En su libro Las patas limpias, Marcelo Abramo presenta un corpus mítico de gran valor, tanto por su registro y compilación como por su muy interesante análisis, el cual pone en evidencia las armaduras míticas de los textos que descompone y analiza en mitemas, siguiendo de cerca la reflexión estructuralista de Lévi-Strauss. En su análisis describe cómo estas armaduras míticas entran en una suerte de competencia asimétrica a través de muy diversos procesos históricos, de los que eventualmente resulta el desplazamiento de las estructuras mitológicas en términos de código, pero que permanecen firmes en su mensaje.
A pesar de que existen distintas compilaciones de narraciones, cuentos y leyendas, y en casi todos los escritos etnográficos se incluyen relatos de tipo mítico, hay pocas publicaciones en las que se trate de analizar un corpus mítico otomí a profundidad, no sólo porque su abordaje conlleva profundas implicaciones teórico-metodológicas, sino porque no es común encontrar grandes narraciones míticas en las distintas regiones otomíes.
Abramo muestra al mito como la necesidad de explicar, de una forma sistemática, la organización del universo; lo considera un producto de la reflexión y la intelección humana. La eficacia simbólica del mito es constantemente puesta a prueba por las condiciones históricas, la cuales han propiciado el cambio de las expresiones míticas, manteniéndolas funcionales y dotadas de sentido. La narración mítica puede cambiar de forma, pero seguirá siendo la explicación selectiva de la experiencia y la comunicación el grupo.
En algunas comunidades otomíes aún es posible encontrar relatos producidos y reproducidos sólo por cierto tipo de individuos, que participan extraordinariamente de distintas formas de adquisición de saber tradicional, el cual pareciera haber sufrido una fragmentación, pero que en su diversidad refleja una compleja configuración regional del otomí, la cual se expresa cuando los hablantes de la lengua se distinguen identitariamente como ñäñhu, ñäñhö, yuhu o ñätho. La mitología compilada en Las patas limpias nos muestra distintas dimensiones del mito, su conexión con el ritual, con la historia y con la etnografía. Su lectura nos hace preguntarnos hasta dónde esta distinción entre el mito y la leyenda funciona en ese contexto ¿Será por esta razón que en lengua hñäñhu tanto el mito como la historia se denominan ya ‘bede ‘los cuentos’? Según Abramo la narración misma o ar ‘bede es interpretada como un ritual; según afirma este autor, no cualquier persona puede solicitar el relato de un mito, sólo lo pueden hacer las personas adultas del sexo masculino, generalmente los jefes de familia. Es por esta razón que Abramo considera que es una especie de rito de paso para llegar a la adultez y adquirir de modo completo la pertenencia al grupo.
Ar ‘bede narra el momento mítico de la fundación de los pueblos y de la creación del mundo, dando sentido a la territorialidad del patrilinaje y al desarrollo de los eventos naturales. Como advierte Abramo, lejos de agotar el universo mítico de las regiones estudiadas, Las patas limpias es una obra pionera que deja abierto un sinfín de posibilidades en el análisis de los corpora mitológicos amerindios. Si bien es una obra que plantea y responde muchas preguntas, también es una obra provocadora que nos hace preguntarnos muchas otras cosas que se quedan en el tintero del autor.
Una de las interrogantes que despierta la compilación de este corpus mitológico se relaciona con la lengua de análisis, puesto que a pesar de que sólo presenta textos en español contiene basta información de muchos aspectos de la cultura otomí. Lo que nos lleva a la reflexión de si en los textos analizados en una lengua ajena, que no lejana, al grupo que se estudia podemos encontrar las claves de su historia y mitología ¿Qué tesoro nos espera cuando analicemos este corpus en la lengua originaria de los grupos que lo generan? ¿Las versiones españolas de los mitos que aquí se recopilan no parten acaso de estructuras cognitivas diferentes a las que generaron las versiones en hñäñhu? ¿El uso de ciertas construcciones sintácticas y la utilización de cierta terminología no tiene que ver directamente con la competencia comunicativa de los hablantes? Y en última instancia, ¿es la lengua la que permite ciertas estrategias discursivas o son tan estables las armaduras míticas que pueden ser expresadas en cualquier lengua?
Todas estas incógnitas se desprenden de la lectura de Las patas limpias y, lejos de ser deméritos de la obra, son parte integral de su aporte, ya que permite ver yá ‘bede ar ñäñhu ‘los cuentos otomíes’ desde una perspectiva panorámica que nos hace sensibles a las diferencias históricas, lingüísticas y culturales entre los propios grupos otomíes.
A través de un corpus mítico de 40 textos el autor va hilvanado la mitología otomí fragmentada a lo largo de los siglos y dispersa por las distintas regiones en las que se ha establecido este grupo en los estados de Veracruz, Tlaxcala, Puebla, Guanajuato, Michoacán, Hidalgo y Querétaro. En lo referente a este último, el autor hace gala del conocimiento histórico para hacer la interpretación exegética de algunos mitos de fundación, y es ahí de donde obtiene su marco etnográfico de referencia.
Abramo trasciende las fronteras sincrónicas del otomí queretano y compara yá ‘bede ar ñäñhu con la mitología nahua del siglos XVI y XVII, encontrando reveladoras semejanzas y notables huellas, que “no solamente aparecen como vestigios, sino como temas que se reproducen en la mente de los indios de hoy”. Aunque vale la pena detenerse al momento de intentar hacer generalizaciones y analogías entre los pueblos coloniales y los saberes tradicionales modernos, la frescura de sus narraciones nos lleva a preguntarnos si en verdad estos mitos no formaron parte de las explicaciones otomíes del mundo antes de la llegada de los nahuas o si, como plantea Abramo, fueron producto del contacto entre estos dos grupos. Para evitar formular falsas continuidades es necesario ver cada texto como el fruto de su tiempo y de los hombres que lo elaboraron, que cumple funciones específicas en la comunidad en la que se origina y reproduce.
La obra, como buena apología, comienza con un mito, recogido por el autor de boca de Crescencio Román, originario de Los Alzati, Michoacán, en él refiere “La creación del mundo”, luego le siguen una serie de mitos relacionados con la creación de los astros y “La fundación del pueblo”, que junto con “Duelo entre el dios y el diablo” fueron recopilados por el autor en Santiago Mexquititlán, Querétaro. En todos ellos se recogen invaluables datos sobre la cosmovisión otomí reportados en trabajos como los de Ángel María Garibay en los años treinta en Huizquilucan (“La mujer y la serpiente”); etnografías como la Jacques Galinier en la Sierra Madre Oriental entre los años sesenta y setenta (“Mito de Sol y de Luna”, “¿A dónde se fueron los ancestros? “, “La mujer y la culebra”, “La mujer y la boa”, “La fuga de Cristo”, “El cerro que se rompió”, “Los ancestros”, “El tlachiquero del Diablo”, “Duelo entre el dios y el diablo II”, “El nagual que roba mujeres”); los mitos recopilados por Raúl Guerrero Guerrero durante los años ochenta en Itzmiquilpan (“El hombre y el árbol”, “Intercambio de miembros y de órganos”, “La fatalidad”, “La fatalidad II”, “El engañador III”, “El engañador IV”, “El engañador V”, “El engañador VI”, “El engañador VII o cuento del conejo y el coyote”, “El que no aceptaba consejos o el ratón y el meteoro”) y Alfajayucan (“El castigo de la intrigante o la mujer casada”, “La viejecita”); los textos recogidos por Jesús Salinas Pedraza (“Las patas limpias”, “El zorrillo que quiso volar”, “El origen del pulque”) y otros profesores, como Rafael Gamallo (“El alimento sabroso II”, “Los animales siembran”), también en el Valle del Mezquital; y los reportados por Lydia Van de Fliert en el municipio de Amealco de Bonfil en Querétaro en esta misma década (“La persecución”, “El origen del mundo”, “El alimento sabroso”, “Cómo los humanos consiguieron el maíz”, “La fundación de los pueblos”, “La serpiente mitológica”, “El hombre y las serpientes”, “Intercambio de órganos”, “El engañador o Juan de la vaca pinta”, “El engañador II”).
Estos textos describen el papel de personajes tan importantes como los ancestros, los hombres que vivían antes o el linaje primigenio ar naha ar meni, la serpiente que provee de agua ar k’ëya o ar k’eña, el águila guía o ar nuxüni, y el pobre muchachito huérfano de padre que se convierte en héroe cultural, en el Sol o en el gran Señor.
Uno de los protagonistas de estos mitos es ar Zunthu, ár hmu ar nidu ‘el Diablo, señor el inframundo’. Abramo no ahonda en esta figura por parecerle paralelo al Diablo del cristianismo, ya que como éste es una figura que se encuentra en un plano opuesto a ar Khwä, ár hmu ar hets’i ‘el Dios, señor del cielo’. Sin embargo, no se trata de una aceptación literal de los conceptos judeocristianos, aun cuando en “La viejecita”, de Alfajayucan, el cielo se describe como un gran jardín en el que está Dios rodeado de ángeles y flores, y cuya puerta es custodiada por San Pedro, en él no se goza de gloria infinita, sino que se trabaja de la misma manera en se hacía en la tierra. De igual forma, las narraciones de San Ildefonso Tultepec, como “La persecución”, muestran un inframundo en el que también se trabaja, en el que se sale y se pone sol, un lugar en el que hay riqueza pero ésta tiene dueño.
Los relatos muestran una caracterización mucho más compleja de estos personajes, que no sólo se oponen por ser uno bueno y otro malo, sino que tienen roles complementarios, ya que mientras en “El origen del mundo” ar Khwä es el creador de todas las cosas, en “La persecución” ar Zunthu es el “patrón”, el dueño de la siembra y la cosecha, un hacendado rico al que no le gusta perder y que sólo puede ser apaciguado con el ofrecimiento de sangre, aunque se trate de la de su propia hija.
Es interesante destacar que en algunas narraciones hechas por Alfonso García Téllez, de San Pablito Pahuatlán, y presentadas por Alberto Diez Barroso en el X Coloquio Internacional sobre Otopames, se describe al Señor Diablo como deseoso de carne y de hacer pelear a los hombres, por esta razón se le representa con machetes en la mano cuando se le recorta en papel. Según García Téllez, siempre anda por los caminos y las cantinas en busca de su comida. En “El castigo de la intrigante” se repiten algunos de esto elementos, ya que el Diablo está tratando de hacer que una feliz pareja se pelee y al no lograrlo recurre a la ayuda de una vieja bruja que encuentra en el camino, la cual no sólo consigue que discutan sino hace que el muchacho mate a la muchacha, acto que desaprueba el Diablo y por el cual la vieja bruja recibe un castigo de la Virgen, quien hace que todo regrese a la normalidad.
En la Huasteca ar Zunthu o ra Situ (según la variante) también es el “amo”, en “El tlachiquero del Diablo”, es quien imparte justicia castigando a los cristianos por sus malas obras. En “El castigo de la intrigante” el Diablo considera excesiva la intervención de la vieja bruja y no hace nada para salvarla de su castigo. En varios relatos se le presenta en competencia con ar Kwa o ra Okhwä tocándole siempre la de perder, y aunque resulte ganador, como en “El duelo entre Dios y el Diablo” de Santiago Mexquititlán, ar Kwa siempre tiene la última palabra para no verse “disminuido” por ar Zunthu. A este respecto García Téllez afirma que el Diablo no es tan “terco” como Dios, y si bien lo compara con un borracho que vocifera, afirma que el Diablo también escucha y puede aceptar las ofrendas de sangre que le ofrecen los hombres para dejarlos en paz.
Por todo lo anterior podemos darnos cuenta de la importancia de contar con esta serie de relatos míticos no sólo para comprender relatos antiguos o registrados hace mucho tiempo, sino también para dar sentido a muchas de las narraciones que hoy en día pueden indagarse en campo. Por estas razones Las patas limpias se convierte en una lectura obligada para los interesados en el estudio de la cosmovisión, el ritual y la mitología otomí, así como una referencia básica para el estudio mitológico en general.
Sobre el autor
Alonso Guerrero Galván
Subdirección de Etnografía, Museo Nacional de Antropología-INAH.