En este libro Marina Anguiano muestra la primera experiencia de capacitación para técnicos bilingües en cultura indígena, llevada a cabo por la Dirección General de Culturas Populares (DGCP), de la SEP, en 1977.
Mediante la memoria de esta antropóloga, se recupera una parte importante de la historia institucional de México, al mismo tiempo que con la presentación de algunos de los textos producidos por los indígenas participantes, se les da voz y un lugar importante como conocedores, revitalizadores y difusores de sus culturas.
Es importante señalar que una de las cualidades de este libro es que la autora reduce su propia voz para privilegiar las voces indígenas, de forma tal que de un libro de 155 páginas, alrededor de 100 corresponden a los testimonios y ensayos elaborados por los indígenas, gratamente presentados en edición bilingüe. De allí el título del libro.
La decisión de la autora de aparecer sólo como la narradora de una experiencia puede suponerse que no es casual pues responde al espíritu de la época en la que se diseñó esta primera experiencia de formación para promotores culturales que eran capacitados para que defendieran, revaloraran y promovieran sus culturas propias, y que se diferenciaba sustancialmente de aquella tesis del indigenismo integracionista mexicano que hacía de los promotores comunitarios agentes para la asimilación de los indígenas en la cultura nacional.
Hay que recordar que durante las décadas de 1970 y de 1980, México se caracterizó por ser escenario de diversas movilizaciones sociales que buscaban democratizar la vida pública, y que una demanda central de los movimientos sociales era democratizar la vida cultural del país. Esos años fueron de intensas movilizaciones sociales -rurales urbanas, indígenas y no indígenas, de intelectuales y de no intelectuales- que pugnaban en México por abrir espacios democráticos en la vida pública, especialmente en las instituciones educativas y culturales. Tal diversidad de sectores sociales encontraron en el concepto de “lo popular” un núcleo articulador para sus inquietudes y acciones de modo que bajo la bandera que buscaba defender y promover las culturas populares surgieron en México diversas experiencias de lucha y gestión cultural, además de que se impulsó la creación de instituciones dedicadas a la defensa y promoción de las culturas populares, entre ellas la DGCP desde donde se impulsó esa primera experiencia de formación de promotores culturales.
Además de la amplia movilización social que caracterizó esa época, muchos intelectuales mexicanos participaron activamente en esa lucha. Investigadores como Rodolfo Stavenhagen, Guillermo Bonfil, Leonel Durán, Arturo Warman, Carlos Monsiváis, Lourdes Arizpe y Néstor García Canclini, entre muchos otros, desde sus particulares maneras de concebir lo popular, discutieron y realizaron propuestas novedosas que revolucionaron la forma elitista y hegemónica de concebir la cultura y el trabajo institucional. Hay que decir que muchos de ellos sustentaban sus demandas por democratizar la cultura en la definición de las culturas indígenas como culturas subalternas. Definición de influencia gramsciana que en esa época se enriqueció con la perspectiva de incluir entre los grupos subalternos a las culturas indígenas que se consideró que tenían una matriz cultural diferente a las culturas subalternas de origen occidental. De esta forma, la demanda por incluir en las políticas culturales el respeto por la especificidad de las culturas indígenas estaba inscrita en la demanda general por hacer de México un país multiétnico y pluricultural.
Así, desde su trinchera la DGCP se propuso una tarea integral de recuperación, revaloración y difusión de las culturas subalternas -principalmente indígenas en esa época- que incluía en sus programas la recuperación del territorio, de la lengua, de la memoria, de los conocimientos y de las tecnologías, y en general de la forma propia de concebir y actuar la cultura.
Esa visión integral de la cultura y ese compromiso que orientó la lucha cultural de esos años, se expresó en el quehacer de la DGCP así como en aquellos que se comprometieron con sus programas de trabajo, o que desde su propia iniciativa los diseñaron y ejecutaron. De esta forma es posible percibir en el curso que describe este libro -para formar técnicos bilingües en cultura indígena- una concepción integral de la cultura y una apuesta por los propios indígenas como los sujetos capaces de llevar a cabo las tareas de revaloración y recuperación de sus culturas. Dicha concepción se expresa en el currículum, en tanto que la calidad de los resultados pueden verse en los trabajos realizados por los alumnos al finalizar el curso. De allí lo valioso que resulta este libro.
En la primera parte de esta obra, Anguiano nos hace un pormenorizado recuento de esta experiencia: cómo se gestó la idea, cómo se estructuró, cuáles fueron sus contenidos, los profesionistas que participaron, cómo fue que se escogió Acayucan de Benítez, Veracruz como su sede, así como los métodos de selección de los alumnos que participarían en él. Ocupan un lugar importante en el libro las reflexiones que obligaron a los organizadores a modificar y adecuar los criterios de selección, ante la contundencia de los bajos niveles de educación entre los indígenas, así como ante las precarias condiciones económicas de los mismos.
El objetivo general del curso era capacitar a jóvenes indígenas con nivel escolar mínimo de primaria, para que fueran investigadores, conservadores y promotores de su propia cultura. Se incorporaron al curso jóvenes nahuas, zoque-popolucas, mixes, mixes-popolucas y chontales; mismos que pasaron por un delicado proceso de selección para garantizar que supieran hablar su lengua, pudieran expresarse en español y tuvieran el conocimiento y el arraigo necesario para poder interactuar con los miembros de sus grupos y realizar un trabajo adecuado de investigación y promoción cultural.
El currículo del curso incluyó conocimientos de lingüística, etnografía, etnología, historia regional, talleres de lengua española, mecanografía, mimeografía, teatro, dibujo y principios básicos para manejar la imprenta Freinet como una vía para que pudieran producir y difundir su trabajo entre los miembros de su grupo cultural. El diseño del curso, así como los horarios y las temporadas de aula y de campo se modificaron para adecuarlos a la evolución de los alumnos y a los requerimientos de los diversos talleres.
En la innovadora experiencia de Acayucan de que trata este libro participaron los lingüistas Evangelina Arana de Swadesh, Benjamín Pérez González, Leonardo Estrada y Teresa García Salazar; los etnólogos Álvaro Brizuela y Marina Anguiano; y el etnobiólogo José Arellano. Participaron, además investigadores de otras instituciones como Roberto Escalante del INAH y la lingüista Bárbara Cifuentes del INI, entre otros. De muchas formas, esta experiencia fue producto de un esfuerzo múltiple que conjuntó la voluntad y los recursos siempre escasos de las instituciones que en México tienen a su cargo las culturas indígenas.
Los textos elaborados por los entonces alumnos indígenas constituyen una de las aportaciones más importantes del libro, pues ellos tocan una gran diversidad de temas. Los títulos dan una idea de la concepción interdisciplinaria y holística que se buscaba brindar: El calendario agrícola, los gastos y las ganancias del campesino”, “Las clases sociales en Pajapan”, “El ciclo de vida entre los mixes”, “Ensalmo”, “Cuento del conejo y el venado”, “Cuento del conejo”, “Etnografía antigua de los popolucas”, y “Descripción del medio ambiente de una comunidad mixe: San Juan Guichicovi, Oaxaca”.
No todos los trabajos realizados por los alumnos se incluyen en este libro pero ciertamente permiten advertir el conocimiento que tenían los alumnos de sus culturas, así como la importancia del trabajo de investigación realizado por ellos durante el curso. En los textos es posible encontrar información que adquiere matices especiales por ser escritos desde el punto de vista de alguien que conoce internamente su cultura y que indudablemente la está dando a conocer hacia afuera.
El lector encontrará algunos relatos cortos pero que constituyen un valioso material de análisis. Un ejemplo importante es la autobiografía presentada por los alumnos que permiten conocer la dramática situación de los indígenas y sus limitaciones para acceder a la educación en esa época. Otra aportación más es la genealogía que aquí se presenta y que incluye los términos de parentesco empleados en Pajapan, Veracruz. Resulta interesante además el testimonio recogido sobre la diferenciación social entre los popolucas y que transcribimos a continuación, ya que constituye un indicio importante de investigar para desmitificar la idea generalizada de que entre los indígenas todo tiempo pasado fue mejor:
“Cuando (los abuelos) llevaban mozos para trabajar en el cultivo, iban un día antes a recoger piedritas especiales en el arroyo y las guardaban en su casa, en un tapestle, donde el vapor del humo las ahumaba.
Cuando llegaba el día que tenían que llevar los mozos, bajaban las piedritas para ponerlas en la lumbre a que hirvieran. Nada más comían el caldo con las tortillas, pero las piedritas no se las comían, ni las tiraban, sino cuando ya acababan de comer los mozos, las lavaban y las volvían a poner en el tapaste. Algunas de las vecinas las venían a pedir prestadas para dar de comer a sus mozos” (p. 141-142).
Cabe decir, sin embargo, que los textos elaborados por los alumnos no constituyen ejemplos de una cultura prístina e invariable, con la cual es posible remontarse a la época prehispánica. Por el contrario, son textos que develan la forma como ha permeado en la perspectiva de los indígenas el conocimiento brindado por el sistema de educación nacional, e inclusive el propio curso para formarlos como técnicos en cultura indígena. Así, estos trabajos expresan el cambio y la transformación de las culturas indígenas en interacción con otros conocimientos y experiencias. Por ello deberían ser materia prima para cierto tipo de investigación que centrara su atención en la manera en que los sistemas de conocimiento llamados tradicionales, han dialogado, se han confrontado o permanecen en tensión, con el conocimiento llamado occidental. Sólo como ejemplo se transcribe un fragmento que relata el proceso de concepción en el ciclo de vida entre los mixes:
“Cuando una pareja formada por un hombre y una mujer, hacen el coito o uso sexual, una de tantas veces de hacer el contacto, uno de los espermas queda atrapado dentro de la matriz. Una vez atrapado éste, es cuando empieza el proceso de concepción o el desarrollo del feto o nuevo individuo. Es precisamente cuando se empiezan a contar los meses del embarazo, como por ejemplo: suponiendo que le tocaba reglar el día 30 del mes y no regló, entonces se deja pasar ese mes y se cuenta hasta el otro mes, pero entonces se toman en cuenta dos meses de embarazo.
El proceso de la concepción se presenta desde el preciso momento en que penetra el esperma dentro de la matriz, hasta la formación del nuevo feto” (P. 95).
En resumen hay señalar que la formación de promotores culturales, como rescatadores y revitalizadores de su cultura -desde una perspectiva de respeto y revaloración de las culturas indígenas- fue innovadora en el momento que se propuso, ya que partía de una propuesta que se oponía a la noción que veía a los jóvenes indígenas educados por instituciones nacionales como intermediarios culturales para la asimilación y la integración cultural. No es arriesgado decir que sus resultados inspiraron muchas otras experiencias destinadas a la formación de promotores y profesionistas indígenas, entre ellas las de formar promotores culturales en más de 15 estados de la República mexicana en el marco de la DGCP, la licenciatura en Etnolingüística, el Programa de Maestría en Lingüística Indoamericana en el CIESAS, y la formación de especialistas en educación bilingüe y bicultural en la Universidad Pedagógica Nacional. Experiencias todas ellas que es necesario analizar y evaluar.
¿Dónde están los jóvenes indígenas capacitados como técnicos bilingües en cultura indígena? ¿Qué hicieron estos jóvenes y muchos más formados por la Dirección General de Culturas Populares?
Ese es un tema de investigación de primer orden que está abierto, y sobre el que Marina Anguiano nos da algunas pistas, señalando quiénes de ellos a asumieron su tarea de promotores de su cultura como una tarea de vida y quiénes no. Seguramente, algunos de ellos serán los que encabezan hoy ciertas organizaciones del movimiento indígena nacional. En todo caso, este libro nos recuerda a todos los que hemos participado en experiencias similares, la necesidad de desempolvar los papeles y archivos para difundir y analizar estas experiencias en su justa dimensión. En ese sentido el libro de Marina Anguiano es un impulso para reflexionar sobre el impacto de las políticas culturales en México, y nos marca un reto a todos los que realizamos o hemos realizado acciones de apoyo a las culturas indígenas. Felicidades Marina, por este libro.
Sobre la autora
Maya Lorena Pérez
Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH.