Publicada en 1959, la obra de Luis Valcárcel representa una de las aportaciones fundamentales en la comprensión de la historia del Perú. Una obra clásica de la historiografía latinoamericana que a la luz del tiempo no ha perdido su frescura y utilidad. Indispensable para todo aquel que se introduce en la historia andina, pues de una forma didáctica le ofrece al lector un panorama de los estudios históricos, etnológicos, arqueológicos lingüísticos y antropológicos de la década de los cincuenta y los alcances de la disciplina histórica sobre el Perú en ese momento. Gran conocedor de los materiales arqueológicos, las fuentes documentales, orales y del territorio, Luis Valcárcel fue pionero en muchos campos de las ciencias sociales. En su trabajo se muestran los resultados de años de interacción con los habitantes, palpando y asimilando el saber popular que se reflejó en su conocimiento sobre el universo filosófico, la vida material y cultural de los pueblos indígenas y su relación con sus entornos. Gracias a esa vida en contacto con los habitantes y los testimonios, sus escritos están plagados de vivencias que se combinan y nutren con los testimonios de tiempos remotos y ofrecen minuciosas descripciones de la vida cotidiana de los pueblos de la costa, los valles y la sierra. Pero a esas descripciones se une un agudo análisis sobre la disciplina histórica. Un autor comprometido con su tiempo y con su gente, defensor del indigenismo en el plano intelectual y concreto. El autor realizó un importante trabajo institucional en la Universidad de San Marcos promoviendo cursos de antropología e historia así como la investigación arqueológica en otros centros educativos. Fue en el pleno sentido de la palabra un investigador de tiempo completo.
La obra de Luis Valcárcel es pionera en el terreno de la etnohistoria. Autores como Manuel Burga en su estudio sobre la historia y los historiadores del Perú, destacan su trabajo y sitúan su obra dentro de los estudios pioneros de la etnohistoria andina. Como bien lo señala, “el aporte de la etnohistoria andina fue hacer de la historia de lo indio la historia de una civilización singular”.1 En este contexto su trabajo se incluye en ese esfuerzo sistemático dirigido para revelar y explicar la originalidad de las sociedades indígenas de los Andes. Sus escritos son resultados de cursos dictados a lo largo de su prolífica carrera académica que le permitieron reflexionar sobre la historia del Perú.
La obra está dividida en dos partes. En la primera el autor hizo un balance del método de estudio, de las fuentes y los instrumentos para comprender la historia antigua del Perú. Apoyado en la arqueología y el método de fechamiento de ese momento estableció los periodos de la civilización andina, los territorios donde se habían localizado los materiales más antiguos y los desarrollos desiguales de la costa, los valles y la sierra. Propuso una frontera cultural andina a partir de las huellas de la civilización, manifiesta en los materiales arqueológicos. Este espacio comprendía los territorios de lo que hoy es Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia, el norte de Argentina y Chile. Un espacio con una unidad cultural que incluía varios grupos lingüísticos y manifestaciones diferentes pero que tenían elementos en común.
La segunda parte titulada etnohistoria del Perú antiguo se organizó en varias partes dedicadas al mundo material (economía), social (política, derecho y moral) y cultural (técnica, ciencia, religión magia, mito y juego, arte y filosofía). Dos apartados finales abordan el tema del indio o los sistemas de comunicación a partir de los programas educativos, culminando con un estudio sobre el estatus del individuo dentro de la sociedad y el ciclo vital del hombre peruano.
Valcárcel señalaba que para acercarse a la historia andina se requerían de instrumentos distintos a la historia mesoamericana. A diferencia de Mesoamérica, que cuenta con testimonios arqueológicos y registros de escritura desde el periodo preclásico, la historia andina carece de la cantidad y de testimonios arqueológicos con registros abundantes como los olmecas, zapotecos y mayas. El mundo andino en la década de los cincuenta presentaba un panorama arqueológico que estaba en proceso de sentar las bases para construir el aparato que pudiera permitir la comprensión del desarrollo andino. El autor reunió todos los datos disponibles en ese momento y en un esfuerzo metodológico esbozó el panorama del desarrollo cultural. A falta de testimonios escritos la tradición oral fue importante y constituyó el sistema de trasmisión del conocimiento entre los pueblos andinos. Las fuentes para acercarse a la historia antigua son los testimonios materiales y culturales centrados en dos ramas: arqueología y lingüística. En la arqueología, además de los vestigios arquitectónicos, se cuenta con materiales importantes como queros, mantas y quipus, que conservan fragmentos de la memoria indígena. En los queros se registraron escenas históricas, la historia de los linajes, sus lazos de parentesco y las conquistas; las mantas son un resumen del saber indígena, en ellas está contenida la técnica pero también su cosmovisión e ideología. A estos materiales es preciso hacerles las preguntas correctas para obtener la información deseada. La arqueología da cuenta del desarrollo de la civilización, los centros urbanos y la infraestructura de caminos constituyen los principales testimonio del desarrollo científico y el alcance tecnológico centrado en dos renglones: la infraestructura urbana y la extensión del imperio a partir del desarrollo y alcance de la red de caminos y su inserción dentro de los dominios del mundo incaico. En su momento, el autor destacó la importancia de la infraestructura hidráulica y agrícola que permitió el desarrollo de la civilización, el sistema de terrazas era un elemento visible en el paisaje andino que no podía pasar por alto la mirada de un arqueólogo. El sistema de terrazas y la infraestructura de caminos son dos aspectos que destacó y consideró claves para entender el desarrollo del imperio incaico.
Otro elemento importante fue la lengua, un campo que ofrece elementos fundamentales para la comprensión de la historia antigua. Dos lenguas predominan: quechua y aimara, pero detrás están otras lenguas que fueron importantes. Además del recuento de las lenguas están las políticas de comunicación. El quechua se estableció como lengua oficial pero no se suprimieron las otras lenguas. El autor señaló la importancia del plurilingüismo entre los habitantes andinos y su importancia para acercarse a la cultura regional. “La lengua es un termómetro para conocer el grado de desarrollo de un pueblo. De la cantidad de términos y los significados depende el desarrollo del concepto y creencia.”2 Sostenía que el aimara era más antiguo, el quechua posterior pero se hablaba en más lugares. El aimara reducía su campo de acción a la Paz, Oruro y parte de Puno, y señalaba para la década de los cincuenta el problema de la extinción de muchas lenguas. Señaló que habían desparecido varias lenguas. El cauqui era una lengua que hablaban principalmente las mujeres (alrededor de mil personas en la provincia de Yauyos), y habían desaparecido las lenguas mochica, sec, quingnam, culli, chumpi. En la región del Amazonas se contaban alrededor de 150 los idiomas y dialectos.3 Dentro de esta diversidad había una unidad cultural. En esta sección, el autor a partir del estudio comparado trató de mostrar el desarrollo original del Perú. Tomó ejemplos de otras civilizaciones para mostrar los avances de los grupos ancestrales. Las técnicas de los grupos pescadores del lago Titicaca. Concluye que la cultura peruana se produce por la unión de dos grandes agrupaciones: los pueblos de clima tropical del mundo amazónico y los pueblos de clima frío del mundo andino. Cada uno aportó alimentos y técnicas de su entorno que permitieron el desarrollo cultural.
El estudio etnohistórico le dio la posibilidad de utilizar elementos del mundo contemporáneo para considerar el lazo entre el pasado y el presente, elementos como la lengua y su trayectoria, los sistemas de parentesco y las tradiciones sirvieron para establecer un diálogo con las fuentes y rescatar muchos elementos destacados por los cronistas que formaban parte de la vida cotidiana de los incas, de sus conocimientos astronómicos y científicos, de su cosmovisión y manera de entender su realidad y desde luego de su vida religiosa. Para el mundo andino existen una serie de lugares sagrados, pero hay uno fundamental donde se ubica la gran pacarina, el lugar de origen de los pueblos. Este sitio sigue teniendo un papel fundamental en la vida de los pueblos quechua y aimara, es el lugar de la creación, ubicado en la parte más alta de los Andes, en el lago Titicaca. Este sitio se desdobla y en cada lugar se encuentra parte de su esencia, así cada pueblo tiene su pacarina, cada grupo ubica en determinado lugar su centro y todos se conectan con el sitio primordial. Por otra parte, cada ayllu tiene su huaca que es la deidad protectora y residía en el cerro más alto que era el Apu. En su territorio se encontraban sitios de origen conocidos como pacarina. Estos eran espacios sagrados, sitios de contacto con el mundo subterráneo. Lo constituían cuevas, manantiales, cavernas, nacientes de un río. Eran umbrales que los comunicaban con la gran pacarina que ubicaban en el lago Titicaca, lugar de los ancestros. Pacarina es pues el umbral con el mundo subterráneo pero también el sitio de origen del hombre y las especies, un lugar de formación, donde se resguardan las simientes de la humanidad y todas las especies. Este prestigio mágico religioso del lago ha sido constante a través de muchos siglos. Lo es hoy mismo, pues las condiciones geográficas o físicas que tiene son todas proclives o favorables a convertirlo realmente en algo de notable trascendencia, es el lago más alto del mundo. Es el lago sagrado por antonomasia, allí actúa el creador, de suerte que el origen más remoto del hombre se busca siempre allí. Probablemente estos planteamientos pudieron haber servido a propuestas interpretativas que se han desarrollado en México entre los estudiosos del paisaje sagrado, trabajos como los de Johana Broda y Alfredo López Austin quienes han desarrollado magistralmente a partir de los mitos y los restos arqueológicos concepciones similares para el mundo mesoamericano.
Además de este elemento, el mundo andino tiene otros elementos comunes. Valcárcel señala que la historia del imperio inca se organizaba a partir del concepto territorial que echaba sus bases en conceptos cosmogónicos. El territorio se concebía dividido en cuatro secciones: Chinchansuyo, Collansuyo, Antisuyo y Continsuyo. Esta estructura se apoyaba en conocimientos astronómicos que servían para distribuir el espacio. El autor señala que “Entre los conocimientos andinos la observación de los astros jugó un papel importante.” Una constelación importante fue Choquechinchay, que aparece siempre por el lado norte y precisamente marcaba dicho rumbo en la disposición de los cuatro puntos cardinales. Los inca tomando como centro de observación el Cusco habían dividido el imperio en cuatro suyus: el del norte, Chinchaysuyu, cuyo nombre deriva justamente de la constelación que se presenta por el septentrión, Antisuyo, que era Jananti que procede del término Janan: altura, ti, conjunto, significa reunión de alturas o cordillera. La traducción más directa sería el sol de la cordillera, o sea su aparición en el naciente, en el este detrás de la cordillera. El punto opuesto, occidente o poniente, es el Contisuyu (sol de fuego) refiriéndose al aspecto que toma el sol en el ocaso. El recorrido completo del sol está marcado en esta especie de parábola que sigue desde su nacimiento hasta su poniente y que al llegar al punto medio, a su apogeo es decir al mediodía, es el Inti (toda la luz). La parte sur está marcada por la región de las aguas o sea de los lagos Titicaca, Poopo y muchos otros de la región meridional del Perú y de las vertientes de los Andes, de las cuales nacen los grandes ríos que van a la hoya hidrográfica del Amazonas. Esta región sur es el Collasuyu ko: agua. Todavía hasta hoy los araucanos, mapuches, techuelches siguen llamando Ko al agua.
Otro campo que exploró y le permitió comprender los testimonios proporcionados por las fuentes coloniales fue la etnología. La etnología es un campo muy rico para el estudio de la cultura inca. Hay pueblos que conservan tradiciones ancestrales. Por ejemplo, la duración del matrimonio de un año. Destacó que la historia de los señores incas se conserva gracias al sistema de panacea, que eran los miembros de la familia real. Estaba formada por sus mujeres e hijos quienes tenían la obligación de mantener vivo el origen de su linaje. Ellos y los quipucamayo tuvieron este papel de conservar la memoria. Materiales como los queros son piezas importantes para conocer la historia andina. En los queros se narran escenas históricas de conquista.
Quien se acerca a la obra de Valcárcel descubre un universo de sugerencias e interrogantes que enriquecen el panorama del mundo andino a la luz de los estudios actuales. La obra sin duda es uno de los clásicos de la etnohistoria del Cono Sur que tiene la virtud de conservar su frescura y vigencia.
Sobre el autor
Tomás Jalpa Flores
Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, INAH.
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