DEBATE
Resulta sugestivo y oportuno el artículo de Ma. Estela Eguiarte Sakar, investigadora del Museo Nacional de Historia del INAH, que trata de la rehabilitación de los paramentos de la ciudad de Palenque desde la perspectiva y el lugar que representan las plazas públicas en el marco de las construcciones de años más recientes.
La autora nos ofrece la experiencia de un proyecto de remodelación y rehabilitación de la plaza pública de Palenque. Se trata de un esfuerzo emprendido con una intención, preocupación y orientación eminentemente social. Y es sin duda un tema de sumo interés para los urbanistas, arquitectos, historiadores, sociólogos y antropólogos interesados en la problemática espacial y las transformaciones de que son objeto los espacios públicos como resultado de los procesos de modernización. El tema representa desde luego un reto, en especial cuando se considera el embate y reducción que han sufrido dichos espacios ante la creciente privatización, promovida por las políticas neoliberales de manera incisiva en las últimas dos décadas.
Baste recordar cómo la drástica transformación de los espacios públicos ha dado lugar a trabajos como los de Richard Sennett sobre las transformaciones históricas de las ciudades; de Marc Augé, sobre la metamorfosis de los espacios de identidad en no lugares, o de Setha Low sobre las plazas, como los últimos foros para el disenso público en una sociedad civil y el conflicto entre el valor representacional y uso del espacio público en las ciudades latinoamericanas.
La autora constata cómo la construcción de nuevos espacios públicos representa un verdadero problema. Podríamos decir en cualquier nivel, incluso tratándose de una sola construcción. Recordemos, por ejemplo, la polémica desatada en torno al caso del edificio de las Ajaracas en el Centro Histórico de la ciudad de México.
Desde luego, la tarea de rehabilitación de espacios públicos representa una empresa que implica no sólo la ciudad habitable que pueden imaginarse los proyectistas, sino los obstáculos que hay que desbrozar a través de complejas negociaciones en las que se debe tomar en cuenta los intereses de los diferentes sectores sociales implicados en la realización de los proyectos. Podríamos decir que la rehabilitación urbana implica también una problemática de gestión social y gobernabilidad.
Asimismo constata que “la posibilidad de vivir con algún grado de calidad en las grandes ciudades de México se ha vuelto una utopía inalcanzable”. Entonces, resulta por ello tan importante preocuparse no tanto de la imagen urbana como de la calidad de vida. Y señala que el crecimiento y desarrollo de las ciudades debe resolver problemas de “sostenibilidad en el presente”.
Una de las preocupaciones de la autora —aludiendo al nuevo urbanismo — es que no sólo se satisfagan necesidades económicas y de servicios públicos, sino que permitan una convivencia en armonía con el medio ambiente social, urbano y natural, enfrentando las consecuencias del desenfrenado y caótico crecimiento de ciudades y suburbios en detrimento de la vida cotidiana, así como el deterioro del medio ambiente y los recursos naturales.
María Estela Eguiarte parte de la convicción, presente en el nuevo urbanismo, de que la destrucción global de las ciudades es reversible también mediante un proyecto global e integral (técnico, cultural, moral y económico), y que las formas de producción no deben dictar más la forma de la ciudad. En resumen, podríamos decir que se trata de superar la heteronomía con respecto de la dinámica incontrolable y el imperativo de la producción capitalista, como lo que marca la tónica de todo urbanismo posible.
Nos preguntaríamos, sin embargo, si reconfigurar la caótica urbanización de los suburbios, preservar las ventajas del medio ambiente y del legado arquitectónico, como plantea el ya no tan nuevo urbanismo, resulta factible en las actuales condiciones de países donde al crecimiento hipertrofiado y desordenado se aúnan las contradicciones políticas, sociales y la insuficiencia de los aparatos político-administrativos, lo que contribuye a producir efectos contraproducentes en grado exponencial.
Sería difícil imaginar la aplicación y concebir la viabilidad de un modelo como el del nuevo urbanismo, sin tener presentes esas contradicciones y transitar por todo lo que implican las dificultades y realidades de los países y localidades.
Ciertamente, como señala la autora, diversas propuestas encomiables para mejorar la calidad de vida —por ejemplo, para la ciudad de México a principios del siglo XX— han quedado pendientes. En lugar de ello se desarrolló un tipo de urbanización, que aún se sigue dando, en el Pedregal de San Ángel (hace poco más de 60 años) y ha seguido en Santa Fe, como zonas concebidas sólo para la circulación vehicular, lo que muestra una forma no sólo de favorecer, sino de organizar y disponer incluso del propio espacio de circulación de acuerdo con la lógica de la privatización.
Nos preguntamos por ello, si hay un margen de irreversibilidad más allá del cual no se pueda ya dar marcha atrás en la recuperación de ciertos espacios. Un punto de no retorno a partir desde el cual la remodelación urbana misma llega a ser rebasada. Pensemos en el lago y el ecosistema que era la cuenca donde ahora se halla la ciudad de México. Es aquí donde la historicidad aparece también como irreversibilidad.
En el caso de la ciudad de Palenque, tema principal de este artículo, no se puede soslayar el hecho de que se trata de una remodelación en un contexto y condiciones motivadas por intereses distintos de aquellos en los que se inspira el nuevo urbanismo, ya que se trata del proyecto Mundo Maya.
Desde su concepción este proyecto ha respondido a una organización de alcance geoeconómico del territorio, en la que entroncan proyectos de obras gubernamentales en función de las estrategias empresariales del capital turístico. Todo ello marcado fuertemente por una idea desarrollista del fomento y crecimiento del turismo: con la construcción de extensas zonas hoteleras a todo lo largo de áreas de reserva de la biósfera en las zonas costeras (de manglares y con sitios arqueológicos), llevando a cabo procesos de fraccionamiento y colonización de los litorales costeros (como en Tulum) y la construcción de “Centros Integralmente Planeados” (CIPS) como áreas con campos de golf privatizadas, lo cual tiene como contrapartida el crecimiento de cinturones de pobreza, como ha sucedido en Cancún.
Palenque podría llegar a ser el caso de un umbral geo-ecológico de ubicación estratégica, y por ello mismo en delicada situación, debido a que se encuentra localizado en el punto de ingreso hacia la Reserva de la Biósfera de Montes Azules y la Selva Lacandona. Hace diez años la ciudad había crecido por lo menos cuatro veces más de la dimensión que tenía treinta años antes. Hemos sido testigos de la transformación que ha sufrido la región en ese lapso, con la desaparición de extensas zonas de selva que la rodeaban y la disminución considerable del caudal de ríos como el Chacamax (que tendrá unos metros de ancho, cuando tuvo 20 o más), y en cuya ruta desde el centro de Palenque había una gran cantidad de flamencos.
Algunos autores, como Joseph Ballart y Jordi Tresserras enfatizan en las bondades del turismo, mas para el caso de México también podrían enunciarse, de la misma manera, una serie de razones que dan cuenta de lo contrario. La experiencia que les sirve de ejemplo (la europea y española, en particular) difícilmente sería una referencia que se pudiese generalizar. De hecho, los efectos negativos del turismo también son muchos. Un ordenamiento y una planeación urbana racional, sustentable y democrática, no podría fundarse y orientarse enteramente (sólo) —ni mucho menos— en los intereses lucrativos del turismo. Las veleidades del turismo como algo beneficioso del todo se quedaron en el siglo XX. Se ha demostrado que la derrama del mismo es discriminativa, y beneficia principalmente a un sector.
Nos comenta la autora que, en la perspectiva de la planeación regional, se ha propuesto que Palenque sea un centro proveedor de bienes y servicios turísticos, pensando quizá en su carácter de ciudad media y su función para el turismo de gran escala. Sin embargo, no se alude a la necesidad de su sustentabilidad en el entorno regional y el equilibrio ecológico que resulta indispensable mantener, sobre todo para una ciudad que se halla en el contexto de procesos productivos que conllevan un considerable grado de impacto ambiental: la ganadería, la explotación forestal y explotación petrolera cercana; la especulación de las tierras, así como del impacto que ejerce el proceso de urbanización hacia la zona de influencia a todo lo largo de la carretera que se interna en la región de los Montes Azules.
La proclamación de la zona arqueológica como Patrimonio de la Humanidad viene a aunarse a los factores que ejercen esa presión por el lado de la atracción del turismo, con efectos en el entorno de la zona arqueológica. Además de los efectos contraproducentes por la voracidad empresarial estimulada y las ambiciones de funcionarios y políticos, que han concebido estrategias de aprovechamiento en el sentido de fomentar procesos de colonización turística de las regiones ricas en recursos ambientales y culturales, promoviendo circuitos que rodean prácticamente las regiones ambientales, aproximándose así a la zona núcleo de mayor restricción (es el caso de Papagayos y la laguna de Miramar).
Casi podría aludirse a una modalidad-tipo de crecimiento y conurbación tendencial, que vemos en diversos casos, como es el de Papantla y Poza Rica en relación con el Tajín, San Juan de las Pirámides en relación con Teotihuacan-Tula, y desde luego la ciudad de Oaxaca en relación con Monte Albán.
Situándonos en el punto de la “rehabilitación e integración del parque central y atrio de Palenque”, nos preguntamos, ¿cómo se puede hacer para que una concepción social del urbanismo se refleje en las remodelaciones que en lo particular se llevan a cabo?, ¿cómo evitar que queden en el nivel paradigmático de una utopía arquitectónica; como el trasunto idealizado de toda realización concreta? Y en ese sentido nos preguntamos si no se habrá atribuido a un proyecto como el de la plaza central de Palenque virtudes que estarían más allá de su capacidad, como la de detonar acciones que favorecerían la identidad y el arraigo, a la vez que la estancia de la población turística flotante.
No se puede soslayar el hecho de que el posmodernismo se originó en gran parte en las modernizaciones arquitectónicas de la segunda mitad del siglo XX (Venturi, por ejemplo). Sin embargo, eso es sólo una parte, ya que proyectos inspirados en la idea de las revitalizaciones de los centros históricos europeos y la secuela del posmodernismo se dejaron sentir de manera destructiva en centros históricos como el de la ciudad de Puebla (el proyecto Angelópolis y Paseo del río San Francisco) a principios de la década de 1990 y conllevaron la demolición de monumentos, así como la afectación del hábitat urbano y los oficios tradicionales de los barrios de la ciudad, pese a la resistencia de los pobladores (y de un sector de investigadores del propio INAH).1
La plaza central de Palenque ha sido objeto de una ampliación, y convertida en un espacio abierto y homogéneo en el que se resiente un cambio notorio, hallándose despejada y desprovista de la vegetación que había con anterioridad y resultaba tan necesaria, ya que la falta de la misma representa un serio inconveniente en una zona tropical con altas temperaturas.
Por principio, parece difícil que un proyecto de rehabilitación —aún si se limita a la modificación de una plaza central— induzca a una reorientación de la disposición de los transeúntes y la identificación del público en un sentido distinto al acostumbrado, sin resistencia a un cambio. Por eso habría sido importante recoger los testimonios de los propios habitantes con respecto a su vivencia de los espacios, y con respecto de los cuales seguramente habría una relación afectiva. Este aspecto de retrospectiva (que la modernidad, mirando hacia adelante, generalmente ignora) no se advierte en la justificación del proyecto de la plaza de Palenque. Se trata de un aspecto particularmente sensible y que se debe tomar en cuenta al llevar a cabo este tipo de intervenciones, sabiendo además de las aspiraciones manifiestas del nuevo urbanismo.
Recordemos que los usos sociales suelen responder a lógicas de apropiación que pueden contravenir la intención de los proyectistas y diseñadores, siguiendo concepciones fundadas en lo que parece cierto conductismo socioespacial y cinético. La apropiación social de los lugares supone una diversidad de factores y motivaciones que inducen a diversas formas de acercamiento, las cuales tienen que ver con la virtualidad de experiencias vividas y compartidas por las que los espacios de socialidad se convierten en lugares de memoria. La apropiación social suele ser el resultado de un proceso más o menos prolongado desde el que se produce historicidad.
No es evidente que las diversas remodelaciones —por muy inspiradas que sean— puedan realizar por sí mismas las utopías sociales que han alimentado los mejores empeños de los más visionarios urbanistas, piénsese por ejemplo en Brasilia.
Una idea arraigada en ese medio es que una nueva organización del espacio arquitectónico determinaría el carácter del uso social. Pero la dinámica social tiene su propia especificidad y define formas de apropiación, casi siempre a contracorriente de las condiciones y las expectativas de quienes emprenden la realización de obras en función de una visión regida por el beneficio económico y el interés de manejo de públicos para ocasiones especiales. Éste es el principio de lo que algunos han denominado la producción de un cierto tipo de dispositivo.2
No parece que un cambio de disposición espacial induzca necesaria y automáticamente a una especial forma de convivencia cotidiana. Nos preguntamos si la intención de disponer de manera distinta del espacio es principalmente la que habría convenido a las autoridades para llevar a cabo sus actos oficiales, y espectáculos con el fin de lograr una asistencia masiva, más que para favorecer otras formas de socialidad que no son las del espectador abstraído, de un modo unilateral hacia un centro absorbente de atracción focalizado, e induce al aglutinamiento más que al encuentro.
Una disposición muy socorrida para condicionar el sentido de desplazamiento de los paseantes, que caracteriza a las plazas tradicionales de provincia, ha sido el circuito que los peatones recorren una y otra vez en torno del quiosco en el centro y facilita los encuentros cara a cara.
Según el proyecto, en el diseño original suprimido habría segregación espacial. No se reconoce que, a pesar de todo, se producía el acercamiento y el encuentro de la gente que se sentaba en las bancas de los corredores semicirculares. Hemos podido atestiguar, mediante entrevistas, la facilidad para abordarlas, y durante eventos musicales y dancísticos la asistencia —en la forma de distribución anterior— había sido participativa y nutrida.
Las connotaciones —ya de por sí polisémicas— sobre lo que se entiende por integración-segregación, como los valores con que se ha justificado el cambio, pueden resultar ser, por ello mismo, imprecisas. Más aún si se hace en función de la intención sobre lo que se pretende justificar. Así, una división del espacio mediante arcadas, como la que existía anteriormente para evitar la monotonía, puede interpretarse ahora como algo que genera segregación, ya que se visualiza desde una perspectiva en que se buscan otras funciones y modos distintos de uso y comunicación.
Considerar que una división decorativa signifique necesariamente una fragmentación, con todas las implicaciones que la idea supone y atribuirle ese efecto y sentido en el nivel de la percepción social (como es el caso de los arcos mayas) y que al desplazar los arcos se va a prolongar la estadía de los visitantes, o mejorar las condiciones microclimáticas del parque, representa tan sólo un punto de vista que puede traducirse y concretarse en una modificación impuesta.
La remodelación del centro de Palenque en 2009 consistió en una modernización (elementos tradicional-postmodernos) que sustituyó a otra, en la idea de que pretendía ser más integral, abarcando los monumentos que la rodean, como el Palacio Municipal y la iglesia, pero al parecer se ha detenido.
Haría falta evaluar los resultados de este reordenamiento espacial después de un cierto tiempo, así como por el efecto que tendrá en el público. Por ejemplo en el nuevo patrón de desplazamiento y uso social que suscitará. Además, como hace notar Ma. Estela Eguiarte, se trata de un proyecto inacabado, pues la idea original abarca otras secciones que incluyen la remodelación de la avenida principal que desemboca en la plaza central.
Quizá para determinados fines el espacio pueda ser más funcional con los cambios efectuados. Pero el uso social puede también tomar otras rutas y seguir vertientes que podrían parecer caprichosas.
Se dice, por ejemplo, que se destruyó el quiosco de la plaza de Palenque porque no era patrimonio histórico. Quizá habría llegado a serlo, si no se hubiera consumado la demolición (esto da la impresión, y podría estar indicando que la actual modernización avanza también sobre sus propias huellas, para no dejar rastro de su paso). Habría qué preguntarse ¿por cuánto tiempo sobrevivirá la estructura actual a la construcción ya desmantelada, la cual tendría cuando mucho medio siglo de existencia y no tuvo la oportunidad de convertirse en patrimonio? Lo más correcto sería poner atención en la evolución de ese centro en los años venideros y sacar las conclusiones pertinentes.
Sólo si el proyecto hubiese estado inscrito en algún plan de ordenamiento territorial de alcance regional y acompañado de un proyecto de gestión social y cultural con los habitantes, se podría entender como una rehabilitación económica, ecológica y política, extensiva a la “autosuficiencia regional” y “la importancia /dada/ con ello a la comunidad y sus formas de vida”.
El propio balance de las obras de la plaza central no podría hacerse a cabalidad sin tomar en cuenta el contexto de la ciudad de Palenque y el significado, tanto positivo como negativo que puede tener en la región donde se sitúa. Especialmente por su emplazamiento estratégico en una de las rutas principales del Mundo Maya.
Desgraciadamente, el proyecto de la plaza central no se desarrolló como un programa de remodelación y revitalización urbana para toda la ciudad. En consecuencia, no podría ser económico, social y ecológico aunque esa fuese su perspectiva, pues el diagnóstico del crecimiento de Palenque muestra las mismas características de muchos centros urbanos similares, que desde los años setenta crecieron de forma desorganizada, sin planeación.
En Palenque, por ejemplo, es muy importante la transición entre ciudad y campo. Ésta se da todavía de manera suave y apenas perceptible en los límites de menor impacto económico y urbanístico de la ciudad, aunque tiende a prevalecer el crecimiento del polo urbano a costa del agrícola. Por otra parte, el crecimiento comunicacional de la ciudad, sin que se note visualmente en los mapas o en su propia conurbación, repercute en la región interior, y su influencia llega hasta Chajul y la vida de comunidades lacandonas como Lacanjá. Y esto porque, en tanto centro urbano y de servicios, constituye un punto de partida en la “avanzada” territorial hacia las regiones de reserva.
Una virtud de este trabajo es que la autora nos concita a representarnos el patrimonio como algo que se está construyendo en proyección del futuro. Esto puede parecer muy heterodoxo en un medio institucional tradicionalmente ocupado en su preocupación por el pasado, y nos muestra que muy frecuentemente se nos olvida que el patrimonio pertenece también al futuro, y es algo que se está haciendo en el momento actual. Nos llama a tomar conciencia de que nuestra responsabilidad actual es sobre lo que puede ser el patrimonio del mañana o lo que —para bien o para mal— dejemos a las generaciones futuras. Con ello se intensifica el sentido que puede tener para nosotros el presente, y no nos damos clara cuenta de ello muchas veces.
Pero además se piensa en función del presente en otro sentido, pues lo que puede llegar a ser el patrimonio del futuro, se lleva a cabo casi siempre pensando principalmente en función de los objetivos e intereses más inmediatos. Por lo general se trabaja sin pensar tanto en el futuro, en función de las necesidades de la realidad con la que nos encontramos, más que por lo que pueda llegar a representar o significar para las generaciones futuras. Y la decisión (que es más que una decisión) acerca de lo que se considerará como un patrimonio está más allá de nosotros y de nuestra presunción de controlarlo, siendo algo que nos sobrepasa.
Una posición que refleja hasta cierto punto el espíritu de los tiempos que corren —queriendo atraer el futuro hacia el presente— es que en lo que actualmente se produce (desde los grafitis y el hip hop hasta las nuevas construcciones) se pretenda reconocer y decretar por anticipado su estatuto y valor patrimonial; se trata de una patrimonialización prometida, pero en realidad incierta.
Zigmunt Bauman ha escrito que:
[…] el destino de la mercancía es perder valor velozmente y ser reemplazada por otras versiones más nuevas y mejoradas que pretenden tener características diferenciales, tan transitorias como los productos que acaban de ser desechados porque ya perdieron su momentáneo poder de seducción. No hay una manera confiable /nos dice/ de decidir de antemano qué será conveniente y qué no (cual de los productos aparentemente útiles pronto caerá en desuso y cuál de los aparentemente inútiles gozará de un súbito resurgimiento de la demanda).3
Una característica del patrimonio cultural y por la que —entre otras cosas— se distingue de la cultura, es que su lugar de reconocimiento “se lo gana a pulso”, siendo el resultado de una selección (generalmente metonímica o simbólica) que pasa a través de procesos que implican la disputa social. Con mayor razón, por ello, no podemos saber qué será rescatado o relegado al olvido. No podemos tener la misma pretensión hacia el futuro, de la que nos ufanamos con respecto del pasado.
La autora nos ofrece un panorama que impele a desarrollar una sensibilidad hacia ciertas realidades, al dar cuenta de las dificultades concretas y los múltiples obstáculos (económicos, políticos y sociales) que conlleva la tarea de la renovación de los espacios construidos, tomando en cuenta los obstáculos que se enfrentan cuando se trata de transformaciones que parten desde la escala de lo local. Así nos da una idea de la responsabilidad y las dificultades concretas que conllevan las intervenciones sobre lo ya construido, pues con ello se imprimen cambios en la historicidad de los espacios y monumentos.
Sobre el autor
Jesús Antonio Machuca
Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH.
Citas
- Luego se entregó el Premio INAH a quienes elaboraron la maqueta de la reconstrucción que perpetró la destrucción de casas en Paseo del río San Francisco. La revista Bajo el Volcán, que dirige Sergio Tieshler, recoge un testimonio dramático en la inauguración del Centro de Convenciones en esa zona. [↩]
- El metro, una terminal, una autopista, un aeropuerto son dispositivos sociales. Los dispositivos canalizan y predeterminan funcionalmente el sentido del flujo humano en cierta dirección. [↩]
- Zigmunt Bauman, Los retos de la educación en la modernidad líquida, Barcelona, Gedisa, 2007, pp. 31 y 37. [↩]