Robert Ricard señala en su obra La conquista espiritual de México lo difícil que es fijar una cronología de la diáspora apostólica, así como de las fundaciones monásticas en la Nueva España.
El problema radica en que los textos que existen acerca del tema no tienen indicaciones precisas, ya sea se trate de correspondencias, de memorias, crónicas oficiales o semioficiales o de documentos administrativos (Ricard, 1986: 138)
Con respecto a la fundación y construcción de sus conventos el problema es aún mayor, porque la mayoría de los escritos omiten de la cronología y sólo aportan cifras redondas o aproximadas, por lo tanto al relacionar sus datos se llega a la conclusión de que, en ocasiones son contradictorios y no se pueden armonizar. Además, la poca claridad en los escritos, aumenta a menudo la confusión, pues no es fácil determinar a qué hecho se refiere la fecha. En muchos casos no se precisa si se trata de las primeras instalaciones de los misioneros en determinado sitio, o del inicio de la construcción de la casa de los religiosos que a la vez pudo ser una humilde residencia o un suntuoso convento con diferentes dependencias.
Bajo este panorama descrito, la evangelización, fundación y construcción del establecimiento franciscano de Jilotepec no es la excepción, de ahí que tratar de establecer una cronología confiable resulta muy difícil, por tanto sólo nos abocaremos a describir cuáles fueron los sucesos históricos acontecidos en el aspecto religioso de este lugar, las formas que repercutieron en lo político y social para que mediante esto, conjuntamente con el estilo arquitectónico, podamos aproximarnos a la cronología del establecimiento franciscano.
Para cumplir con el objetivo propuesto, nos hemos basado fundamentalmente en las crónicas franciscanas del siglo XVI que refieren al sitio, así como en los escasos documentos localizados en archivo, los que sin bien no aluden concretamente a la fundación franciscana al menos si ofrecen información relacionada con la población. Por último, también consultamos algunos autores contemporáneos que hacen referencia a diferentes aspectos del lugar.
Escenario geográfico-histórico
Diferentes crónicas relatan que Jilotepec es una de las poblaciones más antiguas de Mesoamérica, cuyo significado en lengua otomí se traduce como “lugar del jitomate tierno”. En un principio fue un extenso territorio habitado por otomíes, provenientes de lugares dispersos, pero con el tiempo adquirió una importancia política, religiosa y económica al convertirse en un centro ceremonial y comercial, al cual bajo la dominación tenochca y tlapaneca llamaron Jilotepec.
Los pueblos de Soyaniquilpan, Tula, Timilpan, Acazuchitlan, Michmaloyan, Tlacho (Querétaro), Tecozautla, Chiapan (Chapa de Mota), Tepexi y Zimapan reconocían a Jilotepec como cabecera principal. Más tarde en algunos de esos lugares, principalmente en Jilotepec, Tlecozautla y Huichapan, existieron guarniciones y fortificaciones para defensa de las continuas invasiones de los chichimecas.
Precisar la extensión territorial y los límites de Jilotepec es por demás difícil, pues, como señala Reyes Retana, tendría que abarcarse una gran extensión (Reyes Retana, 1992: 3).
La región de Jilotepec se localiza en el Estado de México, entre los altiplanos que encierran los sistemas montañosos del nudo central, y constituye la zona habitada más elevada de la República Mexicana.
El municipio de Jilotepec se ubica en la parte norte del Estado de México. La planicie geográfica donde se encuentra la cabecera municipal está entre los 99º 30′ 33″ de longitud oeste. Su latitud norte es de 20º 6’20 ” del meridiano de Greenwich a una altura de 2 250 msnm. Limita al norte con el estado de Hidalgo, al sur Chapa de Mota, al sureste con el de Villa del Carbón, al oeste con los municipios de Aculco, Timilpan y al noroeste con el de Polotitlán.
El municipio está integrado por 45 localidades y tiene una superficie de 552 448 kilómetros cuadrados; por su extensión territorial es uno de los más amplios de la entidad y proporcionalmente el menos poblado. El sitio más importante es la cabecera municipal que lleva el mismo nombre que el municipio, Jilotepec de Abasolo, cuya superficie es de 62.13 kilómetros cuadrados.
Recorre su territorio el río que desciende del cerro de la Bufa, cuyas aguas se almacenan en la presa de Danxhó y que, al atravesar la población de Coscomate, toma el nombre de la misma para converger al río Tula, del estado de Hidalgo. Existen otros ríos que, aunque de menor importancia, sirven para regar los suelos; la mayoría de ellos desembocan en la laguna de Huapango. Los principales arroyos son los Charcos, las Canoas y el Colorado, éstos abastecen la ciudad de Jilotepec; también hay numerosas presas y bordos, entre las más importantes están la de Danxhó, Santa Elena y Huapango.
El clima de la región es frío, templado en verano, y la temperatura media oscila entre los 12 y 24º C. Las lluvias son mayores a mediados de año, lo que contribuye a la agricultura.
El relieve del suelo está dominado por las planicies; propiamente es un valle con escasas zonas abruptas y accidentadas. Además se encuentran dilatadas llanuras y variedad de barrancas, cerros estériles y algunos con bosques.
La flora la constituyen pinos, oyameles, cedros, sabinos, pastizales y arbustos, también hay magueyes, nopales y un sinnúmero de hierbas medicinales. Entre los animales silvestres más comunes se encuentran: el pato, codorniz, garza, gavilán, conejo, liebre, tuza, armadillo, cacomixtle, gato montés y venado.
Antecedentes.
Dentro las regiones habitadas por los otomianos nos interesa la que se localiza al norte de Toluca, llamada provincia de Jilotepec; ésta comprendía: Zoyanquilpa Chiapa, Amealco, Tzinacantepec, Calpulalpan, Nopalla, Tecotzautla, Heychiapan, Aculco, Acueltinco, Techatitla y Timilpan. (Gerhar, 1986: 392). Vista por primera vez por los españoles, probablemente a fines de 1519, la parte sur de esta área fue dominada por ellos a mediados de la década de 1520. Poco después de la Conquista, la parte norte estaba ocupada por chichimecas, aunque no queda claro si era la situación del momento del contacto, o si los chichimecas se desplazaron hacia el sur al derrumbarse el poderío otomí, cuya población fue cambiada de su asentamiento prehispánico aproximadamente 7 o 10 kilómetros más al norte, con toda seguridad para los fines que perseguía el gobierno virreinal.
Se tienen noticias de que en 1526 una expedición española exploró la parte norte y hacia 1531 fue fundada una avanzada en Hueychiapan, no obstante, la guerra entre los españoles con sus aliados otomíes y chichimecas duró muchos años alcanzando su clímax en las décadas de 1570 y 1580 (ibidem, apud. AGN, General de parte, II, fol. 157 v). La Conquista, que sustituyó el dominio de Tenochtitlán por el de España, hizo que Jilotepec junto con Tula fueran durante muchos años la frontera septentrional de la Nueva España. Desde estas ciudades partían los soldados, indígenas y españoles, a ampliar los dominios del rey, por lo que no es extraño que la más populosa encomienda novohispana a finales del siglo XVI fuera Jilotepec, que como entidad tributaria se extendía más allá de la jurisdicción política de ese nombre para incluir Zimapán y Querétaro, ocupados por colonizadores otomíes después de la Conquista. Si bien, la encomienda en un principio estuvo dividida en cuartos, para 1533 toda la provincia fue asignada al conquistador Juan Jaramillo de Salvatierra, manteniéndose así hasta 1550, año en que muere.
Después de esa fecha, la encomienda presenta serios cambios, por ejemplo, por herencia pasa a las manos de la hija de la segunda esposa de Jaramillo, Beatriz Andrade, quien en 1550-1555, como parte de los beneficios que le proporciona, contribuye de manera importante en la reconstrucción de la casa franciscana y en la construcción de una primera capilla abierta alrededor de 1552 (Mc Andrew, 1965: 412).
Como señalan las fuentes, hacia 1555, la hija de Jaramillo y de la Malinche tomó posesión de la mitad de la encomienda de Jilotepec junto con su marido Luis de Quesada, quien junto con Francisco de Velasco, hermano del virrey, compartían los tributos en 1560 pasando la mitad de Velasco a la Corona en 1585 (Gerhard, 1986: 392, 393; apud, AGN, Indios, 6, 1ª. parte, fol, 93 v), se supone que los beneficios de la encomienda otorgada a Beatriz Andrade sólo apoyaron la construcción franciscana hasta 1555, hecho por demás importante para efectos de la cronología del convento y la capilla abierta, motivo por el cual aludimos ese tema.
Evangelización
La evangelización de América fue una obra de tan basta que su estudio es inagotable, pues que cada establecimiento comprende su fundación y construcción tanto civil como religiosa, que además requiere de una investigación que aún está por hacerse, ya que la mayoría de los trabajos abordan el tema en manera general y muy pocas veces en particular.
Dentro de este contexto, la presencia de los franciscanos en el Altiplano mexicano se hace visible no sólo por la aceptación de la religión cristiana, sino por las transformaciones que llevaron a cabo en la organización de las poblaciones indígenas, mismas que puede considerarse, en gran medida, como el origen de los pueblos en la actualidad. De estos cambios, una de los más importantes fue la reorganización de sus comunidades de acuerdo con los modelos europeos, de los cuales jugó un papel destacado el convento y la fraternidad franciscana.
Aunque parezca reiterativo, pues son muchos los estudios realizados al respecto, trataremos, si bien en forma muy general, algunos aspectos del proceso evangelizador realizado por la Orden de Frailes Menores de la Observancia.
Francisco Morales señala que México fue posiblemente el escenario donde la presencia franciscana fue más notoria; por ser los primeros misioneros que arribaron a este país, esta orden abarcó extensos territorios, lo que les permitió trabajar con una gran variedad de grupos indígenas, actividad que los obligó a dominar diversas lenguas, componer gramáticas y vocabularios, traducir textos bíblicos a idiomas nativos y a utilizar técnicas de escritura (Catecismos pictográficos) completamente diferentes de las europeas (Morales, 1993: 223).
Al parecer -señala el autor antes citado- el franciscano se sintió muy cómodo y plácido en las diferentes poblaciones de México, razón por la cual, aunque no nos atrevemos a calificarlos de partidista, no puede ser negada su preferencia por el México indígena.
Sus obras más importantes en el siglo XVI (escuelas, hospitales, alta educación, urbanización, construcción y producción bibliográfica) las destinaron principalmente a los pueblos indígenas, y como tal Jilotepec fue uno de ellos, mismo que como tantos otros manifestó una la actitud permeada de cierta complacencia hacia el fraile franciscano.
Esta mutua compenetración fue motivo para que los franciscanos tuvieran algunas controversias con las autoridades civiles y eclesiásticas, ya que ellos tenían como tarea fundamental la organización de los pueblos, la dirección de la construcción de sus iglesias y conventos, la educación de los indígenas, la intervención en el reparto del trabajo, la participación en la elección de las autoridades civiles, la intervención en los pagos del tributo, el resguardo de la economía indígena y el castigo o defensa de los naturales. El papel tan relevante del franciscano en la formación de la sociedad novohispana es lo que dificulta, en gran medida, presentar una visión global de su acción evangelizadora.
Fundación franciscana de Jilotepec
El adoctrinamiento de la región de Jilotepec estuvo, como el resto de la nueva España, vinculado a un sinnúmero de acontecimientos políticos y sociales, ligado a la organización político-administrativa y a la implantación de la encomienda.
Los hechos de catequización resultan un tanto confusos, en virtud de que se mezclan con otros que se relacionan con la conquista militar, construcción de obras públicas, elección de gobernantes y reparto de tierras; esta situación ha permitido que los cronistas no distingan, en muchas ocasiones, entre unos y otros acontecimientos.
Los hechos que a continuación presentamos reflejan no sólo lo escrito al inicio del trabajo, sino también lo que arriba se ha expresado.
Las primeras comunidades evangelizadas por los franciscanos se establecieron en 1524, a partir de ese año los frailes menores fundaron conventos en dos regiones que habrán de ser los dominios fundamentales de su actividad apostólica: el valle de México y la región de Puebla. En cada uno instalaron dos casas, para ello escogen grandes centros indígenas de excepcional importancia para aquel tiempo; la región central de México: México-Tenochtitlán, Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo. Los primeros pueblos catequizados por los padres en dicha región fueron Cuautitlán y Tepotzotlán, y a partir del convento de México estuvieron ligados durante la primera avanzada franciscana (1524-1531) el valle de Toluca, Michoacán, la región de Jilotepec y la de Tula.
Al respecto, el cronista franciscano fray Jerónimo de Mendieta dice:
a México acudía todo el valle de Toluca y el reino de Michoacán, Cuautitlán y Tulla y Xilotepec, con todo lo que ahora tiene a su cargo los padres agustinos hasta Meztitlán (Mendieta, 1945, III: 248 y 285).
Ésta era una organización totalmente provisoria y que duró poco, pues como señala Ricard:
La multiplicación de fundaciones franciscanas y la llegada de las otras dos órdenes hicieron efímera su existencia. Así, la etapa capital del desarrollo del apostolado franciscano en México fue el periodo que abarca los años de 1525 a 1531, años en que se consolidan sus posiciones en las diferentes regiones del país (Ricard, 1986: 140).
Los franciscanos siempre trataron de establecerse en puntos estratégicos de consolidación de conquista, de ahí que Jilotepec no fuera escogido de manera casual. Después de analizar diversos datos tenemos que en el valle de Toluca hubo por lo menos cinco plataformas de evangelización: Calimaya y Zinacantepec, restos en la de Toluca, en la región norte se encontraron evidencias de la de Jilotepec y la de Metepec, lo anterior lo apoyamos fundamentalmente en los restos arquitectónicos de carácter religioso que se conservan en todos esos sitios, y además se establece también en el estudio de Loera Chávez (1994).
Fueron muchos los factores que llevaron a los franciscanos a escoger ese lugar. El principal atractivo de la región desde el momento de la Conquista fue la alta densidad de población indígena, ya que proporcionaría mano de obra para la construcción de la nueva ciudad.
Jilotepec sobresalió por la bondad de sus suelos para la agricultura y la ganadería. Tierra bien comunicada y regada, que continuó siendo, como en el periodo prehispánico, uno de los proveedores más importantes de grano para la ciudad de México. A su mercado enviaban los encomenderos los tributos que recibían de los indígenas, especialmente del maíz.
Algunas investigaciones señalan que la cría de ganado empezó en la región a finales de 1520, aunque ignoramos en qué proporción, sin embargo se sabe que existía ganado mayor y menor; de ahí que hacia 1535 existía un número de estancias ganaderas distribuidas en este territorio, especialmente de ganado bovino, ovejuno y porcino.
En cuanto a la encomienda, ésta promovió una jerarquía social al interior de la región, y como quedó señalado en páginas anteriores la de Jilotepec fue muy importante, ya que cada encomendero -unos más, otros menos- se fue haciendo propietario de tierras y estancias ganaderas además de aprovechar las mercedes reales que le fueron conferidas de manera independiente a sus encomiendas, o por medio de compras a los indios o a otros españoles. En Jilotepec se consolida el proceso de expansión de las estructuras españolas a finales del siglo XVI, junto con el evangelización, la cual inicia desde tiempos muy tempranos (Loera Chávez, 1994: 198)
Los franciscanos fundaron una doctrina en 1529 en San Pedro y San Pablo Jilotepec. Del primer establecimiento tenemos escasas referencias, sólo contamos con la que menciona Mendieta en relación con el fraile fray Alonso Rengel. De éste nos dice lo siguiente:
Era hombre de buena habilidad y suficiencia de letras, y sobre todo muy ejemplar y grande obrero en la conversión de los indios. Aprendió en breve tiempo las dos lenguas más generales de esta Nueva España, es a saber, mexicana y otomí […] En la otomí fue el primero que la alcanzó a saber […] y el primero también que en ella predicó la palabra de Dios y su Evangelio en las provincias de Jilotepec y Tula […] los baptizó, y destruyó todos los idolos de aquellas provincias con sus templos y altares […] dos veces trataron de matarlo por ello; la primera vez junto a un pueblo llamado Chiapa, y la otra cerca de otro que se dice Tepetitlan. (Mendieta: IV, 112)
El Códice de Jilotepec hace referencia a fray Antonio de Ciudad Rodrigo como el evangelizador de dicho lugar, en compañía de fray Alonso Rangel. Sin embargo, los datos en relación con el primer fraile no confirman su estancia en dicho sitio, quizá la confusión consista en que ambos vinieron de España en 1529.
De la presencia de Alonso Rangel existe la certeza, no sólo por lo que dice Mendieta, sino también lo confirma la crónica de fray Agustín de Vetancurt: fue guardián del convento de Tula el año de 1539 y constructor de dicho monasterio; esto nos lleva a pensar que él debió intervenir en una primera construcción en Jilotepec entre 1532 y 1537 antes de partir a Tula (Salas Cuesta, 1983: 152).
Para tal afirmación nos apoyamos en lo que refiere el Códice de Jilotepec:
Luego en este tiempo llegaron los religiosos que vinieron en compañía del capital de la orden de San Francisco […] cuyos nombres eran Fray Cristóbal de Samorano y Fray Alonso Rangel.
Llegaron otros religiosos de mi Padre San Francisco a pie con sus báculos y descalzos (Códice de Jilotepec, 1990: 29)
Más adelante refuerza nuestro argumento lo siguiente: “Llegaron los fundadores a Xilotepec y pasaron a San Luis Potosí y en ese tiempo quemaron el palacio de los reyes y salió en gobierno de la provincia Don Gabriel de los Angeles y el 2 de febrero de 1535 se dio la primera misa” (ibidem: 30).
Si se celebró una primera misa en dicho sitio, es muy probable que haya existido un templo y en consecuencia un lugar a donde residieran los frailes. No sabemos con certeza, pues ninguno de los autores consultados hacen referencia a ello ni a lo que aconteció en Jilotepec entre los años de 1536 a 1549, tampoco en relación con su actividad doctrinal y constructiva. La única referencia que se tiene es acerca de la estancia del padre fray Ximón Martínez, apostólico barón, que según el Códice pertenece a uno de los primeros doce franciscanos que llegaron a Nueva España. Desafortunadamente dicho nombre no se le ha podido relacionar con ninguno de los frailes que llegaron ni en la primera avanzada (1524) ni en la segunda (1530-1531).
Hacia 1549 se tienen noticias de la llegada a Jilotepec del padre fray Alonso Raya, el cual estaba apoyado por don Juan de la Cruz, cacique y principal de la provincia de Jilotepec. Es con este fraile que se hace mención de que por primera vez a los naturales se les establece en forma congregada, de esta manera fueron reunidos los señores principales e hicieron una elección de gobierno y república con mucha tranquilidad (Códice de Jilotepec, 1990: 31)
La mencionada congregación la inicia en 1530 el fraile Alonso Rangel, quien congregó doce pueblos, de los que desafortunadamente no tenemos sus nombres.
De acuerdo con las evidencias arquitectónicas y a los datos dispersos proporcionados por los cronistas Mendieta y Vetancurt, a reserva de contar con la suerte de localizar documentos que nos den fechas concretas, proponemos que la segunda construcción conventual debió iniciarse alrededor de los años 1561-1564, en esta última fecha da inicio la construcción de la iglesia de Huichapan, que era doctrina de Jilotepec, y de la que Vetancurt señala que su convento distaba 22 leguas de México, que era muy capaz y que estaba a San Mateo Apóstol dedicado, que tenía trece capellanías y siete cofradías de españoles y de indios; el pueblo tenía tres comunidades de indios, una era la de San José y la otra la de San Pablo con un gobernador y alcalde mayor por su majestad (Vetancurt, 1971, t. 2: 71).
De acuerdo a lo que señala Kubler, la construcción mencionada por Vetancurt debió haber sufrido modificaciones para dar lugar al edificio que actualmente contemplamos. El cronista relata lo siguiente:
Fue cabeza de Provincia de los otomites, dista de México 16 leguas más al Poniente que al Norte, tiene su iglesia a los sagrados apóstoles San Pedro y San Pablo dedicada; desde este convento en los principios se visitaban y administraban muchos Pueblos, y tuvo por Visita a San Juan Río que hoy es beneficio populoso de Españoles y Naturles; […] tiene cinco visitas: Santa María Amealco, Santiago, San Andrés, San Bartholomé, y San Agustín; nueve hermitas, donde cada año se celebra fiesta a saber: Santa María Tzimapantoco, San Juan Francisco, San Sebastián, San Miguel, La Magdalena, Calpulalpa, San Lorenzo, San Pablo, San Luis Hospital y el Calvario; cuatro cofradías: El S.S. Rosario, la Concepción, Animas y San Antonio y Hermandad de San José, viven cinco religiosos con ministro cura que administran cincuenta españoles, seis haciendas de labor y cría de ganado y más de mil otomíes. (ibidem, t. 2: 62-64)
Al respecto, Kubler menciona que la actividad constructiva registrada para Jilotepec se concentra entre 1590-1600 (Kubler, 1961: 66). Lo que nos llevaría, como proponemos, a la existencia de una construcción anterior a esta época, seguramente la señalada por Vetancurt.
El problema radica en que las campañas de construcción no pueden ser identificadas cada con la bibliografía existente, pues sólo se menciona la década en que ocurre, en el caso de Jilotepec posiblemente se trata de una campaña breve que va de 1560 hasta 1570. Esto lo sustentamos en que para el año de 1573 don Juan de la Cruz, cacique del pueblo, compra para la iglesia una custodia mediana donde se deposite el Santísimo Sacramento, además fue muy cuidadoso, puesto que estaba cansado de la construcción de la capilla del pueblo y provincia de Jilotepec.
Dentro de los rigurosos cánones religiosos el depósito del Santísimo Sacramento implica no sólo tener un lugar apropiado sino también digno para ser recibido, de ahí nuestra hipótesis de una segunda construcción, la cual comprende la década de los sesenta. Durante ese lapso el convento debió estar prácticamente terminado, en tanto que al templo debió faltarle una gran parte, pues el término de capilla al que alude comprende arquitectónicamente el tramo del presbiterio, sitio donde se localiza el altar mayor.
De los años de 1580 a 1600 es el periodo con mayor actividad constructiva, en él se realizaron la mayoría de las construcciones que hoy se conservan. Cabe señalar que el registro documental de cada construcción es incompleto, de ahí la necesidad de llevar a cabo excavaciones en los diferentes sitios, ya que esto nos darían la posibilidad de contrastar los informes de las fuentes con las evidencias materiales. Al no contar con datos, las fechas de las etapas constructivas son sólo propuestas hipotéticas.
El caso de Jilotepec no podemos aislarlo de los fenómenos generales que incidieron en las construcciones, como que los franciscanos tuvieron una decadencia en la actividad constructiva de 1540 a 1560, por lo cual, apoyados en Kubler, proponemos la construcción del templo posterior a esas décadas (Kubler, 1986: 64)
Hasta el momento no existen datos estadísticos acerca de los efectos de la presión que se ejerció sobre las diferentes poblaciones, ni la secularización, ni las grandes epidemias, éstas últimas tienen gran significación en la actividad constructiva de 1545 a 1576. En la provincia franciscana del Santo Evangelio se registra, después de un periodo de actividad sin paralelo, una importante baja en la década de 1540.
La gran epidemia de 1545 coincide de manera definitiva con los momentos críticos de las construcciones; en el caso de los franciscanos la declinación fue evidente, sus obras constructivas presentan una relación paralela a las fluctuaciones de la población, al reducir su actividad en épocas de epidemias, pues los frailes estaban perfectamente consientes de los problemas que causaban las pérdidas humanas.
De acuerdo con lo anterior proponemos una tercera etapa constructiva para el convento de San Pedro y San Pablo, la cual comprendería de 1560 hasta 1590. Con respecto al templo, cuya arquitectura consiste en arcos apuntados y muros reforzados por contrafuertes cuadrados tal y como se presentan en el presbiterio, nos aproxima a la década de los setenta, puesto que se trata de una variación que refiere estéticamente al gusto clasicista, estilo arquitectónico que no se dio antes de esa fecha en territorio novohispano y de manera muy rara prevaleció después de la década de los noventa.
Si bien es sucinta la información obtenida hasta la fecha, al menos permite establecer una cronología. En Códice de Jilotepec asienta que en 1585 el gobierno admite acabar la segunda iglesia desde Jilotepec (Códice de Jilotepec, 1990: 33). Si atendemos al termino de segunda iglesia, la propuesta para una tercera etapa constructiva tiene cabida en los márgenes cronológicos antes señalados, puesto que Juan de la Cruz dice haber comprado un órgano, haber puesto la cruz que está en medio del patio de la iglesia y haber aderezado la iglesia mayor. Si dicho personaje muere en este sitio en 1589 y se hace cargo de las obras ya mencionadas, es probable que la construcción del inmueble estuviera en su etapa final, pues en la relación de Ciudad Real el padre Ponce refiere lo siguiente: “El convento está acabado con su claustro, iglesia, dormitorios y huerta” (Ciudad Real, 1993: t. I: 137).
En la misma relación menciona la visita efectuada por fray Alonso Urbano en enero de 1586, donde señala: “…por orden del padre Ponce, Fray Alonso Urbano asienta que durante su visita encontró que el convento está acabado con su claustro, iglesia, dormitorios y huerta…” (ibidem, t. I: XLVII)
La Capilla Abierta
Durante los primeros tiempos de la evangelización los frailes acostumbraban celebrar las misas y otros servicios religiosos en explanadas abiertas.
En los domingos y en las fiestas de precepto, esta misa mayor a la intemperie se celebraba en la “capilla abierta”: término acuñado, en 1927, por el historiador del arte mexicano Manuel Tulssaint, para designar una de las soluciones arquitectónicas […] más eficaces dada por los misioneros españoles al problema de la evangelización indígena. Con anterioridad, los cronistas del siglo XVI la venían denominando “capilla del patio”, aunque los indios, ha iniciativa del franciscanismo se referían a ella como “Belén” y “San José” […] Tal vez Motolinía trato de asociar simbólicamente en la “capilla del patio” de Tlaxcala, la tradición franciscana del pesebre con la idea del portal de Belén de la evangelización del Nuevo Mundo, al ser en este recinto donde se oficiaba la misa. (Palomera, 1963: 179).
Respecto a la advocación del Belén, pronto fue suplantada en favor de San José de los Naturales en calidad de obrero y artesano. Con dicho nombre se bautizó la capilla abierta del Convento Grande de San Francisco de México, la más famosa que se construyó en la Nueva España. Ésta fue la primera capilla construida como seminario de la doctrina de los indios, situada en la cabecera del reino; todas las capillas que se edificaron después en otros pueblos fueron intituladas por los naturales con el mismo nombre, así tenemos que éstas capillas en los patios se les conoce con el nombre de San José.
Este tipo de construcciones fueron edificadas en su mayoría entre 1550 y 1570, o por lo menos en ese tiempo tomaron forma arquitectónica, es decir que entonces no se trataba ya de aquellas primeras construcciones provisionales que sustituyeron al templo, sino de instalaciones complementarias a éste.
Múltiples fueron los usos que tuvieron dichos espacios, generalmente utilizados para días de fiesta o para grandes ocasiones; cuando el pueblo asistía a la misa o a algún servicio religioso, el espacio de la iglesia era insuficiente.
En el caso de la de Jilotepec la información localizada en las fuentes hasta este momento es confusa, ya que se menciona que al lado del convento existía una ramada muy grande y suntuosa, allí se juntaban los indios y se predicaba la misa (Ciudad Real, 1993, t. I: 137). Por otra parte en el Códice de Jilotepec (1990:35) se ilustra a través de una representación gráfica lo que podría ser la capilla abierta conformada por siete naves, desafortunadamente ninguna de las dos crónicas indican las fechas de temporalidad.
Mc Andrew menciona que es probable que esta construcción haya sido realizada después de 1552 y marca el inicio de su construcción hacia 1550. Es muy difícil señalar fechas tan precisas con los argumentos que él expone, además se apoya en el hecho de que la hija de la segunda esposa de Jaramillo, encomendero de Jilotepec, con su herencia había contribuido de forma notable en la construcción de la casa franciscana alrededor del año antes citado (Mac Andrew, 1995: 412-413).
También argumenta sin mayor explicación, que la capilla de Jilotepec debió parecerse a la de San José, y si esto fuera así entonces correspondería a la década de los cincuenta. La cronología de la capilla de San José en México no concuerdan con lo propuesto por Mc Andrew, pues para apoyar su hipótesis propone como constructor de la capilla de Jilotepec a fray Diego Valadés y de la relación que este franciscano tenía con fray Pedro de Gante, autor de la de México, sin embargo, Valadés se encontraba por esas fechas rumbo a España, por lo tanto era difícil que él fuera responsable de dicha construcción. Por otra parte, desconocemos de dónde provino el dato de Mc Andrew para afirmar que la capilla de Jilotepec debió haber sido similar a la de San José de San Francisco. Probablemente el argumento de Mc Adrew se sustenta en la relación que existe con el nombre de San José de los Naturales de San Francisco de México, es ahí donde posiblemente surge la confusión, debido a que todas las capillas en ese tiempo adoptaron ese nombre.
Probablemente la capilla que mencionan las fuentes y que propone el autor sea la que se localiza inmersa en el gran espesor del muro que divide la portería de siete arcadas y el claustro. La distribución espacial y arquitectónica del área hace suponer que ésta fue ocupada por una profunda capilla abierta e invadida por el convento una vez construido, el templo actual. Si ponemos atención en la cronología tanto del convento como del templo tendremos que esta construcción pudo haber iniciado en la década de los cuarenta. Sin embargo, surge la duda acerca de la existencia de una sola capilla, ya que Ponce (Ciudad Real, 1993, t. I: 137) describe que en el año de 1585 había una capilla grande y suntuosa pegada al convento.
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Sobre la autora
Marcela Salas Cuesta
Dirección de Antropología Física, INAH.