Monte Albán fue una de las primeras ciudades del México prehispánico y es hoy en día una de las zonas arqueológicas que más impactan al visitante por el trazo y dimensiones de su plaza central, y sobre todo por su ubicación en la parte superior de una montaña a 400 metros sobre el nivel del valle de Oaxaca. Sin embargo, su fundación, crecimiento y esplendor como la capital de los zapotecas fue resultado de un largo proceso de supervivencia y colonización de los primeros habitantes de la región y, posteriormente, de estrategias organizativas de las elites dirigentes en los tres valles que forma el gran valle de Oaxaca. Este proceso ha sido documentado con detalle en el valle de Etla, donde se desarrolló un complejo sistema jerárquico de asentamientos, con una buena organización del trabajo y del intercambio comercial a escala local y a larga distancia.
De esto y mucho más nos informa Joyce Marcus en un libro de edición impecable de tan sólo 206 páginas, donde la autora sintetiza admirablemente la geografía, el medio ambiente y todo el desarrollo histórico de esta ciudad. Incluye también una amplia y exhaustiva revisión de los primeros trabajos arqueológicos realizados en Monte Albán y los que siguen en curso, así como un capítulo final con la situación de los zapotecos actuales, de las investigaciones sobre ellos, y sobre todo del fortalecimiento de la lengua zapoteca manteniéndose como una de las cuatro lenguas (junto con el maya, náhuatl y mixteco) con mayores hablantes en nuestro país. De formato pequeño y una gran cantidad de ilustraciones, algunas a color, un cuadro cronológico y referencias bibliográficas, el libro resulta fácil de leer y llevar consigo a cualquier lugar. No obstante lo anterior, y aunque uno de sus 16 capítulos se titula “Una visita a Monte Albán” —donde se describen las áreas y estructuras principales de esta antigua ciudad—, el lector no debe pensar que es una guía de sitio. El libro es mucho más que eso, pues representa la suma del conocimiento actual sobre tan importante ciudad zapoteca y el valle de Oaxaca donde se estableció, pasando por todo el proceso evolutivo de sus habitantes y aquellos que estuvieron bajo su influencia o en contacto con ellos de un modo o de otro.
Joyce Marcus no necesita presentación alguna; su trabajo, y el de su esposo Kent V. Flannery, constituye aportaciones invaluables para la arqueología de Oaxaca no sólo como incansables investigadores, sino también como formadores de muchas generaciones de arqueólogos. Las múltiples publicaciones de Joyce Marcus —las cuales muy poco se mencionan de manera específica en este libro— han conformado un corpus de conocimientos muy considerable y relevante, sobre todo en materia de desarrollo urbano, género, iconografía, religión, y escritura antigua y calendario, consultado constantemente por estudiantes, investigadores y público en general. Un ejemplo de su interés en el estudio de la escritura antigua es que a lo largo de todo el libro la autora incluye la traducción al zapoteco de una buena cantidad de palabras referidas a deidades, conceptos, acciones o cosas. De este modo, basada en los relatos y estudios dejados por gente como fray Juan de Córdova (1578), Joyce Marcus nos señala que el calendario ritual de los zapotecos antiguos se llamaba piye, que al oriente le llamaban çooche lani copiycha (“donde el sol nace”) y al poniente çootiace copiycha (“donde el sol se pone”). Que una de las deidades zapotecas más representadas era Cociyo, el dios del rayo, que los zapotecos le dedicaban ritos y plegarias a Pitào cociyo “Gran espíritu dentro del Rayo”, y que la “fuerza vital” que movía a cualquier objeto o ente animado se escribía como pèe, pe o pi.
Varios son los temas en este libro que, como el de la religión y cosmovisión de los zapotecos, se discuten a fondo y con gran conocimiento. Desde el punto de vista cronológico-evolutivo, destaca el proceso de fundación y establecimiento de una ciudad como Monte Albán en la cima de un conjunto montañoso antes deshabitado y que la autora llama “tierra de nadie”. Este ha sido un tema motivo de debate entre los estudiosos del Estado como forma de organización política y cuáles pudieran ser los elementos que influyen para su surgimiento. La productividad agrícola, el desarrollo tecnológico, el crecimiento demográfico y el factor ideológico entre otros aspectos han sido considerados y evaluados por los especialistas. En este libro, Marcus nos señala que quienes tomaron la decisión de establecerse en esa “tierra de nadie” que después conoceríamos como Monte Albán, enfrentaron —además de la carencia de agua— ataques y conflictos serios con otros líderes del valle, que los obligaron a construir murallas defensivas en las partes vulnerables del cerro y a destacar sus victorias en bajorrelieves de piedra, como todavía es visible en algunas partes del edificio L, y la autora nos refiere como “galería de prisioneros” con justa razón.
En este libro la autora destaca la importancia que tuvo el periodo II (100 a.C.-200 d.C.) no sólo para Monte Albán sino para toda la región de Oaxaca, donde los fundamentos de la civilización zapoteca se consolidan y surge el Estado como forma de organización política, teniendo a esta ciudad como su capital. Le sigue la descripción del periodo de máximo desarrollo de Monte Albán, también conocido como Periodo Clásico y que abarca de 200 a 750 d.C. En este capítulo se trata más a fondo la estructura social zapoteca, la manera como estaba organizada la sociedad y que para Marcus se dividía en al menos dos estratos: el superior, forma do por nobles hereditarios, y el inferior, integrado por plebeyos o comunes. Ella reconoce que al interior de cada uno de estos estratos mayores habría indudablemente gradaciones de estatus. Este es un aspecto que ha ocupado por largo tiempo la atención de los investigadores: ¿cómo se dieron estos cambios a través del tiempo?, ¿qué tanta desigualdad social había entre cada uno de estos estratos y al interior de ellos? Joyce Marcus nos presenta ejemplos, muy bien documentados en excavaciones arqueológicas, de lo que debemos identificar como “palacio de gobierno”, la residencia del gobernante y la de su familia más cercana y los aposentos desde los cuales él y sus ministros conducían las acciones de gobierno, y que sin lugar a dudas debió estar en la Plataforma Norte. Nos describe después algunos de los llamados “palacios residenciales”, que en zapoteco sería quehui, “casa real” o “palacio menor”, y que también podemos llamar “residencia de elite”. Algunas de estas residencias de elite son ampliamente conocidas y visitadas, como el edificio “S” al lado este de la Plaza Principal, la de la tumba 104 al norte de la Plataforma Norte, y la de la tumba 105 al noreste de la misma Plataforma Norte, que reciben este nombre por el número de tumba que Alfonso Caso descubrió en ellas. En esta jerarquía de residencias que nos presenta Joyce Marcus le siguen las residencias ordinarias o yoho, y que habitarían los plebeyos o comunes con ciertas posibilidades económicas, o miembros de la nobleza menor con algunos de sus sirvientes; estas residencias tenían al menos una tumba para enterrar ahí al patriarca o matriarca del grupo doméstico, y fueron reutilizadas para las varias generaciones de sus ocupantes. En el último nivel de esta escala estarían las casas de plebeyos o comunes, cuyos ocupantes eran enterrados en fosas directamente excavadas en la tierra.
Un aspecto interesante asociado a las costumbres funerarias zapotecas es la inclusión de vasijas antropomorfas de arcilla —conocidas generalmente como “urnas funerarias”—, que se depositaban en tumbas y cistas como parte de la ofrenda al momento de enterrar a un familiar o miembro del grupo doméstico bajo el piso de su casa. Continuando con los estudios de Alfonso Caso e Ignacio Bernal, Joyce Marcus propone que, a diferencia de lo que se pensaba anteriormente, no todas las urnas son representaciones de deidades o fuerzas sobrenaturales, ya que buen número de ellas son imágenes de antepasados, alguno de ellos miembros indiscutibles de la nobleza dirigente, y que en ocasiones portan algunos de los atributos o glifos con que se identifica a los dioses. Las funciones más importante de ellas, según Marcus, sería la de honrar al difunto y darle cabida en el mundo de los ancestros; pedirles que fueran protectores y mediadores entre el mundo de los vivos y el de los dioses para obtener sus favores.
Tomando como base la información arqueológica, pero sobre todo los registros genealógicos —que son lápidas con inscripciones jeroglíficas depositadas al interior de tumbas zapotecas encontradas en Monte Albán y en otros sitios del Valle—, Joyce Marcus menciona algunas de las posibles causas de la decadencia de Monte Albán como capital zapoteca y los cambios que se dieron en la escritura y en otros ámbitos.
De ahí la autora nos lleva a la Época V (1000-1521 d.C.), de gran turbulencia política y social en el valle de Oaxaca, a la ruptura del Estado zapoteco y la consecuente formación de varios cacicazgos que ocuparon el vacío de poder establecidos en lugares como Zaachila, Macuilxóchitl, Mitla y Tlalixtac de Cabrera, entre otros. Esta situación, señala Marcus, abrió la posibilidad a que se dieran alianzas matrimoniales entre miembros de la nobleza zapoteca con sus similares mixtecos, los cuales muy probablemente llevaron a sus sirvientes y trabajadores agrícolas, llamados tay situnayu en mixteco, y se establecieron en poblaciones cercanas a Monte Albán como Cuilapan de Guerrero y Zaachila. Para la autora, ésta fue una estrategia para defenderse de la invasión mexica, la cual termina después de varios desencuentros con el matrimonio de Coyolicatzin, hija del Tlatoani mexica Ahuízotl y el rey zapoteco Cociyoeza.
En suma, el libro de Joyce Marcus es una obra excelente y de gran actualidad. Los estudiantes, los profesionales y todo aquel interesado en conocer de primera mano, con gran conocimiento y manejo de la información arqueológica, sobre esta antigua y espectacular ciudad deben leerlo. No me queda sino recomendarlo ampliamente, y estoy seguro que además de ser ya una obra de referencia obligada, se convertirá en un éxito editorial.
Sobre el autor
Ernesto González Licón