en Francia.29
Pues bien, esta eclosión de trabajos sobre historiografía lingüística que se comprueba en el periodo mencionado (década de los sesenta) es, dicho sin exagerar, poca cosa comparada con la producción que van a proyectar las décadas siguientes, actividad que se mantiene hasta hoy en pleno auge. Pero he aquí que la cantidad no es el principal mérito de la investigación historiográfica contemporánea. Sus virtudes más destacables se localizan en otros aspectos.
En efecto, en primer lugar, cabe señalar la considerable, oportuna y saludable ampliación que se ha operado en el campo mismo. Esto quiere decir que los Rask, Bopp, Grimm, Schleicher, Schlegel, Verner, Paul, etcétera, han dejado de ser los clásicos y sempiternos protagonistas de las historias de la lingüística, para permitir a otros personajes entrar en escena, cuya presencia y voz eran antes opacadas, si no del todo ignoradas. Hace 25 años Malmberg sostenía y nos hacía creer que: “Antes de 1800 no había apenas nada que pudiera llamarse lingüística en el sentido moderno.”30 No obstante, él mismo (es de sabios cambiar de opinión) ha sacado a luz recientemente una sustanciosa historia de la lingüística que abarca desde Sumeria hasta Saussure,31 en la cual, ya desde la introducción, nos advierte que:
On enseignait autrefois, et on le fait en réalité encore assez souvent, que la linguistique n’existait guére avant le début du XIXe siécle et qu’une science digne de ce nom est le fruit de tendances évolutives et comparatistes liées á la rupture avec le rationalisme […] .
En délimitant ainsi l’histoire de la linguistique on était en réalité sous la dépendance de deux traditions. Une était historique et diachronique et suivait, fidéle au mouvement romantique, les changements des langues, regardées sous l’aspect de leurs origines et de leurs modifications depuis une langue mére, supposée et reconstruites (come l’ancien indo-européen), ou connue et documentée (comme le latin). L’autre tradition était philosophique (logique) et impliquait une identification de l’étude du langage avec l’Analyse de la pensée humaine. Cette derniére traditíon remonte aux philosophes de l’antiquité grecque.
Y un poco más adelante, prosigue:
Il est donc devenu incorrect de voir dans le comparatisme et l’historicisme du début de síécle dernier également le début d’une science du langage. Il faut par conséquent chercher ce début á une époque oú il est possible de documenter les premiers essais de préoccupation théorique avec le langage et les langues. La linguistique a en réalité un âge qui est égal á celui des premiers documents témoignant de l’existence de descriptions de langues et de réflexions autour de leurs mécanismes.32
Al romper, si no del todo por lo menos en buena parte, con la tradicional y limitante idea de que la lingüística “digna de este nombre”, es decir, la lingüística “en sentido moderno”, sólo se constituye gracias principalmente a la labor de los eruditos escandinavos y alemanes del siglo XIX, la historiografía lingüística actual ha incrementado considerablemente sus posibilidades de estudio.
Así, por ejemplo, 25 años atrás habría sido casi impensable ofrecer a Bernard Pottier, o a cualquier otro lingüista de su talla, un volumen de estudios como el que en 1984 se le brindó con motivo de su LX aniversario: Pour une histoire de la linguistique amérindienne en France.33
Otra de las cualidades más sobresalientes de la historiografía lingüística actual es su tendencia hacia la autonomía, en el sentido de que sus cultivadores se inclinan cada vez más por la creación de centros dedicados específicamente a estudios de esa naturaleza, así como a agruparse en asociaciones que les permitan un mayor intercambio de ideas e intereses. Dos centros de importancia son el Amsterdam Studies in the Theory and History of Linguistics (ASTHLS), cuyo principal promotor es Konrad Koerner, y el Equipe d’Histoire des Théories Linguistiques, que funciona en la Universidad de París VII. Entre las asociaciones destaca la Société d’Histoire et d’Epistémologie des Sciences du Langage (SHESL), fundada en 1978 en Lille, y actualmente con sede en París.
Los beneficios que resultan de esta clase de centros y agrupaciones son, evidentemente, múltiples y de gran valor. Cabe mencionar en primerísimo término la cuestión referente al encauzamiento de la producción bibliográfica de sus miembros y socios correspondientes. Los historiadores de la lingüística, en efecto, cuentan desde hace varios años con excelentes canales editoriales para dar curso y difusión a sus trabajos, consistentes en publicaciones periódicas y series especiales, derivadas de esos centros y asociaciones. Así, el ASTHLS edita, bajo la responsabilidad de Konrad Koerner, la serie Studies in the History of Linguistics, que en la actualidad lleva más de 60 volúmenes publicados. Por su parte, la SHESL publica desde 1979 la revista Histoire ,Epistémologie Langage (Saint-Denis, Presses Universitaires de Vincennes). Otra muy importante para la materia es la que editan a partir de 1974 Konrad Koerner y Hans-Josef Niederehe, Historiographia Linguistica. International Journal for the History of the Language Sciences (John Benjamins Publishing Company, Amsterdam & Philadelphia). De las publicaciones colectivas sobresale la recientemente sacada a luz por Sylvain Auroux, Histoire des ídées linguistiques,34 en la cual participaron alrededor de 45 especialistas, muchos de ellos localizados a través de la SHESL, como lo reconoce el propio editor:
On se doute qu’un tel ouvrage ne s’improvise pas et qu’il représente une lourde charge matérielle. Sans le réseau constitué par la Société d’Histoire et d’Epistémologie des Sciences du Langage, je n’aurais sans doute pas pu trouver les spécialistes nécessaries.35
En resumen, el somero panorama que acabamos de trazar sobre la situación pasada y presente de la historiografía lingüística, nos permite asegurar que éste es aún un campo extremadamente rico en posibilidades de investigación.
Pasemos ahora a ocupamos con mayor detalle del asunto que promete el título del presente trabajo, pero no sin antes aclarar que la historia de la historiografía lingüística mexicana de la que vamos a tratar en lo sucesivo se referirá, con algunas salvedades, básicamente a aquella que tiene por objeto el estudio de los trabajos sobre lenguas indígenas.
Dicho en otros términos, vamos a tratar de esbozar aquí un panorama lo más completo posible sobre la historiografía de esa lingüística comúnmente calificada de “antropológica”, “indígena” (o “indigenista”), “amerindia” o, inclusive, por lo menos para un extenso periodo de su historia, llamada también “misionera”.36
Asimismo, me parece oportuno aclarar que el concepto “historiografía lingüística mexicana” se refiere, principalmente, a la producción bibliográfica que sobre dicho tema se ha escrito y publicado en México, pero también en otros países.
Orígenes de la historiografía lingüística mexicana
La lingüística antropológica (que llamaremos así para simplificar) tiene en México (y, en general, en Iberoamérica) profundas raíces en el pasado, pues su práctica se remonta a los años inmediatamente posteriores a la intrusión española, es decir, a las primeras décadas del siglo XVI.
La necesidad de conocer a fondo los idiomas de los indios para llevar a cabo a través de ellos la evangelización de sus hablantes, condujo a un puñado de individuos a efectuar algo enteramente nuevo en la historia de Occidente: el análisis sistemático de un gran número de lenguas nunca antes abordadas de ese modo. No debe olvidarse el hecho de que hasta el año 1492 las lenguas cultas de Europa, el griego y el latín, monopolizaban por completo la teoría y técnicas gramaticales. Ni los esfuerzos de célebres eruditos de la talla de Dante y de Leone Battista Alberti habían conseguido antes de esa fecha poner verdaderamente el conocimiento gramatical al servicio de cualquier sistema lingüístico, como lo hiciera con la lengua castellana el humanista español Antonio de Nebrija. Su Gramática de lengua castellana, publicada en 1492, fue resultado de la primera aplicación metódica de los principios gramaticales tradicionales.
En efecto, a esta obra correspondió el privilegio de ver adaptadas por primera vez a una lengua vulgar las doctrinas gramaticales que durante siglos estuvieron reservadas con exclusividad a los idiomas cultos. Aunque, a decir verdad, el autor no se sirvió a ciegas de tales doctrinas, sino que más bien las habilitó a las necesidades propias y estructurales del romance castellano, y no a la inversa, como algunos de sus críticos le reprocharon.37 No en balde este texto pronto se convirtió en el equivalente del “huevo de Colón”, pues la iniciativa del maestro no tardó en ser emulada. Cualquier idioma, por peregrino y “bárbaro” que pareciera, podía ser objeto de sujeción gramatical: bastaba con intentarlo.
Pero he aquí que tal vez esta orientación de sus enseñanzas no era precisamente la que más hubiera deseado el sabio De Nebrija, pues como él mismo lo declara en el “Prólogo” de su Gramática, sus expectativas en este sentido se dirigían más bien hacia la imposición del castellano a los pueblos vencidos, y a su difusión entre los extranjeros que desearan o necesitaran aprenderlo. Es obvio que el autor pensaba, en ambos casos, que su obra cumpla satisfactoriamente las estrategias previstas.
Sin embargo, los rumbos de la ciencia, y con mayor frecuencia los de las ideas, son a menudo impredecibles, y no siempre llevan al punto preciso a donde se previó llegar. Por lo que respecta a De Nebrija, la historia muy pronto se encargó de demostrar que si bien su tratado no cumplió mayormente con las citadas finalidades, en cambio si se reveló en extremo útil como modelo a seguir para hacer con otras lenguas lo que él había efectuado en la española. El momento mismo de la aparición de tal obra jugó un papel decisivo para que la iniciativa del gramático diera frutos en otras direcciones. Así, en 1505 a fray Pedro de Alcalá le toca inaugurar, con su Arte y vocabulista arávigo,38 la nueva orientación que en lo sucesivo adquirirán los estudios lingüísticos, que consiste en ir dotando de tratados gramaticales y diccionarios a lenguas que tiempo antes habría sido impensable ver sistematizadas de esa manera.39 Pero también fue el caso de muchas de las numerosísimas lenguas americanas, algunas de las cuales, como el náhuatl y el tarasco, aventajaron a la gran mayoría de las modernas lenguas de Europa en lo que a codificación gramatical y léxica se refiere.
Ahora bien, es de todos sabido que el móvil principal que originó y mantuvo activa durante tres siglos esta intensa actividad lingüística desplegada en América y en otras partes del mundo, fue la férrea campaña de evangelización impulsada por las potencias católicas europeas, España y Portugal, conjuntamente con otros proyectos de dominación.
Sin duda, el proceso global de sometimiento habría resultado más efectivo y expedito si en cualquier momento se hubiera sabido implantar una política lingüística que favoreciera a las lenguas oficiales de los Estados hegemónicos. Pero, para fortuna y salvación de muchísimas lenguas aborígenes, la romanización lingüística fue un proyecto que en general no trascendió el formalismo de los decretos, cédulas y disposiciones reales, allí donde aquellas naciones extendieron su dominio. La evangelización, pues, se llevó a cabo fundamentalmente en lenguas autóctonas: los responsables de ella, ante todo frailes de diversas órdenes, pronto se percataron de que su empresa se agilizaría y produciría mejores frutos si se desarrollaba en los idiomas propios de los nativos.
Entre muchos otros beneficios, tal proceder favorecía el acceso más directo a los universos conceptuales e ideológicos de los virtuales candidatos al “dulce yugo de la fe de Cristo”.
El fervor y la pasión con los que estos hombres llevaron a cabo su misión los hizo emprender y consumar fantásticas tareas como, por ejemplo, la de describir un conjunto de sistemas lingüísticos de elevada complejidad. Su arrojo fue de tan grandes proporciones que, de no haber existido antes ningún modelo teórico-metodológico de referencia, seguramente ellos habrían sido bien capaces de diseñarlo por su propia cuenta. De hecho, con suma frecuencia se veían obligados a romper con los principios de la tradición gramatical y lexicográfica, para ajustarse a lo que el sistema (o sistemas) de la lengua pedía, y no a lo prescrito por las doctrinas lingüísticas de la época. Toda esta investigación en torno de las lenguas indígenas desarrollada en el México colonial con fines evangélicos arrojó una gran cantidad de obras de extraordinario valor en muchos sentidos, pero principalmente como testimonios de los antecedentes de las modernas ciencias lingüístico-filológicas.
La historiografía lingüística durante el periodo colonial
Y es justamente con esta clase de trabajos que da comienzo en México no sólo la investigación lingüístico-filológica propiamente dicha, sino también la práctica historiográfica en torno de los mismos.
En efecto, si a los religiosos evangelizadores de los indios de la Nueva España correspondió, entre otras tareas, iniciar los estudios gramaticales y léxicos de las lenguas amerindias, fueron ellos también los primeros en reparar en la importancia de tales trabajos. Los frailes que fungieron como cronistas e historiadores de las diversas órdenes (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, etcétera) proporcionan por lo general datos de inestimable valor acerca del particular. Dichos escritores tenían cabal conciencia de la trascendencia de la labor desempeñada por sus hermanos que destacaban como estudiosos de las lenguas aborígenes. Así, por ejemplo, fray Gerónimo de Mendieta, uno de los primeros y mejores cronistas de la orden franciscana, reserva el capítulo 46 del libro IV de su Historia Eclesiástica Indiana, para informar acerca: “De lo mucho que escribieron los religiosos antiguos franciscanos en las lenguas de los indios”.40 El capítulo aunque breve, es rico en datos de gran interés para la historiografía lingüística, pues informa acerca de no pocos “religiosos antiguos” que compusieron artes y vocabularios en lenguas indígenas, muchos de los cuales no llegaron hasta nosotros (y algunos ni siquiera al tiempo en que escribe De Mendieta su Historia). Comoquiera que sea, las noticias del cronista franciscano son prueba de la intensa actividad de investigación en torno de las lenguas indígenas novohispanas en el transcurso del primer siglo colonial.
Ahora bien, la tarea de estos frailes gramáticos fue a tal grado apreciada por los cronistas historiadores, que viene al caso mencionar el siguiente párrafo, consignado en la Crónica41 de fray Juan de Grijalva, publicada en México en 1624. Su interés radica principalmente en el hecho de que fray Juan emplea una palabra (no una, sino dos veces, y en ambos casos precedida del adjetivo “grande”) que puede considerarse como antecedente del término “lingüista”: lenguatario. He aquí el párrafo:
De la casa de Atotonilco y de cómo el padre fray Alonso de Borja predicó en todos los otomites
Al pueblo de Atotonilco fue el Padre fray Alonso de Borja donde era bien menester su personal y grande espíritu, por ser la lengua otomí, que es la más difícil que se halla en esta tierra, ni aun en todas las que se conocen, según afirman grandes lenguatarios. Porque demás de ser la pronunciación de muchos vocablos dentro de la garganta, que nuestros ministros llaman en su arte, guturales, la cortedad de los términos es tanta, que en cada uno hay muchas significaciones. De modo, que en decir un mismo vocablo alto o bajo, aprisa o de espacio, tiene diferente significación. Allégase a esto la rudeza de los mismos indios, que es la mayor que se ha conocido; de modo que con ser generalmente los indios tan bárbaros, en particular los que no son de México y de sus contornos, son los otomites en comparación de todos los demás sayagueses [toscos] y aldeanos; y por esto no tenían los primeros ministros quien les enseñase la lengua: porque ni aun ahora nos entienden en ella con haber ministros grandes lenguatarios y que han trabajado mucho en esto. Con todo tienen hecho arte y vocabulario, catecismo y muchos sermones, en que se explican los artículos principales de la fe y las más grandes doctrinas para las costumbres (Lib. I, cap. XX, p. 81; énfasis nuestro).
Es casi seguro que el historiador agustino introduce el término lenguatario con el propósito de establecer una clara distinción entre aquellos comúnmente llamados en la época lenguaraces o simplemente lenguas; es decir los “individuos que hablan algún idioma extraño con propiedad”; y los que, además de dominar lenguas extrañas, tenían notable disposición para el análisis y explicitación de sus estructuras. La razón principal por la que el adjetivo lenguatario me parece que es un neologismo introducido por fray Juan, se debe al hecho de que no lo registran ni Covarrubias ni Autoridades, tampoco lo he encontrado hasta ahora en otros escritores novohispanos.
La historiografía lingüística mexicana se inicia, por consiguiente, en una época bastante temprana, inserta en el contexto de la historiografía de las diversas órdenes novohispanas, sitio en el que se mantendrá básicamente durante todo el periodo colonial. Cabe mencionar asimismo que, en no pocas ocasiones y conforme se acumulan los trabajos lingüísticos, son los propios “lenguatarios” quienes suelen dar noticias de los autores que les precedieron en el tratamiento de tal o cual idioma. Así, por ejemplo, Carlos de Tapia Zenteno en el “Proemio”, y con mayor amplitud en los capítulos I y II, de su Arte novíssima de lengua mexicana,42 menciona y discute a varios de sus predecesores: Bautista, Galdo Guzmán, Del Rincón, Carochi, Ávila, Vázquez Gastelu, Pérez, Vetancurt, De León, en términos por demás positivos: “Ita, & nos disposuimus, ut primo loco Artem ipsam ab hujus linguae Authoribus probatissimis Baptista, Galdo, Carochi, Gastelu”.
Y, por su parte, el padre José Agustín de Aldama y Guevara, modestamente advierte al lector en el “Prólogo” de su Arte de la lengua Mexicana,43 lo siguiente:
Esta obrita es compendio proprio y puro compendio de las Artes de lengua mexicana que compusieron los Reverendos padres Molina, Rincón, Carochi, Galdo, Vetancurt, Pérez, Avila y D. Antonio Vázquez Gastelu.
Pero el padre no sólo reconoce el valor de la ya para entonces respetable tradición gramatical mexicanística, sino inclusive la defiende de los ataques que le dirigen “authores modernos” (¿De Tapia Zenteno?; cf. el inciso V de su “Prólogo”).
Hacia el final de la Colonia, se aprecia en Nueva España un interés creciente por historiar la producción bibliográfico-lingüística y literaria acumulada hasta entonces. Igualmente, a partir de esas fechas se advierte cada vez más un empeño por tratar el asunto de manera más sistemática y con tendencia a adquirir cierta autonomía.
En efecto, a principios de la segunda mitad del siglo XVIII, ocurre en México el primer intento por presentar, desde una perspectiva histórica, la relación sistemática y exhaustiva de autores y obras no sólo de carácter lingüístico, sino en general literarias y científicas, que fueran escritas en esta parte del mundo. Me refiero a la Bibliotheca Mexicana,44 vasto proyecto editorial iniciado por el docto historiador y bibliógrafo Juan José de Eguiara y Eguren (1696-1763), siguiendo el ejemplo de los trabajos que Antonio de León Pinelo45 y Nicolás Antonio46 efectuaran en la centuria anterior sobre los mismos asuntos.47 Lamentablemente, la Bibliotheca fue un proyecto que el autor no llegó a culminar, pues falleció pocos años después de haber publicado (en 1755) el primero de una serie de por lo menos tres tomos de gran formato. La obra estaba dirigida al culto público internacional de la época, pues sólo así se explica que De Eguiara haya decidido, como su antecesor Nicolás Antonio, redactarla en latín y no en castellano. En cuanto a la organización de los datos, sigue un método que hoy nos resulta extraño, pero usual en aquellos tiempos, ya que, tratándose de un “catálogo” alfabético de escritores, se esperada que las entradas se organizasen a partir del patronímico de los autores, y no de sus nombres de pila. El primer tomo (que, como recientemente se dijo, fue el único que alcanzó a formar y publicar) comprende los autores cuyos nombres de pila comienzan con las letras ABC; pero dejó materiales que, siguiendo su sistema, llegan hasta la J.
Ahora bien, a pesar de lo inconcluso e incompleto de su trabajo, éste jugó m papel fundamental como fuente de consulta y, lo más importante, como material de apoyo para sucesivas investigaciones, las cuales no tardaron en emprenderse. Por ejemplo, es enteramente posible que el historiador y filólogo jesuita Francisco Javier Clavijero (1731-1787), haya establecido en gran parte su catálogo de “Autores de gramáticas y diccionarios”, que inserta al final de la Sexta Disertación del Libro X de su Historia antigua de México,48 sobre la base de la información reunida por De Eguiara, pues entre los datos que éste consigna abundan las referencias a autores de ese género de trabajos.
Continuador directo y empeñoso del inacabado proyecto de De Eguiara, fue el erudito poblano José Mariano Beristáin y Martín de Souza (1756-1817) quien, por su parte, en el año de 1810 dio término a la composición de su obra Biblioteca Hispano-americana Septentrional, cuya publicación se hizo en México entre 1816 y 1821.49 Beristáin fue sin duda admirador respetuoso del trabajo de De Eguiara; sin embargo, ello no le impidió dirigirle críticas un tanto acerbas y, por demás, injustas: “Advertí también que el estilo de De Eguiara es hinchado, y su método muy difuso.”
Al revés de su inmediato antecesor, Beristáin decide emplear el español para escribir enteramente su obra, por las razones que él mismo apunta:
No quise empero escribirla en latín, porque creí que no era ya tiempo de hacer tal agravio a la lengua castellana, y porque estaba persuadido a que debía escribirse en lengua vulgar una obra, cuya lectura podía interesar a muchas personas más de las que saben o deben saber la lengua latina. A más, que es una imprudencia privar a mil españoles de leer en castellano la noticia de sus literatos, porque la pueden leer en latín media docena de extrangeros: los quales, si la obra lo merece, saben buscarla y leerla aunque esté escrita en el idioma de los chichimecas (“Discurso Apologético”, p. iii).
En cuanto al sistema que adopta para organizar la información que vierte en el corpus de la obra, dice:
Tampoco me acomodó el método de poner los escritores por el alfabeto de los nombres, y preferí colocar los míos según el orden alfabético de los apellidos, mucho más cómodo para los que por lo común buscan en los diccionarios los apellidos y no los nombres de los sugetos (idem).
Con todo, Beristáin no sólo admite su deuda intelectual con De Eguiara (“a quien me confieso deudor del pensamiento”), sino que además con honestidad reconoce haberse servido ampliamente de sus materiales (“Es verdad que me aprovecho de los mil artículos que Eguiara dexó impresos y manuscritos”); los cuales, además de verterlos al español, “los he descargado y limado y corregido”. Pero ahí no termina la labor de nuestro bibliógrafo pues, lo más importante, “que a esos un mil he añadido más de dos terceras partes”.
Por lo que se refiere en concreto a autores de obras lingüísticas en o sobre idiomas indígenas, señala Beristáin lo siguiente, ponderando, entre otras cosas, su propia labor de bibliógrafo:
Y si Tranquilo se mira como el modelo de los bibliotecarios o bibliógrafos, porque escribió un libro o catálogo y noticia de los oradores y gramáticas, ¿por qué no merecerá aprecio una Biblioteca, en que se da noticia de más de mil oradores, que exercieron la elocuencia sagrada no como aquellos con aplauso vano, sino con frutos saludables en las provincias de Occidente? y de más de quinientos que aprendieron, enseñaron y dieron reglas, gramáticas y diccionarios, no de unas lenguas vulgares, como la griega y la latina, sino de las más raras y difíciles y desconocidas del orbe.
Tales, pero no solos, fueron los objetos del estudio de nuestros escritores americanos. Y fueron los que debieron ser. Porque ¿qué otros más propios, más útiles, más oportunos ni necesarios que la inteligencia de las lenguas incultas, que era preciso aprender para catequizar, y forzoso cultivar para hacerlas cristianas y sabias? (ibid., p. xv).
Las Bibliotecas de De Eguiara y Beristáin, por descansar ambas en investigaciones que poco piden a las científicas de hoy, así como por su innegable valor documental, pueden considerarse como los primeros y más destacados ejemplos tendentes a conformar y afianzar el campo historiográfico de la lingüística mexicana. No está por demás resaltar el hecho de que este par de trabajos se convirtieron en referencia obligada e imprescindible para todos aquellos que en lo sucesivo se interesaron por el estudio de dicho campo.
La historiografía lingüística en el México independiente
A la Biblioteca Hispano-americana Septentrional le correspondió así dar el cierre de toda una época histórico-política y bibliográfica, pero también la apertura de otra, en la que su ejemplo va a producir, con el paso del tiempo, notables resultados.
La independencia mexicana y, en general, la del resto de naciones hispanoamericanas, favoreció asimismo el acercamiento de numerosos investigadores extranjeros a los depósitos documentales de las antiguas colonias españolas. Uno de los primeros fue el acaudalado diplomático y bibliófilo francés Henri Ternaux (1807-1864), quien en 1837 publicó los resultados de sus pesquisas en su Bibliothéque Américaine,50 en cuyo “Prefacio” señala justamente que,
Depuis des révolutions qui ont successivement émancipé les diverses parties de 1’Amérique, l’attention publique s’est fixé sur le Nouveau-Monde que le systéme d’ exclusion avait entiérement fait oublier á l’ancien. Une foule d’ecrits á la tête desquels le suffrage universel du monde savant s’accorde á placer ceux de 1’illustre baron de Humboldt, nous on t fait connaître ces belles riches contrées si long-temps fermées aux étrangers.
Trabajo de calidad más bien mediocre pues, entre otras cosas, su autor no supo explotar los datos que le ofrecían sus eruditos y brillantes predecesores, ni sacar el mejor partido de la circunstancia que lo hacía uno de los primeros bibliógrafos de la América emancipada.51 Su catálogo incluye desde luego numerosas remisiones a escritos sobre lenguas indígenas del continente, pero en cantidad inferior a la que consignan De Eguiara y Beristáin (a quienes no consultó) y, además, sin las referencias biográficas y otros datos de interés que éstos añaden sobre los autores de los trabajos.
Toca ahora referirnos a un caso quizás aún más interesante que los brevemente expuestos hasta aquí. El incremento de interés reside en el hecho de que se trata, por primera vez, de la formulación de un proyecto cuyos objetivos esenciales se dirigen, precisamente, hacia la configuración específica de la historiografía lingüística mexicana. Pero no de este dominio en general, sino en concreto el referente a la lingüística y filología indigenistas. El responsable y promotor de dicho proyecto fue el fraile carmelita Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera (1803-1853), autor del que ya nos hemos ocupado en anteriores trabajos.52
En efecto, este culto e inteligente fraile publicó en el año de 1845 una obra por todos conceptos novedosa para el México de aquel entonces (e incluso también para el ambiente científico internacional), la Disertación sobre la lengua othomí, primer estudio realizado por un mexicano de acuerdo con los principios rectores de la ciencia lingüística del momento.53 Hombre sumamente preparado, notable orador, muy versado en filología y letras clásicas, conocedor de las principales lenguas de la Europa moderna, profesaba además profundo respeto y admiración por las culturas indígenas de su país y, en particular, por sus idiomas. Expatriado de México a causa de sus convicciones políticas, solicitó asilo en Estados Unidos, el cual le fue concedido y, en testimonio de agradecimiento, dedicó a ese país dos de sus escritos lingüísticos más importantes: la ya mencionada Disertación y la Gramática de la lengua tarasca, que permaneció inédita hasta su muerte.54 Pues bien, instalado temporalmente en la ciudad de Filadelfia, procuró en seguida relacionarse con los círculos intelectuales del lugar, logrando ingresar en la Sociedad Filosófica Americana (American Philosophical Society), corporación por entonces muy activa en el estudio de las lenguas aborígenes de América del Norte (Canadá incluido). Aquí el padre Nájera halló muy favorable el ambiente para poner en práctica sus inquietudes científicas en torno de asuntos lingüísticos, y demostrar su talento para abordarlas. La Disertación sobre la lengua othomí, redactada originalmente en latín, fue su carta de presentación ante la comunidad académica norteamericana, la cual le tributó excelente acogida y le dio la mayor difusión al publicarla, en 1837, también en latín, en las Trasactions de la Sociedad.55 Ocho años más tarde, traducida al español por él mismo y a instancias del entonces presidente de la República, José Joaquín de Herrera, la publicó, como ya se dijo, en México. Y es para esta edición que compone un elocuente prólogo en el que expone y discute varias cuestiones, todas ellas de gran interés. A propósito de la historia de la lingüística en México, informa ahí que, precisamente, dicho asunto era el que originalmente le hubiera gustado desarrollar en su Disertación, sobre todo para instruir a los norteamericanos y europeos acerca de esa materia, tan desconocida para ellos. Si a la postre no le fue posible realizar el proyecto, fue en gran parte debido al hecho de no encontrar allí los suficientes elementos para darle forma, pero también porque, se percató de que no era tarea para efectuarla solo y en poco tiempo:
pensé escribir una Biblioteca Filológica Mexicana. Mas, ni pude hallar en un país extrangero, los materiales que me eran tan necesarios, ni era obra la que yo emprendía, para que bastasen a ella las fuerzas de un solo hombre (Disertación, “Prólogo”, p. viii).
Nájera, en efecto, estaba plenamente consciente no sólo de la gran cantidad de trabajos efectuados sobre lenguas indias a lo largo de tres siglos, sino también del lugar e importancia de ese arsenal para el desarrollo de la lingüística. Leamos lo que al respecto dice:
Si México ha hecho algo, o no, a favor de la lengüística [sic], es una cuestión que fácilmente se resuelve, dando una rápida ojeada, a la historia literaria de los tres siglos, poco más, que lleva de estar en comunicación con la Europa, centro y astro de la civilización moderna. […] Mas cuando se trate de Philología, mi patria presentará tales antecedentes, que lejos de avergonzarse de un descuido, que no tuvo, aparecerá rodeada de trabajos literarios, que le deben acarrear honor y aun gloria. Si la Philología no existe, sino por el estudio de las lenguas, no sé si habrá justicia para negar a México sus adelantos en esa ciencia, hasta la época, en que el ruido de las armas, las disputas del estado presente, y las inquietudes del porvenir político, le han dejado tranquilidad, para gozar del dulce y laborioso ocio de las Musas (ibid., p. v).
Y ciertamente no hablaba nada más por hablar, sino con pleno conocimiento de los hechos, pues en el siguiente párrafo demuestra estar bien familiarizado con la bibliografía historiográfica disponible en su tiempo, e incluso no le escapa el provecho que, para el mismo asunto, se puede sacar de los cronistas e historiadores de Indias:
Largo sería, si hubiera de tejerse el catálogo de los sabios, dignos de ser llamados Políglotos, de que México se enorgullece. Tales son, un Basalenque, un Hermosilla, un Castillo, un Cabrera, un Gálvez, un Haedo, un Becerra Tanco, un Alegre, un Clavijero, y otros muchísimos, cuyas biografías, y las noticias de cuyos escritos, se encuentran en las Bibliotecas de Nicolás Antonio, de Eguiara, de Beristáin, de León Pinelo, de Fray Juan de San Antonio, de Quétif y Echard;56 no menos que en las crónicas de las diversas Provincias que los Regulares fundaron en nuestro suelo (ibid., p. vi).
Mas no se piense que su concepto de historiografía se limitaba como en sus predecesores, a la relación de autores y títulos, complementada con noticias biográficas, pues él ya contemplaba la necesidad de examinar más a fondo los trabajos para extraer de ellos conclusiones aplicables en investigaciones lingüísticas de mayor alcance. He aquí su planteamiento al respecto:
Quería yo, no sólo hablar de los escritores y sus obras, como lo han hecho San Gerónimo, Nicolás Antonio, y tantos otros, sino siguiendo las huellas de Phocio,57 estractar [sic] todas las obras de que me ocupara yo, y comparar en seguida, lengua con lengua, para obtener sin resultado que cubriese el vacío que hay en la Philología, cuando llega a querer tratar de las lenguas de nuestro continente, lo que se nota de luego a luego en la historia que de esa ciencia se ha formado […] el Sr. Wiseman58 […], y lo que ha hecho suspirar al célebre Humboldt, porque acabe de conocerse la Filosofía de estas lenguas59 (ibid., p. viii).
Ahora bien, en la segunda de sus obras escrita en Estados Unidos durante su breve exilio, la Gramática de la lengua tarasca, trata también el asunto, sólo que aquí, extrañamente, lo hace con mayor amplitud, soltura y despliegue de conocimientos.
En efecto, en esta otra “disertación” (dedicada igualmente “Al pueblo americano”), el emotivo prólogo que redacta para agradecerle su hospitalidad se convierte en una verdadera introducción general al estudio de las lenguas indígenas de México. Y he dicho “extrañamente”, porque acabamos de ver que en el prólogo mexicano a su trabajo sobre el otomí (escrito con posterioridad al de la Gramática), lamenta no haberle sido posible desarrollar el tema de la historiografia lingüística mexicana y su aplicación práctica en el comparatismo, por hallarse en una situación que no le permitía disponer de los elementos básicos para llevar a buen término el proyecto. Pues bien, el panorama histórico que sobre el surgimiento, desarrollo y práctica de la lingüística en México precede a la gramática tarasca es prueba ostensible de sus sólidos conocimientos sobre el tema. De ahí se infiere que el padre Nájera no era en absoluto un estudioso improvisado sino, al contrario, un añejo, maduro, acucioso y bien informado investigador de cuestiones lingüísticas.
Con todo, no deja de resultar sorprendente el hecho de que, aun sin tener a su alcance las numerosas obras históricas y lingüísticas que cita y comenta, su repaso diacrónico resulte bastante acertado. Es verdad que dedica mayor espacio a reseñar, en primer término, la “historia de la lengua mexicana”, tan nutrida de monumentos que le hace exclamar: “¡Ojalá fuera la misma la de los otros idiomas!”; en plano secundario y con menos detalle expone la historia de los estudios sobre otras lenguas: zapoteca, mixteca, maya, matlatzinca, huasteca, etcétera. Ciertamente el padre Nájera incurre muchas veces en errores, sobre todo en lo que se refiere a nombres de autores, títulos y fechas de las obras, pero en su caso las equivocaciones son del todo justificables,60 dadas las circunstancias en las que redactó esa exposición histórica.
Por otra parte, confrontando los dos prólogos, observamos algunas discrepancias de opinión del autor respecto de la cantidad y calidad de ese acervo bibliográfico. Conviene tener presente que el “Prólogo” a la gramática tarasca fue escrito con anterioridad al de la Disertacíón. Pues bien, en este último afirma:
y no hay una sola lengua de cuantas se hablan en el territorio que se denominó Nueva España, que no cuente con su gramática, su diccionario más o menos extenso, y su catecismo; si bien, no de todas se hayan publicado por la imprenta (Disertación, “Prólogo”, p. vii).
En cambio, en el “Prólogo” de la Gramática de la lengua tarasca se muestra al respecto de distinto parecer:
Sea, pues, la causa que fuere, el hecho es que todos los idiomas indios han sido injustamente descuidados, si no es el mexicano que ha tenido la fortuna de ser apreciado y cultivado como merece por personas capaces de darlo a conocer (Gramática, “Prólogo”, p. 6).
Y más adelante agrega:
De otros [idiomas] no se conoce ni el nombre y de los restantes no hallaréis sino pequeños diccionarios y gramáticas mal formadas (ibid., p. 13).
Asimismo, si en el “Prólogo”, de la Disertación se expresa, en general y en particular, de manera bastante favorable acerca de la calidad del acervo bibliográfico existente, en el de la Gramática procede de otra, al emitir juicios drásticos sobre ciertos trabajos:
El zapoteco no tiene sino una mal formada gramática y un pequeño diccionario. Del mixteco no hay sino una pequeña gramática. El maya, con cuatro gramáticas, en que ninguna avanza a la otra, tiene tres diccionarios con que no se puede formar uno. La matlalzinca, una regular gramática y un regular diccionario. No valen más los dos que tiene la huasteca, ni sus dos gramáticas. El cakchikel tiene una gramática y un pequeño diccionario; siendo este el idioma que se hablaba en Guatemala, es de esperarse que en ese país haya sido más cuidado que en México. Cuatro gramáticas que no equivalen a una y un pequeño diccionario tenemos del tepehuano; dos gramáticas con sus compendiados diccionarios del totonaca y cuatro gramáticas con tres diccionarios en compendio del otomí y una gramática del mixe (ibid., p. 14).
No carece de interés señalar también lo siguiente: nuestro autor fue el primero que denunció la influencia de Antonio de Nebrija en los gramáticos coloniales, aunque él lo hace de manera moderada y bastante comprensiva (véase Disertación, página 38). Sin embargo, autores posteriores, como Pimentel,61 Rémi Siméon62 y Francisco Belmar,63 tratan el asunto de manera francamente negativa. Seguramente sin que fuera en realidad su atención, Nájera originó una actitud prejuiciosa hacia los gramáticos coloniales, misma que durante mucho tiempo impidió la valoración de sus trabajos de acuerdo con otros criterios.
Para terminar por ahora con este sabio precursor, no está por demás insistir en la importancia de su papel como introductor de la moderna lingüística en el México turbulento de aquellos años. A él se debe la elaboración y publicación del primer trabajo propiamente “lingüístico” y “científico” sobre lenguas indígenas de México; es decir, un estudio que ya no perseguía finalidades estrictamente pedagógicas, de interés para la evangelización de los indios, sino más bien hay que enfocarlo como una incursión y contribución intencionales para el desarrollo de esa ciencia. A él se debe, además, la introducción en México (y posiblemente también en la lengua española) del término “lingüística”, cosa que pudiera parecer trivial pero que no lo es. Pero aquí no termina la lista de sus méritos, pues por las razones que acabamos de exponer, puede considerársele también como el primer historiador moderno de la lingüística mexicana.
La historiografía lingüística mexicana durante la segunda mitad del siglo XIX
Si bien la primera mitad del siglo XIX puede considerarse en general como uno de los periodos más álgidos de la lingüística mexicana,64 la segunda, por el contrario, no puede menos que calificarse de resurgimiento fecundo. A ello, me parece, contribuyó la conjugación de tres distintos factores: humano, institucional y político. El primero está representado por la actividad intelectual que ejercen durante esa época tres recias y brillantes personalidades, a saber, Manuel Orozco y Berra (1816-1881), Joaquín García Icazbalceta (1825-1894) y Francisco Pimentel (1832-1893). Terna a la que tal vez habría que agregar los nombres de otros dos destacadísimos investigadores: José Fernando Ramírez (1804-1871) y Francisco del Paso y Troncoso (1842-1916). El factor que llamo “institucional” cristalizó, en primer lugar, en la Sociedad de Geografía, corporación que, a partir de 1850, dio notable impulso a las ciencias llamadas por aquel entonces “etnográficas”, entre las que se contaba la incipiente lingüística, conocida también como filología. El Boletín de dicha Sociedad, como veremos en seguida, prestó grandes servicios para la difusión de trabajos lingüísticos. En segundo lugar, podemos citar a otra institución que contribuyó notablemente al desarrollo de las ciencias histórico-antropológicas: fue el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía (creado en 1825), sobre todo a partir de 1877, cuando se publicó el primer volumen de sus Anales.
Finalmente, el factor “político” estuvo dado con la Intervención francesa y el efímero imperio de Maximiliano, acontecimientos que propiciaron y actualizaron la investigación científica en México, principalmente a partir de la creación de la Comisión Científica, Literaria y Artística de México, en 1864. Este último influyó también de manera decisiva en la gestación de las “sociedades de americanistas” europeas, que datan de este periodo, varias de las cuales aún perduran en actividad.
Veamos ahora con un poco más de detalle, el papel jugado por cada uno de estos factores en nuestro tema.
A decir verdad, de los tres sabios citados a la cabeza del factor “humano”, solamente García Icazbalceta practicó -,y de manera magistral- la historiografía lingüística; a Francisco Pimentel le interesaba sobre todo la aplicación del método comparativo, con miras a esclarecer y establecer las relaciones genéticas de las lenguas de México; a Orozco y Berra, la clasificación y distribución geográfica de las mismas, como lo demuestra su obra principal en lingüística: Geografía de las lenguas y Carta etnográfica [lingüística] de México, publicada en 1864 a expensas del gobierno de Maximiliano.
De igual modo, de los otros dos estudiosos mencionados, sólo Francisco del Paso y Troncoso tuvo que ver en la historiografía lingüística, pero esto lo veremos más adelante, en el lugar cronológico correspondiente.
Para retomar este orden, empecemos por la benemérita Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (título que le fue dado en 1918) y su Boletín. Creada en 1833 por iniciativa del conde José Gómez de la Cortina (1799-1860), con el nombre de Instituto Nacional de Geografía y Estadística de la República Megicana, logró cristalizar en 1835 luego del restablecimiento del orden político; en 1849, al fusionarse con la Comisión de Estadística Militar, recibió el nombre que hasta la fecha conserva, y fue ratificada por decreto del presidente Mariano Arista en 1851. Desde su creación, la Sociedad contó entre sus miembros a las más distinguidas personalidades intelectuales tanto de la capital cuanto de provincia (el presidente Juárez, por ejemplo). Conviene señalar desde ahora que, a pesar de la razón específica que condujo a la instauración de ese organismo, es decir el estudio de cuestiones geográficas y estadísticas, éste desde muy pronto manifestó mayor pluralidad de intereses. En efecto, prácticamente desde su fundación, pero sobre todo a partir de su consolidación definitiva en 1849-1851, la Sociedad abrió de par en par sus puertas a miembros con inquietudes históricas, lingüísticas y, en general, antropológicas. La presencia y actuación de estos estudiosos quedó plasmada en el Boletín, publicación que comenzó a editarse en el año 1839, pero que no logró afianzarse sino a partir de la década de los cincuenta, adquiriendo aún mayor continuidad y vigor después de 1860.
Por lo que respecta a la lingüística, considerable tiempo y espacio nos llevaría detallar la gran cantidad y variedad de artículos, ensayos, notas, reseñas, reimpresiones de trabajos antiguos, etcétera, que se publicaron en dicha revista a lo largo de esta segunda mitad del siglo XIX. Por ello, nos limitaremos aquí a dar cuenta sólo de los trabajos historiográficos.
En primer lugar, cabe citar la “Noticia de las personas que han escrito o publicado algunas obras sobre idiomas que se hablan en la República”, publicada en el tomo VIII (1a. época), correspondiente al año de 1860, pero realmente aparecido en 1862. El artículo, que ocupa las páginas 374-386, está firmado por el sacerdote e historiador guanajuatense José Guadalupe Romero (1814-1866), con fecha 31 de octubre de 1861. Se trata de un catálogo alfabético de escritores en lenguas indígenas de México y Guatemala, dividido en dos partes: la primera y más extensa, comprende un número ligeramente superior a 200 entradas por apellido de autor; la segunda, consiste de dos apartados: uno, compuesto de siete “notas”, en las que el autor explica sucintamente algunos aspectos de su bibliografía; otro, reservado a los escasos autores “nacionales” y “extranjeros” que han producido algún escrito sobre lenguas indígenas después de la Independencia y hasta el año (1861) en que da término a su “noticia” (seis nacionales, cuatro extranjeros).
Ahora bien, fuera del descriptivo título del trabajo, el autor no indica con qué propósitos lo efectuó: simplemente entra de lleno en materia. En la primera de las “notas” aludidas (página 385) informa que la fuente principal de su bibliografía -a no dudarlo- fue la Biblioteca de Beristáin, la cual equivocadamente cita con el título de Biblioteca hispano-mexicana. El trabajo del padre Romero es en general bastante descuidado y pareciera que lo redactó muy a la ligera; abundan en él los errores de todo tipo: nombres de autores, títulos de trabajos, fechas de edición, etcétera. Su principal valor, me parece, consiste en que es la primera selección exhaustiva que se hace y publica en México sobre esta clase de autores y escritos (en este catálogo los autores de gramáticas y diccionarios sobrepasan a los de tratados religiosos: 118 contra 91).
Es muy posible que el padre Romero ignorara que, pocos años antes de que él preparara y publicara su “Noticia”, se había editado en Londres la obra póstuma de Hermann Ernst Ludewig (1809-1856), The Literature of American Aboriginal Languages,65 y, justo en el año en que él daba término a su catálogo de autores, Ephraim George Squier (1821-1888) publicaba en Nueva York un trabajo similar.66
Diez años después de la publicación de la “Noticia” del padre Romero, vuelve a aparecer en el Boletín una contribución historiográfica de carácter aún más singular: no es uno más de los catálogos bibliográficos que proliferarán en Europa y en América durante esta segunda mitad del siglo XIX, sino algo distinto. Se trata del artículo de Carl Hermann Berendt (1817-1878), intitulado “Los trabajos lingüísticos de Juan Pío Pérez”, impreso en el tomo III (2a. época), 1871, páginas 5861. Con este trabajo el sabio alemán introduce la modalidad de estudiar con más detenimiento y detalle la obra de un autor en particular, en este caso la del destacado historiador y lexicógrafo mayista Juan Pío Pérez (1798-1859), a quien se debe el rescate de numerosos documentos importantes para la historia de Yucatán, así como la elaboración del Diccionario de la lengua maya, entre muchos otros estudios lingüísticos.
Berendt comenzaba el mencionado artículo señalando que:
Es cosa extraña que en Yucatán, donde no solamente los indios conservan la lengua maya, sino que también los blancos y mestizos la hablan, y donde nunca han faltado hombres instruidos y estudiosos en otros muchos ramos, haya sido tan corto el número de personas dedicadas al estudio de esta lengua, tan bella y expresiva como importante para la historia antigua de este continente.
Pero he aquí que, paradójicamente, en una de las entregas posteriores del Boletín, incluida en ese mismo tomo III, el presbítero yucateco Crescencio Carrillo y Ancona (1837-1897) publicó un docto artículo que debió abochornar al sabio doctor Berendt, pues se trataba justamente de una “Disertación sobre la literatura antigua de Yucatán” (páginas 257-271), en la que el autor hace una relación bastante pormenorizada del legado literario, filosófico, artístico e histórico del pueblo maya. Y por si esta lección no fuera suficiente, al año siguiente, 1872, en el tomo IV del Boletín, el mismo presbítero sacó un nuevo y extenso ensayo que debió avergonzar aún más al temerario Berendt: los “Estudios bibliográficos: disertación sobre la historia de la lengua maya o yucateca” (páginas 134-195). Trabajo que, en realidad, no es propiamente una “historia de la lengua maya”, en el sentido en que entendemos hoy ese concepto, sino un repaso detallado y crítico de la historia de los estudios que sobre dicha lengua se hicieron, desde el siglo XVI hasta el tiempo en que Carrillo escribía su “Disertación”, incluyendo al propio Berendt y al célebre abate Brasseur de Bourbourg, con quien concluye su impresionante relación de cultivadores de la lengua maya.
A diferencia de sus predecesores, Carrillo no se limita a espigar la Biblioteca de Beristáin para formar su propio elenco de autores de escritos lingüísticos, sino que da muestras de ser un estudioso con ideas más amplias y modernas de los procesos y métodos de investigación historiográfica. Sus fuentes las constituyen tanto historiadores antiguos (De Landa, López de Cogolludo), cuanto autores modernos, sus contemporáneos (Berendt, García Icazbalceta, Brasseur, Sosa, Sierra, Pimentel), sin olvidar sus propias aportaciones a la materia sustentadas en sus indagaciones. Sin duda, los estudios del que más tarde sería obispo de Yucatán (1887-1897), son con mucho de los mejores que se escribieron en esa época.
Por lo que respecta al papel de los Anales del Museo Nacional en el desarrollo de la historiografía lingüística, consistió básicamente en un ambicioso proyecto que, seguramente por ambicioso, sólo cristalizó en parte. Su principal promotor, el doctor Jesús Sánchez (1842-1911), que fue director del Museo Nacional, expuso el proyecto en un breve pero muy interesante artículo impreso en el tomo III (1886) de Anales, bajo el encabezado “Lingüística de la República Mexicana” (páginas 279-280; el artículo está fechado en enero de 1885).
En resumen, el doctor Sánchez planeaba nada menos que hacer reimprimir el mayor número posible de artes y vocabularios de lenguas indígenas existentes, con el fin de ponerlos al alcance de los investigadores que en aquellos momentos trataban de resolver las innumerables incógnitas que ofrecían los diversos grupos étnicos. Al igual que la gran mayoría de los sabios de aquel tiempo, Jesús Sánchez estaba totalmente convencido de que la lingüística era capaz no sólo de esclarecer esos enigmas, sino además podía contribuir a resolver ancestrales y graves problemas indigenistas del país (o sea, la misma historia de siempre), Como ejemplo de las obras lingüísticas susceptibles de reedición, incluía el defectuoso e incompleto catálogo de Clavijero (que extrae de 1a edición inglesa de la Historia antigua de México, Londres, 1826), cuando bien pudo reproducir la parte concerniente a la lingüística del catálogo establecido por Romero en 1861, con menos defectos y omisiones que el del jesuita expulso. Sea como fuere, el doctor Sánchez, carente de formación filológica, no tenía clara idea del embrollo en el que se estaba metiendo pues, para empezar, muchas de las obras citadas por Clavijero eran conocidas sólo por referencias, pero se ignoraba su paradero; de otras, que sí se habían impreso, los ejemplares eran tan escasos y en poder de avaros libreros y desconfiados coleccionistas, que resultaba muy difícil conseguirlos, aun para los fines pregonados por nuestro doctor. Con todo, éste logró, primeramente, saborear dos frutos de su proyecto, pues en 1885 y 1886 vieron la luz, respectivamente, las reimpresiones de las artes mexicanos de De Tapia Zenteno (1753) y de Vázquez Gastelu (1689). Más frutos se obtuvieron cuando el doctor tuvo la feliz idea de involucrar en el proyecto nada menos que al célebre “cazador” y editor de documentos históricos, don Francisco del Paso y Troncoso. Éste de inmediato puso manos en la obra, como lo demuestra el artículo que al respecto escribió y publicó en una de las entregas del mismo tomo III de Anales (páginas 321-324), con igual título que el de Sánchez.
La amplia experiencia de Del Paso y Troncoso en asuntos bibliográficos y editoriales, hizo que el proyecto ganara en orden, viabilidad y coherencia. Para empezar, lo redujo a un programa de más factible realización. Puesto que Anales ya se había iniciado con la reimpresión de dos artes del mexicano, optó por continuarlo en la misma dirección, dando a la imprenta el mayor número posible de gramáticas de dicha lengua, por lo que a esta etapa se le denominó “Colección de gramáticas de la lengua mexicana”. Hubo también un cambio en la forma de publicación, pues en lugar de editar los trabajos de una vez y por separado, en lo sucesivo se publicarían por partes, en fascículos suplementarios a las entregas de Anales, materiales que, a su vez, conformarían otros tantos tomos. Al principio, Del Paso y Troncoso previó cuatro de ellos: tres destinados a las obras lingüísticas de dicha lengua, dispuestas en cada tomo según el orden cronológico; el cuarto “destinado exclusivamente para los estudios críticos, comparativos, progresivos y de conjunto”.
Pero ni aun con las modalidades que Del Paso y Troncoso impuso al proyecto, logró éste, por desgracia, alcanzar satisfactoriamente las metas previstas. De las 20 obras gramaticales del mexicano que se planeó reimprimir, sólo nueve de ellas lograron este privilegio (De Tapia, Vázquez, Olmos, Molina, Rincón, Galdo, Carochi, Carranza y Vetancurt) y el planeado tomo cuarto, cuyo contenido sería el que aquí más nos interesará, nunca llegó a realizarse.
En el año de 1904, el propio Del Paso y Troncoso, con la colaboración de Luis González Obregón, reunió en un volumen publicado por el Museo Nacional y bajo el título de “Colección de gramáticas de la lengua mexicana”, seis de las obras reimpresas como suplemento de Anales (Olmos, Molina, Rincón, Galdo, Carochi y Vetancurt), y con ello terminó la historia del proyecto Sánchez-Del Paso.
Ahora bien, justo es reconocer el valor y méritos de dicha empresa, que son muchos, entre los cuales podemos destacar su repercusión en otros ámbitos.
En efecto, si bien la idea del doctor Sánchez seguramente tuvo su origen en las reimpresiones de esta clase de obras efectuadas primero por la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y luego por Rémi Siméon en Francia,67 el hecho de que la haya externado en Anales fue suficiente para encontrar de inmediato émulos deseosos de hacer lo mismo. Así, en el mismo año en que aquél comunica (recuérdese que su nota lleva la fecha enero de 1885) al público su plan y aparecen reimpresas las artes de De Tapia y Vázquez, el doctor Antonio Peñafiel corre a las parejas publicando, con apoyo de la Secretaría de Fomento, el Arte Mexicana del jesuita Antonio del Rincón (1595) y, al año siguiente, 1886, imprime por primera vez una Gramática zapoteca, de autor desconocido, escrita probablemente en el transcurso del primer cuarto del siglo XIX. Por su parte, el doctor Nicolás León hace otro tanto al reimprimir en Morelia, también en 1886, el Arte del idioma zapoteco de fray Juan de Córdova (1578).
A propósito de estos diligentes editores cabe señalar lo siguiente, en relación con la manera de efectuar sus publicaciones. Si bien Peñafiel redacta una breve “Introducción” (páginas iii-v) para acompañar la edición del Arte de Del Rincón, con la Gramitica zapoteca procede de manera diferente, pues para ésta compone un pertinente y bien documentado ensayo histórico-bibliográfico, destinado a introducir a los neófitos en el campo de los estudios lingüísticos zapotecos. Modestamente intitula este estudio introductorio “Notas bibliográficas”, y está dividido en dos partes principales: en la primera, al inicio, refiere brevemente algunos aspectos relacionados con la obra anónima que imprime (páginas v-ix); en seguida da cuenta de los “Escritores [antiguos y modernos] que se han ocupado de la lengua zapoteca” (páginas ix-xlvi). La segunda parte la compone su propia bibliografía, es decir, los autores y obras (también antiguos y modernos) que consultó para realizar su estudio (páginas il-liv). Pero si todo esto no le hubiera resultado suficiente al acucioso doctor Peñafiel, remata su estudio con un impresionante “Resumen bibliográfico” (páginas lv-lvii), consistente en un minucioso cuadro a tres columnas en el que registra autores y obras relacionados con la historia cultural y lingüística de Oaxaca y de los zapotecos.
De manera parecida -sólo parecida- procede el doctor León con su reimpresión del Arte de fray Juan de Córdova, la cual, aunque también lleva la fecha de 1886, aparece antes de la cuidada por Peñafiel, como se puede leer en varios lugares del estudio que acabamos de comentar. La “Introducción” de Nicolás León, hay que decirlo, es mucho menos esmerada que la de Peñafiel, a pesar de que procuró seguir un plan similar. Como recurso quizás último, León reimprime los capítulos 35 y 36 del Cuadro descriptivo y, comparativo de las lenguas indígenas de México de Francisco Pimentel (páginas xxix-ixxix).
Comoquiera, estos dos autores, cada uno por su lado, hicieron lo que por desgracia Del Paso y Troncoso sólo prometió. Por otro lado, los estudios de aquéllos son buenos y dignos exponentes de la labor historiográfica mexicana del periodo.
Estos años 1885-1886 resultaron particularmente significativos para nuestro campo pues, además de los señalados, vieron también la luz dos excelentes ejemplos de la bibliografía americanista: en 1885 las Proof-sheets ofa Bibliography oithe Languages of the North American Indians, monumental trabajo realizado por James Constantine Pilling (Washington, 1885); y en 1886 la admirable e inigualable Bibliografía mexicana del siglo XVI,68 de Joaquín García Icazbalceta. La de Pilling, como su nombre lo sugiere, es una bibliografía especializada en lenguas indígenas de Norteamérica (México incluido) que registra obras escritas, publicadas o inéditas, desde el siglo XVI al XIX. Trabajo sumamente minucioso, producto de una investigación seria y profunda, su consulta sigue siendo hasta hoy bastante redituable, no obstante que el autor lo publicó con carácter provisional, aspecto que se evidencia en el título: Proof-sheets of a Bibligraphy, “Pruebas-galeras de una bibliografía”. Por esta razón su edición fue limitada: 100 ejemplares para ser distribuidos únicamente entre los colaboradores del autor, más diez suplementarios con los folios impresos sólo de un lado, para dejar el otro a las anotaciones que harían ciertos expertos. La versión final, una vez integradas las observaciones, estaba destinada a conformar el tomo X de las Contributions to North American Ethnology, pero por diversas causas nunca llegó a publicarse.
Veinte años antes de la aparición de la Bibliografía mexicana del siglo XVI, Joaquín García Icazbalceta había sacado a luz de su propia imprenta una obrita que se puede considerar como el antecedente más directo de aquélla: los Apuntes para un catálogo de escritores en lenguas Indígenas de América. El origen de este texto fue una invitación que le dirigió desde Nueva York el ya citado Hermann Berendt (quien entonces se encontraba en esa ciudad), para colaborar en una nueva edición, corregida y aumentada, de la obra de Ludewig.
Los Apuntes son, pues, el resultado de un buen número de observaciones, precisiones y adiciones al trabajo de Ludewig, en lo que se refiere a escritos y autores mexicanos de la época colonial. Tienen además la particularidad de estar basados en impresos y manuscritos que García Icazbalceta vio, palpó e, incluso, no pocos de ellos fueron de su propiedad. Naturalmente, entre los escritores que son objeto de sus “apuntes” abundan y destacan los autores de estudios lingüísticos, de quienes nos entrega preciosos datos.
Pero la obra maestra de este autor y de la bibliografía mexicana de todos los tiempos fue, sin duda, la que dedicó al periodo más importante -y quizá, también, interesante- de la Colonia. Producto de 40 años de labor continua, esta bibliografía general de impresos e inéditos novohispanos efectuados en el siglo XVI, superó con creces a todas las anteriores. En efecto, la de García Icazbalceta no se limita a dar sucinta y puntual relación de autores, títulos, fechas e indicaciones biográficas, sino que tiene un carácter “razonado”, es decir, “fundada en razones y documentos” y, además, en la enorme capacidad, erudición, talento y genio del autor. Cada impreso, cada obra registrada en el monumental y depurado elenco va acompañada, además de los detalles bibliográficos de rigor, de valiosísimas noticias, las cuales en muchas ocasiones concluyen en doctísimas y provechosas lecciones de historia: verdaderas piezas de orfebrería literaria. Sobra mencionar que los trabajos lingüísticos impresos en ese siglo ocupan lugar privilegiado, por lo cual los historiadores de la lingüística han encontrado un camino allanado e iluminado, gracias a las investigaciones de este sabio ejemplar. Es verdad que el trabajo de García Icazbalceta sólo cubre un periodo, por así decir, pequeño de la historia bibliográfico-lingüística mexicana pero, por una parte, de toda la Colonia, es en el siglo XVI cuando se ejerce mayor actividad lingüística y, por otra, que su ejemplo pronto incitó a otros estudiosos a continuar y enriquecer su obra, como lo testimonian los trabajos de Vicente de Paid Andrade,69 Nicolás León70 y, posteriormente, Henry R. Wagner,71 entre muchos otros.
El siglo XIX en general, y en particular su segunda mitad, fue una época que manifestó gran interés por la historiografía lingüística mexicana. No podía esperarse menos de una centuria tan inclinada -y finalmente dominada- por el historicismo.
Para concluir con este tan fecundo periodo historiográfico, resta sólo referimos brevemente a las principales aportaciones en la materia que nos legó su último decenio, justamente el del “cuarto centenario”, y que son fundamentalmente dos: una, de carácter monográfico-crítico, publicada en Alemania en 1891; otra, de tipo bibliográfico, editada en España en 1892.
La primera es el libro del jesuita Joseph Dahlmann, Die Sprachkunde und die Missionen (“La lingüística y las misiones”),72 sólido trabajo en el que el autor realiza un repaso a la producción bibliográfico-lingüística emanada de la actividad misional desarrollada en el mundo por las distintas órdenes religiosas católicas, desde 1500 hasta 1800. El texto se inicia con las referencias bibliográficas que lo sustentan (páginas v-xi), entre las cuales encontramos los nombres de Beristáin y García Icazbalceta. Le sigue una “Introducción” (páginas 1-6), la cual precede al estudio propiamente dicho, distribuido en cinco capítulos: el cuarto corresponde a América (que comienza con las lenguas del Perú), en donde reserva los incisos 3 al 8 (páginas 90-110) a las lenguas de México.
La segunda de las obras historiográficas que rematan esta feraz centuria, es nada menos que la Bibliografía española de lenguas indígenas de América,73 preparada por el diligente filólogo y bibliógrafo Cipriano Muñoz y Manzano, mejor conocido como el Conde de La Viñaza. La Bibliografía de este insigne sabio español es resultado de un laborioso y concienzudo esfuerzo, destinado sobre todo a reivindicar y a encarecer la contribución de España y de los españoles a la configuración de la moderna ciencia lingüística. En el encendido y apasionado “Prólogo” que escribió para su trabajo, el Conde de La Viñaza expone buenas y válidas razones para considerar a España en primerísimo lugar. Las 1 188 entradas bibliográficas que dan cuerpo a la obra justifican sobradamente sus reclamos.
Ahora bien, entre los múltiples méritos que tiene esta obra, uno de los más destacables es el de ser una “bibliografía de bibliografías”, pues el autor tuvo buen cuidado de espigar todos los catálogos y bibliografías publicados hasta ese momento: las 53 entradas que integran la “Lista de bibliografías y catálogos…” (páginas xix-xxv), lo testifican. Otra virtud digna de mención, consiste en que incluye ciertos trabajos inéditos como, por ejemplo, el “Quaderno de algunas reglas y apuntes sobre el idioma pame…”, escrito por fray Francisco Valle74 en el siglo XVIII (páginas 287-314).
Buen broche, pues, para un final de siglo, y una excelente manera de conmemorar un cuarto centenario con el retumbante eco de innumerables y vigorosas voces indianas que España en tres siglos no logró acallar ni, mucho menos, aniquilar.75
Sobre el autor
Ignacio Guzmán Betancourt
Dirección de Lingüística, INAH.
Citas
- Véase mi artículo ” Policía y barbarie de las lenguas indígenas de México, según la opinión de gramáticos e historiadores novohispanos”, en Estudios de Cultura Náhuatl, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1991, vol. 21, pp. 179-218. [↩]
- Cf. mis trabajos, “Dialecto: una noción lingüística desafortunada”, en Nemesio Rodríguez, Elio Masferrer y Raúl Vargas, editores, Educación, etnias y descolanización en América Latina. Una guía para la educación bilingüe bicultural, México, UNESCO/III, 1983, vol. II, pp. 389-399; “Noticias tempranas acerca de la variación dialectal del náhuatl y de otras lenguas de México”, en Estudios de Cultura Náhuatl, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1993, vol. 23, pp. 83-116. [↩]
- Véase Juan M. Lope Blanch, “La lingüística en la Universidad de México: un precursor sin par”, en Nuevos estudios de lingüística hispánica, México, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM, 1993, pp. 181-189. [↩]
- Véase ‘La carrera de lingüista en la Universidad”, en Investigaciones Lingüísticas, órgano del Instituto Mexicano de Investigaciones Lingüísticas, México, septiembre-octubre de 1939, t. I, núm. 2, pp. 61-64. [↩]
- Al respecto véase Margarita Nolasco Armas, “El ILV en México”, en Indigenismo y lingüística, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM (Serie Antropológica, 35),1981, pp. 141-151; Andrés Fábregas, “El ILV y la penetración ideológica”, ibid., pp. 153-158; Pedro Alisedo et al., Instituto Lingüístico de Verano, México, Revista Proceso, 1981, 119 pp. [↩]
- Ma. Teresa Fernández (1950), Evangelina Arana (1957), Moisés Romero (1957), Leonardo Manrique (1960), Roberto Escalante (1960), Carlos Robles (1961), Daniel Cazés (1964), Robert Bruce (1965), Juan José Rendón (1966), Otto Schumann (1967) y Ma. Cristina Álvarez (1967). Cf. Felipe Montemayor, 28 Años de antropología, tesis de la ENAH, México, INAH, 19711, passim. [↩]
- Véase, por ejemplo, Jean Piaget, El estructuralismo. Estudios y ensayos fundamentales, 2a. ed. en español, Buenos Aires, Proteo, 1969,124 pp. [↩]
- Georges Mounin, Claves para la lingüística, traducción de Felisa Marcos, Barcelona, Anagrama, 1974. Clefs pour la linguistique, la. ed. en francés, Paris, Editions Seghers, 1968. [↩]
- Bertil Malmberg, Los nuevos caminos de la lingüística traducción de Juan Almela, México, Siglo XXI, 1967, p. 3. Nya vägar inom spräkforskningen, 1ed. en sueco, Stockholm, 1959; 2a.ed sueco, corregida y aumentada, 1967. Cf. mi artículo “Primeros empleos de la palabra ‘lingüística’, en México”, en Plural, Revista Cultural de Excélsior México, febrero de 1993, núm. 257, pp. -52-57 (ponencia presentada en el Coloquio Jakobson, ENAH, México, julio de 1992). [↩]
- Cf. Georges Mounin, op. cit., pp. 9 y 20. [↩]
- Vilhelm Thomsen, Sprogvidenskabens Historie, Kobenhavn, 1902. Reimpresa en 1919 en el primer tomo de sus Samlede Afhandlingen (“Obras completas”). [↩]
- V. Thomsen, Geschichte der Sprachwissenschaft, traducción de H. Pollack, Halle, 1927; Historia de la lingüística, traducción, prólogo, versión y epílogo de Javier de Echave-Sustaeta, Barcelona, Labor (Ciencias Literarias, 418), 1945, 168 pp. [↩]
- Holger Pedersen, The Discovery of Language, traducción de John Webster Spargo, Harvard, Harvard University Press, 1931. Reimpresa por lndiana University Press, Bloomington, 1962, 360 pp. Sprogvidenskaben i det NittendeAarhundrede: Metoder og Resultater, 1a . ed. en danés, Kobenhavn, 1924. [↩]
- Otto Jespersen, Language: Its Nature, Development and Origin, London, Allen y Unwin, 1922, Book 1, “History of Linguistic Science”, pp. 19-99. [↩]
- Iorgu Iordan, Introducere in studiul limbilor romanice. Evolutie si starea actuala a lingvisticii romanice, lasi, 1932. An Introduction to Romance Linguistics. Its Schools and Scholars, traducción, revisión y notas de John Orr, London, 1937. La traducción española apareció 30 años después de la inglesa: Lingüística románica. Evolución, corrientes, métodos, reelaboración parcial y notas de Manuel Alvar, Madrid, Ediciones Alcalá (Romania, Serie Lingüística), 1967, 755 pp. [↩]
- Benvenuto Terracini, Guida allo studio della linguistica storica. Profilo storico-critico, prima parte, Roma, Edizioni dell’Ateneo (Studi e Guide di Filologia e Linguistica), 1949,273 pp. [↩]
- Fernando Lázaro Carreter, Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1949 (Anejo XLVIII de la Revista de Filología Española); 2a. ed. con prólogo de Manuel Breva Claramonte, Barcelona, Crítica/Grijalbo (Filología), 1985, 302 pp. [↩]
- R. H. Robins, Ancient and Mediaeval Grammatical Theory in Europe, with Particular Reference to Modern Linguistic Doctrine, London, Bell y Sons, 1951,103 pp. [↩]
- Carlo Tagliavini, Panorama di storia della linguistica, Bologna, Pátron, 1963,430 pp. [↩]
- Maurice Leroy, Les grands courants de la linguistique moderne, Bruxelles, Presses Universitaires de Bruxelles, 1964. Las grandes corrientes de la lingüística, la.ed. en español, traducción de Juan José Utrilla, México, FCE (Sección de Lengua y Estudios Literarios), 1969,190 pp. [↩]
- Bertil Malmberg, Los nuevos caminos de la lingüística, loc. cit. Este libro del maestro de Lund no es precisamente una historia de la lingüística, sino una introducción general a la ciencia, con gran énfasis en su desarrollo histórico. [↩]
- Tristano Bolelli, Per una storia della ricerca lingüística, testi e note introduttive, Napoli, Morano, 1965, 610 pp. [↩]
- R. H. Robins, A Short History of Linguistics, London, Longmans (Longmans’ Linguistics Library), 1967, 248 pp. [↩]
- Georges Mounin, Histoire de la linguistique, des origines au XXe siécle, Paris, Presses Universitaires de France, 1967. Historia de la lingüística, desde los orígenes al siglo XX, la. ed. en español, versión de Felisa Marcos, Madrid, Gredos (Biblioteca Románica Hispánica, Serie Manuales), 1968, 235 pp. Luis Fernando Lara publicó una reseña de este libro en Nueva Revista de Filología Hispánica (NRFM, XX-1), 1971, pp. 121-123. [↩]
- Werner Bahner, La lingüística española del Siglo de Oro. Aportaciones a la conciencia lingüística en la España de los siglos XVI y XVII, Madrid, Ciencia Nueva, 1966, 202 pp. Título original en alemán: Beitrag zum Sprachbewusstein in der spanischen Literatur des 16 und 17 Jahrhunderts, Berlin, Rütten y Loening, 1956. [↩]
- Manuel Mourelle Lema, La teoría lingüística en la España del siglo XIX, Madrid, Prensa Española (El Soto, 8), 1968,438 pp. Hay reseña de L. F. Lara en NRFH, XX-2, 1971, pp. 404-407. En años más recientes a los nuestros han aparecido otras obras importantes para la historiografía lingüística española, entre las que podemos citar las siguientes: José Polo, Epistemología del lenguaje e historia de la lingüística, Madrid, Gredos, 1986, 179 pp.; Ma. Luisa Calero Vaquera, Historia de la gramática española (1847-1920). De Belloa Lenz, Madrid Gredos, 1986, 294pp.; Antonio Quilis, editor, The History Linguistics in Spain, Amsterdam (Studies in the Theory and History of Linguistic Science), John Benjamins, Amsterdam y Philadelphia, 1986, vol. 34, 357 pp. [↩]
- John Lyons, Introduction to Theoretical Linguistics, London, Cambridge University Press, 1968. Introducción en la lingüística teórica, la. ed. en español, versión de Ramón Cerdá, Barcelona, Teide, 1971 (con varias reediciones). [↩]
- Op. cit., p. 2. [↩]
- Loc. cit., “Introducción”, p. 7. [↩]
- Bertil Malmberg, Los nuevos caminos.., op. cit., p. 5. [↩]
- Bertil Malmberg, Hístoire de la linguistique: de Sumer á Saussure, Paris, Presses Universitaires de France (PUF-Fondamental), 1991, 496 pp. [↩]
- Ibid., “Introduction”, pp. 5-6. [↩]
- Sylvain Auroux y Francisco Queixalos, editores, Pour une histoire de la linguistique amérindienne en France, hommage á Bernard Pottier, suplemento de Amerindia, Revue d’Ethnolinguistique Amérindienne, Paris, 1984, núm. 6, 420 pp. [↩]
- Sylvain Auroux, editor, Histoire des idées linguistiques, 2 tomos, Liege et Bruxelles, Pierre Mardaga, editor (Philosophie et Langage), 1989-1992: t. I, La naissance des métalangages en Orient et en Occident, 510 pp.; t. II, Le développement de la grammaire occidentale, 683 p p. [↩]
- Ibid., “Avant-propos”, p. 10. [↩]
- Cf. José Luis Suárez Roca, Lingüística misionera española, Oviedo, Pentalfa Ediciones (El Basilisco), 1992, 323 pp. [↩]
- Entre los primeros cabe citar a Juan de Valdés, quien en su Diálogo de la lengua (ca. 1535- 1536) en repetidas ocasiones ataca al gramático andaluz. [↩]
- Cf. Antonio Alatorre, Los 1001 años de la lengua española, México, Bancomer, 1979, p. 173, y también Carlo Tagliavini, op, cit., p. 43. [↩]
- E incluso años después de la publicación de la Gramática castellana, se seguía pensando que las lenguas vulgares eran incapaces de sujeción gramatical, como expresamente lo declara Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua: “porque ya sabéis que las lenguas vulgares de ninguna manera se pueden reduzir a reglas de tal suerte que por ellas se puedan aprender; y siendo la castellana mezclada de tantas otras, podéis pensar si puede ninguno ser bastante a reducirla a reglas”. [↩]
- Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, obra escrita a fines del sino XVI, publicada por primera vez en 1870 por Joaquín García Icazbalceta, Reimpresa facsimilarmente por Porrúa, México (Biblioteca Porrúa, 46),1980. [↩]
- Fray Juan de Grijalva, Crónica de la orden de N. S. P. Agustín en las provincias de Nueva España (la. ed., México, 1624; 2a. ed., México, 1924), México, Porrúa (Biblioteca Porrúa, 85), 1985. [↩]
- Carlos de Tapia Zenteno, Arte novíssima de lengua mexicana, en México, por la viuda de D. Joseph Bernardo de Hogal, año de 1753. Reimpresa en la Colección de Gramáticas de la Lengua Mexicana, México, Imprenta de I. Escalante, 1885. Edición facsimilar publicada por Edmundo Aviña Levy, Guadalajara, 1967. [↩]
- José Agustín de Aldama y Guevara, Arte de la lengua mexicana, México, 1754. [↩]
- “Bibliotheca. Se llaman también assí algunos libros, u obras de algunos Autores que han tomado el assunto de recoger y referir todos los Escritores de una Nación que han escrito obras, y las que han sido, de que tenemos en España la singular y tan celebrada de Don Nicolás Antonio”, Diccionario de Autoridades, 1726, s.v. [↩]
- Antonio de León Pinelo, Epítome de la Bibliotheca Oriental y Occidental, Náutica y, Geográfica, Madrid, 1629. [↩]
- Nicolás Antonio, Bibliotheca Hispana Vetus, sive Hispanorum, qui uscuam unquam ve scripto aliquid consignaverunt, notitia… Roma, 1696. [↩]
- Acerca de estos autores, incluido De Eguiara y Eguren, véase el extenso, erudito y pertinente “Estudio preliminar” de Ernesto de la Torre Villar, preparado para la edición de la Biblioteca Mexicana, 5 tomos, publicada por la Coordinación de Humanidades de la UNAM, México, 1986-1989, t. 1, PP. li-ccclvii. [↩]
- Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México, edición y prólogo de Mariano Cuevas, México, 1945. Reimpresa por Porrúa, México (Sepan Cuantos…, 29),1964. Cf. “Catálogo de autores europeos y criollos que han escrito de doctrina y moral cristiana, en las lenguas de la Nueva España”, pp. 555-557. [↩]
- Su título completo es: Biblioteca Hispano-americana Septentrional o Catálogo y noticia celos literatos que o nacidos, o educados en la América Septentrional Española, han dado a luz algún escrito, o lo han dexado preparado para la prensa, 1a. ed., 3 vols., México, 1816-1821; 2a. ed., Amecameca, 1883; 3a. ed., 2 vols., México, Ediciones Fuente Cultural, 1947; 4a. ed., 3 vols., México, UNAM /Claustro de Sor Juana, 1981. [↩]
- HenriTernaux, Bibliothéque Américaíne ou catalogue des ouvrages relgtifs á l’Amérique qui ont paru depuis sa découverte jusqu´á l’án 1700, Paris, Arthus-Bertrand, 1837,191 pp. [↩]
- Cf. Henry R. Wagner, “Henri Ternaux: The First Collector of Hispanic-Americana”, en Revista Interamericana de Bibliografía, Washington, 1954, vol. IV, núm. 4, pp. 283-298. [↩]
- Cf. Ignacio Guzmán Betancourt, “Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera, primer lingüista mexicano”, en Carlos García Mora, coordinador, La antropología en México.. Panorama histórico, México, INAH (Biblioteca), 1988, vol. 11, pp. 19-34. Reimpreso en Estudios de Cultura Náhuatl, 1990, vol.20, pp.245-59; “Primeros empleos de la palabra ‘lingüística’, en México”, Loc. cit., pp. 55-56. [↩]
- Manuel Crisóstomo Náxera, Disertación sobre la lengua othomí México, Imprenta del Águila, 1845, p. xiii, 145 pp. [↩]
- La publicó por primera vez Eufemio Mendoza (1840-1876) en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y estadística, 1872, 2a, época, t. IV, pp. 664-684. En 1944 se hizo la segunda edición (primera en forma de libro), precedida de una introducción biobibliográfica, notas y apéndices de Joaquín Fernández de Córdoba, publicada por la editorial Libros de México. [↩]
- De Lingua Othomitorum Dissertatio, en Transactions oí the Americon Philosophical Society, Filadelfia (New Series), 1837, vol. V, pp. 249-286. [↩]
- Jacques Quétif y Jacques Echard, Scriptores Ordinis Praedicatorum, 2 vols., Paris, Ballard y Simart, 1719-1721. [↩]
- Phocio (ca. 820-ca. 895), teólogo bizantino autor de varias obras entre las que destaca el Myriobiblon, conocido también como Biblioteca de Focio, en la que analiza y comenta una gran cantidad ese autores de su tiempo. [↩]
- Discursos sobre las relaciones que existen entre la religión y las ciencias, discurso 1º. obra preciosas que ha traducido del francés al castellano, el señor Bonilla, que fue Ministro de México, cerca de la Santa Sede (N. del A.). [↩]
- Discours sur l’étude fondamental des langues (N. del A.). [↩]
- Errores corregidos, fuera del texto, por el diligente editor Joaquín Fernández de Córdoba en la edición de 1944. [↩]
- Cf. Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México o tratado de filología mexicana, 2 tomos, México, Imprenta de Andrade y Escalante, 1862. Véase t. 1, “Introducción”, p. xliv. [↩]
- Apud Andrés de Olmos, Grammaire de la langue nahuatl ou mexicaine (1547), edición de Rémi Siméon, Paris, imprimérie Nationale, 1875, p. viii; Diccionario de la lengus náhuatl o mexicana (1885), México, Siglo XXI, 1977, pp. xxxiii-xxxiv. [↩]
- Cf. Glotología indígena mexicana, México, 1914, pp. xxx, xxxii, xxxviii y passim. [↩]
- A los citados trabajos de Nájera sólo podemos añadir en este periodo el Arte de la lengua mexicana del padre Rafael Sandoval, publicada en 1810, y el Compendio gramatical.. del idioma tarahumar, del sacerdote Miguel Tellechea, publicado en 1826. [↩]
- Hermann Ernst Ludewig, The Literature of American Aboriginal Languages. With Additions and Corrections by W. W. Turner, edición de Nicolas Trübner, London, Trübner, 1858, xxiv, 258 pp. [↩]
- Ephraim George Squier, Monography of Authors who have Written on the Languages of CentralAmerica arid Collected Vocabularies or Composed Works in the native Dialects of that Country, New York, Richardson y Co., 1861, xv, 70 pp. [↩]
- Cf.Grammaire de la langue nahuatl ou mexicaine, composée en 1547, par le franciscain André de Olmos, publiée avee notes, écláircissements, etcétera par Rémi Siméon, Paris, Imprimérie Nationale, 1875 (primera edición de esta obra). [↩]
- Joaquín García Icazbalceta, Bibliografía mexicana del siglo XVI. Catálogo razonado de los libros impresos en México de l539a 1600 con biografías de autores y otras Ilustraciones, la. ed., México, 1886; 2a. ed., anotada por Agustín Millares Carlo, México, FCE/Biblioteca Americana, 1954; 3a. ed., revisada y aumentada, México, FCE/ Biblioteca Americana, 1981, 591 pp. [↩]
- Vicente de Paul Andrade, Ensayo bibliográfico mexicano del siglo XVIII, México, Imprenta del Museo Nacional, 1899-1900, 803 pp. [↩]
- Nicolás León, “Adiciones a la Bibliografía mexicana del siglo xvl”, en Boletín del Instituto Bibliográfico Mexicano, México, 1903, núm. 2, pp. 41-64; Bibliografía Mexicana del siglo XVIII, 6 tomos en 3 vols., México, Imprenta de Francisco Díaz de León, 1902-1908. [↩]
- Henry R. Wagner, Nueva bibliografía mexicana del siglo XVI, México, Polis, l946, 548 pp. [↩]
- Joseph Dahlmann, Die Sprachkunde und die Missionen. Ein Beitrag zur Charakteristik der ältern katholischen Missionsthätigkeit (1500-1800), Freiburg im Breisgau, Herder’sche Verlagshanlung, 1891; en traducción italiana por P. G. Perciballi, Lo studio delle lingue e le missioni, Prato, 1892. [↩]
- Bibliografía española de lenguas indígenas de América por el Conde de La Viñaza, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1892, x, 427 pp. Reimpresa por Ediciones Atlas, Madrid (Biblioteca de Autores Españoles), 1977. [↩]
- Publicado por primera vez en México, en reproducción facsimilar y transcripción, por El Colegio de México, México, Centro de Estudios Históricos (Cuadernos de Trabajo, l), 1989. [↩]
- Agradezco la lectura y observaciones al presente texto a los colegas y amigos Eva Grosser, Ascensión y Miguel León-Portilla, Leonardo Manrique y Carlos García Mora. [↩]