Alfredo López Austin/Luis Millones, Dioses del Norte, dioses del Sur. Religiones y cosmovisión en Mesoamérica y los Andes, México, Era, 2008.

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DA48701Dos grandes áreas, dos tradiciones culturales, dos sistemas religiosos, dos conjuntos de pueblos diversos que se caracterizaron por sus altas creaciones culturales, uno al centro del continente: Mesoamérica, ubicada en el extremo norte de las altas culturas de América, y otra al sur: la región andina. Ambas parecen estar situadas en los extremos de un eje cósmico, semejante al axis mundi que rigió el sistema religioso de los pueblos que habitaron en ambas regiones. Y en el centro de dicho eje los esfuerzos de múltiples estudiosos —entre quienes destacan Luis Millones y Alfredo López Austin—, cuyas obras, prolíficas en ambos casos, han hecho importantes aportaciones que han ayudado a comprender las ricas y complicadas construcciones ideológicas creadas por los pueblos mesoamericanos y andinos, las cuales dan cuenta de la visión del cosmos, de las explicaciones dadas para tratar de comprenderlo, y el significado otorgado al complejo mundo al que se enfrentaron los grupos que habitaron en esas regiones. La destacada labor realizada durante varios años por estos dos investigadores ha llenado de sentido un área donde parecía haber confusión debido a la multiplicidad de imágenes sagradas consignadas en ritos, creencias, representaciones plásticas y narraciones generadas por los pueblos originarios que habitaron Mesoamérica y los Andes antes de la llegada de los europeos. La obra que hoy presentamos conjunta y sintetiza esas dos visiones del mundo, y la acertada interpretación que de ellas hacen los autores. De esta manera, López Austin y Millones ponen de manifiesto, de manera paralela, dos concepciones del mundo diferentes, con características propias y particulares, tan lejanas geográficamente pero al mismo tiempo hermanadas por elementos similares que nos hacen pensar en el posible origen común y en la conformación conjunta de gérmenes culturales en la lejana prehistoria de hace aproximadamente 30 mil años, semillas que posteriormente fructificaron en dos cosmovisiones de gran complejidad y riqueza, en las que se muestra lo profundo de los pensamientos mesoamericano y andino.

El libro constituye un viaje por el complejo y misterioso mundo de lo sagrado, con sus encantos y peligros, sus ricas significaciones —la mayoría de las veces ocultas—, sus manifestaciones y representaciones en los Andes y Mesoamérica a lo largo del proceso histórico en que vivieron y se desarrollaron los diversos pueblos en ambas regiones.

Texto provocador, como lo dicen los mismos autores, pero al mismo tiempo inspirador, pues lleva al lector a reflexionar sobre el fenómeno de lo religioso, al tiempo que antoja el saber más sobre ese críptico tema, por el mero gozo y la curiosidad de sumergirse en esos mundos sobrenaturales.

Cada autor aborda y expone de manera independiente los rasgos y particularidades de las religiones mesoamericana y andina; sin embargo, el discurso no está exento de interesantes comparaciones, las cuales también surgen en el lector a medida que avanza la lectura. De las cosmovisiones que nos presentan, a través de la magistral reconstrucción e interpretación que hacen de ellas, nos muestran un amplio panorama que se distingue por la profundidad y agudeza de análisis característico de ambos autores. Introducen al lector y lo llevan de la mano por el fantástico y misterioso —pero también temible— trasmundo de los dioses que poblaron las religiones de esos pueblos y al que sólo se podía acceder en estados alterados de conciencia durante el sueño o provocados mediante cantos y danzas monótonas y constantes, ayuno, vigilia, pérdida de sangre o ingesta de psicotrópicos, viaje peligroso que podía costarle la vida al practicante. De esta manera, López Austin y Millones exponen las complejas construcciones de la visión del mundo mesoamericana y andina, que desde la perspectiva actual podríamos calificar de “realismo mágico”, ya que en ella es posible el traspaso de umbrales al diluirse los límites entre los ámbitos humano y divino.

Asimismo, los autores nos presentan la riqueza de expresiones de las iconografías sagradas de ambas regiones desde una temporalidad que hunde sus raíces en las profundidades de antiguas manifestaciones religiosas, como la olmeca o la premaya de Izapa en Mesoamérica, o Chavín de Huántar, en la sierra norte peruana, transitando hasta la información religiosa de los mexicas e incas consignada en los primeros siglos de la Colonia tanto por hispanos como por indígenas. En este punto, cabe mencionar la desigualdad de los documentos escritos en caracteres latinos y de la información que contienen sobre la religión, abundantes en Mesoamérica y más escasos en la zona andina, donde se extraña la presencia de cronistas de la talla de un Bernardino de Sahagún, aun cuando en aquella región se cuenta con los testimonios del documento de Huarochirí, de Garcilaso de la Vega o Guamán Poma de Ayala, por nombrar sólo algunos. También hay que mencionar la ausencia de códices y la existencia de los enigmáticos quipus: cuerdas de colores con diferentes tipos de nudos que todavía permanecen silenciosos guardando sus secretos.

En ambas regiones culturales se destacan elementos de larga duración compartidos por diversos grupos indígenas, y que para el caso de Mesoamérica han sido catalogados por López Austin como parte del “núcleo duro”, puesto que tienen sus orígenes en una remota antigüedad y algunos de ellos han pervivido hasta nuestros días coloreados de cristianismo, a pesar del proceso histórico que ha violentado en varias ocasiones a las poblaciones originarias. Entre estos aspectos en los Andes destacan, por ejemplo, el culto a Pachamama, diosa madre terrestre, todavía destinataria de diversas ofrendas como las preciadas hojas de coca, cuyo uso para los dioses se remonta a la época Chavín de Huántar, cuando dichas hojas aparecen representadas con la divinidad, junto con productos del mar como las conchas Spondylus obtenidas en las costas de Ecuador y consideradas alimento de las divinidades. Igualmente, en las representaciones de este sitio se percibe la imagen del Strombus, caracol que en la actualidad es utilizado como instrumento de viento. A varios miles de kilómetros de distancia hacia el norte, en Mesoamérica, también se destacó el uso de conchas y caracoles en las ofrendas, así como elemento de composición en relieves y murales con temas referidos a la sacralidad. De la misma manera, desde la remota época de los olmecas tuvieron un lugar importante las piedras verdes, objetos de prestigio con una fuerte carga simbólica, sobre todo cuando contenían imágenes referidas a lo sagrado. Asimismo, no se puede dejar de mencionar a la tierra, entidad divina y cargada de vida, motivo de un culto ancestral mesoamericano, y que en la actualidad sigue siendo motivo de oraciones y ofrendas.

Entre los múltiples aspectos que abordan los autores está el de las narraciones míticas conservadas en documentos, donde se refiere la saga de los dioses, sus aventuras, acciones, actividades e incluso transgresiones que dieron lugar al mundo tal y como es. Entre los aspectos referidos en los relatos destaca el tema de los milagrosos embarazos de algunas diosas en ambas regiones, tales son los casos de Coatlicue, madre del mexica Huitzilopochtli; Ixquic, progenitora de los gemelos divinos Hunapú e Ixbalanqué, y de la andina Cavillaca, quien junto con su hijo dio origen a los dos islotes ubicados frente a la costa de Pachacamac, en el centro de Perú. Igualmente se puede mencionar la forma disminuida, como enfermos o pobres y harapientos, en que son presentados los dioses creadores o luminosos como Viracocha, Pariacaca y Nanahuatzin, el último de los cuales se convirtió en sol luego de arrojarse a la hoguera divina de Teotihuacan. También puede referirse el opacamiento de la luna provocado por las divinidades, o la inversión de términos cuando al ocultarse el sol, en el caso de los Andes, o terminara la era actual —según mexicas y mayas en Mesoamérica—, al no volver a salir el sol, los objetos e instrumentos de trabajo cobrarían vida y atacarían a los seres humanos, motivo que fue representado en un mural mochica en la costa norte de Perú.

Al igual que en Mesoamérica, en la región andina se percibe una taxonomía binaria de opuestos complementarios en la sistematización del pensamiento. En la cosmovisión indígena de los Andes se puede mencionar a la referida Cavillaca o a la misma Pachamama, asociadas con lo femenino y lo terrestre, diosas que fueron fecundadas por divinidades relacionadas con el ámbito masculino, celeste y solar. Igualmente, cabe mencionar que algunos documentos andinos refieren que los ancestros de diversos pueblos eran una pareja hombre-mujer que emergió de las sacarinas o lugares de origen para luego transformarse en huacas. El manuscrito de Huarochirí, ineludible para el estudio de la mitología, menciona por su parte el desdoblamiento o existencia de cinco dioses Pariacaca, pero también la existencia de cinco diosas encabezadas por Chaupiñamca.

Igualmente, se perciben las semejanzas y el concepto de la dualidad en la existencia de un eje cósmico que relacionaba el ámbito celeste o alto con el inframundo, esquema binario que fue reproducido en la división de la ciudad de Cusco en alto y bajo. Los incas, al erigirse como el pueblo hegemónico, impusieron a los grupos conquistados el culto al sol por encima de las divinidades locales, ya que los gobernantes del Tahuantinsuyu decían descender del astro rey, deidad que dominaba la parte alta y masculina del cosmos, llamada entre los incas Hanan Pacha. Este ámbito estaba poblado también por los ancestros, quienes al morir iban a residir a las cumbres de las montañas. El otro extremo del axis mundi, mencionado en los documentos como Ucu Pacha o Hurin Pacha, corresponde a la parte inferior del cosmos localizada en el interior de la tierra y puede identificarse con las entrañas de la diosa Pachamama. Este espacio cósmico constituía, al igual que en Mesoamérica, el lugar de los muertos, pero al mismo tiempo era el sitio donde se encontraban los gérmenes de la vida y las semillas de las plantas. Es decir, era el equivalente del interior de la Montaña Sagrada mesoamericana. Por eso en los Andes se acostumbraba depositar a los difuntos en cuevas o en estructuras abovedadas que las semejaban. Igualmente, existen registros en aquella región de que algunos difuntos de alta jerarquía eran depositados en graneros, muy posiblemente para propiciar la regeneración y multiplicación de las semillas para las futuras cosechas. En relación con esto es importante considerar el significado simbólico que tuvieron las cuevas en ambas regiones, ya que eran consideradas lugares donde el ser humano podía ponerse en contacto con el ultramundo de los dioses, pero también de estos accidentes geográficos emergió el ser humano, especialmente algunos dirigentes de pueblos, como los incas que salieron de Tampu Toco, mientras en Mesoamérica esto correspondería al Chicomóztoc de los mexicas y otros grupos nahuas. Desde el ámbito arqueológico, es importante considerar aquí la construcción conocida como “El Castillo” en Chavín de Huántar, a la que Millones le dedica varias páginas no sólo por su antigüedad, sino sobre todo por su valor simbólico debido a múltiples galerías subterráneas, una de las cuales alberga “El Lanzón”, monolito labrado que representa a un ser sobrenatural de cuerpo antropomorfo, colmillos de felino o de saurio y la cabeza coronada de serpientes, animales asociados a la tierra. Sin embargo, en dicho lugar también existen lápidas es grafiadas con aves de rapiña que remiten al ámbito celeste.

La imaginería de ambas regiones estuvo plagada de una multitud de seres sagrados que podían manifestarse con cuerpo humano o de animal, aunque parece que esta última forma fue más socorrida en los vestigios arqueológicos andinos; así, como animales sagrados o manifestaciones de la divinidad destacan las serpientes, felinos como el jaguar y el puma, y aves de rapiña como halcones y el cóndor; a su vez, en las crónicas los dioses aparecen descritos preferentemente bajo forma humana debido a la influencia occidental, de acuerdo con Luis Millones, aunque el mismo autor destaca la importante presencia del “Dios de los bastones o báculos” en Chavín, sierra norte, en Paracas, costa sur, entre los Moche de la costa norte bajo la forma del llamado “Degollador”, y en Wari y Tiahuanaco en la sierra sur .

Otro aspecto pertinente de mencionar es el referente a los sacrificios humanos, más comunes en Mesoamérica que en los Andes. En esta última región destacan, por ejemplo, los acompañantes de la tumba del Señor de Sipán, en la costa norte de Perú, mientras entre los incas debe mencionarse la capa cocha: ofrenda de infantes sacrificados por ahogamiento o por un fuerte golpe para propiciar el bienestar del gobernante y de la comunidad. Sin embargo, fueron más comunes los sacrificios de auqénidos, cuadrúpedos que sustituyeron al ser humano como ofrendas sagradas.

Hay que destacar que no todo es similitud entre ambas cosmovisiones; es decir, no debe hacerse tabla rasa, sino también tomar muy en cuenta las diferencias que distinguieron a cada uno de los dos sistemas de pensamiento para ver lo particular de cada uno de ellos, lo cual constituye otra de las riquezas que presenta el libro. Entre los aspectos más interesantes se pueden mencionar la importancia de los mallkis o cuerpos momificados de los gobernantes que participaban en diversas ceremonias de los incas, y las cabezas trofeo que más bien parece que estuvieron asociadas a ritos para propiciar la agricultura. Asimismo, se puede destacar la importancia que tuvo el espacio marino en las antiguas poblaciones de la costa y la creación de seres sobrenaturales relacionados con dicho ámbito: la orca de la cultura Nazca, en la costa sur de Perú, o la llegada de fundadores de dinastías gobernantes como Naymlap, en la costa norte, así como las múltiples representaciones de aves guaneras y peces modelados en el barro de los muros de la ciudad de Chan Chan.

Por todos los temas que trata, Dioses del Norte, dioses del Sur… es sumamente enriquecedor, y para mí resultó apasionante porque son pocas las oportunidades de poder apreciar, de manera paralela, dos visiones del mundo de dos áreas que se distinguieron por la riqueza de su pensamiento, pero también dos interpretaciones de las mismas realizadas por dos distinguidos investigadores, por lo que no me queda más que agradecerles el trabajo hecho para la elaboración de este libro que nos brinda la posibilidad de introducirnos en el maravilloso mundo de lo sobrenatural, pero obviando los peligros que ello significa, de acuerdo con la cosmovisión de los pueblos originarios de América.

Sobre la autora
Silvia Limón Olvera

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