Druzo Maldonado Jiménez, Deidades y espacio ritual en Cuauhnáhuac y Huaxtepec. Tlalhuicas y xochimilcas de Morelos (siglos XII-XVI), México, UNAM-IIA, 2000, 267 pp.

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DA180901El libro que nos ocupa es resultado de las preocupaciones de su autor por profundizar en el estudio de los principales grupos que, en la época prehispánica, en particular en el momento inmediato anterior a la Conquista, habitaron buena parte del territorio que actualmente integra al estado de Morelos. En este sentido es una continuación del estudio ofrecido por Maldonado en su libro: Cuauhnáhuac y Huaxtepec (tlalhuicas y xochimilcas en el Morelos prehispánico), publicado en 1990 por el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM. De hecho, otro resultado, originalmente presentado como tesis de maestría en la ENAH, de las investigaciones realizadas en dicha escuela en el taller Organización Social y Cosmovisiones Prehispánicas, instituido y dirigido por la doctora Johanna Broda.

El estudio de Maldonado se basa en información etnohistórica (fuentes pictográficas y documentales), arqueológica y cartográfica, combinada con los resultados obtenidos en diversos recorridos de campo y la información proveniente del trabajo etnográfico.

Se trata de un estudio regional, desde mi punto de vista etnohistórico, sobre las características generales de la cosmovisión y la religión prehispánicas (básicamente en el momento anterior a la Conquista) de tlalhuicas y xochimilcas asentados en el actual estado de Morelos, tomando como punto de referencia y comparación al imperio tenochca.

El marco conceptual se apoya en los trabajos de Johanna Broda; el autor, para la caracterización del panteón mexica se basa en la clasificación de Henry Nicholson y, como lo muestran el aparato crítico y la bibliografía, recurre de manera casi exhaustiva, además de las fuentes, a los autores modernos que se han ocupado de los tópicos estudiados.

De acuerdo con la temática desarrollada en los cuatro capítulos que integran el volumen (antecedidos por una presentación de Johanna Broda y la introducción del autor y seguidos por las conclusiones y un apéndice), se ofrecen dos aspectos fundamentales. Uno de carácter histórico estudiado en el primer capítulo y otro de índole religiosa que da título a la investigación, del que tratan los capítulos II, III y IV, encaminado a la reconstrucción del culto a las deidades veneradas en las provincias de Cuauhnáhuac y Huaxtepec en el periodo estudiado.

El capítulo I, “Historia política de los grupos nahuas tlalhuicas y xochimilcas (siglos XII-XVI)”, nos ofrece una visión general de la estructura político-territorial de los asentamientos prehispánicos habitados por los grupos señalados en el actual territorio morelense. Temporalmente abarca desde las migraciones hasta el inicio de la Conquista. Amplio periodo en el cual claramente se distinguen dos etapas:

a) La que va de 1200 a 1437 relacionada con las migraciones, los asentamientos primarios y lo que podemos llamar la época de “los señoríos independientes, ya que si bien durante el predominio tepaneca (1376-1427) hubo intentos de dominar la región de Tlalhuic por parte de los tenochcas (bajo el dominio de Azcapotzalco), éstos quedaron restringidos a las relaciones surgidas de la alianza matrimonial entre Huitzilíhuitl de Tenochtitlan y Miahuaxíhuitl, hija de Ozomatzin Teuctli (o Tezcacohuatzin), tlatoani tlalhuica de Cuauhnáhuac. Lo que en todo caso propició el acceso de los mexicas a los codiciados productos de la “tierra caliente”.

b) La segunda etapa (1438-1519) se ocupa de la incorporación de los señoríos antes mencionados al dominio imperial, lo que ocurrió en el primer caso durante el gobierno de Itzcóatl (1427-1440) y en el segundo en el de Moctezuma Ilhuicamina (1440-1469), señoríos y territorios que ya bajo la égida imperial conformarían las provincias tributarias de Cuauhnáhuac y Huaxtepec. Los términos de sujeción de estas provincias en relación con las cabeceras de la triple Alianza se expresaría mediante el tributo tanto en especie como en servicios personales. Es necesario señalar que existieron diferentes formas de relación política y de tributación entre dichas instancias. O sea que en este periodo la organización imperial se sobrepuso a la local. En el libro, aunque se mencionan en alguna parte, quedan fuera del estudio los señoríos independientes de las provincias de Cuauhnáhuac y Huaxtepec, sobre todo en la región noreste como Tetela del Volcán y Hueyapan, entre otros.

Siguiendo al autor, es importante puntualizar que tlalhuicas, xochimilcas y mexicas, junto con otros, formaban parte de los grupos migrantes de Aztlán-Chicomoztoc y los tres pertenecían a los pueblos de tradición náhuatl que presentaban rasgos comunes en su organización sociopolítica, militar y religiosa; factor de consideración en el presente estudio.

“Deidades veneradas por los tlalhuicas y xochimilcas de las provincias mexica de Cuauhnáhuac y Huaxtepec: dioses del “panteón mexica” es el encabezado del capítulo II; en él, de acuerdo con la información documental y arqueológica disponible, Maldonado se ocupa del culto rendido por tlalhuicas y xochimilcas a determinadas deidades del panteón mexica. Culto compartido con otros grupos de filiación náhuatl de la región lacustre central y de la zona poblano-tlaxcalteca. Deidades ligadas básicamente con la agricultura -los ciclos agrícolas y los ciclos calendáricos- (Cihuacóatl, Xipe Totec), artesanías como el hilado y el tejido (Xochiquetzal), la guerra (Tezcatlipoca, Xipe Totec) y ciertas actividades rituales (Tepuztécatl). Dioses de los que señala sus atributos, las fiestas con que estaban relacionados y los principales lugares donde se les rendía culto (ojos de agua, cerros, etcétera).

Si bien para algunas deidades como Xochiquetzal y Xopilli se puede hablar de un culto extendido en toda la región de Tlalhuic (Cuauhnáhuac, Huaxtepec, Yautepec y Yecapichtla), otras como Cihuacóatl en sus diferentes advocaciones (Cihuacóatl-Coatliltzin o Cihuacóatl-Ichpochtli-Quilaztli), Xipe Totec, Tepuztécatl o Tezcatlipoca recibían un culto más localizado. La primera en Cuauhnáhuac, Cuauhtetelco y Huaxtepec, el segundo en Cuauhnáhuac y Cuauhtetelco, el tercero en Tepotztlán y el cuarto en Yacapichtlan, Totolapan, Tlayacapan y Atlatlahuacan. Lo que evidentemente indica las principales actividades desarrolladas en los lugares señalados, tomando en cuenta que los dioses prehispánicos representaban tanto a los elementos naturales, como a los distintos grupos y actividades humanas.

En el capítulo III “Deidades con “nombres calendáricos” y “fundadoras de pueblos”, veneradas por los tlalhuicas y xochimilcas de las provincias mexica de Cuauhnáhuac y Huaxtepec”, el autor estudia ocho deidades cuyo culto se restringía a un ámbito local. Una de ellas portadora de un nombre calendárico y las otras siete caracterizadas por ser fundadoras de pueblos. La información obtenida se restringe a la provincia de Huaxtepec en la cual los asentamientos, fuera de Tepotztlán de filiación xochimilca, eran tlalhuicas.

En la capital de la provincia se adoraba a Matlacxóchitl (diez flor), nombre calendárico perteneciente al tonalpohualli, como deidad protectora de la guerra y aliviadora de las enfermedades divinas. Por sus atributos está íntimamente ligada con Cihuacóatl, diosa tutelar de Huaxtepec.

Los dioses fundadores de pueblos, cuyos nombres -relacionados con cultos más antiguos- se identificaban con los topónimos de los pueblos, que son los siguientes:

Xochimilcatzin (manifestación local de Cihuacóatl, patrona de Xochimilco), da nombre a Xochimilcatzingo (lugar de la señora de la señora de la huerta de flores).

En dos de las estancias de Ollintepec, pueblo sujeto a Huaxtepec y a la vez cabecera de Tetzcoco en las Amilpas tenemos: Chinamécatl (moradora del lugar cercado de cañas) de origen chichimeca. Deidad del maíz y los mantenimientos en este caso tiene que ver con las cañas secas de maíz, da nombre a Chinameca.

Tetzhuaque (diosa relacionada con la molienda del maíz), está ligada a las diosas de los mantenimientos como Chicomecóatl y Xilonen, da nombre a Tetzhua (Tezhuia o Texhua).

Tepuztécatl (dios del pulque) da nombre a Tepoztlán. Amantécatl (deidad de la embriaguez subordinada a Tepuztécatl) de él deriva su nombre Amatlán, estancia de Tepoztlán.

Finalmente tenemos dos estancias de Yacapichtlan: Xochitecacíhuatl (posible diosa de la lluvia), da nombre a Xochitlán; Nanahuatzin (deidad relacionada con los dioses de la lluvia), da nombre a Zacatlán.

Si bien se desprende que para el momento anterior a la Conquista la mayor parte de los lugares señalados se identificaban como tlalhuicas, su poblamiento original parece estar relacionado con otros grupos étnicos, lo que nos lleva a preguntar ¿qué sucedió con los habitantes anteriores de la zona? El último caso, el de Nanahuatzin como fundador de Zahautlán, se dispara de la lógica que se observa en los demás.

El cuarto y último de los capítulos del libro, “Espacios físicos y rituales en la Madre tierra habitada por los tlalhuicas y xochimilcas”, está dedicado al estudio de la interacción entre asentamientos humanos y los lugares de culto con el medio ambiente por medio de la cual surgirán los espacios sagrados. Básicamente se trata de la identificación de los lugares de culto religioso y los espacios liminales ligados en lo fundamental, en este caso, con el calendario. De acuerdo con el autor, dada la profusa diversidad del paisaje morelense se trata sólo de un primer intento por sistematizar la menguada, dispersa e incompleta información tanto documental como arqueológica.

En la provincia de Cuauhnáhuac tenemos diversas cuevas como la del Padre, la de Cuentepec y la de Coatetelco ligadas con cultos y ritos de carácter agrario: petición de lluvias y propiciación de la fertilidad vegetal.

Los tallados en roca como la Piedra del Águila, la Piedra Chimalli o el Lagarto de San Antón son indicadores de algún evento o fecha significativos.

Importantes, aunque de alguna manera menos ligados con el entorno natural, están los cues o adoratorios y los momoztlis (altares o humilladeros), lugares de paso en las peregrinaciones o sitios de oración.

En la provincia de Huaxtepec se observa una mayor diversidad de los elementos de la naturaleza elegidos como lugares de culto, lo que seguramente se debe a la variada conformación geográfica de la región.

En la capital de la provincia destacan los ojos de agua (El Bosque, La Blanca y los de San Juan), indicadores del culto al agua y a la fertilidad, que junto con el llamado Jardín de Moctezuma daban a la ciudad un contenido religioso ritual al tiempo que era un símbolo del poderío mexica.

En el pueblo cabecera de Yautepec, además del Cerro de las Tetillas, destacan por su significado, los relieves de Coatlán (Coatlantzingo) con las representaciones de Cipactonal y Oxomoco, señores del arte adivinatorio e inventores del calendario. Incluso, de acuerdo con López Austín -citado por Maldonado- Coatlán podría ser, en contraposición a la Tamoanchan arquetípica, una de las tres Tamoanchan terrenales referidas en las fuentes.

Por su parte, los cerros eran lugares de culto tanto en Yecapichtla como en Tepoztlán.

En Achichpico, Ticumán, Pazulco y Acacuyecan (San Andrés de la Cal) se eligieron cuevas o abrigos rocosos para el culto a Quetzalcóatl-Ehécatl y a Tláloc, destacando por su complejidad el santuario dedicado a Tláloc en Ticumán, Yautepec.

Fuera del ámbito de las provincias de Cuauhnáhuac y Huaxtepec, Maldonado se ocupa de la posible localización de Cerro Teocuicani (el cantor divino) de gran importancia para los pobladores de ambas laderas del Popocatépetl y si bien su localización definitiva queda por establecerse, el autor se inclina por Chalcatzingo ya que sus relieves son importantes por su contenido cosmológico. En este lugar de acuerdo con Broda -citada por Maldonado- “el simbolismo de la fertilidad agrícola, de la lluvia, las nubes, el viento asociado a las cuevas y el monstruo de la tierra, como entrada hacia el interior de la tierra, son temas dominantes que establecen una continuidad con el simbolismo de las representaciones de épocas posteriores”.

En las conclusiones, el autor retoma sus planteamientos y ata los posibles cabos sueltos en lo que denomina “una visión de conjunto de los resultados concretos de la investigación”. De hecho en su estudio, tomando en cuenta sus trabajos anteriores, para mí lo que hace Druzo Maldonado es reunir analíticamente la información que le proporcionan las fuentes, la arqueología y el trabajo de campo para reconstruir, así sea de manera fragmentada, pues incompleta es la información, lo que podemos llamar un “mapa religioso-ritual” del Morelos prehispánico del momento anterior a la Conquista. Investigación novedosa que se inscribe dentro de la que ya puede denominarse como la “escuela Brodiana” del estudio de la religión, el ritual y la expresión de todo ello en la interacción de las comunidades con su entorno en el así llamado paisaje ritual. En suma, la investigación de Maldonado es un eslabón más de su cadena de estudios sobre Morelos en la época prehispánica y es el preludio que completará lo que la doctora Johanna Broda ha calificado como “un modelo de investigación regional”.

Por último, queda desear que en un futuro próximo podamos tener acceso a las últimas investigaciones acerca de Morelos del ahora doctor Druzo Maldonado Jiménez.

Sobre el autor
Jesús Monjarás-Ruiz
Centro INAH Morelos.

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