A la pregunta ‘¿qué es la metáfora?’ se han propuesto múltiples respuestas. Cabe, sin embargo, plantear la pregunta en otros términos: ¿qué es la metáfora desde el punto de vista de la teoría? Las respuestas son dos. O bien se trata de un concepto que se define a priori y después se emplea para la descripción de la lengua, de tal manera que en su definición quedan implícitos los criterios para distinguir los enunciados metafóricos de los no-metafóricos; o bien se trata de un concepto que se obtiene por inducción y proporciona una definición esquemática que abstrae las propiedades comunes a las metáforas que incluye en su dominio.
En el primer caso, la teoría no aspira sino a ser coherente consigo misma. Puede haber infinitas definiciones de metáfora, todas verdaderas según sus propios marcos de evaluación, y carece de importancia que tales definiciones lleguen a ser contradictorias y que los enunciados que una teoría juzgue metafóricos, otra los considere literales. Esto es, de hecho, lo que ha ocurrido: las definiciones de metáfora son innumerables y sólo con una perspectiva ingenua podría considerarse la posibilidad de utilizar criterios externos para decidir cuáles definiciones son verdaderas y cuáles son falsas.
El segundo procedimiento es imposible de realizar. Proporcionaría una definición incuestionable de metáfora, pero en realidad estaría fundado, sin reconocerlo, en el primer método. En efecto, toda definición esquemática es sólo una ilusión: depende de los criterios que se emplean en la conformación de la clase que se analiza; el esquema no hace sino explicitar, a posteriori, estos mismos criterios. Sin embargo, no son pocos los estudios que pretenden definir la metáfora a partir del análisis de un conjunto de metáforas, sin caer en la cuenta de que la definición se encuentra prefigurada en el corpus y que su validez estará en función de la credibilidad que se otorgue a los criterios empleados para la selección del objeto de análisis.
Así, todo estudio basado en los métodos anteriores no es más que un juego intelectual. En el primer caso, la metáfora es lo que la teoría define como tal; en el segundo, es sólo el calificativo que se aplica a un conjunto de enunciados seleccionados arbitrariamente. En ambos casos, el concepto metáfora es un objeto creado artificialmente por la teoría.
Desde el punto de vista cognoscitivo, en cambio, hay un fenómeno que precede a la teoría sobre la metáfora. Se refiere, precisamente, a la naturaleza de los juicios que, intuitivamente, llevan a evaluar los enunciados como metafóricos o no-metafóricos.
Aun sin atender al resultado de tales juicios -es decir, sin que importe que dos hablantes no coincidan en sus apreciaciones- queda por describir el proceso de esa evaluación. Este es el objeto de estudio de mi trabajo. La pregunta que intento responder es la siguiente: ¿en qué consiste la evaluación que lleva a concluir que un enunciado es metafórico?
Dominio
En este trabajo me referiré exclusivamente a los enunciados cuya sintaxis es la siguiente: ‘FN1, es FN2‘; por ejemplo ‘Ricardo es un león’.
Parto del supuesto de que un hablante, al evaluar este tipo de enunciados, no tiene dificultad en reconocer si están empleados en sentido literal o en sentido metafórico.1 Este supuesto es, naturalmente, un a priori no justificado.2 Pero por lo pronto, pese a su carácter axiomático, parece ser un postulado poco polémico que los autores no suelen discutir y que, en cambio, les sirve de punto de partida.3
Llama la atención que haya acuerdo en este punto y que, por otra parte, no exista consenso en lo relativo a la definición de metáfora o al estatuto que debe atribuirse a ciertos enunciados, lo que vuelve pertinente el estudio del proceso de evaluación y la reflexión sobre las intuiciones que han llevado a considerar este tipo de juicio como un fenómeno obvio o natural.
En cuanto al significado de los enunciados con esta sintaxis, algunos autores han opinado que expresan la idea de identidad o equivalencia.4 Otros, con base en el análisis de ‘es’, distinguen diferentes tipos de relaciones lógicas.5 Para los efectos de mi análisis, estos enunciados expresan la siguiente proposición: ‘FN1 pertenece a la clase FN2‘, o bien ‘FN1 Є FN2‘
Conviene que me detenga en este punto para enfatizar que, si bien considero que el enunciado expresa una proposición, esta última es el resultado de someter el enunciado a un proceso de formalización; es su traducción a un lenguaje formal.
De acuerdo con lo anterior, el proceso de evaluación consiste en someter a prueba la proposición expresada por un enunciado. Mi definición provisional de metáfora es la siguiente:
una propuesta falsa.
Naturaleza del conocimiento
Lo anterior no es, por cierto, novedoso. Definir la metáfora como una aserción falsa es lugar común en la literatura sobre el tema; asimismo, no hace falta decir que las críticas a este enfoque lo han desacreditado casi totalmente.6 En ambas perspectivas, sin embargo, se suele soslayar el problema del establecimiento de los criterios de evaluación o verificación. A la propuesta de que una metáfora puede ser verdadera debería seguir una definición formal de ‘verdad’; no hacerlo implica adoptar una postura cómoda consistente en que los enunciados se confrontan con la realidad para decidir si son verdaderos o falsos. Así, la polémica relativa a la verdad o falsedad de la metáfora es indecidible desde el punto de vista epistemológico.
En el análisis que propongo, lo que se evalúa es la proposición,7 verificando su correspondencia con el conocimiento que el hablante posee. Es decir, el enunciado ‘Ricardo es un león’ no se comprueba comparando al sujeto cuyo nombre es ‘Ricardo’ con un león, ni reduciéndolo a un significado literal que posteriormente se confronta con la realidad; sino estableciendo la veracidad de la proposición ‘ricardo pertenece a la clase León’ de acuerdo con el marco de referencia proporcionado por cierto tipo de conocimiento, cuya naturaleza defino enseguida.
Es incuestionable que se trata de un conocimiento semántico y no sintáctico.8 Y dentro de este marco, tampoco es original definir la metáfora como un enunciado anómalo que viola restricciones semánticas.9 Adoptar esta perspectiva implica, sin embargo, una disyuntiva. Por una parte, si se quiere abarcar la totalidad del fenómeno, sería necesario incluir en la semántica elementos pragmáticos o extralingüísticos, pues así como para cualquier enunciado agramatical puede proporcionarse un contexto en que se vuelve gramatical,10 para cada metáfora puede proponerse una situación en que ésta deja de serlo.11 La práctica corriente, sin embargo, es establecer un deslinde entre el conocimiento lingüístico y el conocimiento del mundo, restringiendo el alcance de la semántica al primero.12 La consecuencia de este último enfoque es, al menos en lo relativo al estudio de la metáfora, que un enunciado puede ser metafórico desde el punto de vista lingüístico y verdadero desde el extralingüístico.
Mi posición al respecto es que desde una perspectiva epistémica, tal como la planteo, el deslinde entre conocimiento lingüístico y conocimiento del mundo es no sólo artificial, sino innecesario también. Cuando se evalúa un enunciado, ambos tipos de conocimiento son de naturaleza lingüística.
Sobre esto mismo, planteado en términos de la distinción entre diccionarios y enciclopedias, John Haiman ha proporcionado argumentos fuertes en contra del señalamiento de fronteras entre semántica y pragmática, o entre conocimiento lingüístico y conocimiento del mundo.13 Puedo añadir que tales distinciones se justifican únicamente como un requisito metodológico para restringir explícitamente el dominio de estudio de la semántica lingüística;14 pero cuando se trata de dar cuenta de la manera en que se evalúa un enunciado -no un conocimiento o un hecho- este tipo de distinciones son producto de metacriterios ajenos.
Por otra parte, sólo al aceptar la premisa de que se trata de un conocimiento unitario puede justificarse, en el marco de la teoría, el hecho de que un hablante sea capaz de reconocer una metáfora sin necesidad de diseñar experimentos para la verificación.
De esta manera, un enunciado se evalúa confrontándolo con un conocimiento de naturaleza lingüística, y tal juicio no puede realizarse sino en términos de coherencia. Por eso se trata de una evaluación epistémica y no de una verificación empírica.15 Dicho con otras palabras, se trata de una evaluación de consistencia con ese conocimiento y no de coherencia con el mundo.
Lo que hasta aquí he expuesto adolece, sin duda, de cierta circularidad: es metafórico el enunciado que, al confrontarse con cierto conocimiento, resulta falso y, por lo tanto, metafórico. Proporcionar argumentos a favor de que la naturaleza de tal conocimiento es lingüística, no permite escapar de la circularidad; falta establecer la forma y la organización de tal conocimiento.
Sin embargo, no pretendo introducir artificios que opaquen esta suerte de circularidad presente en toda definición o juicio sobre pertenencia de clase, que siempre pueden tornar la forma de una tautología.16
De lo que he presentado se sigue que la semántica de una lengua toma la forma de un sistema jerarquizado de clases. Consiste en una taxonomía que especifica las clases a las que cada elemento pertenece e, inversamente, define las clases por comprensión -es decir, por enumeración de los elementos que la componen. Pretender otra cosa de la semántica, como, por ejemplo, que haga explícitos los principios que rigen la taxonomía, es rebasar el ámbito lingüístico con la pretensión de explicar el mundo.17
De esta manera, el significado de un ítem lingüístico no es su denotación ni se expresa componencialmente como un conjunto de rasgos, sino que se define enumerando las clases a las que pertenece.
Con este planteamiento, la posibilidad de describir la semántica de una lengua parece nula. Sin embargo, tal imposibilidad no es mayor que la que enfrenta una semántica componencial cuando asume la responsabilidad de identificar enunciados metafóricos. De hecho, cada rasgo es una clase a la que el ítem pertenece, sólo que para dar cuenta del fenómeno de la metáfora el número de rasgos para cada entrada léxica podría ser infinito.18
Con el modelo que desarrollo, la semántica es un sistema convencional y lingüístico que clasifica elementos lingüísticos y no objetos. Es su naturaleza lingüística la que permite que un mismo ítem pertenezca a distintas clases; por eso puede decirse “Ricardo es un hombre” y “Ricardo es un nombre”.19 Al ser lingüístico no puede sino ser convencional, en el sentido de que cada lengua establece su propio sistema de clasificación. Pero, además, al constituir un modelo para clasificar, es, corno cualquier otro, el resultado de la aplicación de criterios previos.20
Hablar de convención no implica que se trate de un sistema monolítico. Remite, más bien, a postular la existencia de diferentes subsistemas de convenciones, que llamaré universos discursivos, y que corresponden a clasificaciones convencionales como ciencia, literatura, religión, sentido común, etcétera.21
Como en el sistema semántico todos los universos discursivos están interrelacionados, al evaluar un enunciado puede haber más de un resultado. Así como un ítem puede pertenecer a más de una clase, un enunciado puede ser evaluado por más de un universo discursivo.
Al ser lingüístico el dominio de la semántica, cada universo discursivo se define no por sus procedimientos de clasificación, sino por la taxonomía que establece; es decir, por la gramática que especifica lo que puede decirse.22
Según lo antes expuesto, para decidir si un enunciado es metafórico, éste se somete a una evaluación consistente en confrontarlo con cierto conocimiento de naturaleza lingüística. La evaluación se efectúa en términos de coherencia con una semántica, concebida como un sistema de universos discursivos en el que cada uno de ellos establece un subsistema de clases definidas por comprensión. Un ítem pertenece a distintas clases dentro de un mismo universo discursivo, toda vez que el sistema está jerarquizado. Puede pertenecer también a clases de diferentes universos discursivos, por lo que un enunciado es susceptible de ser evaluado por mas de uno de éstos.
Definición de la metáfora
El hecho de que un mismo enunciado pueda evaluarse desde diferentes universos discursivos y ser, por lo tanto, verdadero y falso a la vez, lleva a redefenir ‘metáfora’ en los siguientes términos:
Es metafórico el enunciado cuya proposición no puede ser evaluada corno verdadera por universo discursivo alguno.23
Se trata de una evaluación epistémica y no de una verificación empírica. La proposición se confronta con la teoría, no con un estado de cosas. Cada universo discursivo, concebido como teoría, puede, a su vez, evaluarse con metacriterios -que, por supuesto, serán también convencionales; pero esa tarea pertenece al quehacer filosófico.
Como la operación no consiste en establecer la correspondencia entre una aserción y un hecho, el enunciado ‘Minerva es una diosa’ puede ser verdadero en la medida en que el universo discursivo de la mitología lo justifique.24
Con respecto a la expresión formal del acto de evaluación, considerando que las clases de cada universo discursivo se definen por comprensión, no hay dificultad para decidir si la proposición expresada por un enunciado es verdadera o falsa, dependiendo de que ésta satisfaga o no la función sentencias ‘N1 Є N2‘.25
Al haberse definido como un sistema taxonómico, es decir, como un conjunto de clases, cada universo discursivo es un lenguaje formal, al cual son traducidos los enunciados de la lengua natural. Tal traducción se lleva a efecto formalizando los enunciados cuya sintaxis es ‘N1, es N2‘ para obtener proposiciones de la forma ‘N1 Є N2‘.
‘Verdad’ se define semánticamente en los siguientes términos:
Si y solamente si pe
donde ‘p’ debe remplazarse por una proposición del lenguaje que se estudia, y ‘x’ por el nombre de esta proposición.26
Para evitar antinomias, la evaluación se realiza en un metalenguaje, donde la oración que se somete a juicio recibe un nombre.27 Más concretamente, para evaluar un enunciado desde un universo discursivo (UD), se emplea la siguiente definición:
‘N1 Є N2‘ es verdadero bajo UD si y sólo si el objeto que UD asigna a N1 pertenece al conjunto que UD asigna a ‘N2’
de modo que
donde ‘p’ es la proposición que se evalúa y ‘x’ es el nombre de esa proposición en el metalenguaje.
Así, cuando un enunciado no puede ser justificado por los universos discursivos de la lengua, rebasa los límites de ésta y deja de pertenecer a ella. La lengua posibilita la construcción de metáforas y tal vez orienta su interpretación, pero no las incluye en su dominio; es por eso que el valor de verdad que les asigna es el de la falsedad.
La lengua proporciona los elementos para su realización -tanto como la de los enunciados agramaticales- pero su gramática no los autoriza.
Ahora bien, juzgar falso un enunciado no garantiza la conclusión de que también sea metafórico.29 Para que esto último ocurra es necesario que, además de ser evaluado por el metalenguaje, sea interpretado en este nivel; es decir, que sea sometido a una nueva formalización. La definición de metáfora puede reformularse en los siguientes términos:
Es metafórico en un universo discursivo el enunciado cuya proposición, además de ser evaluada como falsa, es interpretada en un nivel de metalenguaje con respecto a ese mismo universo discursivo.
Desde este punto de vista, el significado de la metáfora se ubica en el nivel de la metalengua, donde opera postulando una metaclase que incluye como miembros las clases que en la lengua son independientes. El enunciado ‘Ricardo es un león’ se formaliza así en la lengua-objeto: ‘ricardo pertenece a la clase León’; y así en la metalengua: “la clase a la que ‘ricardo’ pertenece y la clase ‘león’ son elementos de la misma clase”. Se trata de una operación metalingüística en el sentido de la definición formal del concepto metalenguaje. Al ser la lengua un sistema de convenciones -es decir, una gramática que especifica sintaxis y semántica para las oraciones bien formadas- los enunciados que no obedecen las reglas impuestas por ella no son teoremas que pertenezcan a este sistema axiomático. Para evaluarlos e interpretarlos es preciso traducirlos a otro sistema. Este último es un metalenguaje que comprende el lenguaje objeto, los nombres de los términos del lenguaje objeto, el concepto semántica de verdad y, además, fórmulas con la sintaxis x y y pertenecen a la misma clase’.30
La evaluación de esta nueva proposición perteneciente al metalenguaje se realizará, por supuesto, en un lenguaje de tercer nivel.31
La conclusión que de esto se sigue es que una metáfora consiste en un enunciado falso que se traduce en el metalenguaje como la expresión de una nueva proposición. Esto implica que cualquier enunciado falso puede ser evaluado como metafórico si se interpreta en el metalenguaje.32 A su vez, una metáfora puede ser evaluada como verdadera o falsa. Sólo que los universos discursivos del metalenguaje no coinciden con los de la lengua-objeto.
El enunciado ‘Ricardo es un león’, aun siendo evaluado como metáfora, puede ser verdadero o falso. Hacer explícitas las convenciones que llevan a emitir un juicio sobre este aspecto -así como las que hacen que una metáfora se considere mejor que otra-.33 es tarea de la reflexión epistemológica. Dentro de este marco, puede decirse que son las formaciones discursivas las que determinan lo que puede decirse, aun en sentido metafórico.34
De acuerdo con lo expuesto hasta aquí, el algoritmo que guía la evaluación de un enunciado de la forma “N1 es N2″ es el siguiente:
1. Traducción al lenguaje objeto: “N1 Є N2″.
2. Evaluación en el metalenguaje:
2.1. Si el enunciado es verdadero, el proceso se detiene aquí.
2.2. Si el enunciado es falso, hay dos posibilidades:
2.2.1. El proceso se detiene aquí y el resultado es que el enunciado es falso.
2.2.2. Traducción al metalenguaje: “N (n1 n1)”. El enunciado es una metáfora. También aquí hay dos posibilidades:
2.2.2.1. El proceso se detiene aquí y el resultado es que el enunciado es una metáfora.
2.2.2.2. Evaluación de la metáfora en un lenguaje de tercer nivel, donde puede haber dos resultados:
2.2.2.2.1. La metáfora es verdadera.
2.2.2.2.2. La metáfora es falsa.35
Retorno al lenguaje objeto
Con respecto al proceso de lexicalización de una metáfora,36 el modelo expuesto permite interpretarlo corno un cambio de nivel de los sistemas taxonómicos. Es decir, la formación discursiva que en el metalenguaje autoriza cierta metáfora desciende gradualmente a la lengua-objeto. La lexicalización concluye cuando el enunciado puede ser evaluado corno verdadero por algún universo discursivo de la lengua y no requiere, para su interpretación, ser traducido a las fórmulas del metalenguaje.
El efecto de este proceso consiste, en la lengua, en la redefinición de ciertas categorías, i. e., en la alteración de la comprensión de alguna clase. Desde el punto de vista de la diacronía lingüística, el fenómeno se manifiesta como un cambio léxico y un cambio semántico.
Así, por ejemplo, concediendo que el enunciado “el diamante es un combustible” fue en algún momento una aserción falsa,37 susceptible de ser considerada una metáfora, el proceso histórico que ha permitido evaluarlo como verdadero ha consistido en un cambio léxico -que puede caracterizarse como extensión de significado para ‘diamante’- y en un cambio semántico -manifestado en la modificación del sistema taxonómico vigente, particularmente en lo relativo a la comprensión de la clase ‘combustible’.38 Con este esquema, puede entenderse el papel que toda metáfora juega como fuente potencial de un cambio histórico.
En cuanto a la función que la metáfora desempeña en los universos discursivos particulares, como el de la ciencia, ésta puede ser vista desde dos perspectivas. Con una de ellas, la reflexión epistemológica describe su utilización y las consecuencias de su empleo.39 Con la otra, cada ciencia se encarga de evaluar sus enunciados y decidir cuáles son metafóricos.
En este último nivel de descripción, cada ciencia se define por sus axiomas y por sus procedimientos, de modo que la evaluación de un enunciado se realiza siguiendo el mismo proceso que antes he descrito, sólo que aquí el marco de evaluación es un modelo teórico explícito. El enunciado ‘la cláusula relativa es una isla’ puede ser no-metafórico si la disciplina que lo evalúa lo justifica con definiciones previas de los conceptos cláusula relativa e isla.40
Ahora bien, los fundamentos de toda disciplina teórica son siempre axiomáticos y, en este sentido, metafóricos.41 El desarrollo de una argumentación coherente hará que su carácter convencional se opaque hasta hacerlos parecer incuestionables. Sin embargo, esto es sólo una ilusión: no hay verdades absolutas.42
En síntesis, una metáfora científica no es sino un enunciado que no puede ser evaluado como verdadero por su universo discursivo inmediato; un teorema falso que no se sigue de axioma alguno.
Metáforas convencionales
Lo que he desarrollado hasta aquí entra en conflicto con las propuestas de ciertos autores, corno Lakoff y Johnson, cuyos sutiles análisis revelan que el lenguaje se funda en gran medida en procedimientos metafóricos y que, de hecho, la metáfora estructura nuestro sistema cognoscitivo.43 La conclusión que se desprende de su trabajo -interpretada desde mi propia perspectiva- consiste en que las metáforas convencionales constituyen un universo discursivo autónomo que autoriza toda una serie de enunciados.44
Incluir su propuesta en mi análisis llevaría a una flagrante contradicción: habría que aceptar la existencia de enunciados metafóricos que pueden ser evaluados como verdaderos por la lengua-objeto, pues éstos serían justificados por el universo discursivo de las metáforas convencionales; es decir, serían a la vez metáforas y no-metáforas.
El conflicto, empero, no es más que aparente. Tiene su origen al confrontar teorías con presupuestos diferentes. Los resultados de estos autores son consistentes con su teoría, que define la metáfora como una particular forma de pensamiento,45 no con la mia.
El modelo que he presentado intenta dar cuenta del procedimiento que lleva a un hablante a juzgar como metafórico un enunciado, definiendo la metáfora como el resultado de ese juicio. De modo que enunciados como los citados por estos autores no serían, en mi análisis, metafóricos, sino simplemente verdaderos. Desentrañar su origen metafórico es efecto de la reflexión epistemológica que impone criterios ajenos a la evaluación lingüística que un hablante realiza.46
Conclusión
Lo que he presentado es un modelo formal sobre la actividad lingüística que lleva a identificar los enunciados metafóricos. No es una propuesta mentalista y tampoco pretende describir una ‘realidad psicológica’. Sin embargo, incluye una serie de postulados cuya extrapolación al ámbito lingüístico podría ser polémica.
A manera de conclusión me detendré en el que se refiere a la formalización que he propuesto para los enunciados, cuyo corolario consiste en concebir la semántica como un sistema categorial.
Esta idea, explícita o implícita, aparece recurrentemente en los trabajos sobre metáfora.
Desde Aristóteles hasta nuestros días, gran parte de las definiciones alude a una confusión categorial;47 sólo que lo hace con una perspectiva denotativa, donde la metáfora hace que un ‘objeto’ aparezca bajo una categoría que no es la suya.48
La conclusión que desde el punto de vista lingüístico podría extraerse es que la semántica clasifica objetos. Así, me parece más viable y con menos defectos epistemológicos concebir la semántica como un sistema que clasifica términos lingüísticos y no ‘hechos’.49
En cuanto al clasificar, hay suficientes datos para suponer que, desde el punto de vista cognoscitivo, constituye un fenómeno ‘natural’.50
Más importante para mi trabajo sería demostrar que se trata de una actividad lingüística. Esto último sólo podría hacerse con métodos indirectos que no voy a discutir siquiera. Sin embargo, el hecho de que algunas alteraciones del lenguaje manifiesten en forma concomitante trastornos en los juicios para clasificar, sugiere la posibilidad de que ambas actividades estén relacionadas de alguna manera.51
Agradecimientos
La investigación fue financiada parcialmente por DGAPA-UNAM (IN602491) y por Conacyt (H9109).
Agradezco especialmente los comentarios de dos dictaminadores anónimos. He seguido sus recomendaciones casi ad literam.
Sobre el autor
José Marcos-Ortega
Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México/
División de Investigaciones en Neurociencias del Instituto Mexicano de Psiquiatría.
Citas
- Carece de relevancia para mi estudio el hecho de que dos hablantes puedan no coincidir en sus juicios. Me interesa describir el proceso de evaluación, no el resultado de ella. [↩]
- Mi desarrollo teórico lo hará aparecer como la consecuencia de cierta concepción lingüística sobre el conocimiento semántico. [↩]
- “[…] native speakers can easily identify figurative utterances and understand them” (Mark Johnson, “introduction: metaphor in the philosophical tradition”, en Philosophical perspectives on metaphor, ed. Mark Johnson, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1981, p. 20). [↩]
- J. Tamine, “Métaphore et syntaxe”, Languages, 5 (1979), p. 67. [↩]
- Entre ellos, Jaako Hintikka cita a Peano, Frege y Russell; él mismo, empero, considera que en cualquier uso ‘es’ tiene un significado único (“Is semantical games, and semantical relativity”, en The game of language. Studies in game-theoretical semantics and its applications, Jaako Hintikka y Jack Kulas, Reidel, Dordrecht, 1983, 161-200). [↩]
- Para Ina Loewenberg, por ejemplo, “The process of identifying utterances as metaphorical involves at least two stages, the first of which is the recognition that, if the utterance is an assertion, it is false” (“ldentifying metaphors”, en Philosophical perspectives…, p. 172). Por su parte, Nelson Goodman considera que “Application of a term is metaphorical only if to some extent contra-indicated” (“Languages of art”, ibid., p. 124). Adoptan una postura opuesta autores como Timothy Binkley: “The notion that the literal reading of a metaphor is false or nonsensical is too familiar to need thorough documentation. Yet there appear to be simple counter-examples to this almost universally held belief. Consider the trite -He lives in a glass house-” (“On the truth and probity of metaphor”, ib., p. 140), y como Ted Cohen: “A metaphorical sentence can, when regarded literally, be altogether normal in its surface syntax and semantics, and it can even be true” (“Figurative speech and figurative acts”, ib., p. 184). [↩]
- Es decir, la traducción del enunciado a un lenguaje formal. [↩]
- Este es un punto muy poco polémico: “It is an obvious fact that sentences in which metaphorical expressions occur are not distinguishable by sintactic form” (I. Loewenberg, art. cit., p. 154). Véase, asimismo, J. Tamine, art. cit. [↩]
- Por ejemplo, Robert J. Matthews define la metáfora como un enunciado que viola reglas de selección (“Concerning a ‘linguistic theory’ of metaphor”, Foundations of language, 7, 1971, 413-425), Uriel Weinreich como un fenómeno de transferencia de rasgos (“Explorations in semantic theory”, en Current trends in linguistic theory 3, ed. T. Sebeok, Mouton, The Hague-Paris, 1970, 393-477), y Robert E. Sanders como una pérdida de ras gos (“Aspects of figurative language”, Linguistics, 96,1973,56-100). [↩]
- Cf. R. Kempson, Presupposition and the delimitation of semantics, Cambridge Univ. Press, London, 1975. [↩]
- “-I was a morsel for a monarch- can be literally interpreted if the monarch referred to is a cannibal” (I. Loewenberg, art. cit, p. 161). [↩]
- “[…] el precio de pasar por alto esta diferencia entre el lenguaje y el ‘mundo real’ es el de ensanchar la esfera de la semántica […] hasta convertirla en el imposible estudio, de puro vasto, de todo lo que se sepa acerca del universo en que vivimos” (Geoffrey Leech, Semántica, Alianza Universidad, Madrid, 1977 [1ª. ed. en inglés, 1974], p. 24). [↩]
- “Dictionaries and encyclopedias”, Lingua, 50 (1980), 329-357. [↩]
- Cf. supra, nota 12. [↩]
- Cuando una teoría incluye entre sus tareas la de la autoevaluación, la conclusión es generalmente la misma; considérense, a guisa de ilustración, las dos citas siguientes: “[…] one may say of a single descriptive statement that it is ‘true in terms of a given theory’. One cannot take this to mean any more than it says: namely that it is entirely consistent with a certain linguist’s intuitions […]. Is there any higher notion of truth which one has the right to expect?” (P. H. Mathews, Inflectional morphology, Cambridge University Press, Gran Bretaña, 1972, p. 37); “[en la teoría] la descripción habrá de estar libre de contradicción (ser autoconsecuente), ser exhaustiva y tan simple cuanto sea posible. La exigencia de falta de contradicción tiene preferencia sobre la de exhaustividad. La exigencia de exhaustividad tiene preferencia sobre la de simplicidad. Sugerimos llamar a ese principio ‘principio empírico'” (Louis Hjelmslev, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Gredos, Madrid, 1980 [1a ed. danesa, 1943], pp. 22-23). [↩]
- Tal parece que la única forma de evitar la circularidad consiste en iniciar un proceso infinito. “[…] una definición que se dé a base de una fórmula científica, como la de sal = NaCl, lo que hace es simplemente sustituir una serie de símbolos lingüísticos por otra, y de esa manera pospone la tarea de explicitación semántica a un momento posterior. Así pues, suponiendo que el lenguaje científico tenga como el cotidiano un significado, el problema que se nos presenta es el de definir el significado de ‘NaCl’; si para hacerlo pudiéramos reemplazar esta fórmula científica por otra más precisa e informativa, ésta originaría a su vez el mismo problema, y así ad infinitum (G. Leech, op. cit., 12. 18). [↩]
- Cf. supra, nota 12. [↩]
- Si aceptamos el sistema [más ANIMADO [más o menos HUMANO]], podernos explicar lo que ocurre con ‘Ricardo es un león’ en términos de restricción en la selección de rasgos, pero no de ‘mi gato es un león’, a menos que introduzcamos un rasgo como [más o menos SALVAJE]; para el enunciado ‘mi gato es una lagartija’ requeriríamos el rasgo [más o menos REPTIL] o algo parecido, y así hasta el infinito. “I am alerted to the nonliteral character of ‘Smith is a pig’ by, among other things, the incompatibility of the [más two-legged] marker attaching to ‘Smith’ and the [más four-legged] marker for ‘pig'” (M. Johnson, art. cit., p. 21). Así, sería más económico incluir en forma de rasgos la taxonomía animal vigente, que es, en cierta medida, lo que yo propongo. [↩]
- El sistema de entrecomillado es, por supuesto, un recurso notacional que carece de correlato formal en la lengua. [↩]
- No debe perderse de vista que es una ingenuidad suponer que alguna clasificación, por más ‘científica’ que parezca, puede ser natural y, por lo tanto, no-arbitraria y no-convencional: “[…] no existe, ni aun para la más ingenua de las experiencias, ninguna semejanza, ninguna distinción que no sea resultado de una operación precisa y de la aplicación de un criterio previo” (Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, México, 1982 [1a ed. francesa, 1966], p. 5). [↩]
- Esta forma de parcelar el conocimiento es también convencional y responde, claro está, a condicionamientos históricos y culturales. Con otra perspectiva, como la que pretende dar cuenta de las formaciones discursivas, los límites entre los universos discursivos desaparecen (véase M. Foucault, La arqueología del saber, Siglo XXI, México, 1983 [1a ed. francesa, 1966). El reconocimiento de cuál es el universo discursivo que se actualiza en la evaluación de un enunciado es, por supuesto, una metaoperación. [↩]
- La manera en que los universos discursivos justifican su taxonomía es un objeto de estudio independiente creado por una preocupación filosófica. [↩]
- Una consecuencia aparente de esta definición es que todo enunciado falso es metafórico. Sobre esto cabe hacer algunas precisiones. Este trabajo intenta dar cuenta del procedimiento que lleva a calificar como metafórico un enunciado, no del resultado que se obtendría al evaluar todos los enunciados. La propuesta de que una metáfora es un enunciado falso no implica que todo enunciado falso sea metafórico, sino que toda metáfora es falsa; es decir, un subconjunto de los enunciados falsos: “No hay metáforas per se” (Colin Murray Turbayne, El mito de la metáfora, Fondo de Cultura Económica, México, 1982 [1a ed. en inglés, 1962], p. 32). [↩]
- Para ciertos hablantes, ‘Ricardo es un león’ podría ser un enunciado verdadero, aun si ‘Ricardo’ denota una persona. Volveré a tratar este asunto al referirme a las metáforas convencionales. [↩]
- Neil A. Stillings et al. lo expresan en términos menos formales: ‘A sentence S is true if the semantic value of the subject NP is an element of the semantic value of the predicate VP”, de modo que evaluar la oración ‘Churchill smoked’ implica establecer la verdad de la proposición ‘Churchill є{individuals who smoked}’ (Cognitive science, MIT Press, Cambridge, Mass. and Londres, 1987, pp. 393-394). [↩]
- Alfred Tarski, “Fondements pour une sémantique scientifique”, en Logique, sémantique, métamathématique, Armand Colin, Paris, 1972 (1a ed. en polaco, 1936), p.136 (la traducción es mía). [↩]
- Más adelante me referiré a las condiciones que debe cumplir el metalenguaje para evitar las antinomias. [↩]
- Al buscar una adecuación formal de la definición de verdad, Tarski prosigue con un desarrollo teórico que trasciende los objetivos de este artículo. [↩]
- Cf. supra, nota 23. [↩]
- Para Tarski, “the metalanguage must contain the object language as a part” (“The semantic conception of truth and the foundations of semantics”, en Semantics and the philosophy of language, ed. Leonard Linsky, University of Illinois Press, Illinois, 1972 [1a ed. en inglés, 1944], p. 220), debe ser esencialmente más rico. En idénticos términos, Rudolf Carnap escribe: “lf S is given [as an object language], then a metalanguage M intended for the semantical analysis of S inust be rich enough in relation to S” (Meaning and necessity. A study in semantics and modas logic, The University of Chicago Press, Londres, 1956, p.44). El metalenguaje es, así, “an extension of the object-language” (W. V. Quine, “Truth and disquotation”, en Tarski Symposium, ed. Leon Menkin, University of California, Berkeley, 1971, p. 373). Más precisamente: “The object language Lo may con tain, as we know, its own syntax and, more especially, descriptive names of all its own expressions. But Lo cannot, without risk of antinomy, contain specifically semantic terms like denotation, satisfaction, or truth.” (Karl R. Popper, “Some philosophical comments on Tarski’s Theory of Truth”, ib., p. 400). [↩]
- “It should he noticed that these terms ‘object language’ and ‘metalanguage’ have only a relative sense. lf, for instance, we become interested in the notion of truth applying to sentences, not of our original object-language, but of its meta-language, the latter becomes automatically the object-language of our discussion; and in order to define truth for this language, we have to go to a new meta-language -so to speak, to a metalanguage of a higher level” (Alfred Tarski, “The semantic conception of truth”, en Semantics and the philosophy of language, ed. Leonard Linsky, University of Illinois Press, Illinois, 1972, 13-47 (1a ed., 1944), p. 22). [↩]
- Cf. supra, nota 23. [↩]
- Rolf Eberle, por ejemplo, considera que “comparar la mente humana con una computadora es una metáfora mejor que compararla con un libro, porque en el primer caso, pero no en el segundo, es bastante fácil ver cómo se puede proceder a construir un promisorio modelo de las actividades mentales, sobre la base de las similitudes sugeridas” (“Apéndice”, El mito de la metáfora, p. 272). [↩]
- En El nacimiento de la clínica, Foucault cita la siguiente metáfora de un texto médico del siglo XVIII: “El conocimiento de las enfermedades es la brújula del médico” (Siglo XXI, México, 1981 [1ª ed. en francés, 1963], p. 24). De su análisis es posible inferir no sólo que tal metáfora debe haber sido, en su momento, juzgada verdadera; hace evidente, también, porque la misma metáfora habría sido juzgada falsa un siglo antes. [↩]
- Siguiendo las propuestas de Roman Jakobson sobre las funciones del lenguaje (“Lingüística y poética”, en Ensayos de lingüística general, Origen-Planeta, México, 1986 [la ed. en inglés, 1960], 347-395), John Helmer define la metáfora como una actividad metalingüística (“Metaphor”, Linguistics, 83,1972, 5-14). La coincidencia se presenta sólo en el empleo del término ‘metalenguaje’, no en su definición. Para estos autores, la función metalingüística se ubica en el nivel de la lengua-objeto, que en su análisis es la lengua natural. Desde el punto de vista formal, permitir que esto ocurra lleva a antinomias y paradojas, fenómenos característicos de los lenguajes semánticamente cerrados. Cf. Tarski, arts. cits. [↩]
- L’evolution historique d’une métaphore peut se schématiser ainsi: création individuelle, dans un fait de langage, d’abord unique, puis répété, elle est reprise par mimétisme dans un milieu précis et son emploi tend á devenir de plus fréquent dans ce milieu ou dans un genre littéraire avant de se généraliser dans la langue; au fur et á mesure de ce processus, l’image s’atténue progressivement devenant d’abord ‘image affective’, puis ‘image morte’ […]. L’évolution atteint son degré ultime quand la métaphore est devenue le mot propre (Michel Le Guern, Sémantique de la métaphore et de la métonymie, Librairie Larousse, París, 1972, p.82). [↩]
- Cf. el apartado relativo a las perspectivas sincrónica y diacrónica en el estudio del significado, en Beatriz Garza Cuarón, “Unidad y variación en semántica”, NRFH, 36, Vol. 2 (en prensa). [↩]
- Esta definición de cambio semántica se acerca a la propuesta por Eugenio Coseriu en 1964 (“Pour une sémantique diachronique structurale”, en Travaux de liunguistique et de littérature, 11, Université de Strasbourg, París). [↩]
- En este orden de preocupaciones, para Gaston Bachelard la metáfora es un “obstáculo epistemológico” en el desarrollo del pensamiento científico (La formación del espíritu científico, Siglo XXI, México, 1983 [la ed. francesa, 1938]); Cohn Murray Turbayne describe la manera en que “se es empleado por la metáfora” en la ciencia (op. cit.); y Georges Canguilhem desentraña el origen metafórico de algunos conceptos médicos (Lo normal y lo patológico, Siglo XXI, México, 1983 [1a ed. francesa, 1966]). [↩]
- Es obvio que el mismo enunciado, evaluado con otros marcos de referencia, carecería de sentido y sólo podría interpretarse como una metáfora. Casi cualquier enunciado científico, fuera de su contexto, es una metáfora. [↩]
- “La majeure partie des termes scientifiques a une origine figurée” (J. Molino, “Métaphores, modéles et analogies dans les sciences”, Languages, 54, 1979, p. 86). [↩]
- La metáfora actúa como obstáculo epistemológico cuando se pierde de vista este carácter convencional de los axiomas, cuando se olvida que el valor de verdad de un enunciado es relativo al marco que lo evalúa. Cf. supra, nota 39. [↩]
- George Lakoff y Mark Johnson, Metaphors we live by, The University of Chicago Press, Chicago, 1980. [↩]
- “Conventional metaphors are pervasive in our ordinary everyday way of thin king, speaking, and acting” (G. Lakoff y M. Johnson, “Conceptual metaphor in everyday language”, en Philosophical perspectives…, p. 286). De acuerdo con esto, expresiones como “prices rose” estarían fundadas en las metáforas convencionales “more is up” y “less is down” (G. Lakoff, The invariance hypothesis: do metaphors preserve cognitive topology?, LAUD, Duisburg, 1989, p. 14). [↩]
- “The metaphor involves understanding one domain of experience […] in terms of a very different domain of experience […]. The metaphor can he understood as a mapping (in the mathematical sense) from a source domain […] to a target domain. […] metaphor is] not a figure of speech, but a mode of thought” (ib., pp. 8-11). [↩]
- En este sentido, el trabajo de Lakoff y Johnson sobre la lengua es similar a otros análisis epistemológicos sobre discursos particulares. Cf. supra, nota 39. [↩]
- En este siglo, por ejemplo, la idea aristotélica de la ‘cruza de especies’ aparece matizada en autores que, basándose también en Gilbert Ryle (The conception of mind, Hutchinson’s University Library, London, 1949), definen la metáfora como una ‘confusión categorial’ [category mistake]; entre ellos: C. Murray Turbayne (op. cit.), N. Goodman (art. cit.) y Morse Peckham (apud, M. Johnson, art. cit.). [↩]
- “[…] nuestra definición de metáfora: presentación de los hechos de una especie como si pertenecieran a otra” (C. Murray Turbayne, op. cit., p. 36 [el subrayado es mío]). [↩]
- Expresada con otros términos, esta propuesta es similar a la que en forma más sistemática ha desarrollado Ronald W. Langacker. Aunque él no habla de ‘clases’, considera que el significado de un ítem es relativo a un dominio; así, la palabra ‘momento’ se definiría por su inclusión en el dominio ‘tiempo’: “A noun designates a region in some domain” (“Nouns and verbs”, Language, 63 (1), 1987, p. 58). Esta concepción implica también aceptar el carácter convencional de la manera en que se organiza el espacio semántico. Con respecto al lenguaje figurado, escribe: “Wheter there exists a valence potential bet ween two structures can be determined on the basis of their intrinsic properties alone. Whether this potential will actually be exploited as the basis for combinig two predicates in a construction is another question -this is a matter of linguistic convention” (“The integration of grammar and grammatical change”, Indian Linguistics, 42, 1981, p. 96). [↩]
- Véase, por ejemplo: Eleanor Rosch, “Cognitive representations of semantic categories”, Journal of Experimental Psychology, 104 (3), 1975, 192-233; y Stillings, op. cit., especialmente el capítulo “Concepts and categories”. [↩]
- Sobre esto hay múltiples referencias. Véase, por ejemplo: Roman Jakobson y Morris Halle, “Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos”, en Fundamentos del lenguaje, Ayuso, Madrid, 1980, 99-144. [↩]