Norma Angélica Castillo Palma, Cuando la ciudad llegó a mi puerta. Una perspectiva histórica de los pueblos lacustres, la explosión demográfica y la crisis del agua en Iztapalapa, México, Universidad Autónoma Metropolitana (Abate Faria), 2012.

PDF
Para citar este artículo

DA67R02El libro de Norma Angélica Castillo Palma, publicado en la Colección Abate Faria,1 tiene el poder de hipnotizar, de hacernos sentir los olores y el ambiente húmedo de los pueblos lacustres; de escuchar la polifonía de sus habitantes a lo largo del tiempo y construir un diálogo entre el pasado y el presente a través de evocaciones donde se conjugan pasajes cotidianos y vivencias con recuerdos de otros tiempos, sustentadas en una amplia información procedente de códices, crónicas, informes oficiales, datos estadísticos y fuentes orales. En un rejuego de clichés, donde por medio de diferentes filtros rescata del olvido pasajes de un pasado ignoto y próximo; no sólo nos ofrece una perspectiva de los momentos claves de la vida de los pueblos sureños, además nos acerca a los entornos, al uso que dieron los habitantes a sus ecosistemas, así como a los cambios ocurridos en esa zona durante más de dos mil años.

El libro es resultado de largos años de estudio y reflexión. En él se combinan dos tipos de fuentes que ofrecen dos perspectivas y diferentes herramientas metodológicas. La primera combina la perspectiva histórica y etnohistórica, mientras la segunda retoma elementos propios de la sociología y la demografía. Debemos destacar que buena parte del libro está hecho con los pies —en el buen sentido de la expresión—. Y hago hincapié en esto porque ahí puede verse el trabajo de campo y el interés de la autora por conocer y comprender el espacio de estudio a partir de continuos recorridos y entrar en contacto con los habitantes, rescatando sus vivencias y construyendo a partir de las fuentes orales la historia fresca de un tiempo no tan lejano.

El lector encuentra un abanico de posibilidades para acercarse a la historia económica, social y ambiental de los pueblos lacustres, desde la época prehispánica hasta los años recientes. En esta perspectiva de tiempo largo se comprende el papel que desempeñaron los pueblos de la porción sur de la cuenca y la función que tuvieron las compuertas en el gran eje de flujo de aguas, en particular la compuerta de Mexicaltzingo y los puentes de Culhuacán. El reducido ámbito espacial ayuda a comprender los cambios del paisaje, la interacción entre tecnología y medio ambiente que modificaron la composición de los suelos con el paso de las aguas dulces y el proceso de salinización, el desarrollo del sistema chinampero y las diferentes actividades que caracterizaron a los pueblos de esta zona. Como señala la autora: “Las muestras de sedimento parecen deducir que al principio el lago fue de agua dulce y posteriormente se salinizó, dando lugar a concentraciones de carbonato de calcio y otros minerales, especialmente el sodio, relacionado con el tequesquite” (p. 69). Si bien agentes naturales incidieron en la modificación del ecosistema, la presencia humana es la principal promotora de los cambios que a la larga terminaron por modificar en forma radical el entorno.

En el texto afloran varias vetas que nos invitan al diálogo. Una es la reconstrucción espacial y los topónimos a través de los nombres de los pueblos y sus linderos, que identificó y ubicó en un esfuerzo por reconstruir el paisaje lacustre. De estos saltan a la vista una gran cantidad de términos que nos acercan a una lectura del entorno. Basta una mirada somera para recuperar todos aquellos que tienen en su morfología el término atl: agua, cuitlatl, excremento, tetl, piedra, xalli: arena, acatl, caña, y tantos otros —vinculados con la flora, la fauna y las actividades lacustres— que dan la posibilidad de acercarnos a la geografía de la región, sus ecosistemas y actividades. Es un tipo de material que vale la pena tener presente para futuras investigaciones, tan importante para el análisis geohistórico como se ha mostrado en los estudios dedicados a la toponimia.

El trabajo permite comprender la dinámica de los pueblos sureños, el papel que tuvieron dentro del sistema económico y geopolítico de la cuenca las cuatro cabeceras: Iztapalapa, Culhuacán, Churubusco y Mexicaltzingo, los principales cambios ocurridos a lo largo del tiempo, así como los retos que ofreció a los habitantes el hecho de convivir en estos espacios húmedos, y hacer frente al manejo y aprovechamiento del agua y los recursos acuíferos.

Es así como Castillo Palma resalta las principales huellas de cada época, de las cuales destacaré algunas que, para la autora, marcaron un cambio radical. Para el periodo prehispánico señala tres momentos importantes: el arribo de los grupos culhua con una larga tradición, herederos de los toltecas; la llegada de los grupos chichimecas y el control tepaneca, y la expansión mexica. En este proceso de conquista el territorio de Culhuacán tuvo una función clave en el control de las aguas, pues fue el sitio desde el cual se reguló su flujo y el tráfico comercial. También fue importante el papel económico de los pueblos chinamperos como zona de abasto a la ciudad, clave en las estrategias de expansión de tepanecas y tenochcas.

El periodo colonial marca un hito no sólo por la presencia de nuevos contingentes, la reestructuración de la población, la formación de asentamientos y el reparto de tierras entre los colonos, sino también por las modificaciones que se produjeron en el lapso de tres centurias. La implantación de la República de indios, el reparto del territorio entre los encomenderos y la distribución de tierras a los colonos enfrentó a la población a un nuevo reto. Entre éstos destaca el nuevo ordenamiento político-administrativa de los antiguos altepeme —encabezados por Mexicaltzingo— y la persistencia de varios elementos que les permitieron mantener la cohesión, teniendo bajo su control los principales recursos naturales, pese a la intromisión de nuevos contingentes humanos. En el terreno estructural, la autora llama la atención del nuevo uso de la tierra con la introducción del ganado, los nuevos cultivos y las modificaciones del paisaje a través de las obras de infraestructura realizadas en Culhuacán y Mexicaltzingo para controlar las aguas procedentes de los lagos de Chalco y Xochimilco y el cauce del río Churubusco.

La compuerta de Mexicaltzingo se construyó para contener el nivel de los lagos y el ímpetu de las aguas, además de constituir un sistema de defensa frente a las inundaciones. Señala que desde la época prehispánica el éxito del asentamiento culhua mexica se debió no solamente a la combinación fortuita del clima, topografía e ingenio técnico, sino también a los trabajos hidráulicos: “fue una verdadera hazaña cultural que desarrolló un sutil patrón de conservación ambiental, pues las obras prehispánicas permitían captar y contener el agua dulce de los manantiales. Hubo una relación estrecha entre las obras hidráulicas y el origen de las tierras de cultivo, ya que las primeras chinampas parecen haberse formado en esas represas” (p. 49). Con las obras de Enrico Martínez para el desagüe de la antigua ciudad de México se inició una lenta pero continua desecación del lago, y los habitantes de Iztapalapa debieron olvidar de manera paulatina sus actividades lacustres y canoas para dedicarse a la agricultura.

En ese contexto, un cambio importante en el periodo colonial se dio en el siglo XVIII con la implantación de las reformas borbónicas, que modificaron la relación de los pueblos con sus bienes. A partir de las reformas borbónicas los pueblos dejaron de administrarlos y debieron sujetarse a la supervisión de los contadores de la Contaduría General. Esta reglamentación, impuesta a partir de 1780, quitó la administración de los bienes de comunidad a los cabildos indios. Los pueblos perdieron capacidad autogestiva y el uso de la tierra entró en otra dinámica. El arrendamiento de los bienes de los pueblos pasó a ser administrado por un subdelegado en cantidades que los indígenas ignoraban. Para evitar que todas las tierras fueran administradas por los subdelegados, los pueblos indicaron que varias propiedades pertenecían a las cofradías. Muchos pueblos se negaron a entregar sus bienes, y como lo señala la autora: “Desde el inicio de la aplicación de la reforma sobre los bienes de comunidad de los pueblos, los administradores descontaban y agregaban cargos por sus servicios, algunos huían con desfalcos o adjudicaban a cualquiera y en cualquier precio el arriendo de los potreros de los pueblos” (p. 78).

Otro momento coyuntural que marca la autora en el manejo de los bienes de comunidad fue a raíz de las leyes de desamortización. El embate final se realizó con la aplicación de la ley de desamortización de los bienes de las corporaciones o ley Lerdo de 1856. Desde las reformas, los arrendamientos se efectuaban mediante arreglos concertados entre el apoderado de los pueblos y los subdelegados, dejando de lado tanto para la administración como para la recepción de las rentas a sus propietarios originales, los pueblos indios y a sus antiguos administradores: los miembros de los cabildos indios. Con la ley de desamortización los bienes tenidos por corporaciones civiles y eclesiásticas se convirtieron en un medio esencial para el traslado del dominio de la propiedad, de antiguo sustentada por las corporaciones hacia los individuos (p. 79).

En este contexto, los cambios en la infraestructura hidráulica fueron importantes para definir las nuevas relaciones. El papel de la compuerta de Mexicaltzingo fue crucial en las acciones y obras del ingeniero Francisco de Garay, así como en los conflictos provocados por el manejo de la compuerta desde 1855. Como en otras obras hidráulicas del valle de México, uno de los ejes del proyecto de Garay consistía en reacondicionar la compuerta de Mexicaltzingo para contener a voluntad el paso del agua por el canal y evitar que las crecientes del río Churubusco descendieran sobre la ciudad. Con esta obra se trataba de buscar una salida al agua entre los cerros de Iztapalapa y San Lorenzo, así como de comunicar el lago de Xochimilco con las lagunas de Santa Marta, la cual descargaba en el lago de Texcoco, al oriente del Peñón del Marqués. En 1865, ante la inundación de muchas propiedades, se autorizó a Garay la ejecución de obras en la calzada de Culhuacán y el cierre de la compuerta con el fin de contribuir al desagüe de la capital, aunado a la gran obra de San Lorenzo Tezonco para construir un canal de desagüe. Sin embargo, lo que para algunos era un beneficio a otros los perjudicaba.

Sin duda, en el impacto ambiental de la cuenca dos proyectos marcaron la pauta: el proyecto de Francisco Garay para acondicionar el canal de Mexicaltzingo y la obra promovida por Iñigo Noriega para desecar el lago de Chalco; ambas sentaron las bases e incidieron en las transformaciones de los ecosistemas. La autora señala que durante el porfiriato ocurrieron los cambios más agresivos; el primero fue el cambio de régimen de propiedad que privatizó los recursos hídricos afectando a los vecinos de los pueblos ribereños que desde siglo atrás habían administrado los lagos; el segundo, las políticas de desecación del lago. Los últimos años del siglo XIX y el inicio del XX resultaron decisivos en la adopción de la desecación de las lagunas como proyecto prioritario del régimen.

El siglo XX marcó varios momentos importantes en la vida de los pueblos sureños. Los cambios provocados por el movimiento revolucionario modificaron la vida de los habitantes, su incorporación al movimiento armado provocó la movilización de la población y el abandono de los pueblos. Las reformas constitucionales incidieron en el acceso a la tierra, mismo que se vio consolidado durante el gobierno cardenista con la dotación de terrenos a los pueblos. De esta etapa, 1938 es un año crucial en la dinámica de los pueblos lacustres con el inicio de la venta de los ejidos. A partir de 1940 se inicia una fase de especulación de la tierra y aparece en el escenario un nuevo grupo: los fraccionadores, especializados en la compra de tierras ejidales que empezaron a formar colonias; fueron los agentes del cambio y los responsables de la siguiente crisis ecológica. Despojados de su aureola progresista, tres de los personajes ligados directamente a esta región fueron los causantes del destrozo ecológico: Francisco Garay, con la construcción del canal de Mexicaltzingo; Íñigo Noriega, con el proyecto de desecación del lago de Chalco, y Alejandro Romero como fraccionador e iniciador de un nuevo negocio: la especulación de la tierra. A él se debe la formación de la colonia Agrícola Oriental y la compra de terrenos en Pantitlán, Ampliación Federal, los terrenos desecados del lago de Texcoco y el inicio de la formación de Ciudad Nezahualcóyotl.

Estos aspectos ocupan el núcleo del tercer capítulo, titulado “Migración y cambios en el uso del suelo durante el siglo XX en Iztapalapa”, donde la autora centra su atención en la fase moderna de la vida de los pueblos lacustres a partir del crecimiento poblacional, mostrando las principales variables en el comportamiento de la población. En esto llama la atención la presencia de dos fenómenos: la descampesinización de la población y la urbanización de la región. Con ello la autora muestra, por un lado, los principales rasgos que presenta la población al abandonar antiguas prácticas económicas e incorporarse a la vida urbana y, por otro, la forma en que la urbe incidió en las zonas periféricas, donde los modelos urbanos se trasladaron en forma gradual a los espacios domésticos y modificaron los sistemas de comunicación (el habla), las costumbres en la vivienda, alimentación y las actividades económicas. En el epílogo, titulado “Tendencia de la migración y demografía en Iztapalapa 1950-1995” se presenta un análisis sobre la movilidad de la población y el paulatino proceso de urbanización de esta región periférica. Llaman la atención dos aspectos. Primero, los grupos pioneros procedentes de Oaxaca y luego la ola masiva de migrantes procedentes del Bajío, sobre todo de Guanajuato y Michoacán. En este proceso destaca la participación de organizaciones políticas encargadas de promover la movilidad y fungir como promotoras de la ocupación del suelo.

El apéndice reúne las entrevistas realizadas a los habitantes de Iztapalapa que constituyen un material rico en imágenes capturadas a través de algunos recuerdos de la memoria popular y permiten construir, en sus rasgos generales, el paisaje cultural de Iztapalapa desde fines del siglo XIX hasta los años recientes. Amén de los procesos migratorios, la especulación de las tierras ejidales y el proceso de urbanización, un fenómeno natural vinculado con la desecación de la laguna del Peñón de Aztahuacán llama nuestra atención: un testigo informó que en 1943 un temblor provocó la paulatina desecación de la laguna y con ello la crisis del agua, producida por las obras de infraestructura, la desecación de la laguna por agentes naturales entre los que destacan los movimientos telúricos y la falla de Yohualinchan, la conversión de las haciendas que inician una fase de fraccionamiento, la construcción de pozos artesianos. En este sentido, Cuando la ciudad llegó a mi puerta es una reflexión sobre el origen y destino de las megalópolis. Inicia con un tiempo de añoranzas que aterriza con una brutal realidad; donde la sonoridad de las aves migratorias que llegaban durante el teotleco se ha silenciado para siempre, dejando paso a la desbordante cacofonía de los cláxones y el inconfundible olor urbano.

Sobre el autor
Tomás Jalpa Flores
Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.


Citas

  1. Abate Faria, o abate José Custodio de Faria (1746-1819), fue un pintoresco monje indo-portugués, pionero en el estudio científico del hipnotismo. []

Los comentarios están cerrados.