El estudio de los intermediarios y la dimensión sociocultural en el mercado de trabajo agrícola

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En este trabajo se sostiene que la presencia de los intermediarios laborales tradicionales en la estructuración y funcionamiento de determinados mercados de trabajo rural conforma campos de interacción marcados por procesos de mediación social, que favorecen su desempeño como intermediarios culturales en esos contextos.

En ese sentido, se considera que un análisis multidimensional del lugar y papel ocupados por esos intermediarios, permite comprender el carácter dinámico de la relación entre empleadores y jornaleros agrícolas, y abre nuevas perspectivas para el estudio de las complejas articulaciones entre comunidades campesinas y el sector de la agricultura comercial capitalista, de la textura del entramado social que soporta las migraciones temporales, así como de espacios significativos de vinculación de las minorías étnicas con la sociedad mayor.

Estas reflexiones surgen de un estudio de caso sobre una clase particular de intermediarios laborales, los capitanes, quienes se encargan de reclutar jornaleros temporales y organizar cuadrillas para la cosecha de hortalizas en el valle de Cuautla, estado de Morelos. La intervención de los capitanes es crucial en el control de un mercado de trabajo estacional en el que predomina mano de obra foránea y también en el proceso productivo en su fase final, por lo que se han vuelto imprescindibles para los productores dedicados a la explotación comercial de esos productos, en particular del ejote.

Al mismo tiempo, los capitanes han monopolizado los canales de acceso al trabajo asalariado para un volumen considerable de familias campesinas semiproletarizadas, pertenecientes a comunidades indígenas de la región de la Montaña en el estado de Guerrero que, año con año, migran a un medio dominado por mestizos y por la lógica de la agricultura comercial. Entonces, la composición y procedencia de estos jornaleros agrícolas da lugar a que este polo de atracción se convierta en un espacio condensado de relaciones interétnicas entre mestizos e indígenas, así como entre locales y foráneos. Este hecho es más significativo si consideramos que esta población flotante se concentra en una sola comunidad, Tenextepango (municipio de Ayala), la cual se ha convertido en el valle de Cuautla, en lugar especializado para la compra-venta de trabajo eventual, desde donde se desplaza a los diferentes campos de cultivo.

Estas características generales, aunadas a las condiciones específicas de trabajo y de vida de los trabajadores indígenas en el nicho migratorio, refuerzan la necesidad de que los capitanes intercedan en las relaciones empleador-jornalero como enlaces e intérpretes, haciendo posible el vínculo e intercambio entre los grupos sociales en contacto. Más aún, proponemos que la eficacia social de las funciones económicas intermediarias de los capitanes -en la movilización y control de la fuerza de trabajo para la producción agrícola-, dependen de su desempeño como intermediarios culturales, cuyo lugar y función se ubica en el espacio fronterizo de los ejes mestizo/indígena y local/foráneo.

El resultado de esta actividad y sus efectos en el plano ideológico, no sólo dan cuenta de la manera en que se reproduce el intercambio desigual entre un sector de agricultores de subsistencia y un sector de pequeños y medianos productores comerciales, sino también de las formas en que el primer grupo, pese a su condición subordinada, puede negociar su situación y apropiarse (parcialmente) del sentido de la relación, flexibilizando las estrategias de sobrevivencia y resistencia cultural de las familias migrantes.

Un sujeto social poco apreciado

El término de contratista o intermediario tradicional se refiere, básicamente, a aquellos individuos que se encargan de reunir a la mano de obra en sus lugares de origen y transportarla a las zonas donde se requiere; viven en comunidades rurales; financian o gestionan los gastos de transporte; entregan con frecuencia algún tipo de recursos por adelantado; cumplen generalmente la función de capataces en las labores agrícolas en que se emplea esa mano de obra; cobran comisiones a los productores por cada trabajador reclutado, o bien, un monto proporcional al volumen de trabajo realizado; y establecen contratos en muchos casos verbales, sobre todo en cuanto a las condiciones de empleo de los jornaleros agrícolas.1

El intermediario tradicional se distingue de otras instituciones que pueden desempeñar una o más de esas actividades, tales como asociaciones de productores, sindicatos y agencias estatales, de las que difieren centralmente por su orientación y estilo de operar. Por otra parte, no se les debe confundir con las grandes agencias contratistas, que funcionan con una lógica netamente empresarial (empresas vendedoras de fuerza de trabajo eventual), con las que, sin embargo, pueden estar vinculadas como eslabones subordinados para el reclutamiento de trabajadores en las regiones de expulsión de jornaleros migrantes.

En México, su presencia está reconocida tanto en mercados regionales como interregionales2 y reciben distintos nombres, tales como enganchadores, mayordomos, capitanes, cabos o, simplemente, contratistas. Manejan pequeños o grandes contingentes de trabajadores solos o acompañados de sus familias y, por lo ya dicho, se asocian con las redes y circuitos de trabajo migratorio. Los mercados laborales a los que tienen acceso pueden estar dominados por pequeños y medianos productores, como en el caso de Morelos y Nayarit, o bien por grandes empresas agrícolas, como las agroexportadoras hortofrutícolas de Sinaloa y otras entidades del noroeste del país.

Hasta el momento, el papel de estos agentes contratistas en la movilización y control de la fuerza de trabajo ha sido analizado fundamentalmente desde su dimensión económica, como enlaces entre el capital y el trabajo, destacando su importancia en el desarrollo del capitalismo agrario, toda vez que aseguran las fuentes de abastecimiento de mano de obra y regulan con cierta eficacia la oferta y demanda de trabajo.3 Más específicamente, el surgimiento de intermediarios laborales está relacionado de manera directa con el auge o expansión de cultivos intensivos de trabajo que generan en determinados momentos del ciclo agrícola una relativa escasez de mano de obra, de donde se deriva la necesidad de buscar trabajadores disponibles a considerables distancias.4

A lo largo de la historia el sistema de enganche, en sus diferentes modalidades locales, ha sido la forma más extendida de intermediación en el mercado de trabajo asalariado rural, cuya característica central se ha basado en crear mecanismos de endeudamiento de los trabajadores que condicionan su empleo en determinados tiempos y lugares.5 En la actualidad, el término “enganchador” se ha utilizado con más frecuencia para identificar no sólo la presencia de sistemas de contratación indirecta basados en el pago por adelantado, sino de otras variantes de reclutamiento y tutela de la fuerza de trabajo, en que se utilizan diferentes medios de control que rebasan el ámbito estrictamente laboral.

Si en sus orígenes los enganchadores recurrieron en muchos casos a medios coercitivos violentos para reclutar trabajadores, el desarrollo de los mercados de trabajo rurales, la monetarización de la economía campesina tradicional, la amplitud de las comunicaciones, el deterioro económico de la agricultura de subsistencia y la evolución de los jornaleros agrícolas como sujeto social, entre otros factores, han transformado el carácter de la relación de los intermediarios tradicionales con éstos. Para algunos autores, la existencia de un proletariado agrícola y de un campesinado semiproletarizado dispuestos a vender su fuerza de trabajo, eliminan la necesidad de elementos coercitivos extraeconómicos en el sistema de enganche, y hacen que su función responda más bien a los problemas de dispersión y distancia entre trabajadores y sus potenciales fuentes de empleo;6 también se ha sostenido que la integración regional de los mercados de trabajo, la modernización de las empresas agrícolas y/o el desarrollo de asociaciones de productores y sindicatos, fomenta la contratación directa y relaciones más contractuales, haciendo a los intermediarios tradicionales imprescindibles o, al menos, en proceso de decadencia.7

Sin embargo, estos puntos de vista no coinciden con la evidencia proporcionada por diversos estudios realizados en México y en Estados Unidos. Por el contrario, en esos estudios se revela que los intermediarios tradicionales no sólo no han perdido vitalidad, sino que en algunos casos han reforzado y expandido su influencia en diferentes regiones agrícolas, tanto en dinámicos mercados de trabajo ligados a los cultivos hortofrutícolas, como en zonas menos desarrolladas de producción de hortalizas, caña, café y tabaco.8 Los intermediarios tampoco han dejado de usar elementos coercitivos extraeconómicos, no siempre visibles y, muchas veces, sustentados en lazos de parentesco, paisanaje y patronazgo. Las amenazas de despido, la retención de salarios, el cobro de cuotas para condicionar el acceso al empleo y otros medios de presión sobre los trabajadores, son algunas de las formas directas en que los actuales intermediarios mantienen disciplinada a la fuerza de trabajo eventual.

Involucrados en garantizar la afluencia de trabajadores en el lugar y momento oportunos, los intermediarios tradicionales ponen en juego diversos medios de control político y social de la mano de obra, cuestión que no excluye el carácter ambiguo de su lugar como representantes de los trabajadores frente al empleador. Pese a este crítico desempeño en ciertos contextos rurales, hay que reconocer que, salvo notorias excepciones, los intermediarios laborales agrícolas han sido un sujeto social descuidado en el análisis social. Las referencias a su actividad y formas en que se vinculan a determinados mercados de trabajo son, las más de las veces, de carácter secundario y tangencial.

La revisión de esos estudios sobre jornaleros agrícolas y migraciones temporales refleja de modo recurrente que los intermediarios participan como fuentes de crédito de los trabajadores, en el transporte (desde sus localidades de origen o dentro de los campos agrícolas), en cuestiones de alojamiento y otros servicios, que son considerados parte de sus funciones frente a los empleadores que los utilizan; de igual forma se señala su frecuente intervención en el proceso productivo mismo como capataces. Algunos autores han mencionado, incluso, el rol activo de los sistemas de intermediación en generar mercados “cautivos” de mano de obra, propicios para su sobreexplotación por las empresas agrícolas.9

Entre las escasas investigaciones que tienen por tema central los sistemas de intermediación en el mercado laboral rural destaca el trabajo de Lloyd Fisher (1953), no sólo por estar focalizado directamente en el papel de los contratistas laborales tradicionales en el desarrollo de la agricultura comercial (en su caso, de la producción de hortalizas, frutas y algodón en California, Estados Uunidos, hasta principios de los cincuentas), sino porque reconoce en ellos la presencia de una institución social. Para ese autor, la razón de ser del intermediario pasa por garantizar la rentabilidad de la explotación agrícola, introduciendo orden a un mercado estructuralmente desorganizado.10 En otro contexto, el de la explotación cañera en Brasil, Lygia Sigaud11 ofrece también un interesante estudio de las funciones sociales de los “empreiteiros” en las comunidades rurales que abastecen de mano de obra a las grandes empresas agroindustriales. No obstante, aun en estos trabajos, encontramos que el interés fundamental consiste en explicar la actividad de los intermediarios tradicionales como parte de la racionalidad capitalista en el ámbito del mercado laboral, desestimando los efectos que dicha relación triangular tiene sobre el comportamiento de los diferentes sujetos sociales involucrados y su interacción.12

Es decir, vista como una relación económica funcional de intercambio, o como un recurso del capital para disciplinar la fuerza de trabajo y abaratar su costo, poco se ha profundizado sobre la naturaleza de la mediación y la manera en que influye en la imposición de la autoridad del capital sobre el trabajo. Creemos que esto se debe a que, en general, dichas perspectivas tienden a restar importancia a las condiciones estructurales que posibilitan la mediación, descuidando su análisis para la comprensión de la dinámica global.

A nuestro juicio, para dar plena cuenta del modo en que operan estos agentes intermediarios y de sus alcances en la reproducción social e ideológica del conjunto de relaciones individuales, grupales y sectoriales que tienen lugar en determinados contextos rurales, es necesario introducir la dimensión sociocultural en el análisis, cuestión que trataremos de esbozar desde un enfoque antropológico.

Mediación y mediadores

Tomamos como punto de partida el concepto de mediador o broker propuesto por Erick Wolf13 y desarrollado por diferentes autores que se abocan al estudio de los fenómenos de intermediarismo en el contacto y la articulación de grupos económica, política, social y/o culturalmente diferenciados, en el seno de sociedades complejas.

De manera sintética se puede afirmar que el mediador o broker es aquel individuo que sirve de vínculo e intercambio entre tales niveles de integración que obedecen a intereses y orientaciones diversas, con la función primordial de ajustar y compaginar esas diferencias. El broker puede jugar múltiples roles como enlace, traductor, negociador, representante, etcétera, en esos espacios fronterizos, sin suprimir los conflictos, pero mediando entre ellos.14 Su desempeño permite lograr un grado de cohesión; son como amortiguadores necesarios para que los grupos en contacto (incluso contacto antagónico) desarrollen cierto tipo de intercambios económicos, políticos y/o simbólicos.15

Para desempeñarse como tales, los mediadores deben servir al mismo tiempo a los intereses de los grupos entre los que operan. Como, además, no pueden resolver del todo los conflictos -porque si lo hicieran dejarían de servir a su propósito-, generan un espacio contradictorio y ambiguo que, por ende, es muy dinámico.16 Ello explica que los mediadores no sean agentes pasivos o neutrales y participen activamente en la estructura de poder.17

Por todo lo dicho, el genuino broker rebasa el intercambio circunstancial de bienes y servicios, o que cumple un rol pasivo en ese vínculo. Los criterios definitorios del mediador son su papel crucial en la interrelación de estructuras sociales básicas al sistema en cuestión y el carácter exclusivo con que cumple esas funciones de enlace e intercambio.18 Es, justamente, el monopolio forzoso de los canales de acceso a determinados recursos estratégicos y en el proceso de toma de decisiones, lo que brinda la posibilidad de perpetuarse en su condición de mediador y de obtener los beneficios que esta actividad ofrece.

De todo ello se desprende que otra característica distintiva del broker es su modo de interactuar, en el que predominan las relaciones informales y su habilidad para adoptar patrones apropiados de conducta pública, que siempre está normada culturalmente. Es decir, opera en el contexto de redes sociales informales entendidas como un conjunto de relaciones diferenciadas (compadrazgo, parentesco, amistad, complicidad, vecindad) que posibilitan y sancionan la intermediación.19

Ahora bien, diversos analistas en el ámbito de la cultura, han utilizado la noción específica de intermediario cultural de modo flexible para caracterizar a múltiples y disímiles sujetos sociales que, a lo largo de la historia, han desempeñado papeles como nexo entre dos o más lenguajes, códigos, tradiciones y culturas.20 Tomando en cuenta las restricciones ya expuestas sobre la categoría de mediador o broker, estos estudios aportan elementos para afirmar que los ámbitos privilegiados en que se localizan son: la religión, el derecho y el saber.21 Su posibilidad de existencia pasa por la distancia y contacto en ejes que pueden ser: cultura dominante/culturas subalternas, cultura erudita/cultura popular; cultura nacional/minorías étnicas, escritura/oralidad, interior/exterior, etcétera.

El mediador cultural puede intervenir como representante o como traductor22 en la relación de cualquiera de esos ejes. Mientras los primeros son agentes de la formación discursiva dominante, los segundos modifican y adaptan constantemente el mensaje que divulgan en ambos sentidos, lo cual puede permitir la emergencia temporal de los grupos dominados. Por ello, lejos de constituir meras correas de transmisión de intereses y orientaciones en una u otra dirección, los intermediarios culturales son agentes ideológicos que tienen su propia creatividad,23 lo cual les confiere un papel protagónico en la construcción, reproducción y apropiación del sentido en el campo de interacción en que actúan.24

En su estudio sobre la educación bilingüe en comunidades purepechas, Maria Eugenia Vargas ha enriquecido el estudio de los intermediarios culturales en el contexto de las relaciones interétnicas que ocurren en sociedades como la nuestra.25 Su trabajo permite generalizar que en México, las condiciones de desigualdad económica, social y política en las que la población indígena se relaciona con la sociedad mayor, así como la brecha cultural que los separa, genera condiciones objetivas para la existencia de espacios de mediación que, en el plano ideológico en particular, condensan representaciones y prácticas centrales de la comunicación interétnica.

A partir de este enfoque global, hemos tomado también como referencia trabajos de Pierre Bourdieu,26 cuya preocupación por pensar en términos relacionales puede complementar el análisis propuesto. Para caracterizar la naturaleza de las relaciones interétnicas que enmarcan el contexto en que se desarrolla el fenómeno en cuestión hemos recurrido a categorías aportadas por Frederik Barth y Cardoso de Oliveira. Asimismo, para focalizar en las relaciones de poder y dominación que permean los procesos de intermediarismo, se han introducido consideraciones de Michel Pécheux y John B. Thompson,27 acerca de las condiciones de producción del discurso y las estrategias de construcción simbólica, como se especificará en su momento.

Volviendo a nuestro tema de interés y a la luz de estas consideraciones analíticas, se plantean dos cuestiones centrales: ¿hasta qué punto el ámbito laboral puede constituir un espacio propicio para el desarrollo de intermediarios culturales?, y en caso afirmativo, ¿cuáles son los alcances de los intermediarios en la reproducción de la hegemonía en un campo social específico? Como trataremos de fundamentar en las siguientes páginas, yuxtapuesto al mercado de trabajo estacional en Tenextepango, surge un escenario de contacto intercultural intenso entre una cultura mestiza/local y una cultura indígena/foránea que, debido a las características específicas de la incersión de los jornaleros migrantes y al contexto más amplio de dominación y discriminación de las minorías étnicas en el país, generan las condiciones estructurales para que determinados individuos se apropien de los canales de comunicación entre niveles social y culturalmente diferenciados. Este fenómeno redimensiona el espacio que los contratistas laborales han construido como enlaces entre los diferentes agentes económicos que intervienen en la actividad agrícola pues, en ausencia de otra clase de categorías intermedias en el sistema de relaciones mestizo-indígenas y locales/foráneos que allí tienen lugar, su práctica y experiencia les ha dado elementos para constituirse en elementos protagónicos en la producción y reproducción simbólica de ese conjunto de relaciones sociales.

Aproximación a la estructura del campo

El sistema de producción comercial de hortalizas en los valles irrigados del sur de Cuautla, en el estado de Morelos, se articula con base en grupos sociales diferenciados que detentan recursos estratégicos distintos (tierra, trabajo, dinero, transporte y colocación en el mercado), gran parte de los cuales son de origen extrarregional. Los principales productos cultivados en la región son: ejotes, elotes, calabazas, pepinos y cebollas.28

En gran medida, la actividad hortícola se sustenta en una gran masa de pequeños productores -que comprende a ejidatarios, comuneros y pequeños propietarios-, que trabajan en pequeñas parcelas, con escaso o nulo financiamiento, con tecnología atrasada, altos costos de producción y sometidos a un mercado muy dinámico y monopolizado, en cuya cúspide se encuentran grandes intermediarios comercializadores de productos frescos.29

La producción inicia su circuito de mercado mediante transportistas locales (denominados oficinas), que tienen el contacto con bodegueros y comisionistas de la Central de Abastos de la Ciudad de México y, en menor medida, de Cuautla. Las oficinas se caracterizan por no comprar los productos, sino prestar el servicio de flete por el que cobran una tarifa determinada. Su clientela de productores depende de la eficiencia para recoger y transportar la producción cosechada en lo inmediato, ya que no cuentan con infraestructura adecuada para almacenarla. En la actualidad, suman alrededor de una docena de empresas de tamaño variable las cuales, en conjunto, monopolizan los canales de acceso de los horticultores al mercado nacional.30 Cabe notar que la mayoría de los empresarios transportistas son mestizos inmigrantes, lo cual condiciona su posición en el ámbito local.

El auge de la producción hortícola ha incidido de manera directa en la conformación de los mercados de trabajo rural en la región, ya que se trata de cultivos intensivos de mano de obra, sobre todo en época de cosecha. Pero mientras que en el caso de la cebolla, la calabacita, el pepino, el maíz elotero y otras legumbres, las necesidades de mano de obra pueden ser cubiertas en el ámbito local (con mano de obra familiar,31 y trabajadores asalariados nativos e inmigrantes), la demanda de trabajo en la cosecha del ejote supera en enorme proporción dicha oferta, generando un mercado estacional para miles de jornaleros migrantes que, en ese periodo, se establecen temporalmente en la región y trabajan en las huertas ejoteras de cientos de productores de Morelos, e incluso del vecino estado de Puebla.

La producción de ejote de Morelos, desde los setenta, ha ocupado el segundo o tercer lugar a nivel nacional,32 también se puede mencionar que, a nivel estatal, su cultivo se concentra en el municipio de Ayala y, dentro de éste, en el ejido de Tenextepango.33 En cuanto al mercado de trabajo estacional ligado a su cosecha, se estima que representa un volumen de 2 mil 500 a 3 mil personas, las cuales en su mayoría provienen de Guerrero.34 Como ya antes se mencionó, esta población flotante se establece, entre noviembre y abril, en el pueblo de Tenextepango, si bien el tiempo promedio de estadía de los trabajadores suele ser menor al periodo global de la cosecha (alrededor de dos y medio meses).

Los jornaleros temporales en el corte del ejote son, en su mayoría, campesinos de una región pluriétnica, la Montaña de Guerrero, que alternan esta actividad con la agricultura de subsistencia en sus propias parcelas.35 En general, el trabajo asalariado en Morelos constituye el único ingreso monetario significativo, ya que las oportunidades de empleo en sus comunidades son escasas y peor remuneradas. Es característico que se trata de una migración familiar, donde sus diferentes miembros participan en el trabajo asalariado, que se paga a destajo. No existe ningún tipo de estabilidad en el empleo y se les asignan precarias viviendas, donde a veces viven hacinadas varias familias. Aunque entre los migrantes estacionales un porcentaje importante es bilingüe, sus dificultades en el manejo del español y, sobre todo, su discriminación cultural, marcan su interacción con la sociedad receptora.

Tenextepango es una comunidad mestiza y urbanizada, ubicada a 12 Km al sur de la ciudad de Cuautla, y alrededor de 10 mil habitantes. Parte de su población (casi el 10 por ciento) está constituida por inmigrantes de Guerrero y Oaxaca que, en su mayoría, viven en colonias adyacentes al pueblo y se dedican a las labores agrícolas como trabajadores asalariados.36 Como se puede apreciar en estas cifras, la presencia fluctuante de miles de trabajadores temporales durante la temporada de cosecha, es muy significativa en la vida de esta comunidad morelense.37

En síntesis, Tenextepango se ha convertido en centro de operaciones de la actividad hortícola regional, no sólo porque constituye un espacio especializado de compra-venta de fuerza de trabajo eventual, sino además porque en ese lugar están las empresas transportistas ya mencionadas.38

La movilización de la fuerza de trabajo y los sistemas de contratación se adecúan a ritmos dinámicos de demanda y expulsión de jornaleros, de acuerdo con las características particulares de cada cultivo hortícola. En el caso de la cosecha ejotera, el reclutamiento y organización de la fuerza de trabajo reposa exclusivamente en los intermediarios conocidos como capitanes.39 Éstos, también inmigrantes radicados en Tenextepango, conforman cuadrillas de tamaño variable -desde unas decenas hasta más de cien personas-, compuestas de migrantes estacionales y, en menor medida, de peones locales autóctonos e inmigrantes.

Tomando en cuenta este panorama general, podemos afirmar que nos encontramos ante un contexto favorable al surgimiento y desarrollo de espacios de mediación, dada la distancia estructural de los diferentes grupos y sectores sociales a recursos que son considerados estratégicos. El control de la tierra y del agua son los recursos en manos de los productores que les permiten negociar su participación en las ganancias que el sistema genera; para lograr alguna rentabilidad (o, al menos, costear su inversión y seguir activos), éstos requieren explotar mano de obra barata y eventual, así como acceder oportunamente a los canales de comercialización de bienes primarios fuera de la región.40 Por su parte, los trabajadores, en particular los jornaleros migrantes estacionales, conforman el sector más desfavorecido en el sistema, y aunque el ingreso que perciben sea mínimo, éste es crítico para asegurar su sobrevida como campesinos en sus comunidades de origen; como fuente de mano de obra barata, este sector de campesinos de subsistencia representan un recurso vital para que los productores obtengan un margen de utilidad. Por último, los empresarios transportistas, los comisionistas en la Central de Abastos y los capitanes constituyen diferentes clases de intermediarios que, colocados en puntos clave de la cadena de producción y circulación de las mercancías, obtienen su propio beneficio de la explotación de hortalizas desarrollada por pequeños y medianos productores.

Relaciones interétnicas y situación de contacto

También es necesario subrayar que, entendido como un campo de interacción específico,41 los lugares ocupados por productores, intermediarios comerciales, intermediarios laborales y jornaleros están, al mismo tiempo, sobredeterminados por el origen étnico y condición migratoria de sus ocupantes, lo cual permea y se traduce en posiciones diferenciadas que expresan relaciones de poder económico, político y cultural.42

Por lo mismo, la interacción entre individuos y grupos que participan en este microcosmos social constituye un espacio complejo de relaciones de diversa índole (económica, social, cultural y simbólica) que determinan las acciones, expectativas y posibles trayectorias de cada integrante.

Consideramos que un principio de identificación y diferenciación fundamental en este contexto está dado por la condición étnica de los individuos. El encuentro entre mestizos e indígenas puede ser visto como una “situación de contacto interétnico”,43 donde la admisión implícita de una jerarquía de estatus (o un sistema de estratificación), ocurre de manera paralela al reconocimiento de una “estructura de clases” del sistema social inclusivo, en la que la naturaleza de las relaciones entre mestizos/locales e indígenas/foráneos es de dominación y sujeción.44

Por razones de espacio no es posible ahondar en las múltiples formas en que se manifiesta esta situación de contacto y el conjunto de representaciones que cada grupo étnico elabora acerca de ello. Sin embargo, para los fines de esta exposición, lo que interesa resaltar es que la distancia e interdependencia entre jornaleros estacionales y comunidad local produce un juego dialéctico entre dos tendencias: por un lado, la constante discriminación de los indígenas por parte de los mestizos y la dinámica de trabajo que absorbe a los migrantes a permanecer la mayor parte del tiempo en las huertas trabajando, genera los medios necesarios para mantener las diferencias culturales de cada grupo (lo que hace que se reproduzcan como unidades significativas), y por otro, la necesaria producción y reproducción de códigos y valores congruentes o comunes que, reduciendo las diferencias, permiten su interacción.45

En relación a este último punto, estaríamos frente a lo que Pierre Bourdieu considera una propiedad esencial de todo campo, a saber, de la existencia de una cantidad de intereses fundamentales comunes, que a su vez se traduce en una complicidad objetiva que subyace a todos los antagonismos.46 En este caso, dicha comunidad de intereses entre jornaleros y productores (también compartido por intermediarios laborales y transportistas), está condensado en lograr el éxito de la cosecha y la venta del producto, que permitirá a cada cual obtener su correspondiente ingreso económico.

Esta complementariedad entre jornaleros y productores evidentemente no hace menos asimétrica la relación, ni salva la dificultad que unos y otros encuentran para entablar un intercambio de bienes y servicios de modo directo; tales obstáculos son percibidos por los diferentes actores como resultado de las barreras lingüísticas y culturales entre indios y mestizos. Los productores agrícolas en su calidad de mestizos autóctonos dicen no entender a los indígenas fuereños, no saber manejarlos ni asegurar su permanencia en los campos, si no es con la ayuda de los capitanes. Los jornaleros, por su parte, buscan al capitán que los conoce y los trata bien, que sabe hablar en su propia lengua, que respeta a su familia y les apoya en diferentes aspectos.

En las siguientes páginas trataremos de dar elementos para mostrar cómo es que en la dinámica de tales intercambios entre grupos culturalmente diferenciados que los capitanes se han conformado, de uno u otro modo, en la pieza clave que permite la interlocución y la negociación entre ambos, asegurando la realización de la cosecha y una fuente de empleo eventual para ciertas comunidades de migrantes.

Los capitanes y su papel mediador

Los servicios que los intermediarios laborales prestan a los productores en la cosecha del ejote son básicamente los siguientes: reclutamiento; supervisión directa del trabajo (incluyendo la productividad y control de calidad); pago a los jornaleros; alojamiento a los trabajadores migrantes y sus familias; envasado del producto; coordinación del transporte y entrega al transportista, así como otros servicios complementarios.

El prestigio de cada capitán es determinante en la construcción de su clientela de productores y está basado en la responsabilidad, oportunidad y calidad de su trabajo, a la vez que en el manejo de cuadrillas eficientes y disciplinadas; por su parte, los empleadores tienen la obligación de pagar al término de la venta de su cosecha, los servicios del capitán y el trabajo efectuado por sus peones.

Por otra parte, la posibilidad de contratación para cada jornalero pasa necesariamente por ser miembro de una cuadrilla dirigida por un capitán. Así, aunque los productores sean los empleadores demandantes de esa mano de obra -para lo cual contratan a los intermediarios-, desde el punto de vista de los jornaleros, el patrón es el capitán ya que les da trabajo y paga su salario.

En ausencia de contratos formales, cada trabajador tiene la posibilidad de cambiar de cuadrilla cuando lo estima conveniente, en función de asegurar continuidad en el trabajo para él y su familia.47 La relativa estabilidad que se presenta en la relación entre capitanes y jornaleros depende de las prácticas de reclutamiento y, en general, del compromiso informal que se establece acerca de las condiciones de trabajo y otros servicios que están implícitos.

En efecto, los capitanes cumplen funciones de gran importancia para los migrantes estacionales, particularmente el traslado desde sus comunidades y el alojamiento, pues muchas familias no podrían sufragar estos gastos por su cuenta. Estos mecanismos permiten a cada intermediario nuclear trabajadores y garantizar el cumplimiento de sus contratos con los productores.48

Pero, además, el capitán proporciona apoyos de diversa índole que sobrepasan el ámbito estrictamente laboral, que no se hacen explícitos en el contrato verbal con los trabajadores, pero que son críticos para la relación. En efecto, a cambio de lealtad y eficiencia, los trabajadores reciben bienes y servicios que les permite reducir los costos de su estadía en Tenextepango y mitigar su condición transitoria, precaria y de marginación cultural. El ejemplo más evidente es el crédito que muchos capitanes brindan como recompensa a los trabajadores que han ganado su confianza en el trabajo. También es significativa su ayuda y/o gestión de recursos en casos de accidentes y enfermedades de los jornaleros a su cargo; o bien, interviniendo en favor de éstos en la resolución de litigios entre trabajadores o con personas de la comunidad local. En todos estos casos el papel del capitán es clave como traductor entre lenguas indígenas (nahua, mixteco y tlapaneco) y el español, dentro y fuera del lugar de trabajo.49 Esa condición de intérprete no se limita al aspecto lingüístico, ya que su desempeño como representante y negociador, supone un amplio dominio de los valores y costumbres de mestizos e indígenas.50

Esta relación básica entre empleadores, intermediarios y trabajadores agrícolas se hace más compleja por el rol que desempeñan los empresarios transportistas, con quienes los capitanes mantienen un estrecho intercambio de servicios. Éste consiste, en lo esencial, en que estos últimos se comprometen a prestar sus vehículos para transportar a los jornaleros (desde sus comunidades de origen y a nivel local, en los campos agrícolas) y a sufragar parte del costo de vivienda, a cambio de lo cual los capitanes tienen la obligación de que sus clientes-productores transporten el producto en la empresa que brindó aquellos servicios. Aun cuando el trato entre empresarios transportistas y productores no depende únicamente de la relación de unos y otros con los capitanes, sí entra en el campo de influencia de estos intermediarios asegurar prontitud y calidad del servicio prestado, asimismo intervenir como conciliadores en eventuales discrepancias. Este aspecto es fundamental dado que el carácter perecedero del producto, impone un margen estrecho para el trabajo de recolección y transporte del mismo al mercado.51

De esta manera, los diferentes grupos sociales involucrados en esta actividad económica han delegado a los intermediarios aspectos críticos de la negociación de sus respectivos intereses, lo que permite la coordinación y complementaridad de racionalidades distintas. Si el poder esencial de los capitanes emana del control de los canales de acceso al recurso trabajo, el modo en que operan -reforzando un intenso intercambio de bienes y servicios en distintas direcciones-, trasciende el plano estricto de compra-venta de fuerza de trabajo. Precisamente, por su situación y relaciones con las demás posiciones del campo en cuestión, los intermediarios laborales pueden potenciar el valor relativo de su poder de enlace e intercambio económico y convertirse en salvaguardas del juego en su conjunto. Para comprender plenamente su condición de broker o mediador, es necesario conocer algo más acerca de quiénes son los capitanes y cuáles sus recursos.

Trayectoria y recursos de los capitanes

En la comunidad de Tenextepango existen alrededor de veinte capitanes. Todos son inmigrantes con cierta antigüedad en la zona; la mayoría proceden de Guerrero, pero también hay algunos de Oaxaca, Puebla e Hidalgo. Comenzaron como trabajadores estacionales y, al cabo de dos o más temporadas agrícolas, se establecieron en forma definitiva, a la vez que fueron ascendiendo en la escala ocupacional hasta alcanzar su posición como intermediarios. Por lo general, no poseen tierras, si bien algunos las rentan o trabajan con algún productor. Su actividad como capitanes la alternan con el trabajo en otras labores agrícolas especializadas -y mejor pagadas-, que se realizan entre una cosecha y otra.52

Para coordinar y realizar las distintas tareas en el manejo de sus cuadrillas, todo capitán forma un equipo de trabajo compuesto de dos clases de ayudantes: apuntadores y envasadores. Los primeros son los responsables directos de registrar el trabajo realizado por cada peón (medido en peso) y calcular su pago; es requisito, entonces, que sean personas alfabetas. Los envasadores, como su nombre indica, se encargan de envasar el producto al pie del huerto. Ambos grupos de ayudantes realizan diversas tareas menores que facilitan las funciones de planificación y control de los capitanes, para lo cual tienen que estar a su disposición. Estos equipos de trabajo representan una estructura especializada, jerarquizada, relativamente estable.

Atendiendo a su calidad migratoria y condición sociocultural, estos equipos se conforman de la siguiente manera: el capitán y el apuntador son inmigrantes residentes en Tenextepango (como ya se dijo, oriundos de Guerrero, Puebla o Oaxaca); y muchos son de procedencia indígena (en cuyo caso son nahuas). Los envasadores, en cambio, son siempre de procedencia indígena; además, en la mayoría de los casos, son migrantes temporales y agricultores de subsistencia en sus comunidades de origen.

Desde el punto de vista de los procesos de mediación, en sentido amplio, esta pequeña estructura está equipada social, lingüística y culturalmente para ajustar e integrar los intereses de los jornaleros y los productores en el proceso técnico de trabajo y, sobre todo, representar y manipular los intereses específicos de ambos grupos en la consecusión del objetivo común (la cosecha), donde los fines de cada uno corresponden a racionalidades económicas distintas (para los productores es la realización del ciclo mercantil, mientras que para los jornaleros es la reproducción como unidades domésticas tradicionales de subsistencia).53

Por tanto, habría que ampliar la imagen del broker como individuo – el capitán-, a la de grupo: capitán y su equipo.54 Además, la manera en que esta estructura especializada puede desempeñar esas funciones depende, en gran medida, en cómo se genera y reproduce a sí misma.

De acuerdo con la evidencia, las relaciones entre el capitán y sus ayudantes son de carácter asimétrico, y la distancia social es mayor en el caso de los envasadores. En muchos casos el equipo se crea a partir de un campo de relaciones simétricas -entre compañeros de trabajo, compadres o miembros de una red de intercambio recíproco-, que con el tiempo se convierten en relaciones de tipo patrón-cliente.55 Esta trayectoria es aún más frecuente en la relación específica entre capitán y apuntador, ya que este último realiza la contabilidad de la que depende el ingreso de todos y, por ende, es un cargo que exige lealtad y confianza. En cambio, respecto a los envasadores, la construcción de vínculos tales como el compadrazgo, generalmente surgen como resultado del trabajo en equipo, donde dicha relación cumple las veces de “amistad instrumental” entre individuos de diferente condición social.56

Como se ha visto, el envasador tiene un papel clave como nexo con las comunidades proveedoras de mano de obra. Las dos modalidades básicas son: a) se trata de un inmigrante que controla toda una red de parentesco en su comunidad de origen y viaja cada año a reclutar a sus propios paisanos; o bien, b) es un migrante temporal que es reconocido como representante de su grupo (también una red parental) para establecer trato con un capitán determinado. El capitán, por su parte, ofrece a este último un trato preferencial al contratarlo como envasador, pues su labor es menos pesada y percibe un sueldo semanal fijo. En ambos casos, el grupo de jornaleros migrantes puede identificar al envasador como un intermediario entre ellos y el capitán, y considera que la posición de aquel le asegura cierta estabilidad laboral en esa cuadrilla. De esta manera, se genera una cadena de intermediaciones complejas desde las comunidades emisoras de jornaleros y los productores, quienes pagan por el trabajo realizado.

En suma, la cohesión interna y capacidad de reclutamiento del capitán y su equipo operan en el marco de un sistema de lealtades personales: el parentesco, el compadrazgo, la reciprocidad entre vecinos y el origen geográfico común. Así puede entenderse que las prácticas de reclutamiento y control social sobre los trabajadores condicionan la composición misma de las cuadrillas.57

En cuanto al propio capitán, en su condición de mestizo o de indio asimilado a la cultura local, constituye el interlocutor legítimo para productores y transportistas. Como hombre de campo, el capitán se identifica con el productor, pero al mismo tiempo, ha vivido en carne propia las necesidades de los peones. En menor medida, como fuereño y pequeño empresario se representa asimismo, al igual que el transportista, como parte de los inmigrantes que han dado prosperidad económica a la agricultura regional.

La trayectoria personal del capitán devela el proceso mediante el cual ha ido construyendo una red de relaciones diferenciadas con productores, transportistas y trabajadores, adquiriendo a su paso la experiencia para desenvolverse entre mundos distintos y manipular de manera juiciosa las necesidades y expectativas de cada uno. Dentro del equipo, sobre el capitán recae la mayor responsabilidad en adoptar patrones apropiados de conducta pública que posibilitan y sancionan la intermediación. En el momento crítico de la cosecha, el capitán debe refrendar su capacidad para cumplir las funciones a él delegadas por unos y otros. Su legitimidad está en cuestionamiento permanente y debe velar por reproducir su propio dominio, con lo cual reproduce el equilibrio en el sistema. Por todo ello, si la institución de brokerage no debe perder de vista el funcionamiento coordinado del equipo en su conjunto, el capitán es dentro de éste, el portador del habitus que la hace posible.58

A diferencia de los empresarios transportistas o los bodegueros, los capitanes no cuentan con capital económico significativo y menos aún con poder político a nivel local. En contrapartida a su escaso capital económico y político, los capitanes cuentan con otro tipo de recursos que consideramos oportuno caracterizar como capital social y capital cultural.59 Tales recursos les han dado cierto prestigio y autoridad en la región de Cuautla en Morelos y en la región de la Montaña en Guerrero, si bien no han permitido que accedan a instancias clave de la toma de decisiones. Los productores de Morelos (mediante las autoridades administrativas y ejidales) han tenido sumo cuidado en impedir que dicho poder no se acreciente, por ejemplo, restringiendo la participación de los capitanes con la justificación de que no son ejidatarios, no tienen tierras propias y son fuereños.60

En consecuencia, queda claro que el capital fundamental acumulado por los capitanes para desempeñarse como brokers en este microcosmos no es de índole económica, sino social y cultural. Además, es esta última propiedad (la cultural), la que permite a todo capitán traducir su poder en un recurso simbólico61 exclusivo: es el mediador legítimo en la articulación de tres ejes, cruciales en este contexto particular: agricultura comercial/agricultura de subsistencia; cultura mestiza/minorías étnicas; locales/foráneos.

Traductores del discurso social hegemónico

En este ajuste de intereses y orientaciones distintos, pondremos atención en el carácter ambiguo de la relación de los capitanes con los jornaleros, para subrayar su efecto en la producción y reproducción de la hegemonía en este campo.

Partimos de reconocer que en el espacio de negociación, los capitanes son activos participantes en la construcción, reproducción y modificación de las representaciones sociales de los diferentes actores involucrados. Por un lado, refuerzan el carácter asimétrico de la relación entre el productor-empleador y el trabajador, añadiendo otros medios de subordinación de éste a aquél (y que conforman su ámbito específico de poder como intermediario). Frente a los jornaleros, el lugar del patrón es representado -y justificado- como un productor sometido a los grandes comerciantes de productos frescos, que no puede ofrecer mejores salarios o condiciones de trabajo porque su margen de ganancia es limitado; pero también, aduciendo a la condición de campesinos pobres e indígenas del lugar ocupado por los trabajadores, el intermediario reproduce la inequidad de beneficios como resultado de un estado natural de cosas. Con ello, el intermediario legitima la relación de dominación sobre los jornaleros, basado en estrategias simbólicas de racionalización y naturalización de esa relación.62

Por otro lado, los capitanes están involucrados en el discurso de los migrantes, legitimando frente a patrones, transportistas y comunidad local, el derecho al trabajo de aquellos, como parte de su estrategia de reproducción social. El derecho al trabajo no involucra sólo la correspondiente retribución al trabajo desempeñado, sino también a la forma en que se realiza, incorporando los criterios propios de los trabajadores en la distribución y asignación de cargas dentro de las cuadrillas y unidades familiares, así como otras prácticas laborales que no corresponden tanto a las condiciones técnicas de la producción hortícola o a su lógica empresarial, sino a las formas y criterios en que el trabajador ha condicionado su inclusión en el sistema. En ese sentido, el capitán también apela a la naturaleza y tradición de los jornaleros (por ser campesinos e indígenas), en su representación del lugar de los trabajadores, cuestión que es reproducida en su papel de portavoz de los mismos.

Entonces, si bien es cierto que, en última instancia, los capitanes han surgido para resolver las necesidades de la agricultura comercial -en tanto instrumentos de la movilización y control de la fuerza de trabajo para la actividad hortícola-, este hecho no debiera soslayar la importancia de su capacidad de incorporar prácticas sociales de los jornaleros migrantes que tienen que ver con la relativa flexibilidad con que las familias jornaleras distribuyen sus recursos humanos a lo largo de la cosecha, así como con diferentes formas en que los trabajadores se apropian de los lugares de trabajo y que alteran los ritmos y tiempos de la planificación preestablecida por los capitanes y los productores. Al hacerlo, los capitanes no sólo obedecen a las relaciones y lealtades que mantienen con sus equipos y sus peones, sino que por ese medio concentran también poder como mediadores.

Ya hemos visto que el reclutamiento de la mano de obra se “encabalga” sobre los principios organizativos y jerárquicos de las instituciones de parentesco de los migrantes,63 pues los mecanismos de cooptación y control de la mano de obra foránea se instrumentan por medio de las redes parentales de los envasadores y del reconocimiento al sistema patriarcal que rige las relaciones al interior de cada unidad de trabajo. Esta condición se extiende al consentimiento de los capitanes a la organización familiar del trabajo en la cosecha y a los criterios de convivencia entre jornaleros que son paisanos. Logrando con ello mayor disciplina y conformidad entre los trabajadores, el broker refuerza indirectamente la cohesión interfamiliar e intergrupal de sus trabajadores; esto es, no sólo debido a que la unidad familiar se mantiene como grupo de trabajo dentro de la cuadrilla, sino también al interés mostrado por grupos de familias de una misma comunidad para ser reclutados y autoreclutarse con un mismo enganchador, compartiendo así la cuadrilla de trabajo y lugar de residencia.64

Además, el tipo de relaciones de patronazgo que se construyen en torno al capitán y sus equipos, propician el “encapsulamiento” de los migrantes estacionales a ciertos espacios sociales y simbólicos en Tenextepango que -paradójicamente – operan como factores de resistencia cultural. Este hecho está enmarcado en el trato estigmatizado hacia los migrantes indígenas por parte de la población local, y a su dependencia de los lazos de parentesco e intercambio recíproco entre jornaleros de una misma localidad o localidades afines.65

En efecto, para las familias jornaleras – nahuas, mixtecas o tlapanecas-, la migración estacional a Tenextepango representa una elección pragmática: se vive, se significa, como una experiencia transitoria, aun cuando se repita año con año. El costo social que los migrantes pagan por obtener cierto monto de recursos económicos se justifica para ellos mismos, porque por esa vía pueden seguir reproduciendo las bases materiales de su condición de campesinos y miembros de su comunidad (compra de bienes de consumo, de semilla y otros insumos, compromisos rituales, etcétera). En tanto eso sea factible, los migrantes no cuestionan en lo esencial las reglas del juego que rigen a este campo de interacción. Sin embargo, su subordinación no es pasiva ni incondicional: en ese sentido comprometen al intermediario -como interlocutor e intérprete- a tolerar y defender lo que podrían llamarse estrategias de resistencia de los jornaleros. Tales estrategias, de algún modo, flexibilizan las condiciones de explotación y, en ese mismo sentido, cuestionan su condición de dominados.66

Uno de los aspectos que ilustra esta situación se relaciona con el problema de la inestabilidad laboral. Este es un elemento crítico de la mediación, en el sentido de representar una síntesis contradictoria de compromisos, reflejo de la estrecha interdependencia de los diferentes agentes económicos y del carácter conflictivo del lugar y función que ocupan los capitanes.

Las necesidades fluctuantes y dinámicas de trabajo en la cosecha del ejote imponen como característica estructural de ese mercado de trabajo la inestabilidad laboral. Ya se ha mencionado que la abundancia de trabajadores, la competencia entre intermediarios por conseguir contratos, el cambio de jornaleros de una cuadrilla a otra, son algunos de los mecanismos de regulación de la oferta de trabajo. Para los productores, las tensiones derivadas de la expulsión de jornaleros cuando la actividad de la cosecha decrece, deben ser amortiguadas por los intermediarios.

Desde las prácticas de las familias jornaleras, sin embargo, la inestabilidad ha sido apropiada como flexibilidad de movimiento. Flexibilidad para ir y venir de sus pueblos -aprovechando la relativa proximidad geográfica-, flexibilidad para distribuir y redistribuir sus recursos humanos entre aquí y allá a lo largo de la temporada de cosecha para atender asuntos familiares, asistir a la fiesta patronal o trabajar en la propia milpa. Para los capitanes, dicha volatilidad de los jornaleros es admitida porque la prestación de la vivienda no es un mecanismo de control absoluto, pero además porque difícilmente podría ofrecer ocupación continua a lo largo de la temporada de cosecha. Entonces, debe consentir y planificar las ausencias temporales de parte de sus peones, que no siempre corresponden con la planificación de la cosecha, reconociendo en estas prácticas la facultad legítima de los indígenas de atender sus compromisos sociales y rituales.

En otro sentido, esa flexibilidad de movimiento, aunada a la posibilidad de intercambiar de empleador toda vez que no existen relaciones contractuales, se traduce en un sentimiento de libertad que es valorado de manera positiva por los jornaleros. ¿Cómo relacionar este hecho dentro del discurso social de los migrantes? Sugerimos que, si bien es cierto que el núcleo central del modo de vida de estas familias lo constituye su identidad local y su condición campesina, existe una tensión intensa entre su representación social como pequeño productor (propietario y gestor de su empresa agrícola familiar y “libre” de vender sus productos) y su incorporación al mercado como fuerza de trabajo. En Tenextepango, no es un nombre, es un número;67 no decide para quién, ni cuándo, ni dónde trabajar, sólo le cabe integrarse con su familia a anónimas cuadrillas que son movilizadas por enganchadores de una huerta a otra. Esta negación, entonces, es resistida en el espacio que el sistema permite: es libre de asignar tareas dentro de su familia, de enviar a alguien al pueblo, de cambiar de enganchador cuando le conviene.

Otro ejemplo digno de mención, es la complicidad de los capitanes en la extendida práctica de robo de ejote por los jornaleros para su venta a acaparadores ilegales. En el transcurso de los últimos años esta práctica se ha extendido significativamente en la región, dando lugar a un gran descontento entre los productores.68 Los compradores de ejote robado pagan hasta diez veces más el valor que recibe el jornalero por kilo cosechado y lo venden directamente en la Central de Abastos, obteniendo importantes ganancias. Aunque los productores fiscalizan personalmente la cosecha para evitar pérdidas, no es fácil esta tarea ya que quienes roban han creado muchos artificios para pasar desapercibidos, motivados por la búsqueda de un ingreso adicional a sus deprimidos salarios. Los capitanes suelen manejar un doble discurso en este sentido, instando a sus peones a no robar y, al mismo tiempo, alertándolos para no ser sorprendidos, o bien advirtiéndoles que deben cuidarse de los patrones y no de ellos mismos. Si bien a los capitanes no les conviene que sus cuadrillas adquieran fama por esta práctica clandestina, pues pueden perder clientes, no intentan erradicarla del todo ya que corren el riesgo de quedarse sin trabajadores. Incluso, los capitanes intervienen en favor de sus peones cuando han sido detenidos por la policía por ese motivo, ya que implícitamente es reconocido como un mecanismo válido de compensación económica para los jornaleros.

En contrapartida, los capitanes tienen escaso poder de ingerencia en la determinación de los salarios, pues como ya mencionamos, las tarifas de corte son definidas por los productores de Tenextepango al inicio de cada temporada de cosecha y sancionados por las autoridades ejidales de la región. En ese sentido, los capitanes no han querido o no han podido traducir su poder social en fuerza de presión para modificar este criterio unilateral, pues ello podría poner en riesgo su posibilidad de seguir participando en el juego.69

En suma, el capitán no es un sujeto neutral, inclinándose en una u otra dirección de acuerdo con cada circunstancia. El ejercicio de poder de los mediadores influye en las relaciones de grupo, involucrando el conflicto y el acomodo, la integración y la desintegración.70 En ese juego dinámico, el mediador es un condensador de efectos en el plano ideológico, construyendo de forma cotidiana la dominación y la resistencia a la misma.

A manera de conclusión

Los capitanes monopolizan los canales de acceso a la mano de obra, y son el soporte de las transacciones entre productores y jornaleros agrícolas, lo que implica la gestión y tutela de la fuerza de trabajo. Su presencia es parte de la propia dinámica del mercado de trabajo.

Pero, además, el capital objetivado e incorporado en ese habitus hacen posible la construcción y mantenimiento de un conjunto de vínculos diferenciados que sirven de enlace entre los distintos sujetos sociales -productores, jornaleros agrícolas y transportistas-, representando una pieza clave en el funcionamiento de la producción y comercialización de hortalizas en la región.

Dicho poder se basa en la construcción de una estructura especializada y estable cuya composición reúne personas capaces de cumplir una o varias de las diferentes funciones intermediarias (enlace, traductor e intérprete, conciliador, etcétera), que operan en conjunto como broker.

La posibilidad de integrar las prácticas y los discursos de los distintos grupos, ha estado asegurada por la composición interna de la estructura mediadora, y por lo mismo, hasta ahora ha garantizado la manipulación de estas tensiones en beneficio propio. Ello implica no sólo compaginar el intercambio de bienes y servicios de carácter económico, sino de concertar la permanente negociación de lógicas sociales y culturales disímiles.

La presencia de vínculos de patronazgo en las relaciones con sus clientelas y su alineamiento a la preservación del status quo en la distribución de poder, no excluye la existencia de códigos de conducta que exigen niveles de complicidad y representación de los intereses de los trabajadores a su cargo. En el contexto local, ello ha representado la posibilidad para las familias jornaleras migrantes de flexibilizar sus estrategias de sobrevivencia y de ampliar las condiciones de reproducción de su identidad cultural.

Sujetos activos en la construcción del entramado social que sirve de soporte a la explotación comercial de hortalizas en esa región, los capitanes encarnan el capital social y cultural acumulado en el intercambio entre una región agrícola dinámica y una región agrícola deprimida, entre una cultura mestiza/local y una cultura indígena/foránea.

Las características específicas de los capitanes en el mercado de trabajo hortícola del oriente de Morelos, podrían asemejarse a otras regiones agrícolas del país que constituyen zonas de atracción de jornaleros migrantes indígenas y en las que operan intermediarios de diversa índole. De acuerdo con nuestra experiencia, una condición imprescindible para que esos intermediarios puedan reproducirse como mediadores, depende de su posibilidad de mantener su independencia respecto a los empresarios (al capital y al poder económico). En el caso de estudio, el tipo de explotación agrícola de la región -atomizada en una multiplicidad de pequeñas unidades productivas-, representa un mercado de trabajo fragmentado y dislocado, que no sólo refuerza la necesidad de intermediación en este ámbito, sino que garantiza la autonomía de los intermediarios respecto a los empleadores agrícolas. Considero que éste es un factor clave para entender su especificidad, sobre todo en comparación a otros sistemas de agricultura comercial basados en grandes unidades productivas y pocos propietarios, en donde el margen de maniobra de los intermediarios puede ser distinto.

En este trabajo se ha argumentado la relevancia de explorar esta dimensión de la mediación en el ámbito laboral, toda vez que en México constituye un espacio social privilegiado de las relaciones interculturales entre diferentes grupos étnicos y sociedad mestiza en general.

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Sobre la autora
Kim Sánchez Saldaña
Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).


Citas

  1. Martine Vaneckere, “Situación de los jornaleros agrícolas en México”, en Investigación Económica, núm. 18, julio-septiembre de 1988. []
  2. Se denomina mercados regionales a aquellos que utilizan trabajadores locales y foráneos de la misma entidad o entidades vecinas; y los mercados interregionales son aquellos polos de atracción a gran escala, como en el caso de los campos agrícolas de Sinaloa y Baja California. También hay intermediarios laborales vinculados a los circuitos migratorios internacionales de jornaleros agrícolas que se emplean en campos norteamericanos. []
  3. Roberto Vilar y Carlos Samaniego, Sistema de Contratación y migración laboral temporal en Santa Cruz, Bolibia, 1981; Alipio Montes, “Mercado laboral y asalariados agrícolas en la región de Arequipa”, en Oscar Dancourt, Enrique Meyer, Carlos Monge (eds.) Perú. El problema agrario en debate, 1994. []
  4. Roberto Vilar y Carlos Samaniego, op.cit.; Tom Brass, “Unfree labour and capitalism Restruturing in tje Agrarian Sector: Peru and India”, en The Journal of Peasant Studies, vol. 14, núm. 1, 1986. []
  5. Para América Latina, sus antecedentes se remontan a fines del siglo XIX (Roberto Vilar y Carlos Samaniego, op.cit.), cuando el auge de la exportación de bienes primarios al mercado mundial, generó una amplia demanda de trabajo en ciertas regiones. En su fase inicial, el sistema de enganche cumplió un papel decisivo en la formación de fuerza de trabajo asalariada, así como en la determinación de la composición y lugar de procedencia de esa fuerza. Más adelante, la primera de estas funciones se fue haciendo menos necesaria, no obstante, la regulación del flujo migratorio de trabajadores temporales y la competencia frente a otras alternativas laborales, han actualizado la vigencia del sistema de enganche. []
  6. Roberto Vilar y Carlos Samaniego, op.cit. []
  7. Idem; Alipio Montes, op.cit. []
  8. Para el caso de México se pueden citar, entre otros, los trabajos de Luisa Paré, 1987; Martine Vaneckere, op.cit.; Gabriel Torres, 1994; Sara Lara, 1996; Antonieta Barrón, 1997; Amparo Muñoz, 1997. En cuanto a estudios hechos en Estados Unidos, destacan los trabajos sobre los mercados de trabajo agrícola de California y Texas: Richard Mines y Anzaldua, 1982; Kearney, 1986; Philip Martin, 1989; Don Villarejo y Dave Runsten 1993; Carol Zabin 1992; 1997; Carol Zabin, et.al., 1993. []
  9. Tom Brass, op.cit.; Hurbert Carton de Grammont (coord.), Neoliberalismo y organización social en el campo, 1996; Lara, “Mercado de trabajo rural y organización laboral en el campo”, en Hurbert Carton de Grammont (coord.), Neoliberalismo…,op.cit., 1996. []
  10. El estudio de los intermediarios en California ha sido posteriormente retomado por varios autores norteamericanos (por ejemplo, Richard Mines y Ricardo Anzaldua,New Migrants vs. Old Migrants: Alternative Labor Market Structures in the California Industry, 1982; y Don Villarejo y Dave Runsten California’s Agricultural Dilema: Higher Production and Lower Wages, 1993), quienes han analizado la importancia del sistema de contratistas en diferentes etapas de reestructuración del sector hortofrutícola de ese estado. En general, dichos estudios consideran que el intermediarismo ha sido un factor clave para contener la influencia de los sindicatos rurales, para constreñir los salarios, así como para facilitar el ingreso a ese mercado laboral de nuevos contingentes de trabajadores inmigrantes más vulnerables. []
  11. Lygia Sigaud, “As vendas das pontas de rua”, en Roberto Cardoso de Oliveira, et al., Anuario Antropológicas/81, 1983. []
  12. En cambio, esta línea de investigación en el ámbito urbano ha dado lugar a interesantes trabajos como, por ejemplo, los de Larissa Lomnitz, “Mecanismos de articulación entre el sector informal y el sector formal urbano” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 40, núm. 1, 1978, pp. 131-153 y Miriam J. Wells, “Brokerage, Economic Opportunity and the Growth of Ethnic Movements”, en Ethnology, vol. 18, núm. 4, 1979, pp. 399-414. En el primer caso, Larissa Lomnitz analiza el papel de los intermediarios laborales como parte de los mecanismos de articulación entre el sector informal y el sector formal urbano; por su parte, Miriam Wells estudia diferentes clases de intermediarios en la formación de grupos de interés étnico en Estados Unidos. []
  13. Eric Wolf, “Levels of communal Relations”, en Handbook of Middle American Indians, vol. 6, 1967 y “Aspects of group relations ina complex Society: México”, en Peasants and Peasant societies, 1976. []
  14. Ibidem, p. 66. []
  15. Entre los especialistas de este campo de estudio, hay coincidencia en distinguir que, según los fines y el objeto en torno al cual se ejerce la mediación, ésta puede ser de naturaleza económica, política o cultural. Obviamente se trata de una clasificación con fines analíticos, ya que, en mayor o menor medida, todo intermediario opera y produce efectos en todas las dimensiones señaladas. []
  16. Para ilustrar esta propiedad, Eric Wolf recurrió a la conocida analogía del broker con Jano, personaje mítico que puede mirar en dos direcciones a la vez, y añade: “Deben servir al mismo tiempo a algunos de los intereses de los grupos que operan en el nivel comunal y en el nivel nacional. No pueden saldarlos porque si lo hicieran dejarían de servir a su propósito. Por ende ellos deben actuar como defensores, salvaguardas entre grupos, manteniendo las tensiones que proveen la dinámica de sus acciones. La relación del hacendado con los indios satélites, el rol del moderno broker-político a sus seguidores en la comunidad puede ser visto apropiadamente bajo esta luz. Deben mantener también un dominio de estas tensiones, para que el conflicto no se escape de las manos o que un nuevo mediador ocupe su lugar (1976, p. 66). []
  17. Cabe mencionar que, para el caso mexicano, las reflexiones sobre los intermediarios se han centrado principalmente en el fenómeno del caciquismo y su papel en el sistema político regional y nacional (Salmerón, “Caciques. Una revisión teórica sobre el control político local”, en Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales año XXX, núms. 117-118, 1984, pp. 107-142; Tapia Santamaría, “Intermediación y construcción social del poder en el Bajío Zamorano”, en Intermediación social y procesos políticos en Michoacán, 1992; Guillermo de la Peña, “Poder local, poder regional, perspectivas socioantropológicas”, en Poder local, poder regional, 1993; Vargas González, Lealtades de la sumisión. Caciquismo, 1993; entre muchos otros). []
  18. Sydel Silverman, “Patronage and community-nation relationships in central Italy”, en Ethnology, vol. 4, núm. 2, abril 1965. []
  19. Por su parte, Jesús Tapia Santamaría resume así este conjunto de características: “Los intermediarios están en las encrucijadas del poder. Se encuentran distribuidos en los grupos autóctonos y las instancias decisorias de administración pública o de los circuitos de mercado. Por sus conocimientos, por la eficacia de sus funciones de enlace e intercambio y por las redes de relaciones cultivadas por ellos en los diversos circuitos del mercado de recursos productivos y de responsabilidades administrativas, en breve, por la mayor o menor distancia estructural que los separa de la toma de decisiones, los intermediarios adquieren un estatuto social y una capacidad de negociación que, explotados como recursos de capital político o simbólico, les dan una gran movilidad social y los hacen parte, en mayor o menor medida, de los grupos de poder.” (1991, p. 421). []
  20. H. Asseo, “Autor de la notion d’intermediaire culturel”, en Actes du Colloque du Centre Meridional d’Historie Sociale, des Mentalités et des Cultures, 1978; R. Chartier, “La culture en question”, en Actes du colloque…; J. Molino, “Comobien de cultures?”, en idem.; M. Vernard, “Sur les intermediaries dánciens style”, en idem.; María Eugenia Vargas, Educación e ideología. Constitución de una categoría de intermediarios en la comunicación interétnica. El caso de los maestros bilingües tarascos (1964-1982), 1994. []
  21. Intérpretes, sacerdotes, médicos, maestros y asistentes sociales, son algunos de los diversos sujetos sociales inscritos en esta categoría cultural. De acuerdo con H. Asseo (op. cit.), cada condición histórica concreta, sucita, ignora, admite o rechaza sus propios intermediarios; de ahí la dificultad para abordar una tipología de los intermediarios culturales, puesto que no tienen ni pasado ni futuro; cada uno parece generarse a sí mismo antes de ser absorbido en el contacto intercultural. []
  22. R. Chartier, op.cit. []
  23. H. Asseo, op.cit. []
  24. Cabe hacer una precisión analítica que puede evitar ulteriores confusiones; los investigadores del intermediarismo político -y más específicamente del caciquismo-, utilizan la categoría de broker, no sólo en su acepción original, sino también en la acepción dada por Richard N. Adams (“Borkers and Career Movility Systems in the Structure of Complex Soieties”, en Contemporary Cultures and Societies in Latin America, 1970), quien reconoce la presencia de dos tipos de intermediarios: los intermediarios de poder (como el cacique) y los intermediarios culturales (como el maestro rural o el extensionista agrícola). Acorde a su concepción de poder social, el primer tipo de agente tiene poder en dos niveles, y manipula el control que tiene en cada uno para fortalecer su posición en el otro nivel. En cambio, el intermediario cultural es un individuo de un nivel que vive y opera entre individuos de otro nivel, sin derivar de ello poder de uno a otro. En ese sentido, el intermediario de poder de Adams se identifica más a la concepción de broker hasta aquí expuesta (y que, a nuestro juicio, no se restringe al poder político), mientras que esa versión del intermediario cultural como traductor entre dos segmentos, al margen de la estructura de poder, no sólo tiene limitado potencial explicativo para dar cuenta de la dimensión ideológica de ese tipo de intermediación, sino que además difiere de la connotación que en este trabajo pretende darse al papel de los capitanes como brokers culturales. []
  25. María Eugenia Vargas, op.cit., 1994. Vargas sostiene que los maestros y promotores bilingües tarascos conforman una categoría social intermediaria en la comunicación interétnica en el sistema de relaciones tarasco-mestizas. []
  26. Pierre Bourdieu, “Acerca de las propiedades de los campos” en Sociología y cultura, 1990 y El sentido práctico, 1991. []
  27. Michel Pécheuz, Hacia el análisis automático del discurso, 1983; John B. Thompson, Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas, 1993. []
  28. En relación a la producción hortícola nacional, Morelos tiene un papel destacado; por ejemplo, ocupa el segundo lugar en ejotes, el tercero en pepinos y el sexto en calabacitas, Secretaría de Agricultura, Ganadería y Desarrollo rural (SAGAR), Anuario de la Producción Agrícula de los Estados Unidos Mexicanos, 1989-1996, 1998. []
  29. Plutarco García, “Estructura del sector agropecuario y movimientos sociales en Morelos”, en Ursula Osward (ed.), Mitos y realidades de Morelos, 1993. En menor medida, también se ha venido desarrollando la agricultura empresarial en mayor escala, a la sombra de la renta de parcelas por ciclo agrícola, lo que le permite gran movilidad y mejores condiciones para participar en estos cultivos comerciales que son muy especulativos. []
  30. Con excepción de la cebolla, cuya producción es acaparada por compradores de la zona que son la representación local de grandes comerciantes foráneos que venden ese producto en el mercado nacional e internacional. []
  31. El monto del trabajo familiar es poco significativo con relación al trabajo asalariado, no sólo por las características de los cultivos, sino también porque las familias ejidatarias y de pequeños propietarios tienden a diversificar sus fuentes de ingreso, prefiriendo otras alternativas ocupacionales complementarias. []
  32. En el año agrícola de 1996, la producción de ejote en Morelos ascendió a 10 mil 090 ton. (equivalentes al 16 % del total nacional de ese producto), cosechados en una superficie de mil 354 ha (algo más del 16 % de la superficie total del país), y con un rendimiento de 7 mil 450 ton/ha (Sagar, 1998). []
  33. La mayor parte de la producción ejotera morelense se concentra en el municipio de Ayala, en los ejidos de San Vicente de Juárez, San Juan Ahuehueyo, Anenecuilco y Tenextepango (PRONJAG, Módulo de antención para los cortadores de ejote de la región de Ciudad Ayala, Morelos, 1997). En este último, se cultivan anualmente cerca de 400 ha, que representan algo más del 50 por ciento de su superficie de labor bajo riego. []
  34. Kim Sánchez, “Migración de la Montaña de Guerrero: El caso de jornaleros estacionales en Tenextepango, Morelos”, tesis de maestría en Antropología Social, 1996. De acuerdo con un diagnóstico de la delegación estatal del PRONJAG (1997), en la actualidad alrededor del 80 por ciento de los jornaleros empleados son migrantes temporales que provienen de Guerrero, 2 por ciento es de Oaxaca y Puebla, y el 18 por ciento restante son trabajadores locales (autóctonos e inmigrantes residentes). []
  35. Las comunidades de procedencia de estos migrantes son en su mayoría nahuas, le siguen en importancia las mixtecas y, por último, las tlapanecas. También cabe mencionar que la mayoría de los migrantes provienen de localidades pertenecientes a los municipios de Chilapa de Álvarez, Tlapa de Comonfort y Atlixtac (Kim Sánchez, op.cit.,; PRONJAG, op.cit.). []
  36. Las colonias Constancio Farfán, Loma Bonita y Villa Hermosa surgieron a partir de las últimas dos a tres décadas, registrando el desarrollo de la región como polo de atracción de trabajadores migrantes que decidieron establecerse definitivamente. []
  37. De acuerdo con los datos recabados, en momentos “pico” de la actividad de corte se concentran de mil a mil 500 jornaleros, sin contar a los acompañantes que no trabajan (Kim Sánchez, op.cit.). []
  38. Por su ubicación geográfica y otras condiciones particulares, desde el inicio del auge hortícola regional, Tenextepango fue punto de encuentro de los trabajadores locales y migrantes, por lo que los productores acudían allí a contratarlos; ello propició que las primeras empresas transportistas eligieran abrir sus oficinas en esa localidad. []
  39. Para el resto de las actividades agrícolas de éste y otros productos las formas de contratación son más flexibles, incluyendo la contratación directa y mediante cuadrillas. Esta última funciona como una forma de organización interna de la fuerza de trabajo, con menor grado de asimetría entre sus miembros y de la que uno se erige como representante para negociar las condiciones de contratación independientemente de los intermediarios (Alipio Montes, op.cit.). []
  40. Para los pequeños agricultores la explotación comercial de hortalizas, y del ejote en particular, ha perdido el atractivo que tuvo en años anteriores, porque el aumento en sus precios de venta no ha sido proporcional al incremento de los costos de producción, sobre todo en lo referente a semilla, fertilizantes, plaguicidas, transporte, etcétera. Sin embargo, éstos siguen siendo cultivos más lucrativos que la producción de caña de azúcar. []
  41. Retomamos el concepto de campo de Pierre Bourdieu (1990, 1991), como espacios estructurados de posiciones, que en un momento determinado expresan relaciones de fuerza entre agentes o instituciones en la lucha por la consecución de sus intereses específicos y del dominio del campo. []
  42. Recuperamos de Michel Pecheux la distinción entre lugares y posiciones en la estructura social, donde los primeros representan un conjunto de rasgos objetivos característicos (por ejemplo, productor/ empleador/ mestizo/ autóctono, o bien trabajador/ jornalero eventual/ indígena/ migrante), y los segundos corresponden a la representación que de esas situaciones se hacen los sujetos y que operan como formaciones imaginarias en el proceso discursivo (Michel Pecheux, op.cit., p. 48). []
  43. Roberto Cardoso de Oliveira, Etnicidad y estructura social, 1992, pp. 30-31. []
  44. El carácter asimétrico de la relación indios-mestizos, remite necesariamente a la posición histórica que los grupos indígenas de México han ocupado en la estructura social y productiva del sistema global, y que en el plano regional se manifiesta en la subordinación y articulación de sus actividades económicas y su vida política a la dinámica de desarrollo de una economía capitalista y de la estructura de poder dominada por el Estado (María Eugenia Vargas,op.cit., p. 33). []
  45. “Las relaciones interétnicas estables presuponen una estructura de interacción semejante: por un lado, existe un conjunto de preceptos que regulan las situaciones de contacto y que permiten una articulación para algunos dominios de actividad y, por otro, un conjunto de sanciones que prohiben la interacción interétnica en otros sectores, aislando así a ciertos segmentos de la cultura de posibles confrontaciones y modificaciones.” Fredrik Barth, Los grupos étnicos y sus fronteras, 1976. []
  46. Pierre Bourdieu, op.cit., 1990. []
  47. A diferencia del sistema de enganche tradicional, en este caso los trabajadores no reciben pago por adelantado y, en rigor, el trato entre jornalero y capitán puede ser rota por ambas partes al término de cada jornada de cosecha. []
  48. Ello no invalida que exista un flujo permanente de trabajadores que circulan entre una cuadrilla y otra, debido a la discontinuidad en el empleo, los bajos salarios y la competencia entre capitanes. La tolerancia de los capitanes hacia esta práctica de autoreclutamiento de los trabajadores, expresa uno de los mecanismos que en este mercado de trabajo permite regular la demanda y el suministro de mano de obra en aquellos momentos y lugares donde se intensifica o decrece la actividad. []
  49. Para los productores este atributo es considerado un aspecto decisivo para que los capitanes puedan controlar a los trabajadores. []
  50. Esta situación recuerda la dimensión intermediaria del cacique, cuya influencia en el ámbito político se extiende inclusive a la esfera de lo individual, en asuntos civiles y familiares (Pablo Vargas González, op.cit.,). []
  51. Una de las controversias más usuales entre oficinistas y productores tiene que ver con los retrasos en el embarque, sobre todo en aquellos momentos en que la actividad se intensifica y no hay suficientes camiones disponibles. En muchos casos el capitán intercede para amortiguar el conflicto, por ejemplo, previendo al productor para que sólo coseche parte de su huerta, o bien presionando al transportista para que no falle a determinado cliente. []
  52. En esos casos, se desempeñan como representantes de cuadrillas de las que ellos mismos son trabajadores. Las actividades más comunes fuera de la cosecha del ejote son: cosecha de elotes, aplicación de pesticidas, etcétera. []
  53. De modo similar, Margarita Rosales G. ha apuntado que el intermediario comercial tradicional en el medio rural “no sólo trafica con productos agrícolas o pone en contacto al productor rural y al consumidor urbano sino que también se encuentra en medio de dos formas de producción y maneja dos mundos, dos lenguajes, dos tipos de racionalidad económica y de relaciones sociales.” (Rosales Gonzálezm Los intermediarios agrícolas y la economía campesina, 1979, p 123). []
  54. En la acepción original de Erik Wolf, el broker es un individuo, sin embargo Guillermo de la Peña (“Poder local, poder regional, perspectiva socioantropológicas”, en Poder local, poder regional, pp. 32-33) y otros autores revisados amplían esta categoría para referirse a grupos de individuos e, incluso, instituciones (H. Asseo, op.cit.,). []
  55. Dicha trayectoria coincide con los procesos de intermediación analizados por Larissa Lomnitz (op.cit.) en el medio popular urbano, donde una red de intercambio recíproco funciona para alguno de sus miembros como un recurso laboral y le permite construir un “grupo de acción” que a la postre se transforma en una estructura estable y especializada de la que él mismo es jefe. []
  56. A diferencia de la “amistad emocional” en la que la relación se limita a una diada, la “amistad instrumental” actúa como potencial eslabón de conexión con otras personas del exterior (Eric Wolf, Relaciones de parentesco de amistad y patronazgo en las sociedades complejas, 1980). []
  57. Aunque la mayoría de las cuadrillas sean de carácter mixto, pues tienen trabajadores locales y estacionales de diferentes lugares de procedencia, existe una clara tendencia a encontrar en cada cuadrilla a amplios núcleos de trabajadores emparentados de una comunidad determinada o comunidades vecinas de igual filiación lingüística. []
  58. Pierre Bourdieu, op.cit. []
  59. En términos de Pierre Bourdieu, las posiciones dentro de este microcosmos, visto como un campo, pueden diferir en cuanto al tipo de capital que cada individuo sustenta, donde la jerarquía de las diferentes formas de capital (económico, cultural, social y simbólico) está condicionado por la lógica y necesidad específica del campo (Pierre Bourdieu, op. cit., 1991, pp. 64-66). De modo breve se puede decir que el capital social está basado en las redes sociales de los agentes, en las alianzas matrimoniales y los grupos de parentesco, mientras que el capital cultural aquí es entendido como el conjunto de conocimientos y capacidades adquiridas por los capitanes a los largo de su trayectoria personal, que incluyen tanto conocimientos técnicos y operativos de la actividad agrícola, el manejo de la cultura propia de cada grupo con el que trabaja (productores, transportistas y jornaleros), en particular de la ideosincracia de las comunidades en las que recluta jornaleros (que pueden ser nahuas o mixtecas). []
  60. Es de notar que, por ejemplo, la asamblea ejidal determina las tarifas de corte de ejote al inicio de la temporada de cosecha, sin participación de los jornaleros. Los capitanes son “invitados” a emitir su opinión, tienen voz pero no voto y, en última instancia, son apremiados a cumplir con los acuerdos so riesgo de perder su clientela de productores y enemistarse con las autoridades locales. []
  61. Retomamos la noción de capital simbólico de Bourdieu entendido como una clase especial de capital que refiere al prestigio, la reputación, el renombre y aquellas formas reconocidas de autoridad y legitimidad (Pierre Bourdieu, op.cit., 1990, p. 283); de hecho, cualquier clase de bienes objetivados e incorporados puede representar un recurso de poder simbólico para definir el sentido de las distancias sociales, de lo que se debe marcar y mantener, de lo que se debe respetar y hacer respetar. []
  62. Adoptamos de manera flexible la propuesta de John B. Thompson (op.cit.), respecto al hecho de que estrategias de construcción simbólica pueden vincularse, en circunstancias particulares, para mantener y reproducir relaciones de dominación. Entre otras, la racionalización es una estrategia identificada con la legitimación (en que la dominación se representa como legítima o justa), mientras que la naturalización responde a la cosificación (donde la dominación se representa como un estado de cosas natural e intemporal) (ibidem, pp. 65-74). []
  63. Un rasgo sobresaliente de este flujo migratorio es la flexibilidad con que el régimen patriarcal se adecúa a las condiciones de trabajo de las cuadrillas y a la convivencia residencial en el nicho migratorio (Kim Sánchez, op.cit.). []
  64. Cabe notar que, refiriéndose a los modos en que se interrelacionan diferentes grupos que operan en distintos niveles Wolf señala: “una de las características más sobresalientes de las relaciones grupales en México es la tendencia a que las nuevas relaciones contribuyen a la preservación de formas culturales tradicionales.” (Eric Wolf, op.cit., 1976, p. 66). []
  65. Es claro que las principales comunidades indígenas proveedoras de esta fuerza de trabajo se relacionan con la sociedad mayor de múltiples formas dentro y fuera de su región, por lo que la experiencia migratoria en Tenextepango no es el único vínculo cultural (económico o político). Pero, considero que debido a la importancia que tiene esa actividad laboral dentro de sus estrategias de reproducción social (como campesinos e indígenas), es un referente muy importante en la comunicación interétnica y en la construcción de sentido. En lo que respecta a la comunidad receptora, la presencia cíclica de esta población indígena también es un referente fundamental en los procesos de reconocimiento y valoración cultural (de la cultura propia y ajena). []
  66. Al respecto coincidimos con Gabriel Torres (“La fuerza de la ironía. Un estudio del poder en la vida cotidiana de los trabajadores tamaleros en el occidente de México”, tesis de maestría, 1994) cuando afirma que el mercado de trabajo no debe ser concebido como un sistema cerrado, controlado únicamente por la producción capitalista, sino como un espacio en disputa: “En primer lugar, los trabajadores no pueden ser vistos exclusivamente como mano de obra barata en busca de empleo. Esto implica condenarlos a no tener posibilidades de negociar mejores condiciones (reales o simbólicas) de pago a su trabajo. Este enfoque tiene muchos problemas para manejar los datos que hablan de la capacidad y los conocimientos de los trabajadores para establecer responsabilidades limitadas y compromisos particulares. Asimismo, desconoce la importancia de las diferencias de género, clase y etnicidad, así como la diversidad de juegos de poder en que los trabajadores se involucran…” (op.cit., p. 77). []
  67. Nos referimos a la práctica generalizada de control de los peones y su trabajo, que consiste en asignar a cada jefe de familia un “número” que corresponde al orden en que fue registrado como miembro de la cuadrilla. Como el trabajo se paga a destajo, cada jornalero y sus acompañantes se identifican con ese número para que el apuntador anote el monto de kilos de ejote cosechados. Al final de cada semana, el capitán y el apuntador calculan el pago de cada grupo familiar, según la cantidad de kilos acumulados (hayan o no trabajado todos los días en la cuadrilla). []
  68. Curiosamente, los productores no han tomado medidas drásticas contra los comerciantes ilegales, ya que éstos se escudan en las obligaciones sociales emanadas del paisanaje y la vecindad. Así, han existido demandas y arrestos a jornaleros por robo, pero nunca denuncias a los verdaderos responsables del comercio clandestino. []
  69. Es decir, en términos de Pierre Bourdieu podría decirse que los capitanes no pueden transformar el valor relativo del capital que ostentan para imponerse en el campo, porque con ello correrían el riesgo de perder la representación de los productores, y su razón de ser como salvaguarda de las reglas del juego del mismo. La rentabilidad de la actividad económica impone así a los capitanes los límites de su eficacia para manipular, incrementar o conservar su capital específico. []
  70. Eric Wolf, op.cit., 1976. []

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