Mijail Málishev
Universidad Autónoma del Estado de México
Manola Sepúlveda Garza
Escuela Nacional de Antropología e Historia.
No hay ningún puente entre el tiempo irreversible
y la eternidad inmóvil, entre el curso de la historia
y la inmutabilidad del orden divino del mundo en
la estructura de la cual la “providencia” significa
un objeto superior de la causalidad.
OSWALD SPENGLER
El nombre de León Gumiliov (1912-1992) -historiador, geógrafo y etnólogos uno de los más estimados en Rusia de hoy. Sus libros, cuya publicación era prohibida o que se editaron con un tiraje insignificante en la época del socialismo totalitario, ahora literalmente inundan el mercado.1 A la popularidad de la obra de este autor ayuda su erudición histórica, su estilo claro y sencillo, el intento de apoyar sus ideas extravagantes en las ricas tradiciones del pensamiento nacional ruso y, sobre todo, su contribución a la teoría del euroasiatismo, que surgió en la década de los veinte y luego fue casi olvidada durante la dictadura ideológica del marxismo. En fin, la misma biografía del pensador, en la que abundan acontecimientos verdaderamente dramáticos, también le atrae las simpatías de sus lectores.
Hijo del conocido poeta ruso Nicolai Gumiliov, fusilado por los bolcheviques en el periodo de la guerra civil, y de la gran poetisa Anna Ajmatova, perseguida y denigrada durante largo tiempo por los ideólogos stalinistas, León Gumiliov continuó en su propia vida la tragedia de sus padres. Cuatro veces fue recluido en la cárcel, donde pasó casi catorce años junto con Alexei Losev y Dmitri Lijachev (también presos políticos en la época stalinista), Gumiliov perteneció a aquella cohorte de la intelligentsia rusa que logró salvar su honor al rechazar el servilismo a y la conciliación con las formas más odiosas de la ideología dogmática. Ser un hombre de honor para esos intelectuales significó mantenerse firme en sus convicciones morales, no temer a la fuerza bruta y conservar la conciencia de su propia dignidad ante la presión de la ideología oficial. En la época en que la retórica comunista se hizo una norma común de lealtad al Estado totalitario, cualquier pensador que razonaba sobre la sociedad y la historia fue obligado a pagarle algún tributo. Reducir éste al mínimo no fue fácil; fue necesario tener no sólo firmeza y paciencia, sino también la habilidad de despertar la conciencia civil en los lectores en condiciones del predominio total de la censura oficial. Investigar la sociedad contemporánea, cuyo estudio fue monopolio exclusivo del materialismo histórico y del comunismo científico, fue prácticamente imposible. Quedaba sólo el pasado, que hasta cierto punto se podía contraponer a los esquemas trillados de la retórica oficial. No es casual que en la época socialista la principal aportación en el área de las humanidades fuera hecha en la investigación de la historia. León Gumiliov en plena medida compartió el peso de subsistir en catacumbas ideológicas, al heredar al futuro lo más valioso que creó, su obra. Según Alexandr Ianov, “sus nueve libros, su asalto intrépido a los enigmas de la historia mundial son, si es posible decirlo, un templo construido en la oscuridad de la reacción que continúa… [y] atrae a los creyentes a la plena luz del día”.2
En el presente artículo no pretendemos abarcar toda la obra multifacética del historiador y etnólogo ruso. Nuestra intención consiste sólo en la exposición y el análisis de las ideas y del aparato conceptual vinculado con el surgimiento, el desenvolvimiento y la desaparición de las etnias, es decir, con el proceso de desarrollo del organismo social desde su nacimiento hasta la muerte, que Gumiliov denomina “etnogénesis”.
Según el etnólogo ruso, la etnia es un grupo humano estable constituido de manera natural que se contrapone a todos los otros colectivos análogos y se determina por la complementariedad de sus miembros. Cada etnia se caracteriza por estereotipos peculiares de conducta y mentalidad que cambian en un proceso histórico. En su teoría sobre las etnias Gumiliov aplica un enfoque sistémico, ya que, en su opinión, las tentativas de definirlas mediante criterios como lengua, cultura, unidad territorial, tipo de relaciones económicas, autodenominación, etc., fracasan permanentemente. Encontrar un criterio que pudiera constituir la esencia de la etnicidad y que fuera válido para todas las etnias es imposible; un conjunto de criterios tampoco define nada, salvo una comunidad particular que se analice en un momento dado. Gumiliov muestra que el único criterio que se puede aplicar a todas las etnias es el reconocimiento de la identidad que cada una de ellas tiene de sí misma. Esta distinción entre “nosotros” y “otros” es propia de todas las épocas y todos los pueblos: los helenos y los bárbaros; los árabes-musulmanes de la época de los primeros califatos y los “infieles”; los europeos-católicos en el medioevo y los “impíos”; los chinos del “imperio celestial” y los jus (periferia bárbara); los gitanos y no gitanos, etc. Esta contraposición es universal e indica un fundamento profundo. La investigación de este fundamento, según Gumiliov, permite construir la historia étnica de la humanidad del mismo modo como se construye la historia política, económica, religiosa y cultural. La elaboración de la historia étnica puede tener gran importancia práctica, ya que ayuda a aclarar el desarrollo de la antropósfera y a explicar los conflictos interétnicos.
Gumiliov se pregunta por la causa de la existencia de las etnias y considera que ésta consiste en la contraposición de ellas mismas a todas las demás. ¿Qué engendra y mantiene esta contraposición? ¿La unidad del lenguaje? No, pues existen muchas etnias que hablan en dos, tres y más idiomas y, al contrario, hay muchas etnias que hablan la misma lengua. Los suizos hablan cuatro idiomas. Los mexicanos o los cubanos hablan español, pero no son españoles; los norteamericanos hablan inglés, pero no son ingleses. Indudablemente que el lenguaje puede servir como indicador de una comunidad étnica, pero no puede ser su causa. Lo mismo se puede afirmar sobre la cultura, la ideología, las relaciones económicas e, incluso, sobre el origen común, que siempre es heterogéneo. Cada etnia surge en un momento determinado de la historia como resultado de la combinación de dos, tres o más componentes de población y forma una comunidad con cierta estructura interna. Las peculiaridades etnográficas y lingüísticas no impidieron a los celtas vandeanos combatir a favor de los lirios borbónicos durante la Revolución francesa. Los barones de Gascuña aspiraron a obtener los bastones de mariscal en las tropas de los reyes franceses, y a éstos no se les ocurría que utilizaban los servicios extranjeros. Esto demuestra que los vínculos étnicos son más fuertes que los de la lengua.
Según Gumiliov, cada etnia tiene su propia estructura y su estereotipo de conducta. En las etnias que están en proceso de desarrollo, éstas se encuentran en estado dinámico, esto es, cambian de una generación a otra, mientras que en las etnias caducas cada nueva generación aporta cambios mínimos y más bien reproduce el ciclo de vida de las generaciones anteriores. A pesar de que existen diferentes grados de tradicionalismo, si colocáramos todas las etnias en una escala decreciente según el grado de conservadurismo, resultaría que ninguna de ellas alcanzaría el punto cero; es decir, cada etnia, por joven que sea, tiene sus tradiciones, pues en caso contrario dejaría de existir y se disolvería entre sus vecinos. Aunque esto a veces tiene lugar, sin embargo nunca es resultado de una intención consciente del colectivo, pues el suicidio del género contradice al instinto innato de autoconservación, que existe en el mismo grado que en el individuo. Sea lo que fuere, nadie puede negar que en el proceso de desarrollo de la humanidad han surgido y desaparecido etnias.
La formación de cada etnia, considera Gumiliov, siempre se caracteriza por la intensa aspiración de algunos hombres a realizar una actividad dirigida a la transformación del medio ambiente social o natural. Es interesante advertir que la obtención de este fin (a veces ilusorio y pernicioso para los miembros de dicho grupo) parece más valioso que la propia vida. Sin duda, es una desviación de la norma de conducta de la especie humana, ya que tal impulso contradice al instinto de autoconservación. Sin embargo, este impulso, según Gumiliov, no es algo patológico sino una característica de la conducta de casi todos los seres humanos. A este impulso lo denomina passionarnost’,* término que deriva de la palabra latina passio. Escribe:
Propiamente dicha, la passionaridad la tienen casi todos los hombres en diferentes dosis. Ésta se expresa en cualidades como la ambición, el orgullo, la soberbia, la avidez, la envidia, etc., que con igual facilidad engendran tanto hazañas como crímenes, construcción y destrucción, bien y mal, pero que no dejan lugar a la indiferencia. El momento común, que tiene importancia para nuestro problema, es precisamente la capacidad y la aspiración al cambio del medio ambiente. Estos impulsos son tan fuertes que sus portadores -los passionarios- no pueden calcular las consecuencias de sus acciones o, al prever su pérdida, abstenerse de la realización de esas acciones. Esto testimonia que la passionaridad radica no en la conciencia, sino en el inconsciente de los hombres.3
* Gumiliov creó el neologismo ruso passioiiarnost’, que en lo sucesivo será representado en español por una forma que pretende reflejar el mismo espíritu conceptual: passioiiaridad (y las formas derivadas correspondientes, como passionario).
Desde este punto de vista, los passionarios son un tipo de individuos que poseen una capacidad innata de absorber más energía del medio ambiente que la exigida para su conservación o para su persistencia en el marco de la comunidad a la cual pertenecen. Esta energía es usada en la transformación de la naturaleza o del medio ambiente social.
Según Gumiliov, la passionaridad se expresa en la peculiaridad de la conducta y la mentalidad de sus portadores. La energía de los passionarios se revela en sus aspiraciones firmes hacia ciertos objetivos, en su anhelo a superar todos los obstáculos en este camino e, incluso, a sacrificar sus vidas en aras de la realización de estas “metas sagradas”. El sacrificio se entiende aquí en el sentido más amplio de esta palabra: como el rechazo a la satisfacción de las necesidades inmediatas (a veces importantes para el bienestar personal) en nombre de los fines o las tareas sociales de largo plazo. Esta característica se parece mucho a los rasgos de los “héroes de la historia universal” de Hegel. Según el filósofo alemán, el destino de esos individuos que “tenían la vocación de ser los gerentes del espíritu del mundo (…) no ha sido nada dichoso. No gozaron del tranquilo sosiego, sino que su vida entera fue trabajo y esfuerzo, y toda su naturaleza consistió tan sólo en su pasión”.4
Según el etnólogo ruso, la passionaridad de los héroes de la historia está basada no en la voluntad de la astuta Razón, sino en la energía bioquímica de las sustancias vivas de la biósfera, que determina su capacidad para realizar actividades militares, económicas, migratorias, científicas, artísticas, etc. Los passionarios logran imponer sus actitudes a quienes los rodean, inculcarles sus ideas y, lo que es más importante, contagiarles su entusiasmo en la realización de sus fines. Al contacto con ellos, los hombres ordinarios empiezan a comportarse como si fueran passionarios. Pero, tan pronto como éstos los abandonan, regresan a su comportamiento habitual. Según Gumiliov, este fenómeno puede observarse en su forma más pura durante las guerras. Los jefes militares dotados de la capacidad de inculcar a los soldados su voluntad y energía tienen más posibilidades de alcanzar la victoria sobre sus enemigos. Pero al quedarse sin sus jefes passionarios, los mismos soldados son derrotados. Estos efectos no se explican sólo por el talento militar; tiene gran importancia la presencia en el campo de batalla de los jefes passionarios, quienes cargan a sus guerreros con su energía y entusiasmo. Por esta inducción también pueden explicarse los éxitos de los grandes oradores, cuyos discursos entusiasman a los oyentes. Es curioso que la lectura de dichos discursos, generalmente, no provoque la misma impresión. Estos ejemplos, dice Gumiliov, son la manifestación más convincente del efecto de la inducción passionaria que se refleja en los procesos étnicos y en los movimientos de masas.
De esa inducción se deriva la clasificación de tipos de individuos en cada etnia. El primer tipo son los passionarios que, como hemos dicho, se caracterizan por el dinamismo intenso en su actividad y la persecución perseverante y tenaz de sus fines. A veces su actividad se acompaña de la incomprensión y reprobación de otros miembros de la comunidad, que los condenan a diferentes privaciones y a veces hasta a la muerte. Según Gumiliov, los passionarios agrupan en nombre de la realización de sus planes y fines a los hombres armónicos, quienes son capaces de adaptarse bien al medio ambiente, pero les falta el dinamismo intenso que le es propio al passionario. En la estructura de la etnia los hombres armónicos juegan un papel importante como un factor cuya tarea consiste en mantener la tradición. Una cantidad suficiente de este tipo de individuos en la estructura étnica es la premisa de su estabilidad interna, pero no es un factor de su dinamismo. A veces en la descripción de los procesos históricos Gumiliov incluye en la categoría de individuos armónicos a los passionarios cuya aspiración no sale de los límites de su bienestar sin algún riesgo.
El tercer componente étnico está formado por los subpassionarios, que a causa de su incapacidad de absorber suficiente cantidad de energía no pueden adaptarse efectivamente al medio ambiente. Esta desadaptación se manifiesta en la incapacidad de restringir sus voluptuosidades instintivas en aras de fines lejanos, en el parasitismo, en el descuido de sus hijos, etc. Hombres de este tipo se encuentran en todas las etnias: los llaman vagabundos, lumpenproletariado, populacho y desharrapados. Suelen congregarse en las grandes ciudades donde existe la posibilidad de vivir sin trabajo, como parásitos. Esta concentración de elementos asociases conduce al crecimiento del alcoholismo, la drogadicción, la delincuencia y el desorden espontáneo. En el proceso étnico los subpassionarios juegan un papel entrópico, aumentan el caos y no producen de hecho ningún trabajo útil.
Desde el punto de vista de Gumiliov, cada sistema étnico es heterogéneo e incluye en sí cuatro niveles: “consorcio”, “subetnia”, “etnia”, “superetnia”. El consorcio es una comunidad complementaria de gente unida por un objetivo común o por un destino histórico; puede incluir diferentes asociaciones, grupos políticos, sectas religiosas, bandas de delincuentes, cooperativas, gremios y otros grupos semejantes. Los consorcios juegan un papel importante en la formación de nuevas etnias, por ejemplo, de los cristianos de los primeros siglos de la nueva era surgió la superetnia bizantina; de la unión de las tribus que vivieron alrededor del Tíber se formó el imperio romano; el grupo de compañeros de armas de Gengis Khan dio origen al imperio de los mongoles. Antes de que el sistema étnico aparezca en la arena histórica como una fuerza activa surge un grupo de passionarios alrededor del cual se unen sus seguidores. Sin embargo, la mayoría de los consorcios se descomponen y sólo algunos se transforman en un sistema étnico de rango superior.
Otra unidad taxonómica es la subetnia, es decir, un grupo de individuos que se distingue por estereotipos de conducta semejantes y que se contrapone al mundo circundante apoyándose en la complementaridad de sus miembros. Las subetnias pueden existir en diferentes formas: como un grupo étnico que habita en cierto territorio, un estamento o una comunidad confesional. El contacto entre subetnias (de alguna etnia) puede conducir a la formación de simbiosis, esto es, a una comunidad multiétnica en la cual diferentes grupos ejecutan funciones complementarias recíprocamente provechosas, pero no se mezclan entre sí.
La unidad superior en la jerarquía étnica es la superetnia, integrada por diferentes etnias y contrapuesta a otras superetnias. Este término, según Gumiliov, coincide en muchos aspectos con los conceptos “civilización” y “cultura”. La unidad en las superetnias se revela en una mentalidad común que integra varias etnias con diferentes estereotipos de conducta. Así, por ejemplo, a la superetnia bizantina o al califato árabe (cuya estructura étnica era bastante compleja) los unía la religión no sólo como una institución social o una doctrina, sino además como una mentalidad que consolidaba diferentes etnias e integraba formaciones estatales.
Según Gumiliov, en la base del surgimiento de cada etnia hay un impulso de micromutaciones que causan la aparición de la passionaridad, la cual conduce al nacimiento del nuevo sistema étnico en una comunidad. La hipótesis sobre micromutaciones genéticas fue resultado de la observación del surgimiento simultáneo de nuevas superetnica, a lo largo de una extensa línea de la superficie terrestre, salvando diferentes obstáculos naturales. Gumiliov llegó a la conclusión de que en el periodo inmediato posterior al impulso passionario ocurría -en todas las regiones afectadas por éste-, un rápido crecimiento de nuevas formaciones étnicas, aumentaba su número, cambiaban los estereotipos de conducta, y surgían nuevas corrientes ideológicas y religiosas. Esta hipótesis puede explicar, según Gumiliov, la sincronía sorprendente de dichos fenómenos en diferentes partes del mundo.
Para producir un impulso es necesaria una cierta cantidad de energía. La Tierra la recibe de tres fuentes: del Sol, de la desintegración radiactiva subterránea y de haces de energía dispersos en el cosmos. Desde el punto de vista del etnólogo ruso, las dos primeras fuentes de energía no pueden explicar satisfactoriamente las fluctuaciones passionarias que provocan las formaciones de las etnias. El Sol ilumina simultáneamente todo el hemisferio y no sólo la estrecha franja del territorio en que tiene lugar la génesis étnica. El impacto de la mutación genética sobre la etnósfera tampoco se puede explicar por el influjo de la desintegración radiactiva, ya que las franjas donde sucede el devenir de las etnias varían independientemente de las estructuras tectónicas de la corteza terrestre. La tercera hipótesis, aunque no puede ser demostrada contundentemente, tampoco contradice los hechos.
Figurémonos la superficie de la Tierra como una pantalla sobre la cual caen los rayos cósmicos, la mayor parte de los cuales [se detecta por ionósfera], pero algunos alcanzan la superficie de la Tierra más frecuentemente por la noche, ya que la ionósfera y la irradiación cósmica no son estables incluso en el ciclo de veinticuatro horas. Deformados por el campo magnético (¿o gravitacional?) de la Tierra, estos impulsos toman el aspecto de líneas geodésicas que no dependen del paisaje terrestre. Evidentemente algunos de ellos, aunque no todos, poseen propiedades mutagénicas, y en las áreas irradiadas surgen mutantes. Los monstruos se eliminan rápidamente por selección natural y los passionarios desaparecen lentamente, ya que la passionaridad, aunque represente también una desviación a la norma, es una desviación específica y estable, y tiene un papel importante en el devenir de la humanidad como especie.5
Si esta hipótesis, sostiene Gumiliov, no se comprobara en el futuro, no cambiaría la descripción del proceso etnogénico.
Según estos supuestos, el surgimiento de nuevas etnias sucede no en cada punto de la línea sometida al impacto energético exterior, sino en los territorios de coyuntura donde convergen diferentes medios ambientes; es ahí donde se juntan los passionarios escapados de otras etnias. Las regiones monótonas, como regla, están vinculadas a las tradiciones estables de las etnias que ahí habitan. Sus miembros no soportan la presencia de hombres ajenos a sus costumbres y estructuras sociales. Las primeras generaciones que surgen detrás del impulso bioenergético frecuentemente perecen o salen hacia las fronteras del área étnica (o sea, a los lugares de coyuntura con otras etnias y frecuentemente a otros medios ambiente), donde dan comienzo a nuevos sistemas.
Desde el punto de vista de Gumiliov, el proceso de desarrollo de los sistemas étnicos incluye diferentes fases que se determinan por la dirección, la velocidad y el nivel de la tensión passionaria. La primera fase es la de ascensión, que se desarrolla como resultado del impulso inicial y se caracteriza por la expansión activa de la nueva etnia en diferentes esferas (demográfica, económica, militar, política, ideológica y religiosa); cambia la estructura del sistema étnico, aparecen nuevos subsistemas e instituciones sociales. Se forman nuevas jerarquías dominantes, esto es, valores e ideales que suelen contraponerse a las normas e ideales del viejo sustrato étnico. Ejemplos típicos de esta fase son la Roma antigua desde el periodo de los primeros reyes hasta la conquista de Italia (XVIII-VI a. C.); el Califato árabe y la divulgación del Islam (VI-VIII) y los mongoles de los siglos XI-XIII, cuya expansión abarcó casi todo el territorio de Eurasia.
Gumiliov denomina acmática a la segunda fase (acmé, término griego que significa la culminación de cualquier proceso) y en ésta la tensión passionaria alcanza su cima. El sistema étnico se caracteriza ahora por el predominio de los passionarios en todas las esferas de la vida social: hay un mayor número de subetnias, una mayor frecuencia de acontecimientos históricos, una aspiración apasionada de plasmar los ideales en la realidad. A diferencia de la etapa anterior, los passionarios aspiran en esta fase no sólo a la victoria de su colectivo étnico, sino también a la afirmación de sí mismos en diferentes esferas de actividad.
La ascensión passionaria del sistema étnico se caracteriza por el imperativo social: “¡Sé quien debes ser!”, que contribuye al aumento de la complejidad dentro de la etnia y de la superetnia. (…) Pero el crecimiento de la passionaridad supera las posibilidades del sistema. Tan pronto surge el imperativo (siempre espontáneo) en la fase acmática: “¡sé por ti mismo!”, el sistema se deforma como un automóvil que corre con tal velocidad que se desprenden las ruedas y se rompe el chasis.6
Si en la fase de ascensión predominan los utopistas que están dispuestos a sacrificar su interés personal en aras de su comunidad, en la fase acmática aparecen los pragmáticos que luchan por sus intereses particulares enmascarándolos tras fines públicos.
El crecimiento del individualismo a causa del exceso de bioenergía lleva frecuentemente a las etnias a un estado denominado “recalentamiento”. La energía que se gastaba en la fase de ascensión para el fortalecimiento del Estado y su expansión externa se despilfarra ahora en conflictos internos. La jerarquía estable de los subsistemas y consorcios se rompe, surge una gran cantidad de agrupaciones, ideologías y sectas religiosas que luchan entre sí, incluso en los momentos en que amenaza la invasión externa. En estas condiciones es muy difícil restaurar la administración central de un sistema desgarrado por contradicciones internas. Ejemplos típicos de este fenómeno en la Europa de la Edad Media fueron la lucha entre güelfos y gibelinos o las discordias entre los jefes militares de las cruzadas; en Rusia esta etapa fue de “revueltas” al principio del siglo XVII; en China fue el periodo de los motines y guerras intestinas del imperio Tang en el siglo VIII. “No hay que olvidar”, escribe Gumiliov, “que el maximum de passionaridad, así como su minimum, no favorecen al florecimiento de la vida y la cultura. El ‘recalentamiento’ conduce a un cruel derramamiento de sangre tanto dentro del sistema étnico o superétnico como en los confines, en las regiones de contacto de unos pueblos con otros, frecuentemente acompañado por inercia e indolencia absoluta de la masa”.7
La siguiente fase de la etnogénesis es un periodo de fractura que se caracteriza por el descenso de la tensión passionaria, la escisión del campo étnico y el aumento de los subpassionarios. Todo esto conduce al debilitamiento de las resistencias del sistema, lo que aumenta la probabilidad de su descomposición por la conquista o la disolución en otras etnias. Según Gumiliov, un ejemplo típico de esta fase lo representa Rusia a principios del siglo XX, cuando sucedieron tres revoluciones y estalló la guerra civil que costó millones de vidas.
La fase de fractura, que Gumiliov caracteriza como de “enfermedad”, pasa a un periodo de inercia. A ésta le es inherente el fortalecimiento del poder estatal y de las instituciones sociales, la acumulación intensiva de valores materiales y espirituales, y la transformación del medio ambiente. En la esfera de la moral social domina el imperativo: “¡sé como nosotros!” que significa orientarse por las normas del stablishment; el tipo social más divulgado es el individuo que observa las leyes y realiza puntualmente sus obligaciones. En esta fase predominan los hombres armónicos, quienes no se plantean tareas que vayan más allá de las normas y los valores reinantes en la sociedad. No obstante, la fuerte organización centralizada puede controlar los conflictos internos y canalizar la energía del pueblo hacia la realización de grandes proyectos sociales y culturales. Ejemplos de este periodo, según Gumiliov, pueden ser el imperio romano desde Augusto hasta Cómodo (siglos I a. C. II d. C.) y la dinastía Song en la China medieval (siglos X-XIII). Esta fase predomina en Europa Occidental desde el siglo XVII hasta hoy y se caracteriza por el surgimiento de Estados nacionales fuertes, la expansión colonial, el triunfo del capitalismo, el desarrollo intensivo de la técnica y su influencia perniciosa sobre la naturaleza. En esta época apareció la idea de “progreso”, que plantea que la civilización occidental es el camino magistral de desarrollo de la humanidad. Esta “idea mitológico”, según el etnólogo ruso, no es nueva: se encuentra en otras superetnias (por ejemplo, en los imperios romano y chino) que consideraron que su civilización era la única posible y legítima, mientras que los otros pueblos representaban una desviación del camino magistral de la historia. Estas ilusiones son naturales, ya que los hombres están inclinados a absolutizar los logros de su propia civilización y no sospechan que después del otoño dorado llega el crepúsculo.
En este crepúsculo -que Gumiliov denomina fase de oscuridad- aumenta la proporción de los subpassionarios, cuyo modo de vida se caracteriza por el consumo de los valores acumulados en el pasado, la satisfacción de necesidades privadas en detrimento de los intereses sociales, el desprecio a cualquier ideal, el rechazo a pronosticar el futuro y a sacrificar alguna parte de sus intereses para las generaciones del porvenir. En condiciones de descenso del potencial energético se extiende la criminalidad y la corrupción, se reduce la población, llegan al poder los cínicos o aventureros que favorecen los bajos instintos de la muchedumbre. Tal sistema pierde su resistencia y frecuentemente se convierte en presa de etnias, más poderosas. La fase de oscuridad suele terminar con la destrucción del sistema étnico o con el tránsito al estadio de homeostasis. Éste se caracteriza por la repetición monótona del cielo vital de una generación a otra. La etnia que pasa por esta fase no tiene suficiente flexibilidad y no es capaz de adaptarse a nuevas condiciones sociales. Estos pueblos se encuentran en países de todos los continentes, se les llama frecuentemente retrasados, salvajes o primitivos, aunque en realidad, según Gumiliov, estén en estado de vejez y exijan para sí una actitud cuidadosa.
Gumiliov considera que en algunos momentos es posible la revitalización del sistema étnico que llegó a la fase de oscuridad. Esto puede darse con la introducción de passionarios conservados hasta entonces en la periferia de la comunidad. Sin embargo, el tiempo de regeneración es un periodo relativamente corto que precede a la terminación del proceso étnico. En la fase de oscuridad frecuentemente sucede una simplificación de la estructura social que pierde su vigor y continúa su existencia como petrificada.
Las etnias no existen en el vacío ni en el aislamiento. Si en la interacción de dos sistemas étnicos ninguno es subsistema del otro, son posibles, según Gumiliov, cuatro tipos de contacto: negativo-quimera; positivo-simbiosis; neutral-xenia, y la confluencia de diferentes etnias en una nueva comunidad como resultado del impulso passionario.
La quimera (formación artificial) es una forma de interacción incompatible de las etnias. Quienes viven en la zona del contacto quimérico no pertenecen a ninguna de las superetnias y por eso no tienen ni mentalidad ni tradiciones que les permitan poseer un estereotipo determinado. En estos tipos de comunidades predomina la combinación caótica de diferentes ideologías, doctrinas, valores y gustos. Como un animal híbrido que no puede dejar descendencia, las quimeras, a diferencia de las etnias, no son capaces de desarrollo y se descomponen después de un periodo relativamente corto de existencia. Desde el punto de vista de Gumiliov, las quimeras existen como tumores en el cuerpo de las etnias sanas, parasitan su sustrato y no aportan nada. Las quimeras surgen por la interferencia de diferentes ritmos del campo étnico que forman no sinfonías, sino cacofonías, esto es, una situación perversa y corrupta. Como ejemplo de esto, Gumiliov menciona el fenómeno de la oprichnina, una organización creada por el zar Iván el Terrible para prevenir la traición al Estado. Pero ¿qué es “traición”? Esto debían definirlo los mismos agentes de esa organización. “El rasgo étnico más terrible de la oprichnina consistió en que el zar y sus estaban absolutamente convencidos del carácter benéfico de sus crueles fechorías.”8 Esta organización criminal compuesta por subpassionarios sembró el terror y la muerte durante siete años entre el pueblo ruso. Pero en tiempos de peligro para el país, cuando era necesaria una defensa ante el ataque de los tártaros de Crimea, los oprichnikos mostraron una pusilanimidad que provocó la ira del zar, y muchos de ellos fueron ejecutados tan implacablemente como habían torturado y matado a sus víctimas.
PiR es el nivel de tensión passionaria del sistema. Las características cualitativas de este nivel (sacrificio, etc.) deben considerarse como una “evaluación” promedio de los integrantes de la etnia. Simultáneamente, en la estructura étnica existen hombres que tienen otras características, marcadas en la gráfica; sin embargo, predomina un tipo determinado.
R es el índice del nivel de tensión pasisonaria del sistema. Corresponde a un imperativo determinado de conducta; i = -2, -1,… 6; cuando i = 0, el nivel de tensión passionaria corresponde a la homeostasis.
K es el número de subetnias que compone el sistema, que tiene un nivel determinado de tensión passionaria; K = n + 1, n + 2,… n + 21 donde n es la cantidad inicial de subetnias en el sistema.
Advertencia: esta curva es resultado de la generalización de cuarenta curvas individuales de etnogénesis, construidas para diferentes etnias. Con el punteado se designa la caída bajo el nivel de homeostasis que se da a consecuencia del desplazamiento étnico (por agresión externa).
* Tomada de Gumiliov (1993: 17).
Según Gumiliov, en las comunidades quiméricas suelen predominar las “ideologías antisistémicas” a las que son inherentes las actitudes negativas hacia el mundo. Los antisistemas difieren por su génesis, dogmatismo, escatología y exegética, pero hay un rasgo que las hace semejantes:
…la negación de la vida expresada en que la verdad y la mentira no se contraponen, sino que se igualan. De aquí se desprende la misantropía, pues si la vida real no existe, si es sólo una ilusión (tantrismo), un reflejo en un espejo (ismailismo) o una creación de Satanás (maniqueísmo), entonces no hay a quién compadecer, ya que el objeto de compasión no existe, y no hay de qué compadecer, pues Dios no es reconocido; por consiguiente, no hay quien sea responsable; no se puede compadecer tampoco porque significaría superar los sufrimientos dolorosos, aunque ilusorios. Si es así, si el objeto está ausente, entonces, la verdad se iguala con la mentira y, por lo tanto, los misántropos pueden usar en sus proyectos tanto la una como la otra”.9
La quimera como forma de contacto perverso entre dos sistemas étnicos, y el antisistema como concepción negativa del mundo que elogia el mal y la muerte, pueden expresarse en actos de vandalismo, en la destrucción absurda de los monumentos de la cultura o del medio ambiente. Pero el vandalismo deforma y destruye no sólo a los otros, sino a los mismos vándalos, ya que los destructores tampoco pueden vivir entre ruinas y tierras devastadas.
Es curioso que los antisistemas en algunas ocasiones puedan surgir en zonas de contacto entre dos etnias en las que existen sistemas ideológicos positivos. Precisamente esta situación tuvo lugar en la época del Helenismo (siglos II-I a. C.). Antes de las campañas de Alejandro Magno, ni los griegos ni los judíos se habían conocido, pero en la Siria de los Seléucidas y en el Egipto de los Tolomeos entraron en contacto. “Los judíos estudiaron a Platón y a Aristóteles, los helenos la Biblia en la traducción griega. Ambas etnias fueron talentosas y passionarias, pero del contacto de sus concepciones del mundo surgió el gnosticismo, un antisistema grandioso y fascinante.”10
El segundo tipo del contacto interétnico es la simbiosis. En ésta las interrelaciones de los colectivos étnicos no pierden sus peculiaridades, cada uno gana en el proceso de intercambio de ideas, valores y hábitos. La simbiosis se realiza por el contacto entre diferentes etnias y también entre las subetnias de una etnia.
El tercer tipo de interrelación es la xenia, que se caracteriza por la convivencia y la ausencia de conflictos significativos entre vecinos. Cada sistema étnico conserva su autonomía; el contacto generalmente no conduce a la división de funciones en su proceso de adaptación al medio ambiente (como en las comunidades simbióticas) pero, a la vez, tampoco engendra choques serios. Cada grupo étnico trata de no intervenir en los asuntos de otra etnia con la cual mantiene una coexistencia pacífica.
Hasta aquí hemos expuesto las categorías principales de la teoría sobre las etnias y la etnogénesis de León Gumiliov. Quisiéramos ahora hacer algunas observaciones críticas. Hemos dicho que en las tesis del etnólogo ruso la passionaridad representa un eje en la formación del sistema étnico, y determina el proceso de desarrollo desde su surgimiento hasta la homeostasis o desaparición definitiva. Hemos señalado también que para Gumiliov la fuente de esta energía radica en las mutaciones genéticas que se transmiten de una generación a otra. Pero ¿acaso existe alguna relación, comprobada por datos genéticos, entre la actividad intensa de los hombres y las micromutaciones a consecuencia de las cuales surge el impulso passionario? Esta hipótesis aún no está confirmada. En nuestra opinión, la energía, por intensa que sea, no es capaz por sí misma de explicar la formación y el desarrollo de los sistemas étnicos. Sin predisposición a algún tipo de actividad social es imposible definir la función de los llamados passionarios, y ésta no es innata, sino adquirida y elaborada en la sociedad.
El fenómeno de la passionaridad como energía pura que misteriosamente engendra desde sus entrañas las “supermetas” para la actividad creativa, provoca muchas dudas. Para Gumiliov lo más importante es la aparición de los passionarios, mientras que el contenido histórico-social de su actividad es algo secundario. Pero ¿acaso la toma de conciencia de los hombres a los que Gumiliov llama passionarios, de su vocación histórica, no podría ser una fuente de inspiración que llevara a una actividad exitosa? ¿Acaso la comprensión de su alta misión social no le otorga al hombre una carga de energía adicional para cumplir sus tareas? Desde el punto de vista del etnólogo ruso, el contenido histórico-social de la actividad de los hombres no puede ser fuente de su inspiración; es la energía engendrada por las mutaciones genéticas (una forma del instinto ciego y desbordante), la que busca las esferas de su desenvolvimiento y aplicación en el proceso histórico. Según esta lógica, no tiene ninguna importancia, por ejemplo, que Buda haya enseñado la lucha contra las pasiones y exhortado a buscar el Nirvana, o que Cristo haya predicado que su reino no es de este mundo e hiciera el llamado a superar las pasiones vacías. A estos dos fundadores de religiones mundiales los llama Gumiliov passionarios sin observar que el sentido principal de su actividad estuvo encaminado contra las pasiones. Siendo apassionarios, Buda y Cristo contribuyeron a establecer religiones que sobrepasaron muchas etnias. Las diferentes etnias llegaron y se fueron, mientras que el budismo y el cristianismo han quedado y parece que sobrevivirán a la teoría de la etnogénesis.
Para Gumiliov la integridad de la naturaleza humana se expresa en su sustrato biológico que desenvuelve toda su potencialidad en las personas dotadas de passionaridad. Los cambios históricos, según este postulado, pueden entenderse sólo como la actividad de los hombres que logran imponer su energía en forma de diferentes tareas, fines y objetivos. La causa decisiva del desarrollo de la historia étnica es la voluntad, el impulso de la minoría passionaria, mientras que la razón, el derecho y la moral son factores concomitantes, instrumentos que se usan por la energía indomable de dicha minoría. Los passionarios, lo mismo que “los grandes hombres de la historia” de Hegel,
… sacan sus fines y su vocación no simplemente del tranquilo y ordenado transcurso de las cosas, consagrado por el sistema que las mantiene estables, sino de un manantial cuyo contenido es recóndito y no ha brotado hasta una existencia actual; del Espíritu interior, que es todavía subterráneo, y que aldabonea al mundo exterior como a una cáscara y la hace estallar (…) Tales héroes, pues, parecen beber de sí mismos, y sus acciones han creado en el mundo una situación y unas circunstancias que parecen ser tan sólo su hecho y su obra”.11
La diferencia entre los “grandes hombres de la historia” de Hegel y los passionarios de Gumiliov está en las fuentes de donde surge su vocación. Si para el filósofo alemán la Idea es la que utiliza pasiones e intereses de los agentes históricos, para el etnólogo ruso los nuevos sistemas étnicos se crean por la energía bioquímica que se engendra en las entrañas del cosmos cercano y que de vez en cuando envía sus impulsos a la biósfera terrestre. Si la Razón de Hegel logra, a fin de cuentas, imponer su plan y llevar a la humanidad a nuevas cimas históricas; la energía passionaria de Gumiliov provoca ascensos y descensos en el ciclo de desarrollo del sistema étnico y, a fin de cuentas, lo lleva a su aniquilación.
Gumiliov no niega que la razón y la voluntad humana sean capaces de ejercer una influencia en el curso de la historia, pero “el grado en que influye el hombre sobre la historia no es tan grande como se suele pensar, ya que al nivel de la población la historia se regula no por los impulsos sociales de la conciencia sino por los de la biósfera”.12 Con lo anterior queda clara la inclinación del autor a la biologización de los fenómenos sociales y culturales, ya que explica cada cambio importante en la vida de los pueblos por la tensión passionaria que, en nuestra opinión, frecuentemente impide la búsqueda de otras causas presentes en la base de los acontecimientos históricos.
El concepto de passionaridad de Gumiliov tiene cierta semejanza con el de “carisma” de Max Weber. El pensador alemán tomó como modelo la relación entre el profeta y su discípulo transmitiéndolo a personajes históricos: Cromwell, Napoleón, etc. Comparó el sentimiento de vocación histórica con la gracia o inspiración divina que iluminó a Moisés y a los apóstoles. La teoría de Weber incluyó también la ritualización del carisma: la transmisión de reverencias de figura carismática a sus herederos. Según Gumiliov, al carismático siempre lo rodea un grupo de passionarios que son los principales agentes de diversos movimientos sociales. Tales son los casos de los destacamentos de los vikingos, de los compañeros de armas de Gengis Khan o de la comunidad cristiana primitiva. En este sentido, tienen importancia no sólo las cualidades personales del héroe, sino también el estado de ánimo y la energía de sus seguidores más cercanos. Pero a diferencia de Gumiliov, Weber no absolutizó el papel de los grandes personajes ni estuvo inclinado a considerar el carisma como una llave universal que abriera cualquier puerta de la historia. Weber entendía que el movimiento histórico es multidimensional y no pretendió analizarlo desde una sola perspectiva. Por el contrario, el historiador ruso trató de explicar toda la complejidad de los acontecimientos históricos a partir de su concepto unidimensional.
Según Gumiliov, cada etnia o superetnia, como cualquier “organismo”, tiene un tiempo determinado de existencia, que depende no tanto de circunstancias externas sino de su ciclo vital interno. La máxima longevidad es de 1200 a 1500 años. “Después la etnia desaparece y sus miembros o bien se incorporan en nuevas etnias o bien se conservan en calidad de relictos étnicos -trozos de pasiones ardientes.”13 De la voluntad y la razón de los miembros de la etnia que entró en la fase de oscuridad ya no depende nada. Si la energía bioquímica se agota no hay otra opción más que someterse a la Providencia, es decir, diluirse entre otras etnias o arrastrar una existencia lamentable.
La teoría de la etnogénesis representa, en nuestra opinión, una cierta fetichización de la energía cósmica reguladora de los procesos históricos; hay en ella una especie de fe en la inminencia de los ritmos orgánicos que someten a su voluntad implacable los destinos de los hombres, a los cuales convierte en peones del juego ciego de las fuerzas cósmicas. La energía passionaria borra las facetas entre el bien y el mal bajo la inconmensurable “verdad superior” del Ser sobrepersonal. El valor de los hombres se evalúa no por criterios morales o espirituales, sino por el potencial de energía y poderío encarnados en ellos. Con estas tesis se engendra un culto a los hombres fuertes, quienes agotan su energía en actividades tanto creativas como destructivas. Al leer atentamente a Gumiliov uno puede llegar a la conclusión de que los passionarios representan en mucho mayor grado la destrucción de las etnias y naciones que los subpassionarios.
Al criticar la interpretación teleológica de la historia, Gumiliov regresa, en esencia, a la percepción de la historia como el fuego eterno de Heráclito, que se enciende y se apaga regularmente. En este sentido, sus tesis sobre la etnogénesis tienen mucho que ver con las teorías cíclicas de Danilevsky, Spengler y Toynbee, quienes hicieron hincapié en las semejanzas estructurales de las diversas etapas de desarrollo por las que pasan las civilizaciones o culturas del pasado. La diferencia en la interpretación del proceso histórico entre Gumiliov y estos historiadores consiste en que él aspira a explicar el surgimiento de las nuevas etnias por las irrupciones periódicas de la energía de la biósfera.
Supongamos por el momento que aceptamos esta hipótesis. Surge entonces la pregunta: ¿de dónde podemos sacar la información fidedigna sobre estos fenómenos cósmicos? De la misma historia, responde Gumiliov:
Resulta que nosotros no sabemos nada acerca de la actividad de la biósfera en la producción de las etnias, salvo que las produce. Apareció una nueva etnia en algún lugar de la Tierra: esto quiere decir que ocurrió una irrupción en la biósfera. (…) Así que al explicar los fenómenos naturales por los históricos, al mismo tiempo explicamos los fenómenos históricos por los naturales”.14
En nuestra opinión, el concepto de passionaridad no es más convincente que el de la astucia de la Razón de Hegel, o la correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción de Marx. Y sin embargo, por vulnerable que sea la concepción étnica de Gumiliov, su propuesta de que las sociedades son un sistema en el cual los ingredientes culturales y sociales se desprenden del medio ambiente geográfico y ecológico es fructífera y ha sido retomada por varias escuelas de la antropología.
Bibliografía
Gumiliov, León, Rusia antigua y la gran estepa, Ed. Pensamiento, Moscú, 1989 (en ruso).
____________, Etnósfera. Historia de los hombres e historia de la naturaleza, Ed. Progreso, Moscú, 1993a (en ruso).
____________, De Rusia a Rossia. Ensayos de historia étnica, Ekopros, Moscú, 1993b (en ruso).
____________, Ritmos de Eurasia, Ekopros, Moscú, 1993c (en ruso).
Hegel, J.G.F. Lecciones de Filosofía de la historia, PPU, Barcelona, 1989.
Ianov, Alexandr, La doctrina de León Gumiliov, en Pensamiento libre, núm. 17, 1992 (en ruso).
Citas
- Entre los libros más destacados de Gumiliov podemos señalar: Hunos, Moscú, 1960; Descubrimiento de la Hazaria, Moscú, 1966; Los turcos antiguos, Ed. Ciencia, Moscú, 1967; En la búsqueda del reino ficticio, Moscú, 1970; Hunos en China, Moscú, 1974; Rusia antigua y la gran estepa, Ed. Pensamiento, Moscú, 1989; Etnogénesís y biósfera de la Tierra, Ed. Guidrometeoizdat, Leningrado, 1990; De Rusia a Rossia. Ensayos de historia étnica, Ekopros, Moscú, 1993; Ritmos de Eurasia, Ekopros, Moscú, 1993; Etnósfera. Historia de los hombres e historia de la naturaleza, Progreso, Moscú, 1993, Ritmos de Eurasia, Ekopros, Moscú, 1993. Además, Gumiliov produjo numerosos artículos de geografía, historia y etnología. Todos sus trabajos han sido reeditados en Rusia, pero apenas se están dando a conocer en otras lenguas. [↩]
- Ianov (1992: 106). [↩]
- Gumiliov (1993a: 121). [↩]
- Hegel (1989: 50). [↩]
- Gumiliov (1993a: 311). [↩]
- Gumiliov (1989:63). [↩]
- Gumiliov (1993a: 288). [↩]
- Gumiliov (1993b: 213). [↩]
- Gumiliov (1993b: 315). [↩]
- Gumiliov (1993b: 352). [↩]
- Hegel (1989:49). [↩]
- Gumiliov (1993c: 183). [↩]
- Gumiliov (1993c: 181). [↩]
- Ianov (1992:109). [↩]