La obra de Heine-Geldern inició en el sudeste asiático y terminó en América. Lo grande y multifacético de este investigador se revela en los temas que trata y en sus referentes geográficos; su obra es tan vasta que sólo mediante una edición completa de sus muy dispersos escritos, nosotros, sus contemporáneos, y las generaciones futuras podríamos acercarnos a toda su dimensión; esta edición es hoy más urgente que nunca. Dicho esto, el lector comprenderá que un americanista como yo pondrá el énfasis de la apreciación de su obra en las investigaciones pioneras, o sea aquellas que hicieron escuela y se ocuparon de la contribución de las altas culturas asiáticas y de la construcción de las altas culturas americanas. Si bien es cierto que con el mismo interés y admiración leí casi todos los trabajos de Heine-Geldern, aun los que dejan de lado este asunto, o que no se ocupan de manera fundamental de las relaciones entre Asia y América, es cierto también que no los pude leer con el mismo conocimiento de causa. Hasta ahora, Heine-Geldern seguramente ha sido el único científico con ese asombroso conocimiento del mundo antiguo, posiblemente sólo igualado por Bosch-Gimpera, aunque éste haya puesto de relieve otros aspectos. El conocimiento de Heine-Geldern partió del sudeste de Asia para extenderse tanto hacia el oeste (Europa) como hacia el este; es decir, abarcaba hasta los confines del este polinésico. Además, poseía un conocimiento tan profundo y amplio de las culturas (en especial de las altas culturas) del Nuevo Mundo y de su historia, que solamente los prejuiciados podrán desconocerle su calificación como americanista. En cambio, y a pesar de mis propios y largos estudios, en especial con referencia al Tíbet y más tarde mis arriesgadas incursiones en las ciencias de la religión y de los calendarios, yo seguí siendo lo que siempre fui: un simple americanista y durante las últimas décadas casi exclusivamente un mexicanista. Por eso el lector no debe esperar más de lo que yo pueda ofrecer.
Además, se agrega un segundo asunto que no es una disculpa, sino la justificación del énfasis americanista en mi apreciación del trabajo de este hombre, cuyas investigaciones se ocuparon de casi todo el mundo. Las relaciones culturales y las migraciones postuladas por Heine-Geldern para el mundo antiguo (inclusive las de Oceanía), tal vez no hayan sido aceptadas por todos -confieso que no estoy lo suficientemente informado sobre el asunto-. Pero la indiferencia y el franco rechazo de la vasta mayoría de los americanistas del mundo (y entre éstos justamente los más destacados de hoy) hacia sus investigaciones sobre las relaciones entre las altas culturas del Antiguo y el Nuevo Mundo, éste sí es un fenómeno tan singular en el ámbito de la investigación histórico-cultural arqueológica y etnológica, que requiere una detallada explicación y valoración, pues esta actitud se funda en una completa negación del problema (lo mismo vale para la mayor parte de la docencia y los manuales), así como en la afirmación de que tales relaciones, si bien se han comprobado, sólo son accidentes sin significado (the frostings on the cake).
Esta actitud llega hasta el grotesco intento, como sucedió en uno de los últimos congresos internacionales de americanistas, de desvalorizar los postulados de Heine-Geldern referentes a una serie de complejos culturales que se corresponden, con precisión temporal y espacial, en el Antiguo y el Nuevo Mundo. Esto mediante la prueba de que ciertos hechos singulares (en este caso se trataba de ciertos ornamentos) pueden ser recurrentes también en áreas no conectadas históricamente. Mas, de hecho, la mayoría de estos ornamentos no sólo se limitaban a determinadas regiones cuya transferencia histórica era conocida (es importante señalar que se trató de ornamentos del mundo antiguo que eran poco conocidos por el crítico en cuestión), sino que justamente se trataba de hechos singulares, a los que Heine-Geldern adjudicó, una y otra vez, muy escaso valor para la comprobación de relaciones históricas. De hecho, él mismo los consideraba sólo como indicadores de relaciones posibles que sugieren una ordenación y comprobación según complejos (culturales) totales. Por un lado, las partes de tales complejos se unen alrededor de una estructura común, pero por otro lado -tanto en una como en otra parte del mundo- se limitan claramente a regiones específicas o grupos de pueblos. (La profunda comprensión de Heine-Geldern de las relaciones de partes singulares de una cultura encontró su expresión más bella y convincente en un trabajo relativamente temprano y lamentablemente poco conocido, “Visión del mundo y forma de construcción en el Sudeste de Asia”.)1 Sin embargo, yo no concuerdo con la clasificación que Heine-Geldern estableció de la concordancia entre los calendarios asiáticos y mesoamericanos, probada por Fritz Graebner. Él los considera como parte del grupo de los “hechos singulares” que unen América y Asia, cuando el mismo Heine-Geldern habla de sistemas calendáricos.
El intento arriba mencionado por ridiculizar los resultados de investigación de Heine-Geldern mediante la prueba aparente de que pueden hallarse hechos singulares aquí y allá, provocó lo contrario. Hasta ese momento muchos colegas se dieron cuenta del peso y la fuerza de convicción de los razonamientos de Heine-Geldern, ya que con tales armas había que luchar en su contra para, por así decir, sacarlos de la discusión. Pero lo casi increíble, y de cierta manera conmovedor, es que hasta ahora no habido una discusión seria ni una crítica de los métodos de investigación de Heine-Geldern; así sucede, por ejemplo, con su comprobación de las concordancias, a menudo muy detalladas, de la técnica de metal y ornamentación entre los estilos artísticos hindúes y los mexicanos.
Las posiciones que se han tomado con respecto a las investigaciones de Heine-Geldern acerca de las relaciones entre las altas culturas del Nuevo y Antiguo Mundo -sobre las que muchos colegas parecen haber leído sólo un pequeño apartado- son las siguientes (hasta donde me fue posible deducirlas de conversaciones y de comentarios impresos):
1. Lo más difundido es seguramente el desinterés por todo el problema, un problema del cual Alfred V. Kidder ha dicho que es el greatest single problem del americanista y de cuya solución, según Heine-Geldern, depende si negamos la existencia del viejo concepto de “pensamiento elemental” (Elementargedanken) sólo al interior del Antiguo Mundo, del Nuevo Mundo, o si extendemos esta negación de manera consecuente al mundo entero. Desde luego en esta falta de interés en uno de los problemas centrales de la historia humana -¿un mundo o dos mundos?- juega un papel decisivo, sobre todo en la etnología y en menor medida en la arqueología, el hecho de que las preguntas de tipo histórico-cultural sean sustituidas cada vez más por otro tipo de preguntas, sea que éstas se llamen “psicológicas”, “sociológicas”, “funcionalistas”, o “estructuralistas”. Si bien en los países de habla germana la etnología permanece en su mayor parte en la orientación histórico-cultural, también aquí pueden observarse los primeros signos de nuevas orientaciones. Es evidente lo que esto significa para la indagación futura del problema de una separación o una conexión de principio, en cuanto al desarrollo histórico en el Antiguo y el Nuevo Mundo.
2. También existe aquel grupo de americanistas que ya he mencionado, que admite que las investigaciones de Heine-Geldern (y otros) sí comprobaron las relaciones entre las altas culturas del mundo. Pero de todas formas sostienen que se trata de singularidades de escasa importancia para las culturas en su totalidad. Es difícil decir cuál es más peligroso para la continuación de las investigaciones que hasta ahora encabezó Heine-Geldern, si éste al parecer pequeño grupo, o más bien el primer y mucho más numeroso grupo. En el fondo, ninguno de los dos grupos se interesan en el problema.
3. Y también existe el grupo de aquellos que aceptan los resultados de Heine-Geldern y aun los juzgan como importantes (aquí no es decisivo si esto se extiende a la totalidad de sus resultados o sólo a partes), pero que no están dispuestos a contribuir para la clarificación del problema mediante sus propias investigaciones. Tampoco parecen dispuestos a incitar a sus colaboradores o alumnos a hacerlo. Desde luego, hay que admitir que en este grupo -que es tal vez más grande de lo que pudiera pensarse- existen investigadores cuyos intereses científicos se estructuran de manera tan diferente que al parecer ya mucho hacen con informar a sus asistentes y estudiantes de que en su opinión, los trabajos de Heine-Geldern son importantes y, en lo sustancial, correctos. En este ambiente científico suelen crecer y -me atrevo a pensarlo- crecerán fuerzas más jóvenes, que participarán más tarde o más temprano en investigaciones de esta naturaleza.
Sin embargo, a este grupo pertenecen también otros. Éstos han asumido una posición positiva (que no obstante permanece “platónicamente” positiva) hacia el problema entre las altas culturas del Viejo y Nuevo Mundo. Al contrario, en sus conferencias tratan con amplitud el problema y en los ejercicios (de los estudiantes) exigen reportes detallados, con la esperanza de que así puedan lograr más trabajos acerca de nuevos problemas específicos o de problemas antiguos que aun no han sido llevados hacia su meta o no se han investigado lo suficiente.
Durante décadas yo pertenecí a ese grupo, pues ya como estudiante, mediante la lectura de los estudios de Alejandro de Humboldt y más tarde los de Graebner acerca de las conexiones entre los calendarios del Viejo y del Nuevo Mundo, así como por el trabajo de Tylor con relación a la coincidencia fundamental entre el pachesi asiático y el patolli mexicano, llegué a la convicción que las altas culturas del mundo antiguo deben haber jugado un papel importante en el desarrollo de las del Nuevo Mundo. Las preguntas que sólo se concentran en América no calculan la posibilidad y la probabilidad de tales influencias, e ipso facto son falsas y por ello deberán llevar a interpretaciones falsas. Pero durante años no llegué más allá de esta convicción (pues en su inicio no fue más que esto, una convicción) y por más que busqué un tema con el cual podría contribuir con algo propio a la solución de este problema que me parecía tan importante, no lo encontré, sobre todo desde que entendí mediante los trabajos de Heine-Geldern (y los de Ekholm) que debería tratarse de un grupo de hechos fechables. La luz llegó sólo cuando de pronto, durante un seminario que impartí junto con Adolf Jensen acerca de “Relaciones transpacíficas”, me di cuenta de que las comparaciones calendáricas de Graebner se podían llevar de manera muy natural hacia comparaciones histórico-religiosas fechables. ¿Cuántos colegas habrá que se encuentren en la misma situación en la que yo permanecí durante décadas?
4. El último grupo es hoy tan pequeño que casi no puede ser llamado grupo, y es a éste al que pertenezco. Sus representantes más prominentes son Gordon Ekholm en Estados Unidos y Pedro Bosch-Gimpera en México. Es el grupo de aquellos que están convencidos de la importancia y lo correcto de las investigaciones de Heine-Geldern y además que en la medida de sus fuerzas y de sus conocimientos intentan participar en las indagaciones acerca de la influencia de las altas culturas del mundo antiguo sobre las del nuevo. Que este grupo sea tan infinitamente pequeño y que todos nosotros, desde Heine-Geldern hasta yo mismo, contemos con tan pocos alumnos, muestra la seriedad del problema justo ahora que ha muerto Heine-Geldern, quien siempre fue nuestro guía y nos inspiró a todos. Uno de los más importantes problemas de la historia cultural humana corre así el peligro de ser tratado con mayor negligencia de la que fue objeto hasta ahora, si no es que desaparece por completo de la discusión científica.
¿Cuál será la causa de que un hombre como Heine-Geldern -nosotros sólo aparecimos más tarde en la escena- tuviera tan pocos alumnos? Puede que parte de la respuesta sea que sus trabajos tardíos se ocupaban sobre todo del arte arqueológico (y de su pervivencia en el arte etnológico). Fundamentalmente trataba complejos artísticos globales, pero también se ocupaba de objetos y motivos singulares pertenecientes a éstos. Con más frecuencia escribía en inglés para llegar a sus colegas americanos. Puede que así, entre muchos colegas que desconocen sus otros trabajos (¿cuántos americanistas fuera de los ámbitos de habla alemana están familiarizados, por ejemplo, con su ricamente ilustrado, convincente y gran estudio acerca de “El origen asiático de la técnica de metal sudamericano”?),2 haya surgido la impresión de que las concordancias establecidas por Heine-Geldern en el arte, fechables y en su difusión geográfica restringidas a Asia y América, fueron las únicas que él comprobó. Y desde luego esto llevó agua al molino de aquellos que creen que tales concordancias, hasta donde reconocen su existencia, pueden ser consideradas como insustanciales en la construcción de las altas culturas del Nuevo Mundo. A eso se agrega que el número de los hasta ahora conocidos objetos de arte -todos ellos reúnen los requisitos metodológicos establecidos por Heine-Geldern (pertenencia a un estilo preciso, difusión específica en Asia y América, y posibilidad de fechamiento) -es muy limitado y que el número de nuevos objetos de esta naturaleza que sean fechables mediante excavaciones crece muy lentamente. Así pudo formarse la impresión -y ésta es la opinión que cada vez más podía oírse en los congresos y en círculos más pequeños- de que se había agotado el material en que Heine-Geldern basaba sus comparaciones, y que por fin se podía regresar al viejo y buen orden del día, y estudiar América en sí y para sí, sin que mediaran problemas como el de las relaciones entre las altas culturas del Nuevo y del Viejo Mundo.
En los hechos, Heine-Geldern se ocupó de un círculo mucho más amplio de hechos y de problemas, algunos de los que trataba a profundidad, mas no extensamente en el contexto de las relaciones entre el Nuevo y Viejo Mundo, de tal forma que éstas sólo se indican y se mencionan de pasada. Sin embargo, cada uno de estos numerosos estudios acerca de la conexión entre diferentes sistemas de escritura, acerca del Estado, de las monarquías y el ceremonial de la corte, y acerca de muchas otras cosas, tiene también que ver con el problema de las relaciones entre las altas culturas, y hace tiempo otros investigadores debieron haberlos extendido a estas relaciones. Lo que impidió esto para muchos fue justamente aquello en que consistía la grandeza de Heine-Geldern: no sólo la asombrosa multiplicidad de sus intereses -desde la geografía de las plantas hasta problemas de visión del mundo (en especial pienso aquí en su corto pero profundo trabajo “Dos antiguas visiones del mundo y su importancia histórico-cultural”)-,3 sino su conocimiento casi increíble de la literatura (y de todos los museos del mundo a su alcance); asimismo de temas, como son ejemplo, la técnica de metal y de la ornamentación, desde el Cáucaso pasando por toda Asia hasta Indochina y luego desde América Central hasta Perú.
Superar el miedo ante la riqueza de conocimientos necesarios para estudios a nivel mundial, como los de Heine-Geldern, es seguramente una de nuestras tareas más apremiantes; en especial para todos los que nos sentimos como seguidores de su trabajo, dirigiendo la atención de los interesados a colaborar en esta gran tarea hacia temas más limitados. Uno puede equivocarse mucho al elegir un tema en apariencia restringido, eso forma parte de mi propia experiencia: mientras en un inicio creía poderme limitar a una comparación entre el orden interior de una lista de deidades y animales mexicanos, con las listas chinas, hindúes y de la India colonial que entonces me eran conocidas -una tarea que en sí casi me quitó el aliento-, reconocí muy pronto que también en el orden interior de las listas de dioses conocidos del país de los dos ríos4 hay cosas muy semejantes, y posiblemente emparentadas históricamente. Pero además descubrí -con una mezcla de alegría de descubridor y de terror-, que en México también existen otras listas, las que en diversos puntos se acercan más a los asiáticos que aquéllas con las que había comenzado mis comparaciones.
Lo sorpresivo en la composición del pequeño grupo de aquellos que han llegado mediante sus propias investigaciones a la convicción de que las altas culturas del mundo antiguo tuvieron influencia sobre el desarrollo de las altas culturas del Nuevo Mundo es que tanto Heine-Geldern como muchos de ellos no son americanistas de formación, como antes de ellos tampoco lo fueron Tylor y Graebner y, siguiendo su ejemplo, tampoco Bosch-Gimpera. La razón de esto no se encuentra, o por lo menos no exclusivamente, en el argumento que sostiene que para un no-americanista es más fácil dominar la materia que viceversa. Más bien, la razón debe buscarse en un nivel más profundo, o sea en el ambiente espiritual en el que nosotros los americanistas crecemos y que se expresa entre otras cosas, en que celebramos “congresos americanistas” especiales, los que en el fondo tienen sólo una justificación geográfica, pues ¿qué es lo que tienen en común los mayas y los botokudas? -por sólo nombrar dos extremos-. ¡Cuánto más significado tendrían dos congresos en los que se discutiera, en uno de ellos, sobre los pueblos naturales del mundo antiguo y del nuevo y, en el otro, acerca de las altas culturas del antiguo y del Nuevo Mundo!
Apoyado en los trabajos de sus predecesores, y antes que nadie, mediante el apoyo del americanista Ekholm, Heine-Geldern nos liberó al fin y definitivamente de nuestra imposible estrechez y aislamiento sin sentido, y nos mostró que la historia de las altas culturas americanas sólo puede comprenderse como parte de la historia humana. Gracias a esto comenzó para mí un nuevo capítulo en la investigación de las altas culturas americanas que nos obliga a una reorientación total. Todo problema singular, no obstante lo local o limitado que nos pueda parecer en un inicio, debe ser enfrentado desde esta perspectiva mundial, so pena de ignorar lo más importante.
La investigación de las altas culturas de América, comprendida de esta manera, dejará de ser parte de una “americanística” que abarca las altas culturas y los pueblos naturales del Mundo Nuevo, para formar parte de una investigación comparativa de las altas culturas a escala mundial, con sus propias preguntas y métodos, al lado de una etnología comparativa de los pueblos naturales a escala mundial, y desde luego muy unida a ésta. Estoy convencido de que esto no sólo podría ayudar a mantener la orientación histórica de la etnología de los pueblos naturales, que desde siempre ha sido comparativa, sino que fortalecería la tendencia hacia las comparaciones entre las ciencias de las altas culturas, que siempre han tenido orientación histórica, desde Egipto hasta Perú.
Una reorientación tal seguramente alcanzaría también mayor comprensión, entre otras ciencias humanísticas, que con su organización actual: por un lado la “etnología” (Völkerkunde), que además de los pueblos naturales de todo el mundo abarca, también de manera ilógica y en exclusiva, a las altas culturas de América; por otro lado, se encuentran, cada una más o menos aislada, las diferentes ciencias que se ocupan de las altas culturas del mundo antiguo. Pero una comprensión más intensa, fruto de esta reorganización, podría llevar hacia una nueva colaboración, la que a su vez podría ser de gran importancia para todas las “pequeñas disciplinas de lujo” cuya existencia hoy se encuentra amenazada.
Sobre el autor
Paul Kirchhoff.
Citas
* Tomado de Zeitschrift für Ethnologie, 94 (2), 1969, pp. 163-168, traducción del alemán; Mechthild Rutsch.
- Heine-Geldern, “Weltbild und Bauform in Südostasien”, en Wiener Beiträge zur, Kunstund Kulturgeschichte Asiens, 4, 1950, pp. 28-78. [↩]
- Heine-Geldern, “Die asatische Herkunft der südamerikanischen Metalltechnik” en Paideuma 5, 1954, pp. 347-423. [↩]
- “Zwei alte Weltanschauungen un ihre Kulturgeshichitliche Bedeutung”, en Anzeiger der Phil-Hist. Klasse der österreichischen Akademie der Wissenschaften, 94, 1957, pp. 251-262. [↩]
- Es decir, Babilonia, situada entre el río Tigris y el Euphrates, [N.del T.]. [↩]