María J. Rodríguez-Shadow
Dirección de Etnología y Antropología Social-INAH.
Cristina Lirón
Departamento de Antropología, Universidad de las Américas-Puebla.
Feminist Dilemmas in Fieldwork (Dilemas feministas en el trabajo de campo) es una interesante compilación de ensayos en los que, desde una perspectiva multidisciplinar, se presentan algunas de las disyuntivas con las que se debe lidiar en el ámbito de la investigación social.
Este volumen reúne las ponencias de unas jornadas organizadas por Diane Wolf en 1990 con el apoyo de la Asociación de Estudios de Asia. El título de la mesa redonda fue “Dilemas Feministas en el trabajo de campo: negociando y renegociando Identidades”, en la que no sólo se aglutinaron los trabajos de antropólogas y sociólogas, sino también las aportaciones de economistas, historiadoras y geógrafas.
La experiencia del trabajo de campo aparece como el eje central en torno al que todas estas mujeres se reúnen para compartir “dilemas” coincidentes. Las autoras plantean la necesidad de un autoposicionamiento individual previo que, basado en la explicitación de su posición de clase, su pertenencia étnica, su postura política o sus creencias religiosas, permita dilucidar a partir de que presupuestos teóricos y éticos están partiendo. De esta manera, consiguen aproximar al lector a un vivo y doloroso debate en el que se problematizan cuestiones de carácter metodológico y epistemológico inherentes al propio proceso de investigación.
Günseli Berik, Brackette Williams, Carol Stack, Suad Joseph, Ping-Chun Hsiung, Patricia Zavella, Valerie Matsumoto, Cindi Katz y Jayati Lal son activistas del feminismo que han trabajado con mujeres en países del denominado Tercer Mundo o con grupos de negras e hispanas que configuran las bolsas de pobreza y marginación del llamado Cuarto Mundo. En cada uno de los capítulos ponen de relieve la trayectoria de sus propios trabajos y tratan de reproducir la forma en que se dio la interacción con sus informantes. Una y otra vez aparecen temas vinculados con las relaciones de poder que se establecen entre las investigadoras (académicas privilegiadas) y la investigadas (mujeres iletradas que viven en condiciones de escasez, pobreza y marginalidad). La intención de ello es tratar de plasmar el carácter heterogéneo de la subalternidad femenina y reconocer la imposibilidad de establecer relaciones igualitarias con dichas mujeres, sobre todo cuando su única garantía es compartir un aparente rol genérico común.
De todo ello se derivan conflictos de identidad y compromiso que la investigadora debe enfrentar antes de la aproximación a los sujetos de estudio, durante el desarrollo de la investigación y, como no a posteriori, cuando trata de transmitir “su” conocimiento de la problemática en que ha tratado de sumergirse.
El mayor logro de esta obra es, sin duda alguna, el sano intento de airear secretismos que, supuestamente, podrían salpicar de imperfecciones y carencias la imagen de esa herramienta que define esencialmente a la antropología: el trabajo de campo. Pese a que no es propio de una disciplina envidiada por su autocriticismo, es bien cierto que no acostumbramos a nutrir las publicaciones de deambulaciones personales que puedan hacer dudar al público del “cientifismo” -y por tanto la validez- de nuestros resultados.
La obra no pretende ser un recetario de cómo hacer trabajo de campo, sino al contrario, ofrecer tanto al neófito como al investigador experimentado, un abanico de la variedad de escollos que encara.
Sin pretender opacar lo sugerente e incentivador de estas aportaciones, es necesario clamar que los “dilemas” que aquí se recogen no afectan exclusivamente a las investigadoras feministas. La centralidad que se le otorga a las relaciones jerárquicas y explotadoras establecidas entre el investigador y los investigados, a la hora de definir el propio proceso de investigación -la obtención de la información, la elaboración y presentación de los resultados y el destino de la producción etnográfica- conforman en su conjunto agujeros negros donde, en algún momento, se pierde la colectividad de la disciplina.
El studying down que define Wolf (1996, p. ix), se cimenta en un afán transformador igualmente compartido por todos aquellos individuos (feministas o no) comprometidos con ideales socio-políticos que abarcan desigualdades genéricas, étnicas y estructurales. En definitiva, pese a las victorias de los movimientos feministas, el compromiso político con el cambio social no debe ubicarse en ellos de forma única, privilegiada y excluyente.
Como muy bien apunta la propia D. Wolf, el que no se pueda hablar en bloque de la subordinación femenina invalida las teorías que han sustentado el “feminocentrismo metodológico”. Es en este sentido, es fundamental ampliar el contexto de todas estas crisis de identidad referencial que afectan a los investigadores (hombres o mujeres), que determinan sus resultados y que, en última instancia, arremeten contra sus contradicciones y responsabilidades ético-personales, políticas y académicas.
De forma un tanto más tangencial, a través de estos textos se muestran algunos otros de los tormentos teóricos que la disciplina arrastra en sus anhelos por representar a la otredad. Un ejemplo es la mención del paradigma de insiders y outsiders, conceptos que surgen contrapuestos en el seno del debate sobre las antropologías periféricas a lo largo de la década de los setenta.
En general, supone una lectura efusivamente recomendable a todo aquel investigador que no tema emprender un ejercicio de honestidad y acepte la invitación de lanzarse a diseccionar su propio sustrato sociocultural. Es una excelente propuesta para tratar de ver la manera en que las cargas ideológicas que nos acompañan pueden articularse con los esfuerzos por alcanzar la objetividad y también deberían constituir un estímulo para ampliar este tipo de debates.