Para el momento del contacto, o si se prefiere de la invasión europea previa a la conquista española, el mundo indígena era un mosaico pluriétnico y multilingüe, con marcadas diferencias entre sus componentes y, aunque en buena parte de lo que hoy es México había una tendencia hacia el predominio político-militar de la llamada Triple Alianza (Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan), también existían diversos poderes independientes entre los que, de manera importante, se encontraba otra Triple Alianza encabezada por Tlaxcala con la participación de Huexotzinco y Cholula. Para el estudio del devenir del mundo indígena en el periodo Posclásico tardío, principalmente en la región lacustre central y el área Puebla-Tlaxcala, es importante tomar en cuenta las alianzas tanto político-militares como matrimoniales dentro de una compleja dinámica socio-política-económica determinada en buena medida por las actividades militares, que repercutían en las económicas, básicamente ligadas con la tenencia o el usufructo de la tierra, las artesanías y los excedentes necesarios para satisfacer las imposiciones tributarias.
Entre las características que distinguieron a buena parte de las sociedades mesoamericanas, además de la posesión de calendarios, un tipo de organización estatal y diversas formas de planificación urbana, destacaba la manufactura de registros que consignaban diversos aspectos religiosos, calendáricos, genealógicos, etc., los cuales de manera importantísima dan testimonio de una acendrada conciencia histórica. Como lo evidenció Caso, los registros “escritos” que sobreviven, de acuerdo con la región en que fueron producidos, se remontan hasta los siglos VII u VIII de nuestra era.
Dentro de este contexto, Luis Reyes García, creador intelectual y coordinador de este volumen, se ocupa del caso particular de Tlaxcala remontando los antecedentes de la escritura pictográfica a dos mil años.
En forma breve, Reyes García destaca las que considera principales características de la sociedad prehispánica: una sociedad estratificada en la que todas las actividades estaban permeadas por una conciencia o un sentimiento colectivo sacralizado.
Dentro del estrato dominante, con cuando menos tres niveles de interacción, presentaban particular importancia la pertenencia y posición dentro de un linaje gobernante; entre éstos existió una complicada red de intercambios regulados en buena medida por las alianzas político-matrimoniales. De acuerdo con el autor, la más frecuente forma de respuesta de las comunidades de los macehualtin ante los abusos de los miembros del estrato dominante fue separarse de la casa señorial, donde no pudieron resistir el maltrato, y adscribirse a otra. Su preocupación principal -saberse miembro de un linaje o buscar un más conveniente asentamiento-, está ampliamente manifestada en los códices tlaxcaltecas.
Las sociedades mesoamericanas, eminentemente agrícolas, supieron interpretar los fenómenos astronómicos e inventaron los calendarios (solar y ritual), y como importante medio de comunicación (en el seno del estrato dominante), de acuerdo con Reyes García, surgió un sistema de escritura sui géneris (pictográfico-ideográfica); dado que el mundo mesoamericano prehispánico fue básicamente pluriétnico y multilingüe, la representación de las ideas por encima de las palabras ofreció una solución ideal para cierto nivel de comunicación.
Sin embargo, con la concentración regional de poderes surgieron diferencias en las formas de registro entre el altiplano central y el área maya, aunque por otro lado siguió vigente en la mayor parte de los pueblos mesoamericanos un sistema de representación doble, iconográfico e ideográfica. Sobre estos tipos de signos nos dice Reyes García:
… se les llama generalmente pictogramas y para sus lecturas es necesario identificar objetos, formas, tamaños, colores y posición. Además es necesario ir más allá de las formas y encontrar su significado, al que sin el conocimiento de la lengua o las lenguas usadas, no se puede acceder.
En el náhuatl de Tlaxcala, además del genérico tlahcuilolli para designar a los documentos pintados o escritos, es posible diferenciar, de acuerdo con su contenido, al tlacamecáyoamatl o “documento de parentesco”, al amatlahtocáyotl o “documento de señorío” y al yaotlahcuilolli o “pintura o escrito de guerra”. Para los españoles son pinturas o códices, o, si se refieren a asuntos territoriales, mapas, y en algunos casos (debido a su tamaño) lienzos. Además de los temas mencionados en las pinturas o códices, se registraban también asuntos calendáricos:
… conceptos y actividades religiosas, para anotar nombres y medidas de terrenos, para elaborar censos je población, para consignar prestaciones laborales en especial y para registrar muchísimas actividades más.
En Tlaxcala, considerando las diferentes formas de representación aludidas, tomando como punto de corte la invasión y la conquista españolas, de la época prehispánica tenemos ejemplos de pintura rupestre y mural: Atlihuetzia, Tizatlan, Ocotelulco y Cacaxtla, de las que se ocuparon u ocupan Alfonso Caso, Rosales Delgadillo, Andrés Santana, Eduardo Contreras y Carolyn Baus. Desgraciadamente no contamos con ejemplos prehispánicos de las pinturas o lienzos, pero sí, como importante presencia, de una tradición indígena de la época colonial en el periodo que va de 1530 a 1776; en el volumen presentado, se reproducen, describen, estudian o simplemente se mencionan y comentan sesenta y cuatro códices: 27 genealogías, 25 relativos a tierras, siete “relacionados con acontecimientos de la invasión y conquistas en que participaron los tlaxcaltecas, tres relativos al calendario, uno con anales y otro que relata la migración y fundación de pueblos otomíes”. Lo que, nos dice el autor:
… demuestra el fuerte arraigo y la vitalidad del sistema de escritura indio, que cambió y se adaptó pero persistió durante toda la época colonial… [lo que también] señala la aceptación y el reconocimiento colonial de la especificidad cultural india.
Cabe señalar que todos son mixtos esto es, compuestos por una parte glífica (glífica-pictográfica) y textos en náhuatl o español. Por obvias razones de espacio y seguramente presupuesto, se excluyen del volumen obras y estudios como el Lienzo de Tlaxcala, el Tonalámatl de Aubin y otros ya publicados por el gobierno del estado.
Uno de los principales problemas que enfrenta su estudio es el de su fechamiento preciso, lo que hasta ahora sólo se ha logrado con 25, base comparativa para situar cronológicamente a los demás.
Como lo muestra el contenido, en el volumen se reúnen trabajos de investigadores nacionales y extranjeros que dedicaron parte de sus esfuerzos a la problemática de lo que Reyes denomina “la escritura pictográfica tlaxcalteca”, parte en todo caso de un espectro mucho más amplio.
Con respecto al lugar donde se encuentran, la mayor parte está en la propia Tlaxcala (29) o en el Distrito Federal (21); el resto en Europa (10) y Estados Unidos (4); de las vicisitudes de algunos de ellos se encarga Masae Sugawara.
La inquietud por recopilar, catalogar y estudiar el acervo de los documentos pictográficos tlaxcaltecas, además de las menciones generales y circunstanciales de los cronistas o historiadores tempranos como Hernán Cortés o fray Toribio de Benavente Motolinía, se remonta a 1743 con Lorenzo Boturini, quien describió brevemente la colección que de ellos tuvo. En 1779 don Nicolás Faustino Mazihcatzin y Colmecahua, principal de Tlaxcala, redactó una descripción del Lienzo de Tlaxcala conocido en su tiempo como “mapa historiographo”, del que hizo una copia en 1787 (ambos actualmente en la Biblioteca Nacional de París).
En el siglo XIX destacan Chavero, con su explicación del Lienzo de Tlaxcala, y Agustín Rivera, con su descripción de la Manta de Tlaxcala o de Salamanca.
En este siglo, además del importante trabajo de Caso (1927) sobre las pinturas del Tizatlan, en su momento se ocuparon de los códices de Tlaxcala Ramón Mena (1917), Federico Gómez de Orozco (1937) y Salvador Mateos Higuera (1944), cuyos trabajos se reproducen en el presente volumen. Al igual que los de Cerdt Kutscher (hacia 1970), hasta donde sé por primera vez traducidos al español. Contemporáneo de los cuales es el estudio de Jorge Gurría Lacroix sobre el códice Entrada de los españoles en Tlaxcala.
Trabajos a los que se suman los de Agustín Rivera, Virginia Guzmán, Fernando Cortés de Brasdefer, José Eduardo Contreras y Henry Nicholson, los cuales culminan con el catálogo de Luis Reyes García. Destaca en éste la importante y necesarísima reproducción de los códices, en dibujos a línea de César J. Meléndez Aguilar (excepto las ilustraciones de los techialoyan) y los también obligados y muy útiles índices onomásticos y toponímicos de Severa Cervantes y Patricia Mendoza.
Sin lugar a dudas, todos los artículos que integran el volumen aportan algo o mucho al esclarecimiento de la problemática que abordan, la cual regionaliza el problema. Este acercamiento metodológico que posibilita un trabajo sistemático y continuo sobre la codicografía de Tlaxcala, parece ser el adecuado, como lo muestran también las labores realizadas en este sentido en diversas instituciones de los estados de Chiapas y de México. Esfuerzos personales e institucionales a los que sería bueno sumar los de la iniciativa privada (la cual indudablemente debería abrirse más a los espacios académicos y al público en general), posibilitadores de un conocimiento más amplio de (comparto la idea de Reyes García) esa importantísima y por desgracia perecedera parte de nuestro patrimonio cultural que, si no nos apuramos a recuperar, estamos en inminente peligro de perder.
Sobre el autor
Jesús Monjarás-Ruiz
Dirección de Etnohistoria, INAH.