El redescubrimiento reciente de la problemática de la identidad en América Latina, alimentado por la movilización y por la politización de las poblaciones indígenas y afromestizas que empiezan a acceder al espacio público nacional e internacional, plantea la delicada cuestión de las identidades llamadas étnicas y raciales.
La publicación en 1997 de Race and Etnicity in Latin America por Peter Wade, especialista de las minorías afromestizas de Colombia y catedrático de antropología social en la Universidad de Manchester, constituye una contribución notable a la reflexión y a la conceptualización científica de las nociones de raza y de etnicidad. Su propuesta es aun más interesante si se tiene en cuenta que la problemática del racismo todavía está poco desarrollada en México y en América Latina.
Repensar los conceptos de raza y de etnicidad a partir de la misma perspectiva analítica
Para acercarse a los conceptos de raza y etnicidad, el autor parte de la idea de una inevitable imbricación entre la producción académica y el contexto social en que ésta se produce. En la continuidad de los trabajos de Thomas Kuhn, quién en los años setenta estudió cómo evolucionan y se imponen los paradigmas científicos, Wade insiste en dos aspectos esenciales: en el impacto de los sistemas ideológicos, políticos y culturales sobre las ciencias sociales; y en los fenómenos de “reflexividad” que se observan en la constante autodefinición de las poblaciones estudiadas.
Concretamente, el autor empieza con una revisión histórica de los sucesivos paradigmas utilizados por la antropología y por la sociología para entender las minorías y sus relaciones con el Estado en América Latina. Pero su propósito no es refutar las teorías existentes acerca de las poblaciones indígenas y negras, por el contrario, su objetivo es ubicar dichas teorías dentro de sus contextos socioculturales, con la finalidad de mostrar las continuidades históricas y de subrayar los aportes respectivos de cada corriente de pensamiento.
Así, su retrospectiva insiste en el carácter construido de las identidades étnicas y raciales. Como categorías sociales, generalmente la etnia y la raza se fundamentan en rasgos fenotípicos y en diferencias de tipo cultural. No obstante, ambas pueden ser asimiladas a un mismo discurso sobre los supuestos orígenes y la transmisión de las características que definen la identidad, ya sea de la sangre, del fenotipo o de la pertenencia “heredada” a un espacio cultural.
Por otra parte, ni la raza ni la etnicidad son percibidas como primordiales. Por el contrario, ambas identidades parecen compatibles y comparten características comunes en la medida en que suelen ser “parciales, inestables, contextuales y fragmentadas” (Wade, 1997: 20). Si cada una de ellas proviene de procesos sociales e históricos propios -que implican posiciones sociales diferentes y posibilidades distintas de transformación de la identidad- valdría la pena analizarlas a través de la misma perspectiva conceptual y teórica.
Para repensar las diferencias y las similitudes entre estas dos formas de identidad social -con el fin de ampliar la reflexión sobre la otredad- es necesario superar los esquemas que se han venido utilizando hasta ahora e interpretar al mismo tiempo las cuestiones indígenas y afromestizas, dos problemáticas generalmente separadas por los latinoamericanistas.
El objetivo de Wade es, sin duda, ambicioso, tanto por la amplitud del campo de estudio que se propone revisar como por la extensión cronológica que abarca. Sin embargo, la claridad de la síntesis hace de su obra una referencia accesible y bienvenida, que desafortunadamente aún no ha sido traducida al español. En siete capítulos, el autor discute las diferentes definiciones de raza y de etnia, examina las especificidades de las poblaciones indígenas y afromestizas en América Latina y presenta la evolución de los principales paradigmas sobre la identidad. Finalmente expone la situación actual de la antropología.
Raza y etnicidad: propuesta de difinición
El autor plantea la evolución general de las diversas significaciones que se han dado a los conceptos de raza y etnicidad, y propone una primera definición para ambos términos. Según Peter Wade, las categorías raciales no pueden ser reducidas a rasgos objetivos o visibles. En efecto, el discurso racista se establece a partir de la combinación de una serie de criterios físicos. Pero la categorización que éste opera sigue siendo subjetiva y corresponde a las representaciones que Occidente construye sobre la diferencia. Por ello, las características raciales nunca son completamente fijas, entre otros factors, dependen en especial del contexto sociohistórico y del estatuto socioeconómico del individuo.
En cuanto a la etnicidad, ésta tiene que ser leída como una afirmación de la diferencia específicamente vinculada a una concepción compartida del espacio social, político o histórico de la colectividad. El autor utiliza la expresión “geografía cultural” (ibidem: 18), para caracterizar la identidad étnica como una percepción intersubjetiva de las fronteras del grupo (cap. 1).
El negro y el indio en la historia latinoamericana
El indio es una categoría racial creada por los conquistadores españoles. Sin embargo, tanto en la sociedad colonial como en el posterior Estado-nación, las posiciones respectivas del negro y del indio son fundamentalmente distintas. Por esa razón, las ciencias sociales suelen tratar ambos problemas de manera separada. A pesar de que el Estado se empeñe en integrarlas mediante su asimilación, cada una de ellas ocupa un lugar específico dentro de las “estructuras de la alteridad” que imperan dentro de los sistemas sociales del continente (ibidem: 36). Para entender las fronteras que estas sociedades construyeron entre las identidades indígenas y afromestiza, es indispensable revisar la historia y las condiciones concretas en las que estos dos grupos se articularon con la sociedad nacional.
Después de la Conquista, el indio adquirió un estatuto ambivalente que lo liberaba de la esclavitud al mismo tiempo que lo ponía -por lo menos en teoría- bajo la protección de la Corona española. En la época de la Colonia, el término “indio” se transforma así en una categoría administrativa. En cuanto al negro, éste se mantiene esclavo y tiene que ser controlado a lo largo de este periodo. Con la Independencia, el indio se gana un reconocimiento específico y se vuelve un símbolo de la emergente identidad nacional, entonces en plena construcción. Mientras tanto el negro permanece invisible. Poco estudiado, sin derechos ni estatutos particulares, es simplemente un ciudadano “de segunda clase”.
Según Wade, en la actualidad asistimos a la reubicación gradual de la identidad negra dentro de los esquemas latinoamericanos de la alteridad. Se trata de una revalorización y de una instrumentalización del afromestizaje que resaltan sus convergencias con la indianidad. De ahí el interés de examinar ambas identidades dentro de la misma perspectiva teórica, pero sin omitir las contingencias de sus procesos históricos específicos (cap. 2).
En los capítulos siguientes, Wade discute su propuesta mediante una demostración teórica y epistemológica. Con mucha claridad, revisa las evoluciones del debate académico en torno a las cuestiones étnicas y raciales en America Latina, desde principios del siglo XX hasta nuestros días. Expone la ampliación de los estudios sobre las comunidades a las relaciones de clase y -más tarde- al imaginario nacional. También subraya la flexibilización de los conceptos de etnicidad, identidad y cultura, así como la introducción de la idea de una interacción constante entre las diversas adscripciones sociales. Finalmente, el autor insiste en la importancia creciente que se le viene dando a las dimensiones culturales y simbólicas de la identidad.
Los límites del funcionalismo y del marxismo
Para empezar, Wade revisa las corrientes teóricas que influyeron hasta los años sesenta, en el análisis de las minorías latinoamericanas, con el fin de plantear sus aportes y sus límites. Desde su perspectiva, los estudios funcionalistas conciben al grupo cultural como una entidad relativamente estable y autónoma, pero al mismo tiempo tienden a abstraerla de sus articulaciones con el mundo exterior, asimilándola a un inevitable proceso de modernización. En cuanto a las teorías estructuralistas -que Wade denomina marxistas-, si éstas introducen los problemas de la desigualdad y los mecanismos de la explotación, también reducen a menudo las identificaciones étnicas y raciales a meras determinaciones económicas, omitiendo sus dinámicas propias.
Mas allá de esta primera constatación, Wade examina paralelamente los estudios acerca de las poblaciones indígenas y negras a lo largo del mismo periodo. Muestra las evoluciones respectivas de ambas concepciones del otro a partir de los sucesivos paradigmas teóricos.
En efecto, la cuestión de la integración nacional se plantea en términos semejantes para las dos minorías. De la misma manera, se observa una tendencia similar a cosificar ambas identidades, representándolas como atrasadas y condenándolas a desaparecer como tales. Pero mientras que los afromestizos son vistos como miembros de una clase rural integrada a la sociedad, los indios se perciben como miembros de comunidades cerradas. Esta diferencia resulta fundamental para explicar por qué la antropología siempre ha privilegiado la problemática indígena, considerando a los negros como ciudadanos “ordinarios” desprovistos de una cultura sui generis. Así, el indio se vuelve objeto de trabajos etnológicos y la cuestión afromestiza se centra en las relaciones de razas y de clases, así como en los trabajos sobre la esclavitud (cap. 3).
Pero la idea de una interacción entre varias identidades sociales constantemente redefinidas y “reimaginadas” todavía no se introduce en el debate. Habrá que esperar la consolidación de los estudios étnicos y el reflujo de los enfoques funcionalistas para redimensionar la importancia de los grupos étnicos y raciales dentro del contexto nacional.
Los estudios étnicos
A partir de los años setenta, las migraciones indígenas hacia las ciudades, los primeros movimientos sociales feministas e indios, así como la aparición del activismo negro llevan a la revisión del concepto de identidad y a la apertura de las perspectivas clásicas en las ciencias sociales.
La identidad -y más particularmente la identidad étnica- empieza a ser concebida como una construcción dinámica, flexible y contextual, pero sobre todo compatible con la modernización. El indio se percibe más y más como un sujeto social -como un agente de cambio- y se plantea con más frecuencia la idea de una resistencia positiva frente a la opresión cultural mediante estrategias de diferenciación. Con la introducción del concepto de la “flexibilidad” de las categorías raciales, los enfoques científicos hacia las poblaciones afromestizas también cambian, aunque con menos rapidez. En cuanto a la cuestión del racismo, ésta se impone en los espacios públicos brasileño, colombiano y ecuatoriano. Sin embargo, la reflexión académica en general sigue siendo cautiva de la discusión sobre los papeles respectivos de la etnicidad y de la raza, así como de las relaciones de clase en la construcción del grupo social (cap. 4).
Globalización y cuestionamiento del Estado-nación: las perspectivas posmodernistas
A principios de los años ochenta empieza una nueva etapa en la reflexión académica acerca de la identidad. Ahora, este concepto corresponde al resultado constantemente renegociado de un complejo proceso de interrelaciones y de representaciones sociales. Por una parte, la cuestión de la identidad se distancia del debate entre clase y etnicidad, para reorientarse hacia la problemática de las culturas, observadas como construcciones discursivas performativas. Las dimensiones simbólicas de la pertenencia étnica o racial se imponen como elementos explicativos de la misma importancia que las luchas para los recursos económicos y el poder político.
El énfasis se pone en las interdependencias entre las identidades étnicas y el Estado-nación. Los procesos de etnogenesis (aparición de nuevas identidades étnicas) se relacionan con las políticas gubernamentales, las acciones de las ONG´s o de las Iglesias. Asimismo, las minorías indígenas y afromestizas empiezan a concebirse como partes constitutivas de los Estados nacionales latinoamericanos.
El proceso de globalización induce nuevos ejes de reflexión. Las relaciones de clase cesan de ser el motor de la acción colectiva. Las identidades sociales se reconceptualizan, sobre todo a partir de la reconsideración de los espacios políticos, económicos y culturales.
Así, la idea misma de Estado-nación es cuestionada en sus dimensiones culturales y simbólicas. Una vez más, el contexto nacional se vuelve fundamental para entender las identidades étnicas y raciales. En América latina, los estudios sobre la situación de las minorías dentro del espacio cultural nacional llevan a las primeras condenas de las ideologías de homogeneización. Éstas, consideradas como instrumentos de “blanqueamiento” y de exclusión, aparecen súbitamente como el principal mecanismo racista en el continente (cap. 5).
Los movimientos sociales indios y afromestizos, y los límites de la interpretación científica
La proliferación de los movimientos indios y afromestizos en América Latina, a partir de los noventa, constituye la última parte de esta retrospectiva.
Como lo hace notar el autor, esta forma de movilización identitaria no es inédita en la región. Sin embargo, a finales del siglo XX, dichas manifestaciones captan el interés académico por dos razones esenciales: primero, a causa de la amplitud y de la simultaneidad de estos movimientos; segundo, porque este fenómeno empieza a estudiarse en el marco más general que se impone como el nuevo paradigma en boga: el de los nuevos movimientos sociales. A diferencia de sus predecesores, estos últimos se conciben como formas colectivas y defensivas de reacción al fracaso de la modernización mediante la búsqueda de nuevas alternativas, y particularmente de nuevas identidades.
En el caso de Latinoamérica, Wade distingue varios factores explicativos del desarrollo de las movilizaciones identitarias. Principalmente, la consolidación de las bases institucionales de las poblaciones indígenas, las reformas democráticas nacionales, la fragmentación del escenario político, la aparición de nuevas élites y la multiplicación de los ejes de identificación (etnicidad, raza, clase, género, sexualidad, religión). Hasta ahora, los movimientos indígenas parecen ser los más exitosos, estructurados y visibles. Sin embargo, el multiculturalismo oficial -tal como lo están forjando los Estados latinoamericanos- no debe llevar a confusión.
Como lo subrayan varios autores, las posibilidades de acción efectiva de los movimientos indígenas son bastante limitadas. De alguna manera, incluso estarían directamente ligadas a los esfuerzos tácticos que los Estados desarrollan para garantizar y reproducir la unidad nacional, a través de la cooptación de las reivindicación diferencialistas.
Hoy día, las identidades étnicas y raciales son concebidas dentro de los marcos nacional y global como construcciones cambiantes, descentradas y relacionales (ibidem: 8). También empiezan a ser consideradas como los instrumentos de estrategias identitarias, culturales y diferencialistas. Por lo tanto, conllevan una carga simbólica y política considerable. El tema es sumamente delicado y persisten trampas ideológicas considerables para el investigador en ciencias sociales (cap. 6).
Según Wade, la idea reciente de resistencia cultural y la tentación de aplicarla a cualquier tipo de comportamiento opuesto al orden dominante -otorgándole una significación política que trasciende la propia conciencia de los actores- revelan algunos de los nuevos desafíos de la antropología. En efecto, como lo muestra el autor en este libro, la interpretación científica de la realidad es limitada, contextual y fundamentalmente subjetiva. Sobre todo, su performatividad y su impacto sobre los grupos estudiados no pueden ser subestimados. Los discursos esencialistas que nutren a ciertos movimientos identidarios son sólo algunos ejemplos preocupantes. Por lo tanto, el investigador tiene que asumir una responsabilidad política.
Algunas perspectivas para la antropología de finales de siglo
Para concluir, Wade propone algunas pistas de reflexión acerca de las exigencias del método científico.
Para empezar, el problema de la reflexividad de las ciencias sociales es un punto esencial a considerar. El antropólogo debe estar consciente de su papel ideológico, y encontrar el equilibrio adecuado entre la tentación de esencializar las culturas estudiadas y la responsabilidad política que implica deshacer críticamente estas identidades. Sobre todo, debe esforzarse en preservar una posición científica, en el sentido estricto de la palabra.
Otro riesgo para la antropología contemporánea -muy influida por las ideas de flexibilidad y de constante reinvención de las culturas- es el de subestimar las continuidades históricas en los procesos de constitución de las identidades, olvidando de esta forma una dimensión fundamental para el análisis.
Por su parte el autor milita a favor de una combinación de los distintos acercamientos al problema del “otro” desarrollados en el marco de las ciencias sociales. Principalmente, preconiza un equilibrio entre los enfoques economicistas y las nuevas perspectivas culturales que abrió el posmodernismo. Este último permitiría evitar el riesgo de caer en un relativismo total. Al mismo tiempo, Wade se pronuncia en favor de combinar los estudios macrosociales y los trabajos etnográficos.
Finalmente, el autor propone reconsiderar el propio papel de la antropología como instrumento de mediación entre las diferentes culturas. Habría que abrir un verdadero diálogo entre los distintos puntos de vista y dar la palabra a los objetos de estudio, creando espacios para otro tipo de interpretación de la realidad social (cap. 7).
El problema del “otro” en América Latina: etnicidad, raza y subjetividad en las ciencias sociales
En resumidas cuentas, Race and Ethnicity in Latin America es una obra crítica acerca de la evolución del problema de la alteridad en el continente latinoamericano. Las diversas teorías y sus límites, los debates académicos y la situación actual de la problemática son presentados y contextualizados con una claridad excepcional. Pero además de ofrecer una excelente síntesis teórica, el trabajo de Wade abre nuevas pistas de reflexión muy pertinentes sobre la investigación antropológica.
Más que una invitación a releer algunos clásicos de la materia, este libro propone una perspectiva histórica de la producción académica muy bienvenida, ya que puede contribuir a estructurar un campo de estudio que se vuelve cada vez más amplio y complejo: el de la etnicidad.
Pero la verdadera originalidad del análisis de Wade es introducir al mismo tiempo el alcance heurístico del concepto de identidad racial, todavía poco utilizado en México. El interés de este enfoque consiste en relacionar ambas problemáticas para abrir un nuevo campo de investigación, que estudia las identidades étnicas y raciales dentro de la misma perspectiva analítica.
Finalmente, este trabajo tiene el mérito de introducir un cuestionamiento necesario sobre la utilidad, los alcances y las limitaciones de los marcos metodológicos que proponen las ciencias sociales.
El principal límite del libro proviene probablemente de la ambición de su objetivo inicial: plantear una síntesis que abarque un campo analítico tan extenso, con el fin de sostener una proposición teórica muy fina, pero también muy general. En efecto, la definición de la identidad racial y el problema de su operacionalización y adaptación concreta a la situación de las poblaciones amerindias se habrían podido desarrolladar más. De manera general, también se puede lamentar la ausencia de una reflexión más profunda acerca de la cuestión del racismo en esta región del mundo, así como acerca de las articulaciones que existen entre las identidades raciales y la discriminación racista.
En cualquier caso, la retrospectiva histórica y la proposición analítica de Wade son valiosas e indudablemente contriuirán a enriquecer y a estructurar el debate sobre la cuestión de la identidad étnica, que se vuelve cada día más necesario, tanto en Francia como en México. Y ni la crisis del modelo “asimilacionista” de integración nacional, ni la proliferación de los fenómenos de “rediiscence étnica”, ni las reivindicaciones de una nueva relación entre el Estado y las llamadas minorías desmentirán su actualidad y su urgencia en un futuro próximo.
Sobre la autora
Sophie Hvostoff
Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA).
Citas
* Reseña traducida por Willibald Sonnleitner.