Para la elaboración de este escrito partimos de una serie de ideas que sin pretender ser novedosas, desde el punto de vista de quien escribe, resultan importantes en la historia de las disciplinas y, en particular, cuando tratamos con cuestiones relativas a la antropología mexicana, sus corrientes formadoras, conceptos básicos y a su papel dentro de la historia de las ciencias sociales. Estas ideas tienen dos premisas iniciales: la primera es que la historia de una disciplina y de sus conceptos básicos es la historia de su teoría y, la segunda, por cierto muy antigua, es que el conocimiento y la invención son acumulativos.
Además de lo anterior, estamos poniendo a consideración del lector, la idea de que el concepto de Mesoamérica que hemos utilizado, no es en realidad un concepto único, sino que posee varios significados y ha tenido también diferentes aplicaciones. Esta situación parece ser el resultado de la estrecha relación que se da entre varias corrientes teóricas y sus personajes fundamentales, conceptos, condiciones académicas, sociales y políticas específicas, discusiones, propuestas, políticas administrativas y, aún de reuniones académicas, que se conjuntan para conformar un cuerpo nuevo.
Desde esta perspectiva, al menos es factible distinguir dos concepciones distintas bajo la denominación de Mesoamérica; la primera de ellas sigue más o menos la línea planteada por el pionero antropólogo alemán Paul Kirchhoff, sus colegas y discípulos. El segundo parece ser el resultado de la conjunción de ideas generadas por Pedro Armillas, Ángel Palerm, Eric Wolf y demás asociados con el pensamiento neoevolucionista y particularmente en el evolucionismo multilineal.
Este ensayo no pretende menospreciar la figura del antropólogo Paul Kirchhoff en esta historia conceptual, de relevante papel en el montaje del concepto, que por varias razones ha resultado ser fundamental para la antropología mexicana y, yo diría que también para la arqueología americana. Sin embargo, en períodos de tiempo que son más prolongados que la vida de los personajes en cuestión, es observable un proceso de cambio donde los conceptos y/o teorías van creándose y modificándose y, normalmente los cambios que sufren se relacionan con contextos socioculturales, académicos y políticos, en el que es importante dar respuestas a ciertas preguntas. Además, en general, los conceptos responden a lo que son sus aplicaciones concretas y se adaptan a ellas y a sus circunstancias.
Otro elemento conceptual básico en este escrito es la idea compartida por los pensadores e investigadores de las varias corrientes neoevolucionistas, de que los conceptos al igual que el hombre, su sociedad, su cultura y, las teorías o las corrientes de pensamiento que éste genera, evolucionan a través del tiempo. El concepto de evolución que se expresa en este texto, carece de connotaciones relacionadas -o articuladas- a la idea decimonónica y antropomórfica del progreso; en consecuencia, no se suscribe a considerar que el concepto de Mesoamérica ha ido en alguna dirección que pueda ser considerada como absoluta o relativamente mejor -o peor- que el concepto diacrónicamente anterior. Por todo esto, se plantea aquí la necesidad de realizar análisis y discusiones periódicas, acerca de la conformación de conceptos básicos en la disciplina, como en esta ocasión hablaremos de Mesoamérica.
Origen culturalista y americano del concepto
Mesoamérica, es un concepto formado a partir de una combinación dual de elementos geográficos y culturales, que de acuerdo con estudiosos de la geografía fue “establecido por antropólogos…”1 Antes de su aplicación, los estudios americanistas, manejaban el concepto geológico de América Media (Middle America).2 Este concepto de América Media estaba fundamentado y elaborado en los aspectos geológicos, puede relacionarse muy bien con cuestiones de naturaleza geográfica y, además, con estudios sobre suelos, agua, flora y fauna y todos aquellos componentes del ambiente que están articulados a la geomorfología o a la historia ambiental del área en cuestión.
En esta clasificación geológica, es obvio que quedan fuera los seres humanos y sus culturas; en el extremo de los casos, éstos se pueden interpretar como “dependientes”, o como “determinados” por el medio. En la distribución espacial estrictamente geológica, se asume a priori que existe una dependencia de la cultura en lo ambiental, o una “determinación” del medio sobre el hombre y los factores culturales; un tipo de ambientalismo, que resulta en sus orígenes europeos muy poco explicativo, además de tener implícitas una serie de connotaciones etnocéntricas en su visión del mundo americano. El determinismo ambiental ha sido discutido y rebatido, especialmente por los antropólogos que consideran a la cultura como un fenómeno humano, que es producto de la conjunción entre la evolución biológica y la evolución3 social del hombre.
El concepto de área cultural tiene un “crecimiento gradual, empírico y casi inconsciente”,4 cuyos antecedentes parecen arrancar desde Franz Boas5 -según Alfred L. Kroeber lo anotaba- y su particular punto de vista concerniente a las colecciones museográficas y sus clasificaciones, que para Boas estaban hechas sobre líneas geográficas naturales y no sobre esquemas evolutivos. Kroeber (1936:4), opinaba que Boas intentó limitar el significado de las áreas culturales con la idea que estas áreas propuestas no coincidían en cuestiones como su auge,6 y que resultan desiguales en su desarrollo cuando se formulaban comparando por separado las distintas partes de la cultura (tecnología, organización social, ritual, arte, música, mitos, etcétera) y, en consecuencia se establecen diferencias en el peso real de cada parte en relación con su distribución en el espacio geográfico utilizado por ella.
Para establecer el “peso” de dichos elementos en un espacio geográfico, se construyó el concepto de “centro cultural” y obviamente junto a éste, quedó implícito el de periferia. Clark Wissler estableció que el punto importante para estudiar y discutir era el del “centro cultural” o punto focal de crecimiento, que para él resultaba ser un elemento integrador dentro de un área; sin embargo, según Alfred Kroeber (ibidem: 5), en la práctica, en sus estudios de los grupos de las planicies, el sureste o las áreas boscosas occidentales, el centro cultural resultó ser un elemento conceptual difícil de aplicar y su efecto en el análisis era casi nulo, ya que los estudios utilizaron los elementos como una sumativa, resultando además indefinidos.
Según Kroeber (ibidem: 5-6), el punto problemático en la delimitación espacial de las culturas, era el de las fronteras, ya que “donde la influencia del clímax de dos culturas -o lugar de encuentro- muestra una igualdad de fuerzas es donde se debe dibujar la línea, si los bordes tienen que indicarse de alguna manera. Sin embargo, es justo ahí donde a menudo las diferencias son ligeras”. Ya desde entonces, Kroeber se daba cuenta de que las fronteras muestran -entre sus características- que, en ellas o en sus bordes, la gente mantenga muchos rasgos comunes y, que muchas veces tengan más en común los habitantes de las zonas de borde que confluyen, que los contextos mayores que comparten cada uno por separado y, que en la práctica tienen con sus respectivos puntos focales. Esta situación acontece también en la naturaleza, donde las regiones florísticas y faunísticas, o los límites entre ecosistemas, no se cortan abruptamente para dar paso a la siguiente y para manejar esta situación los ecólogos utilizan el concepto de ecotono,7 que no existía en la época de la discusión inicial sobre fronteras.
En el año de 1916, Edward Sapir en su Times Perspective discutía las áreas culturales todavía de una manera general y, en 1917 Clark Wissler (1922) codificó las áreas para Norteamérica también sobre bases de uso común,8 mismas que aparecen como estáticas y constituidas por partes separadas. Estas siguieron más o menos el mismo esquema, aunque Kroeber (1936:4) aducía que “la clasificación por áreas culturales se mantenía casi estática y separada”. En lugar de considerar y discutir la cuestión de lo que posteriormente se denominó “climax cultural”, que partía del problema expuesto por Boas sobre el auge y, que de alguna manera disminuía importancia al concepto de área cultural.
Desde sus orígenes, el concepto de área cultural se estableció relacionado estrechamente, pero no dependiente, del concepto eminentemente geográfico de áreas naturales; sin embargo, desde un principio se estableció que lo anterior no significaba una determinación del ambiente sobre la cultura. Así como Wissler (citado en Kroeber, 1936:6) anotaba: “el ambiente no produce cultura, pero la estabiliza, […] porque en muchos aspectos la cultura se adapta al ambiente”, además el mismo autor (1923) incluye en su “patrón universal” una lista de rubros principales bajo de los que pueden describirse todas las actividades de cualquier grupo humano: rasgos materiales, lengua, arte, mitología y ciencia, religión, familia y sistema social, propiedad e intercambio, gobierno y guerra.9
Estas secciones ignoraron un punto importante: que la cultura parece ocurrir en la naturaleza en forma holística,10 que aún cuando ésta puede ser estudiada como una totalidad, no puede entenderse sin considerar otras cuestiones, como por ejemplo, los conjuntos de elementos interrelacionados, sus campos interactuantes y las fuerzas que los cohesionan y a la vez los separan. El concepto de holístico como una concepción distinta del concepto de totalidad, fue puesto a discusión desde 1926, y permitió generar el concepto de ecosistema, también incipiente en la época. Importa señalar que en sus inicios, el concepto de área cultural no fue pensado como una herramienta metodológica que sirviese para estudiar a las culturas como organizadas en sistemas dinámicos, además de que en estos inicios tampoco era un concepto evolutivo.
En el volumen Cultural and Natural Areas of Native North America, escrito en el año de 1931 y publicado por vez primera en 1936, Alfred L. Kroeber (1936:1) anotaba que su estudio sobre estas culturas nativas tenía los objetivos de revisar las relaciones ambientales de éstas y, el de examinar las relaciones históricas de las áreas culturales, a las que definió como: “unidades geográficas de culturas”. Kroeber también aclaraba que su estudio no pretendía explicar “las causas de la cultura en el ambiente. Aunque es cierto que las culturas están enraizadas en la naturaleza y de alguna manera nunca pueden ser comprendidas completamente sino es con referencia a la naturaleza donde ocurren [dado que] las causas inmediatas de un fenómeno cultural son otros fenómenos culturales”. Volviendo a las áreas culturales, para Kroeber, “El concepto de área cultural es un medio para lograr un fin, pero no es un fin en si mismo y, permite la comprensión de los procesos culturales como tales, o la comprensión de los eventos históricos de la cultura”.
En el año de 1939, el Comité Internacional para el Estudio de Distribuciones Culturales en América, creado por el XXVII Congreso Internacional de Americanistas, que por cierto tuvo lugar en México, se involucra en la cuestión de establecer y discutir las áreas y superáreas culturales propuestas para el continente americano. Tienen una proposición, que incluye el considerar la discusión a través de establecer tres grandes grupos de distribución de rasgos culturales: 1) elementos exclusivos del área, 2) elementos comunes del área y de otras superáreas culturales de América y, 3) elementos que se significan por su ausencia en el área.
Estas tres líneas establecidas por el comité, van a dar paso al surgimiento del concepto de Mesoamérica, que en este momento parecería estar cercanamente relacionado con el pensamiento difusionista alemán de Paul Kirchhoff, como lo proponen Vázquez y Rustch (1997) en un reciente artículo. De todas formas, habría que analizar y discutir con mayor detalle la articulación y el impacto que los cuestionamientos filosóficos y políticos del autor -expresados por Vázquez y Rustch- tuvieron sobre la concepción misma del concepto de Mesoamérica y, también de su aceptación y/o aplicación a distintos estudios, por los antropólogos mexicanos de la época. Por otra parte, parece que el concepto de Mesoamérica es heurístico y no corresponde de manera necesaria con las concepciones de una corriente teórica específica, razón por la que su uso en distintas corrientes se facilitó.
El concepto de Mesoamérica hubiese requerido para su conformación de la participación de un grupo interdisciplinario de estudiosos de la antropología; sin embargo, en el momento de su generación inicial, incluyó principalmente los conocimientos arqueológicos, etnohistóricos y lingüísticos del momento, dejando en un lugar periférico a los etnólogos, antropólogos físicos y antropólogos sociales.11 Por su propia conformación, desde el conocimiento manejado por Paul Kirchhoff en esos momentos, el concepto va a estar elaborado para ser aplicado primordialmente a la arqueología y a la etnohistoria de comienzos de la época Novohispana. Por otra parte, los materiales que constituyeron originalmente el concepto de Mesoamérica, pertenecen básicamente a las sociedades del Altiplano Central mexicano y a su distribución espacial durante el siglo XVI.
La Mesoamérica propuesta por Kirchhoff
En el año de 1943, aparece en el volumen I del Acta Americana12 un artículo escrito por Paul Kirchhoff sobre los límites geográficos, la composición étnica y las características culturales de una división territorial a la que denominará Mesoamérica. Este artículo fue reproducido en 1966 en inglés13 y, para los años de 1960 y 1967 se reeditó nuevamente en español. El concepto, desde su difusión en México, parece haber tenido aceptación, a pesar de las palabras -tal vez poco acertadas- del propio autor expresando que: “mientras que muchos han aceptado el concepto “Mesoamérica”, ninguno, que yo sepa, lo ha hecho objeto de una crítica constructiva o lo ha aplicado o desarrollado sistemáticamente”.14
Por nuestra parte, podemos agregar que Kirchhoff al cuestionar lo anterior, estaba ignoraba el hecho de que el concepto de Mesoamérica fuese el resultado de una historia intelectual, que tuvo sus antecedentes inmediatos en el concepto de área cultural15 y, que también estaba haciendo a un lado las opiniones y respuestas académicas de Pedro Armillas y demás antropólogos, que habían iniciado por lo menos desde 1948. En este punto podría establecerse, con mayor información, si el concepto de la Mesoamérica kirchhoffniana pudiese o no explicarse por separado del concepto de la Mesoamérica de los evolucionistas culturales;16 sin embargo, dejamos esta discusión para mejor ocasión.
Los conceptos de área cultural, como el de Mesoamérica, fueron aceptados por gran parte de los estudiosos de la arqueología, etnohistoria y de la antropología en general, pero también se fueron modificando paulatinamente, a veces en forma ecléctica. Tal vez valdría la pena decir que el concepto mismo evolucionó,17 por lo menos para algunos autores, al punto que podemos proponer que en los escritos actuales existen, o probablemente coexisten, varios conceptos de área cultural y también varios conceptos de Mesoamérica, que muestran preocupaciones y aplicaciones prácticas y teóricas distintas.
El concepto de área cultural se inició desde una aplicación de las áreas culturales denominadas “primitivas”, hacia las consideradas como complejas, como fue el caso de las clasificadas como “altas culturas” del continente, particularmente Mesoamérica y el área andina. Esta primera concepción de área cultural la definía prácticamente como una mera división territorial, con un contenido cultural homogéneo, que estaba basado en rasgos. Aunque el concepto fue aplicado en un principio por los estudiosos de la arqueología y la etnohistoria, su discusión requirió de más tiempo, debido a la naturaleza de su conformación; el concepto no podía discutirse sin contar con un bagaje de información amplia, pero que al mismo tiempo fuese específica y, que siguiera el rastro18 temporal, de los rasgos culturales19 propuestos por Kirchhoff como exclusivos al área, para que posteriormente pudiesen compararse con los rasgos culturales de otros lugares y se viera su capacidad explicativa.
La preocupación expresada por el antropólogo alemán en el párrafo citado anteriormente, muestra que el concepto de Mesoamérica puesto en la década de los cuarenta a la discusión académica, estaba aún en una fase eminentemente teórica y el mismo Kirchhoff acepta 20 años más tarde -en la introducción a la tercera edición- que: “Falta, en fin, la profundidad histórica que la orientación misma de este trabajo implica, esto es, la aplicación de los mismos principios a épocas anteriores, retrocediendo paso a paso hasta la formación misma de la civilización mesoamericana”. Este concepto de Mesoamérica, fue leído, aceptado y utilizado en sus inicios sin mucha discusión por los estudiosos de la antropología,20 por historiadores, por los científicos sociales en general y, en estos tiempos tan aciagos como los actuales, por políticos que tratan de mostrar su erudición y conocimiento de la historia nacional.
Cuando Paul Kirchhoff (introducción, 1967), con apoyo de sus discípulos y colaboradores,21 generó el concepto, éste era una propuesta teórica22 que identificaba elementos recurrentes y que pretendía explicar “lo que tenían en común los pueblos y las culturas de un determinado lugar del continente americano y, lo que los separaba de los demás”. Mesoamérica era un concepto que se proponía iniciar una discusión, en la que la información factual debía jugar un papel básico como delineador del concepto, que lo llevara a aplicaciones con mayor profundidad histórica que aquellas que habían sido establecidas para el momento preciso de la conquista y, que tenía que elaborar una explicación sobre la “flexibilidad o movilidad” de las fronteras en cada momento histórico, sin ignorar las relaciones con otras áreas culturales.
El concepto inicial de Mesoamérica debe considerarse como heurístico,23 cuyas finalidades incluían -entre otras- las de explicar y permitir la comparación intercultural; sin embargo, es importante recalcar que en el momento de su primera exposición a la palestra pública, aparece como un concepto sincrónico, que al menos en teoría tenía el potencial para volverse diacrónico en el momento en que la información obtenida con su aplicación a distintos casos así lo permitiese. Es decir, el conjunto de rasgos culturales presentado por Kirchhoff a discusión podrían seguirse en el tiempo. Además de sincrónico, estaba sujeto a una temporalidad específica, pero dejaba abierta la posibilidad de llevar a cabo su seguimiento -individualmente o en grupo- a través del tiempo y, también la de ver de qué manera estos rasgos se dan en lugares distintos, considerando además, que como consecuencia de procesos como el de difusión, los rasgos culturales no se mueven en línea recta sino en una especie de zigzag.24
Componentes del concepto kirchhofiano Mesoamérica
La división biogeográfica del continente
Como anteriormente expresamos, la división geomorfológica del continente condujo a su subdivisión -para fines de estudio- en tres grandes zonas biogeográficas: Norteamérica, Sudamérica y América Media (Middle America). Desde este punto de vista, resultó factible incluir en la discusión algunas cuestiones tecnológicas y económicas fundamentales, relacionadas con el modo de obtener alimento,25 que permitiesen agrupar a las culturas americanas prehispánicas en cinco grandes zonas: 1) recolectores, cazadores y pescadores de Norteamérica, 2) cultivadores inferiores de Norteamérica, 3) cultivadores superiores (”altas culturas”), 4) cultivadores inferiores de Sudamérica y, 5) recolectores y cazadores de Sudamérica.
En esta división privilegia a la agricultura como indicador de cultura, y muestra una dualidad entre la ubicación del grupo y la forma de alimentación, elementos que al relacionarse pueden aparecer como determinados ambientalmente. Es decir, subyace en esta interpretación binomial, la vieja cuestión de la determinación ambiental de la cultura, que pensamos había sido superada ampliamente. Por otra parte, la ubicación de un grupo humano en un territorio puede, de alguna forma, relacionarse con cuestiones biogeográficas y la alimentación, a su vez, se asocia con la tecnología y, con algunos elementos materiales de la cultura. Sin embargo, la dualidad establecida de antemano resulta, de alguna manera, simplista y lineal.
Composición étnica
Dentro del esquema propuesto por Paul Kirchhoff, ocupa un importante lugar el aspecto de la composición étnica, que de acuerdo con su propuesta queda sujeta, o si se quiere relacionada, con la lengua hablada por los distintos grupos. Paul Kirchhoff (1967:3-5), establece al respecto varias hipótesis que requieren de un análisis y comentarios especializados y, que sólo enlistamos en este escrito:
• Las familias maya, zoque, totonaca, tarasca, cuitlateca, etcétera radican desde mucho tiempo en el territorio ocupado por el conjunto cultural Mesoamérica y “tal vez hayan desempeñado un papel importante en el proceso mismo de su formación…” (ibidem: 4).
• Las familias otomí, chocho-popoloca, chorotega y tal vez mixteca, no parecen haber tenido un arraigo igualmente profundo ni igualmente importante en la formación de Mesoamérica y parece que entraron en su órbita cuando ya existía como conjunto cultural. Existen tradiciones históricas de migraciones comunes en todas ellas.
• Las familias tlapaneca-subtiaba y tequisisteca no desempeñaron un papel importante en la historia de Mesoamérica o fueron inmigrantes relativamente recientes, cuando ésta ya se encontraba formada.
Límites geográficos y fronteras
El problema de la definición de las fronteras es fundamental, especialmente en la dimensión diacrónica, donde el estudio de los rasgos culturales presenta el problema de que éstos puedan quedar diluidos, como consecuencia de la carencia de información factual, o de la distancia entre los núcleos de las distintas áreas culturales. Paul Kirchhoff propuso desde un inicio que las fronteras del área cultural mesoamericana en sentido sincrónico presentaban las siguientes características:
• La frontera norte se distingue de la frontera sur por tener un grado mayor de movilidad e inseguridad (procesos hacia el sur de expansión-retracción).
• En el norte Mesoamérica colindaba con zonas menores de cultivadores inferiores (Sinaloa y costa del Golfo) y, sobre todo con grupos de cazadores-recolectores. Éste es tal vez uno de los componentes del concepto que más polémica ha generado, especialmente en los últimos años con los descubrimientos arqueológicos del norte de México y el sur de Estados Unidos.
• En el sur colindaba con cultivadores inferiores (jicaque, paya, sumo, misquito).
• El interior del territorio mesoamericano no presenta homogeneidad en términos de cultura y, algunas zonas interiores de Mesoamérica, junto con sus fronteras, coexisten grupos con un nivel cultural que en términos de complejidad política y administrativa son más bajos.
Rasgos culturales
Para Kirchhoff (1967:5) el concepto de rasgo es sinónimo del concepto de elemento; éstos son expresados en el texto como independientes uno de otro, lo que da simplicidad a su caracterización dentro de las áreas clasificadas como de “alta cultura”. Basándose en la propuesta del Comité Internacional para el Estudio de Distribuciones Culturales en América, Kirchhoff va a dividir los rasgos o elementos culturales en tres categorías: aquellos que son típicamente mesoamericanos, los que se encuentran en Mesoamérica y en otras superáreas culturales de América y aquellos otros rasgos que están ausentes en Mesoamérica.
La propuesta incluye 44 rasgos culturales, que son típicamente mesoamericanos y, que a su vez, vistos con una concepción de sistemas que es distinta de la original, pueden reorganizarse y subdividirse en diez grupos, que corresponden a la vida y ámbito de lo material en la cultura, a pesar de que cuentan con mayor número los rasgos que corresponden a las creencias, los rituales religiosos y la guerra, como puede observarse en la lista. Los rasgos relacionados con la agricultura han sido considerados como fundamentales por numerosos autores, que los han discutido y manejado para establecer el modo de vida de las sociedades prehispánicas; sin embargo, como se observa en la siguiente sección, por si mismos no son tan explicativos como puede suponerse.
Estos rasgos pueden analizarse de manera individual, como punto de partida; sin embargo, para que sean explicativos requieren de un análisis de conjunto; es decir, podemos elaborar conjuntos o constelaciones de rasgos de acuerdo con los intereses específicos de las investigaciones, de sus problemas centrales, o de la posibilidad real de obtención de información sobre ellos. Además, por lo menos teóricamente podemos tratar de rastrearlos a través del tiempo y de compararlos tanto sincrónica como diacrónicamente.
Elementos típicamente mesoamericanos
Como una manera de entender la propuesta de Kirchhoff y analizarla, se muestran al lector los 44 rasgos culturales que han sido reorganizados en diez rubros o categorías básicas, establecidas de acuerdo con las características o de los usos obvios de cada uno de ellos, y que pretenden poner a discusión la manera en qué conjuntos de rasgos, además de aislados, también pueden funcionar en una relación mutua y dinámica. El análisis de ellos puede ser sincrónico o diacrónico en un momento dado, o pueden combinarse ambos, dependiendo del interés del que los aplica en alguna investigación o estudio particular y sus propios objetivos.
Agricultura
1. bastón plantador (coa)
2. construcción de huertas ganando terreno a los lagos (¿chinampas y camellones?)
3. cultivo de chía y su uso para bebida y para aceite de dar lustre a pinturas
4. cultivo de maguey para aguamiel, arrope, pulque y papel
5. cultivo de cacao
6. molienda del maíz cocido con ceniza o cal
Tecnología y organización de guerra
7. balas de barro para cerbatanas
8. pulimento de la obsidiana
9. espadas de palo con hojas de pedernal u obsidiana en los bordes (macuáuitl)
10. corseletes estofados de algodón (ichcauipilli)
11. escudos con dos manijas
12. órdenes militares (caballeros águilas y tigres)
13. guerras para conseguir víctimas que sacrificar
Cuidado personal, vestido, calzado y adorno
14. bezotes y otras chucherías de barro
15. espejos de pirita
16. uso de pelo de conejo para decorar tejidos
17. turbantes
18. sandalias con talones
19. vestidos completos de una pieza para guerreros
Arquitectura urbana
20. pirámides escalonadas
21. pisos de estuco
22. patios con anillos para el juego de pelota
Registros y escritura
23. escritura jeroglífica
24. signos para números y valor relativo de éstos según la posición
25. libros plegados con estilo biombo
26. anales históricos
27. mapas
Calendario
28. año de 18 meses de 20 días más 5 adicionales
29. combinación de 20 signos y 13 números para formar un período de 260 días
30. combinación de los dos períodos anteriores para formar un ciclo de 52 años
Celebraciones
31. fiestas al final de ciertos períodos
Creencias y ritual religioso
32. días de buen o mal agüero
33. uso ritual del papel y hule
34. sacrificio de codornices
35. ciertas formas de sacrificio humano (quemar hombres vivos, bailar usando como vestido la piel de la víctima)
36. ciertas formas de autosacrificio (sacarse sangre de la lengua, orejas, piernas, órganos sexuales)
37. juego del volador
38. 13 como número ritual
39. una serie de deidades (Tláloc, por ejemplo)
40. concepto de varios ultramundos y de un viaje difícil a ellos
Costumbres
41. personas llamadas según el día de su nacimiento
42. beber el agua en que se lavó el pariente muerto
Mercado
43. mercados especializados o subdivididos según especialidades
44. mercaderes que son a la vez espías
Nuevas propuestas al concepto
Este concepto inicial de Mesoamérica resulta, de hecho, muy distinto del subsecuente, que se genera en la práctica, evidentemente, a partir de la acumulación de conocimiento. En arqueología resultó fundamental la figura de Pedro Armillas, quien desde muy temprano inicia la discusión con Kirchhoff a partir de la cuestión de las fronteras mesoamericanas; por ejemplo, en el año de 1951 Pedro Armillas (vol. 96, 1951:77-86) publicaba un artículo referente a las fortificaciones mesoamericanas, donde explicitaba que utilizaba el concepto de área cultural propuesto por Kroeber (ibidem: 77), aceptando con modificaciones el concepto de Mesoamérica propuesto por Kirchhoff.26
Sin embargo, el arqueólogo español cuestionaba la extensión de las fronteras norte y sur que Paul Kirchohoff había propuesto basándose en la situación existente en el momento del descubrimiento del continente. Desde el punto de vista arqueológico y considerando el período prehispánico, Armillas (idem) pensaba que Mesoamérica comprendía “la región limitada a grandes rasgos por las líneas que corren de la desembocadura del río Pánuco a la del río Grande de Santiago, al norte; y de la desembocadura del río Ulúa a la del río Lempa al sur”.
Como se expresó anteriormente, los recientes descubrimientos arqueológicos en las fronteras y en especial en el norte de México, han cuestionado a los investigadores. Con el tiempo, las fronteras y la cuestión de la complejidad se han vuelto zonas de conflicto académico -en apariencia muy álgidas-. Sin embargo, aspectos de esta dificultad radican en seguir analizando las partes per se, en la diversidad de rasgos con distintos orígenes culturales y sus superposiciones en espacios compartidos, para diferentes momentos temporales. Estas zonas de confluencia muestran rasgos culturales que pueden ser identificados como mesoamericanos, rasgos que son propios y rasgos nuevos, que no aparecen en otros lugares, lo que dificulta su interpretación.
Respecto a la relación de los grupos humanos y sus culturas, con sus límites geográficos, podemos considerar, en primer lugar que la antropología americana ha establecido desde muy temprano que en las sociedades humanas el ambiente juega un papel que tal vez en situaciones extremas pueda ser limitante, pero que nunca es determinante. Es decir, las características geográficas, los componentes bióticos y abióticos del ecosistema, o las condiciones específicas del ambiente local en que se mueve un grupo humano, nos dan un contexto importante para explicarla; pero es la cultura creada por el grupo la que le permite adaptarse exitosamente a éste. Esta relación de experiencia y conocimiento acumulado hacen permisible la adaptación social, entre el hombre y su ambiente, genera que los estudiosos busquen distintas maneras de relacionar los factores de ambiente, alimentación y tecnología.27
Más tarde, con la aparición de los trabajos interdisciplinarios realizados en Tehuacán,28 Oaxaca29 y el valle de México;30 que fueron fundamentales en etnología, se dan a conocer las primeras propuestas de Angel Palerm31 y de Eric Wolf,32 donde las áreas son vistas como unidades funcionales estructuradas, interrelacionadas entre sí, formadas por grandes conjuntos sociales, donde es elemental entender la relación de las partes con el todo. Es decir, “hay que tener un concepto de “área” como algo distinto de la mera “suma de partes” o de caracteres de los cuales tradicionalmente las diversas disciplinas se han venido ocupando por separado” (Steward, 1992:126). En esta concepción, la cuestión de lo holístico es fundamental para entender la dinámica del concepto.
Los distintos tipos de muestreo33 y de establecer fechas y cronologías en arqueología34 se han sofisticado cada vez más; en la actualidad se cuenta con sistemas que pueden aplicarse al estudio de rasgos aislados, o de un conjunto de éstos. Por la dificultad de la investigación documental, el avance puede verse poco obvio, o poco evidente en los estudios etnohistóricos, pero esto no significa que no exista. Además, hay que considerar que el concepto Mesoamérica basado en rasgos culturales puede verse como poco útil en la medida en que la distancia temporal se amplía, y tanto los artefactos como los rasgos culturales considerados como unidades de análisis parecen diluirse.
Por otra parte, hay que considerar el problema que se abre al investigador con la variación en el material encontrado; misma que ha sido considerada como “una de las fuentes mayores de información disponible para un arqueólogo” y, podría añadirse, que lo es también para un etnohistoriador o un antropólogo en general (Struever, 1969:2, citado en Flannery, 1976:6). Sin embargo, el problema en el concepto de área cultural ha sido visto, en gran parte, como una cuestión de delimitación de fronteras, especialmente si consideramos que éstas no son rígidas, que se van modificando a través del tiempo, y que se definen en relación con otras áreas culturales; además, de que no disponemos de información factual de una manera exhaustiva.
El paso del tiempo y la aplicación continua de alguna de las concepciones del concepto Mesoamérica nos ha enseñado que los rasgos culturales no funcionan como elementos explicativos si se toman aisladamente; ya que éstos son expresiones de unidades complejas y relacionadas entre sí, que forman un conjunto dinámico, interactuante, de gran complejidad. Por ejemplo, tomaremos para discutir los rasgos relativos a la agricultura que se establecieron inicialmente, y que en el caso exclusivo de Mesoamérica fueron: 1) el uso del bastón plantador (coa), 2) la construcción de huertas ganando terreno a los lagos (chinampas y camellones), 3) el cultivo de chía y su uso para bebida y para aceite de dar lustre a pinturas, 4) el cultivo de maguey para aguamiel, arrope, pulque y papel, 5) el cultivo de cacao, y 6) la molienda del maíz cocido con ceniza o cal.
A éstos podemos agregarles los rasgos agrícolas que fueron compartidos en Mesoamérica con las otras áreas culturales (sureste y suroeste de Norteamérica, área Chibcha, Andes y/o Amazonia), a saber: 1) plantas cultivadas: maíz, frijol, calabaza, batata, algodón, yuca dulce, chile, piña, aguacate, papaya, zapote y ciruela amarilla (Spondia); 2) cuestiones relacionadas con la agricultura: actividad de cultivo en manos de los varones y la construcción de terrazas.
Esta propuesta, en su conjunto, permite observar una agricultura mucho más compleja que la que se observa cuando solamente se consideran los rasgos por separado; aunque, por otra parte, dicha separación pueda permitir el seguimiento cronológico de un rasgo en particular. En el caso de las plantas cultivadas, la presencia o ausencia de muchas depende también de la amplitud del rango climático que cada una de ellas posee en términos biológicos y ambientales, y no exclusivamente de la actividad agrícola del hombre y de su cultura.
La propuesta de Kirchhoff no incluye por supuesto muchas otras cuestiones, por ejemplo los sistemas agrícolas de tumba, roza y quema y el de huertos, o el callmil, la presencia de monocultivos y/o policultivos, las combinaciones de plantas, los abonos naturales, la rotación de cultivos, la fabricación de almácigos, las prácticas de cultivo, los calendarios agrícolas, o la diversidad de la vegetación cultivada; sin embargo, sienta las bases para una discusión inicial que poco a poco conducirá a los estudios más complejos en relación con esta importante actividad humana.
Estudiados por separado, en forma sincrónica, los rasgos no muestran la diversidad de sistemas que incluían al combinarse en distintas maneras, lugares y épocas; tampoco se entendían sin la dirección socioeconómica, ni su complejidad dentro del contexto global de la agricultura prehispánica. Por ejemplo, si se considera de manera aislada la tecnología -como la coa por ejemplo- resulta que la agricultura mesoamericana fue muy simple y no explica cuestiones como, por ejemplo, la intensificación agrícola, los excedentes en la producción, el mercado, las densidades de población que se han calculado para el área en cuestión, el urbanismo o el nacimiento del Estado. Además, se incluirían aquí rasgos fundamentales como la existencia de un calendario especializado en las cuestiones agrícolas, o con las fiestas y ceremonias relacionadas con las actividades de siembra y cosecha.
Sin embargo, hay que considerar que aunque cada rasgo cultural en sí mismo puede parecer muy simple, la complejidad de la cultura se da en un nivel de sistemas que es holístico,35 a partir del funcionamiento de todo el conjunto de rasgos, y de su interrelación tanto con el ambiente como con la sociedad y la cultura. Por otra parte, poco sabemos acerca del conjunto lógico y filosófico que conectaba y/o permeaba la cultura material de estas sociedades, ya que los rasgos culturales establecidos por Kirchhoff corresponden a elementos que sobrevivieron al impacto de la guerra, la conquista y muchos de ellos son los aspectos materiales de algo que contenía mayor profundidad.
Así, regresando al ejemplo, encontramos que coexisten varios sistemas agrícolas de origen antiguo en una misma región, en una misma área o en un mismo asentamiento poblacional, y, algunos conforman sistemas aparentemente más simples que otros, aunque todos funcionan con una combinación similar de componentes tecnológicos, los sistemas tienen diferentes adaptaciones a distintas condiciones ambientales. Además, aunque puede asumirse que la agricultura mesoamericana se basó en el cultivo de maíz, frijol, calabaza, chile y amaranto, estas plantas crecieron en distintas proporciones y tuvieron distintas variedades en distintas zonas ecológicas; existieron también otras plantas que, por sus características genéticas y su estrecho rango vegetativo, fueron específicas de ciertas regiones, como por ejemplo con el cacao y el algodón.
Más aún, había plantas que se distinguen por tener funciones múltiples, que integraban a los sistemas agrícolas como parte de éstos y a la vez contribuían a la vida de los campesinos proporcionándoles bebidas, frutos, medicinas, madera, leña, materiales para el techado o bardado de casas, material para la elaboración de utensilios domésticos, como es el caso de varios frutales nativos (aguacate, ciruela amarilla, capulín, chabacano), del tule, el otate y del maguey.
Por ejemplo, sincrónicamente encontramos que a la llegada de los españoles a tierras americanas, existían varios tipos de sistemas agrícolas practicados por un mismo grupo étnico y una misma cultura. Éstos eran unos sistemas de secano, otros de humedad y otros de riego. El papel de los ambientes específicos (microambientes) ha sido fundamental en la explicación de qué y cómo se cultivaba estas diferentes zonas y con qué manejos. Acerca de la agricultura intensiva del valle de México sabemos que estaba basada en policultivos (chinampas, huertos), que tenía sistemas agrícolas para productos especiales (campos irrigados cultivados con chía en las tierras templadas), o que comerciaban con la gente de las zonas tropicales (campos drenados con huertos sembrados con cacao y/o algodón) para complementar los productos necesarios en su vida cotidiana.
Algunos sistemas agrícolas eran adaptaciones estrictamente locales, varios de ellos para productos de autoconsumo (que podían o no contar con regadío, que se trabajaban con la coa, que podían o no tener bordos protegidos con magueyes o con frutales, que usaban abonos y almácigos, que podían o no tener divisiones o secciones destinadas a los terrenos en descanso) y, a los sistemas de cultivo de maíz de temporal (terrazas, roza, tumba y quema). Desde muy temprano en la secuencia cultural de Tehuacán encontramos “un desarrollo simbiótico de la cultura y la agricultura”,36 que incluía el uso diferenciado y especializado de distintas zonas ecológicas, de diferentes plantas cultivadas y con distintos manejos agrícolas.
El hacha de piedra, la cuchara con pértiga larga, la pértiga para cortar frutos de árboles altos y la coa eran herramientas agrícolas utilizadas por el campesino mesoamericano; existían varios tipos de coas, que se modifican con el contacto europeo que al agregársele metal reforzó la sección punzante. El hacha de piedra fue rápidamente sustituida por instrumentos de metal que contaban con mejor filo y resultaban más eficientes para cortar árboles y malezas y la pértiga con cuchara subsiste todavía en la zona chinampera del valle de México.
La coa subsiste hasta nuestros días, especialmente en lugares y/o terrenos donde por las características e inclinación del suelo, el uso de animales para arar y/o tractores es prácticamente imposible. Este elemento aislado puede provocar la inferencia de que la agricultura mesoamericana era simple, o primitiva, o tecnológicamente atrasada; sin embargo, una deducción como ésta, por si sola, es incapaz de explicar el comercio, la sobreproducción agrícola, o el surgimiento del urbanismo y del Estado.
En un análisis diacrónico, las constelaciones, los conjuntos y/o combinaciones de rasgos culturales se complican, independientemente de que existan distintas concepciones de antropología. En primer lugar, la antropología que parte de una concepción evolutiva que es dinámica -y al menos que está interesada en el cambio sociocultural- conduce a la búsqueda de otras unidades de análisis de carácter y/o perspectiva regional, que poseen una mayor complejidad que el mero tratamiento de rasgos aislados,37 una concepción que permita “establecer las bases adecuadas para la comparación de las tendencias generales en el desarrollo cultural, dejando de lado, por lo pronto, los rasgos individuales y las peculiaridades de estilo que con frecuencia suelen ser muy confusos”.38
Consideraciones
El concepto de Mesoamérica forma parte de la historia de la disciplina en Norteamérica y en general, del conocimiento actual de la antropología,39 incluidas sus subdisciplinas y ramas. La historia de los conceptos tiene nombres, los de aquellos que contribuyeron a acumular conocimiento que permitiese la nueva formulación de dichos conceptos y teorías; sin embargo, no está hecha por un nombre en particular. Es en este sentido que, desde este punto de vista, Kirchhoff contribuyó con un enorme grano de arena a conformar el concepto de Mesoamérica y, con ello, al conjunto de ideas e investigaciones que han permitido su aplicación y sus aportaciones al conocimiento de las culturas americanas.
De hecho, como expresamos al inicio de esta ponencia, podemos proponer dos cuestiones al respecto: 1) que el concepto de Mesoamérica ha evolucionado desde uno que se caracteriza por ser sincrónico, hasta otro que es sincrónico y diacrónico o, 2) si no se tiene una visión evolucionista, podría considerarse que tratamos aquí con dos conceptos en esencia distintos, cuyas historias son diferentes, y que poseen tanto una lógica como una naturaleza estructural diferente. A esta propuesta anterior se podrían agregar también otros conceptos de Mesoamérica, uno de ellos geopolítico, otro de naturaleza política y administrativa, ambos conformados por parámetros y aplicaciones de otra naturaleza ajena a la estrictamente académica.40
En el primer caso, consideraríamos que actualmente el concepto ya no resulta tan útil para explicar y comparar los rasgos culturales materiales que son tan pasados, como posteriores al siglo XVI, mismo que tampoco ayuda en la solución del viejo problema de las fronteras con otras áreas y especialmente en distintos momentos. Desde este punto de vista se puede optar por replantearlo, refinarlo, o aún sustituirlo por otro, que también permita estudiar y comparar los sistemas socioculturales; lo que puede resultar un tanto ocioso, es por decreto o por mayoría proponer su eliminación de los conocimientos académicos; además, sin que exista algún otro concepto que le substituya como instrumento intelectual de trabajo.
Varios de los rasgos propuestos por Kirchhoff como típicamente mesoamericanos, aún parecen tener alguna utilidad en el planteamiento de problemas de estudio para esta área cultural. Estos elementos o rasgos, a pesar de enfatizar cuestiones tecnológicas y económicas, han sido fundamentales como punto de partida en la búsqueda arqueológica y etnohistórica de respuestas a las preguntas hechas con respecto a la evolución social de los pueblos que habitan en estas partes del mundo. Además, el concepto está naturalizado americano y como tal ha pasado al acervo antropológico continental y aún trasatlántico, sin las connotaciones de “exoticidad” o de “extrañeza” que tienen otras denominaciones para grandes áreas del mundo.
El concepto en sus orígenes fue creado junto con otros -también macro- para delimitar territorios, mediante rasgos culturales, que aparentemente pueden considerarse como homogéneos. Las distintas concepciones del mundo en el siglo XIX, pueden partir de cuestiones etnocéntricas, como ocurre por ejemplo con conceptos como el de Oriente,41 o con situaciones como la que muestra Martin Bernal,42 que acontecieron con el proceso de “blanqueo” del mundo griego y, con el nacimiento de la dicotomía de conceptos, como acontece con los de “oriente y occidente”, que han separado el mundo en dos bloques aparentemente irreconciliables, que se han “refinado” con la cuestión de los bloques norte y el sur; en ninguno de cuyos casos tenemos fronteras claramente definidas.
La ciencia europea arribó al continente americano con la llegada de los europeos en el siglo XV, y los grupos de intelectuales que la mantuvieron y crecieron eran también de ese origen étnico, ¿por qué pensar entonces que estos grupos iban a conservar, retener y trasmitir el conocimiento nativo? Por otra parte, tenemos que recordar que el nacimiento de la antropología como una disciplina formal ocurrió en la Inglaterra decimonónica, por lo que la historia de conceptos como el de área cultural va necesariamente a estar ligado con interrogantes surgidas de ahí mismo, o mediante las discusiones y polémicas generadas con pensadores de algún otro país europeo como Francia y Alemania.
De hecho, podría decirse lo mismo de otros conceptos relevantes a la interpretación antropológica; por ejemplo, Pedro Armillas, en el prólogo a la obra de William T. Sanders y B. Price (1968), opina del concepto de civilización que, aunque éste fue iniciado con la aparición del libro de Lewis H. Morgan sobre las sociedades antiguas, donde colocaba el inicio de la civilización en la escritura, seguido por el trabajo de F. Engels, quien derivó su sentido tecnológico del análisis de las sociedades clásicas mediterráneas de la antigüedad, ambas propuestas representan avances para la comprensión de desarrollo civilizatorio. Armillas (1968:ix) dice:
Ha sido cada vez más evidente que el proceso de crecimiento de la civilización debe ser reenfocado a la luz de las experiencias nativas americanas. Parece adecuado recordar al lector que el concepto de civilización fue originalmente definido por referencia al Viejo Mundo. En su forma moderna la teoría de la evolución cultural descansa fundamentalmente en los análisis de formulaciones inductivas sobre el proceso de cambio, establecidas sobre las bases de las secuencias reveladas por el testimonio de la espada. V. Gordon Childe fue pionero en este enfoque cuando reconsideró el concepto de civilización a la luz de los materiales arqueológicos pertenecientes a los desarrollos antiguos en Mesopotamia y Egipto.
Es decir, los conceptos tienen su propia historia; sin embargo, si vamos a considerar que el origen de un concepto puede ser por si mismo un estigma, estaremos tomando posiciones rígidas, donde los conceptos pueden ser enjuiciados, -o estigmatizados-, condenados a muerte y tal vez hasta “fusilados” o, por lo menos “encarcelados”. Esto puede conducirnos a un callejón sin salida, a una especie de “fundamentalismo cientificista” y, además, una cosificación de los conceptos que poco puede aportar al conocimiento y a sus procesos acumulativos. La cosificación es resultado poco útil, sin flexibilidad para manejar abstracciones y modelos, como los de áreas, de las cuales por cierto existe una variedad tan grande como problemas de investigación podamos considerar dentro de la interdisciplina.43
A pesar de todo lo que pueda decirse, el hecho es que el concepto de Mesoamérica ha sido comprendido de distintas maneras, y ha sido también probado y aplicado por numerosos estudiosos de las cuestiones mexicanas, con resultados que cubren un amplio rango que abarca desde el particularismo sincrónico, hasta una concepción diacrónica y dinámica. Como ya lo expresaba Pedro Armillas (vol.1, 1991:143), en 1948, al hablar sobre la comprensión de la naturaleza de las civilizaciones indígenas americanas: “éstas tienen que concebirse como una totalidad para ello es necesario, como lo indicara el doctor Steward (1955) en su trabajo, establecer las bases adecuadas para la comparación de las tendencias generales en el desarrollo cultural, dejando de lado, por lo pronto, los rasgos individuales y las peculiaridades de estilo que con frecuencia suelen ser muy confusos”.
Con lo anterior, no quiero decir que la discusión sea estéril, sino que tiene que hacerse desde un punto de vista que sea reflexivo y no condenatorio. Por ejemplo, Sanders y Price (1968:7) en su clásico libro Mesoamérica. The Evolution of a Civilization, expresan que los rasgos culturales del área poseen en muchos casos un gran significado diagnóstico, que éstos permiten clasificar las culturas como unidad. Sanders y Price aducen que, siguiendo a Kroeber (1947), en su definición del área cultural se agregan las características geográficas con las peculiaridades de los componentes culturales, ya que parece existir una relación entre ellas. En la introducción los autores del volumen definen el área de la siguiente manera:
En este libro nos enfocaremos principalmente al desarrollo de uno de estos dos centros de civilizaciones nativas del Nuevo Mundo, el área a la que los antropólogos del siglo XX se refieren principalmente como Mesoamérica. Geográficamente incluye en México desde el drenaje del Pánuco-Lerma, Guatemala, El Salvador, Honduras Británicas y Honduras occidental hasta un límite aproximado que se forma por el río Ulúa y el lago Yojoa. El área tiene una enorme variabilidad geográfica. En el momento de la conquista estaba ocupada por un gran número de grupos étnicos y lingüísticos, y había un sorprendente regionalismo en las características culturales; además, a pesar de la diversidad, todos estos grupos que la componían participaban de una única gran tradición. Considerada estrictamente sincrónica, como fenómeno constituye un área cultural. Diacrónicamente, usaremos el término “co-tradición” (Benett 1948; Armillas 1948).
Los problemas en el estudio de secuencias de la evolución sociocultural han sido anotados por numerosos arqueólogos; por ejemplo, Richard MacNeish (1967:307) en su capítulo donde resume las cuestiones de la subsistencia y el ambiente, que se encuentra en el primer volumen del Proyecto de Prehistoria de Tehuacán, expresa lo siguiente:
En su mayoría, otras secuencias arqueológicas para Mesoamérica no son tan completas como la de Tehuacán, no han recuperado suficientes restos de comida que permitan reconstruir los cambios en la subsistencia. A pesar de esto, cuando uno los mira desde un punto de vista no demasiado crítico, se evidencian algunas tendencias; ciertamente, hay una dirigida al incremento y mejoramiento paulatino de la comida a través de un más efectivo medio de producción.
Sin embargo, esto no significa que todas las culturas que evolucionaron en la variedad de zonas del área cultural mesoamericana fuesen a través de los mismos específicos desarrollos de subsistencia, o más aún, los mismos estadíos de evolución económica revelados en el valle de Tehuacán. En otras palabras, los aspectos específicos de actividades de subsistencia, preparación de comida y mantenimiento, que cambiaron a través del tiempo en esa específica zona que incluye el valle de Tehuacán, no pueden ser consideradas típicas de toda Mesoamérica; no puede generalizarse que todas las zonas ecológicas mesoamericanas tuvieron el mismo patrón de subsistencia en su evolución.
El concepto de Mesoamérica siempre ha generado amplia discusión, especialmente con los nuevos descubrimientos arqueológicos del norte de México. No podemos ignorar el hecho de que es un concepto heurístico y de ahí su amplia utilización, aunque el significado intrínseco que tiene cambia de un investigador a otro, sigue mostrando utilidad práctica; puede estar en discusión pero sigue siendo un concepto importante en la investigación de problemas sobre áreas.
Retomando las palabras de Armillas (vol.1, 1991:144), quien después de establecer que la investigación de la secuencia cultural mesoamericana adujo que éste requería de una evaluación, de considerar el desequilibrio existente en el tipo de información al respecto, de la necesidad de trabajos estratigráficos para establecer cronologías, de mayores exploraciones y excavaciones en una dirección de análisis de problemas, de una nueva interpretación de las fuentes escritas, tanto crónicas antiguas como informes arqueológicos modernos, expresando lo siguiente:
[el índice cronológico] es tan sólo un medio para alcanzar un objetivo y tengo la impresión de que este hecho suele olvidarse con mucha frecuencia. En el futuro, deberemos dedicar más esfuerzos al estudio de las técnicas básicas y los factores económicos implicados en la formación de cualquier cultura y en los cambios evolutivos que tuvieron lugar dentro de ellas.
Para postular un esquema de desarrollo cultural aplicable a Mesoamérica en la época presente, se necesita, al mismo tiempo de demasiadas inferencias y supuestos; aunque podría suceder que éste, mi intento imperfecto, sirva de algo. Hasta cierto punto debería permitir el establecimiento de comparaciones con otras regiones y también estimular el interés en muchos problemas importantes, tales como la distribución espacial y temporal de los distintos tipos de cultivo, su importancia comparativa en la vida económica, la trascendencia de los cambios en los instrumentos y las implicaciones de los patrones sociales y de asentamiento. Debemos conocer de manera más acabada el entorno espiritual y las condiciones socioeconómicas bajo las cuales evolucionaron estas civilizaciones.
Ha habido también propuestas que sin ser historicistas ni evolucionistas utilizan una concepción sincrónica y diacrónica para el concepto de Mesoamérica. Este es el caso donde se considera al concepto como un modelo que tiene que ser dinámico, que explique procesos en el tiempo y posea elementos diferenciales que apunten tanto a los orígenes como a su proyección. El modelo mesoamericano debe ser comparable al de otras áreas en el nivel de conclusiones sobre procesos y para ello tiene que incluir información ecológica, arqueológica, etnográfica e histórica (Litvak, 1975:84). En este modelo puede considerarse a Mesoamérica como: “un sistema espacial de intercambio, donde cada región componente, además de su dinámica interior, tiene relaciones de este tipo con todas las demás regiones que la conforman, que varían en el tiempo y que presentan entre sí estados de equilibrio siempre cambiantes…” (ibidem: 85).
El modelo de Litvak (ibidem: 84-88), se fundamenta en la interacción entre zonas que originalmente se caracterizan en términos ecológicos, y que interactúan como componentes de una red cuyos mecanismos actúan simultáneamente aunque no sincrónicamente. Los mecanismos pertenecen a tres niveles, uno local, otro regional y un último que es interregional o general. El modelo representa el funcionamiento de una superárea que es estudiada como proceso desde sus orígenes hasta el presente. El agregado de modificaciones no arqueológicas incluye rasgos de la cultura no material y “la definición original de Mesoamérica, no referida ya solamente a artefactos examinables, es recuperada (ibidem: 88).
Para concluir, independientemente de los orígenes difusionistas del concepto de Mesoamérica vista como área cultural, tomaremos las consideraciones de Pedro Carrasco (1990:202), donde aduce que “Mesoamérica fue realmente [un concepto] poco teórico, pero que es algo que tiene utilidad práctica”. Por eso, regresamos a nuestra idea inicial de que es eminentemente heurístico y, por ende, flexible, que permite la comparación intercultural y su utilización tanto sincrónica como diacrónica, si de esta forma es útil a una investigación. De ahí su permanencia a través del tiempo y de los distintos enfoques de los investigadores que lo han utilizado.
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Sobre la autora
Alba González Jácome
Posgrado en Antropología Social, Departamento de Ciencias Sociales y Políticas, Universidad Iberoamericana.
Citas
- Manuel Maldonado Koerdell, “Geohistory and Paleogeography”, Handbook of Middle American Indians, vol. 1, Austin, The University of Texas Press, 1964: 3-32. [↩]
- Manuel Maldonado Koerdell, op.cit., 1964:3-5. Esta área geológica tiene una extensión de unos 2,000 kilómetros de largo y va desde la costa de Sinaloa en México hasta el Chocó en Colombia, constituyendo un puente geológico entre el norte y el sur del continente. La América Media se divide en 12 provincias también geológicas, que son: Sierra Madre Occidental, Altiplano Central, Planicie Costera del Golfo de México, Eje Neovolcánico, Sierra Madre del Sur, Istmo de Tehuantepec, Montañas del noroeste de América Central, volcanes del Salvador y Nicaragua, Planicies costeras del Caribe y del Pacífico, Istmo de Costa Rica-Panamá y Andes Colombianos. [↩]
- Tal vez, sería bueno hablar de Coevolución Social, especialmente si -con el perdón del lector- tomamos prestado como punto de partida el concepto biológico de coevolución, que la define como: “un tipo de evolución de comunidad que envuelve interacciones recíprocas selectivas entre dos grupos mayores de organismos con una relación ecológica cerrada, como las plantas, herbívoros, grandes organismos y sus microorganismos simbióticos o parásitos y los huéspedes (i.e. interacciones evolutivas entre organismos en cuyas clases el intercambio de información genética es mínimo o está ausente). Este préstamo en su sentido más general y amplio, puede ser útil para aplicarlo a los seres humanos y su diversidad étnica, que inventaron distintas culturas y se adaptaron socialmente a distintos ambientes. [↩]
- Alfred L. Kroeber, op.cit., 1936:4. [↩]
- Citada por A. L. Kroeber, op.cit., 1936:4. [↩]
- Llamado por los estudiosos “clímax cultural”, concepto en el que los etnólogos no están de acuerdo o por lo menos no utilizan, ya que tratan en numerosas ocasiones tratan con datos que son atemporales. [↩]
- Denominamos Ecotono a la zona de confluencia entre dos ecosistemas, caracterizada por una mayor diversidad ambiental en términos de las características de cada uno de los ecosistemas que confluyen. Es decir, el ecotono contiene elementos de cada ecosistema fronterizo y elementos propios. [↩]
- Agricultura, textiles, arquitectura, etcétera. En su libro sobre los Indios Americanos, propone diez áreas culturales para Norteamérica, que descansaban en seis áreas de subsistencia. La subsistencia se refería a las bases de la cultura y a algunos aspectos ecológicos. [↩]
- Los antecedentes en esta cuestión provienen de la geografía, ya desde 1895 Otis T. Mason (citado en Kroeber, 1936:6-7) hablaba de “ambientes étnicos”, que incluían elementos geográficos y culturales; este concepto era usado por él mismo como sinónimo de área cultural. [↩]
- Mismas que pueden verse como sistemas, por ejemplo. [↩]
- Esto conduce a otra discusión, que no es objeto de esta ponencia, sobre la comprensión misma de la disciplina y de sí tiene o no distintas ramas y cuáles son; es decir, de cómo se concibe a la antropología y que concepto se maneja de ella. Sin embargo, dejamos esta polémica para otra ocasión y volvemos al contexto de la actual discusión. [↩]
- Paul Kirchhoff, “Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales”, Acta Americana, Vol. I, núm. 1, 1943. [↩]
- Paul Kirchhoff, “Mesoamerica: Its Geographic Limits, Ethnic Composition and Cultural Characteristics”, en John A. Graham (ed.), Ancient Mesiamerica. Selected Readings, Palo Alto, California, A Peek Publication, 1966. Existen reediciones posteriores en los años de 1967, 1968, 1969, 1970, 1971, 1973 y 1974. [↩]
- Paul Kirchhoff, “Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales”, en revista Tlatoani, Suplemento, núm. 3, de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, 3ª.ed., introducción, 1967. [↩]
- Aunque Vázquez y Rustch (1997), sostienen que las tuvo en el difusionismo alemán, lo que no es relevante para los puntos propuestos en esta ponencia y que pueden consultarse más ampliamente en el texto que dichos autores publicaron al respecto. [↩]
- Se considera como evolución específica al proceso de descendencia que se va modificando y, se define como evolución social al camino tomado por una cultura humana determinada a través del tiempo. Una parte de los cambios que sufre se derivan de mecanismos aislados y otros de la influencia de sus vecinos. La evolución general es la que ocurre mediante niveles sucesivos de integración social y política que producen cambios en la cultura humana, estructuras cuantitativamente diferentes que contrastan con formas más simples, por ejemplo banda, tribu, reino, estado, etcétera (Kent V. Flannery y Joyce Marcus (eds.), 1983:1). [↩]
- El concepto se modifica a través del tiempo, tanto por fuerzas internas como externas. [↩]
- Tal vez exista la tentación de utilizar la palabra origen; sin embargo, parece más adecuado hablar de una búsqueda o rastreo, que de forma poco probable puede llegar o no a algo tan ambiguo, o tan remoto como el origen. [↩]
- De acuerdo con Kent V. Flannery, “cada artefacto, cada rasgo, cada sitio, es la manifestación física de una serie de ideas, valores y creencias compartidas…”, en el caso de su estudio sobre las villas agrícolas del Formativo en Mesoamérica prehistórica (1976:6), los define como “normas de una cultura prehistórica…” [↩]
- Incluyo aquí a todas las ramas de la disciplina. [↩]
- Wigberto Jiménez Moreno y Barbra Dahlgreen. [↩]
- Se entiende por acabado un concepto que se desarrolla sobre bases empíricas, se organiza y analiza, se lanza a una discusión más amplia, se aplica en varios casos y regresa nuevamente a la discusión académica para su reconsideración y reconformación. [↩]
- Del griego eurískeoo, hallar, encontrar, inventar. [↩]
- Conversación con la doctora Antoinette Nelken-Terner, arqueóloga e investigadora del C.E.M.C.A., realizada el 24 de agosto de 1997. [↩]
- El antiguo concepto de “modo de vida”, que utilizaron antropólogos como Wissler. [↩]
- Kirchhoff incluía la región noroccidental de México, al norte del río Sinaloa y la costa pacífica de Centroamérica, al sur de la península de Nicoya, en el noroeste de Costa Rica. [↩]
- Kroeber dice que el mismo Ratzel en el segundo volumen de su Antropogeografia, dividió a la Norteamérica nativa en cuatro áreas que corresponden cercanamente con las de su propio trabajo y, que Ratzel “concibió la cultura como algo más que un epifenómeno incidental, y estuvo lejos de ser el ambientalista torpe que las adaptaciones selectivas equivocadamente representadas de Semple hacían parecer” (Kroeber, 1936:7). [↩]
- Richard MacNeish, The Prehistory of The Tehuacan Valley Project, 7 vols. The University of Texas Press, 1967. [↩]
- Kent V. Flannery y Joyce Marcus (eds.), The Cloud People. Divergent evolution of the Zapotec and Mixtec Civilizations, Nueva York, A School of American Research Book, Academic Press, 1983. [↩]
- William T. Sanders, Jeffrey R. Parsons y Robert Santley, The basin of Mexico. Ecological processes in the Evolution of a Civilization, Studies in Archaeology, Academic Press, 1979. [↩]
- Palerm, Angel, “Secuencia de la Evolución Cultural Prehispánica de Mesoamérica: del Arcaico a fines del Clásico”, en Agricultura y Sociedad en Mesoamérica, México, SepSetentas, núm. 55, 1972, pp. 34-81, [original en 1954]. [↩]
- Palerm, Angel y Eric Wolf, Agricultura y Civilización en Mesoamérica, México, SepSetentas, núm. 32, 1972. [↩]
- El arqueólogo estadounidense Kent V. Flannery (1976:8), siguiendo a Struever lo denomina “The Basic Paradigm of Good Archaeology”. [↩]
- Por ejemplo los nuevos estudios de ADN. [↩]
- Definimos lo holístico siguiendo a Jan Christian Smuts, quien lo derivó del griego holos, o “whole” y el sufismo inglés ism. La palabra inglesa whole deriva del antiguo inglés hol, que a su vez deriva del antiguo inglés hal y la wh se comienza a utilizar en los 1400. De acuerdo con Jan Smuts en su obra Holism and Evolution (1926:340-342), el “holismo es la fuerza que crea las totalidades con sus campos superpuestos, una situación creativa que está más allá de la mera colecta de individuos y sus campos separados […] pero el hecho es que no hay nuevas totalidades de organismos en la naturaleza; hay sólo naturaleza que llega a ser orgánica a través de la intensificación de su campo total. De otra manera, la naturaleza es holística sin ser una totalidad real. El campo orgánico holístico de la naturaleza ejercita un sutíl y similar modelado al controlar la influencia con respecto al camino general del avance orgánico. Este camino no es un azahar ni es accidental o tampoco es libre para moverse en cualquier dirección; está controlado y tiene el carácter general de dirección uniforme bajo la influencia del campo holístico de la naturaleza”. [↩]
- Richard MacNeish, op.cit., vol. 1, 1967:309. [↩]
- Lewis R. Binford, “A Consideration of Archaeological Research Design”, en American Antiquity, 29, 1964:425-426. [↩]
- Pedro Armillas, “Una secuencia del desarrollo cultural en Mesoamérica”, en Pedro Armillas: vida y obra, vol. 1, México, CIESAS, INAH, 1991, pp. 143-158 [original 1948]. [↩]
- Véase por ejemplo el artículo de Vázquez y Rustch donde se hace un estudio de la relación de Kirchhoff con el difusionismo alemán. [↩]
- Que explicaría las políticas académicas de investigación, por ejemplo, de las que se quejan los colegas que laboran en el INAH y/o en la ENAH. [↩]
- Edward Said, Orientalism, Nueva York, Vintage Books, Random House, 1979. [↩]
- Martin Bernal, Black Athena. The Afroasiatic Roots of Classical Civilization, 2 vols., Nueva Brunswick, Nueva Jersey, Rutgers University Press, 1987. [↩]
- Julian H. Steward (1955) habla de utilizar modelos con áreas geográficas, históricas, culturales. [↩]