Relaciones sociales en un espacio de frontera: un estudio de caso

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Leandro Hamud Fernández*


Resumen

El propósito de esta comunicación es analizar las razones por las que indígenas y españoles buscaban establecer relaciones entre sí, tomando como caso testigo lo ocurrido en el Chaco entre 1750 y 1810. Si bien es cierto que esto se daba en el marco de un proceso de conquista, detrás de las alianzas o del enfrentamiento armado existían estrategias y necesidades que guiaban las acciones de los protagonistas. Para llevar adelante esta tarea consultamos documentación disponible en el Fondo de Gobierno del Archivo Histórico de Salta, en la Sala IX del Archivo General de la Nación, y a través de diferentes testimonios que nos legaron algunos de los principales interesados de la conquista, principalmente los padres jesuitas que administraron varias misiones en la región y dejaron excelentes descripciones de las prácticas nativas.
Palabras clave: región, frontera, interacción social, poder, circulación.


Abstract

The purpose of this communication is to analyze the reasons why both the natives and the Spaniards sought to establish relationships with each other, taking as a witness case what happened in the Chaco between 1750 and 1810. Although it is true, this occurred within the framework after a process of conquest, behind the establishment of alliances or the armed confrontation, there were strategies and needs that guided the actions of the protagonists. To carry out this task, we consulted part of the documentation available in the Government Fund of the Historical Archive of Salta, Room IX of the General Archive of the Nation, and different testimonies that were left to us by some of the main stakeholders of the conquest, mainly the Jesuit fathers who administered various reductions in the region and left excellent descriptions of indigenous practices.
Keywords: region, border, social interaction, power, circulation.


En las últimas décadas, los estudios sobre las diversas fronteras hispanoamericanas han logrado notables avances, tanto cuantitativos como cualitativos, lo que permitió profundizar nuestra comprensión sobre las formas que adoptó la interacción social en esos espacios. La historiografía tradicional centró su mirada en el aspecto conflictivo de la cuestión: los enfrentamientos armados, los daños que las incursiones indígenas causaban a las estancias, el cautiverio de mujeres, el martirio de los eclesiásticos que buscaban la conversión de los nativos, y varias situaciones más, cuyo fin era justificar la conquista de esos territorios y la “desaparición” de los indígenas.1 En cierta medida, estos discursos simplemente reproducían la idea de que los pobladores locales eran unos “bárbaros” que obstaculizaban el progreso; un claro ejemplo lo dejó Ramón García Pizarro, gobernador intendente de Salta, quien en 1794, tras fundar la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán, consideraba que el valle de Centa había dejado de ser parte del Chaco Gualamba.2

    Estas interpretaciones han sido superadas por trabajos que se apoyan en nuevas matrices teóricas y que facilitaron la aparición de una mirada más compleja sobre las relaciones que se establecieron en estos lugares de encuentro y reconocimiento del “otro”. En la actualidad, el conflicto no es la única variable a tener en cuenta, ni siquiera la predominante, ya que se amplió el foco hacia otras formas de interacción.

    Este cambio coincide con una nueva comprensión del concepto de frontera, ya que hoy no se entiende éste como una línea divisoria, sino como un espacio poroso, dinámico, dotado de características propias, en donde se pueden visualizar diferentes formas de contacto y acercamiento pero también de diferenciación.3 Nuestro trabajo se ubica espacialmente en el Chaco Gualamba, región que a lo largo del período colonial no pudo ser conquistada, pero que se caracterizó por el establecimiento de un complejo entramado de relaciones sociales. La demarcación se dividió tradicionalmente en tres áreas: la boreal, que llega hasta el río Pilcomayo; la central, ubicada entre los ríos Pilcomayo y Bermejo, y la austral, que se extiende hasta el río Salado.4 Si bien nuestra intención es conformar una mirada amplia, analizando los procesos de interacción que se dieron en toda esta región, lo cierto es que haremos hincapié en lo que sucedió en el Chaco Occidental; es decir, en la frontera este de las actuales provincias argentinas de Salta y Jujuy.

    En lo que se refiere al recorte temporal decidimos situarnos entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera década del siglo XIX, cuando el Pronunciamiento de Mayo de 1810 desencadenó una guerra civil que dislocó el sistema defensivo que existía en la frontera salto-jujeña y que se había ido configurado a lo largo de varias décadas. Durante este período identificamos dos etapas, y en cada una de ellas predominó una forma de vinculación interétnica por sobre otras. Pero antes de avanzar en estas cuestiones,

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consideramos necesario presentar un breve repaso del contexto en el que se desarrollaron los procesos aquí estudiados.

Las Reformas Borbónicas y la conquista de las periferias

La segunda mitad del siglo XVII estuvo caracterizada por el retroceso del poderío español en Europa y la consecuente pérdida de su hegemonía, proceso que fue acompañado por la fundación de colonias que dependían de Francia e Inglaterra, principalmente. Esto desembocó en el recrudecimiento de las tensiones a lo largo de todo el siglo XVIII, ya que los rivales de España codiciaban algunos territorios que ésta poseía o reclamaba para sí, tales como Florida, Centroamérica y la Patagonia.

    La Corona y sus colaboradores se vieron obligados a replantear sus estrategias para defender los dominios americanos, incrementando y reorganizando sus ejércitos, sobre todo tras la conquista de La Habana por parte de los ingleses en 1762.5 Como no disponían de amplios recursos debieron recurrir a una estrategia defensiva y a un fuerte aumento de la presión fiscal sobre los súbditos.6 Si bien es cierto que gran parte de los hombres con que se contaba para defender a las colonias no eran soldados profesionales sino milicianos, el gasto en la logística necesaria para sostener un hipertrofiado, y aun así insuficiente, aparato militar significó un enorme esfuerzo para la Corona.7

    En ese sentido, las fronteras cobraron una notable relevancia dentro del esquema defensivo. Algunos territorios que estaban bajo dominio indígena eran frecuentados por mercaderes europeos que les proporcionaban armas de fuego, pólvora, municiones, entre otros bienes, lo que les permitía aumentar su poder e influencia sobre esas comunidades, las que a su vez lograban resistir con mayor éxito el impulso colonizador español, como pasó con los indígenas de Darién entre 1760 y 1810.8 En otro sentido, las nuevas exigencias de los mercados internacionales que requerían tejidos, té y azúcar por sobre las especias orientales,9 junto con la posibilidad de encontrar minerales en los territorios indígenas, explican la gran cantidad de viajes exploratorios que se realizaron durante el siglo XVIII. Se pretendía recabar la mayor cantidad posible de información sobre las características naturales y su población para idear la mejor forma de dominarlos, poniendo en entredicho la capacidad de las misiones para lograr ese objetivo. Éstas habían tenido un rol fundamental en la recuperación de las comunidades indígenas tras la crisis demográfica del siglo XVI;10 no obstante, en el siglo XVIII se empezó a considerarlas como obsoletas, una forma anticuada y poco efectiva de colonización. El aislamiento que promovían no era compatible con lo que deseaban los nuevos grupos dirigentes; por lo tanto, el contrapunto entre sus defensores y detractores fue inevitable sin que ninguno pudiera imponerse sobre el otro por un período prolongado; debido a esto, las misiones sobrevivieron hasta el fin de la etapa colonial.

    La alternativa que se planteaba para suplantar a este método de colonización consistía en liberar las tierras para el cultivo, contar con mano de obra nativa y recaudar impuestos entre ellos; en otras palabras, los indígenas debían vender su fuerza de trabajo a cambio de un sueldo, y la constante interacción con los hispanos criollos debía asegurar su sumisión. Los misioneros no iban a desaparecer, simplemente debían volcar todos sus esfuerzos en la prédica del evangelio y en cuidar la salud espiritual de las comunidades.11 Lo que se pretendía era buscar la amistad de los grupos y obtener su sumisión sin tener que recurrir a métodos violentos y costosos:

De hecho, los encargados de diseñar las políticas españolas en la última parte del período colonial sí buscaron el consentimiento de los nativos. Siguiendo la fórmula ilustrada de finales del siglo XVIII, los oficiales militares que gobernaban zonas de frontera con frecuencia cortejaron a los indios autónomos con regalos, términos comerciales generosos y alianzas amistosas, incluso en momentos en los que se preocupaban por fortalecer su posición militar.12

    Guillaume Boccara, por su parte, considera las mismas cuestiones valiéndose de otros conceptos. Durante el siglo XVII los colonizadores utilizaron el “Diagrama Soberano”, es decir, algunos métodos de conquista que implicaban una intervención directa sobre las comunidades, tales como la encomienda, la maloca, la expedición guerrera, la esclavitud, el establecimiento de fuertes y el requerimiento. Hacia el siglo XVIII, los dispositivos de poder utilizados fueron más sutiles, ya que incluían el comercio, las misiones, las escuelas de indios, los parlamentos y la instauración de caciques y embajadores, entre otros. Boccara denominó a este último conjunto “Diagrama Disciplinario”.13

    Por otro lado, las comunidades soberanas desarrollaban sus propias estrategias de adaptación y resistencia, lo que les permitía obtener ventajas del nuevo impulso colonizador sin que su autonomía se viera comprometida.

    Es en este contexto en el que se enmarca nuestro estudio sobre las relaciones entre los indígenas del Chaco y los hispanos criollos provenientes de las actuales provincias argentinas de Salta y Jujuy.

La frontera y el juego de estrategias

Los habitantes de los territorios que en 1776 se convertirían en el Virreinato del Río de la Plata, dependían, en buena medida, de las relaciones comerciales que habían establecido con las minas argentíferas altoperuanas y su posición estratégica dentro de las rutas que unían a esos territorios con el Tucumán y el río de la Plata.14 El comercio se centraba en el envío de ganado vacuno y mular, junto con diversos productos agrícolas y efectos de Castilla, a cambio de los cuales recibían plata. La recuperación de la minería potosina aumentó la demanda de ganado mular y vacuno, mientras que la población también crecía.15 Todo esto desembocó en una mayor presión por acceder a la tierra, y la posibilidad de colonizar la frontera chaqueña fue una de las soluciones a ese problema.16 El movimiento hacia la frontera podía ser de carácter espontáneo, como ocurrió en 1799, cuando un teniente veterano que prestaba servicios en la frontera con Brasil, cuyo nombre era Miguel Granda, solicitó ser trasladado al fuerte de Río del Valle y comandarlo, ya que su esposa era salteña.17 Un ejemplo más de este tipo de movimiento lo brindan dos originarios de Tarija, quienes se incorporaron a la Compañía de Partidarios en 1806.18 Pero también existía la posibilidad de que fueran los oficiales reales quienes organizaran el asentamiento de la población, tal como lo hizo el gobernador Juan Victoriano Martínez de Tineo en 1751, cuando ordenó el traslado de 18 familias, que sumaban 54 personas, que debían instalarse en las inmediaciones de Balbuena, y que fueron reforzadas con 11 presos destinados a servir en el fuerte homónimo.19

    Ahora bien, tal como sucedió en distintos espacios fronterizos de Hispanoamérica, parte de la conquista del Chaco se asentaba en la negociación con los pueblos indígenas, sobre todo porque el acceso a la tierra no era el único objetivo de los españoles. En 1774, el gobernador de Tucumán, Gerónimo Matorras, lideró una entrada al Chaco con el propósito de entrevistarse con el cacique mocoví Paikín. Matorras no sólo buscaba establecer las paces con las comunidades chaqueñas, sino también obtener una mayor participación en las rutas comerciales que cruzaban esa región y excluir a los portugueses de ese circuito.20 Por su parte, Paikín solicitó el apoyo de las armas tucumanas en sus disputas contra los abipones que poblaban las misiones que se asentaban en el Chaco austral. Esto surge del diario de la expedición, ya que el mismo Matorras confesaba que: “[…] insistían en que los acompañásemos y se les diese auxilio para continuar con sus sangrientas guerras que tenían pendientes con los indios abipones, cuya principal parte se hallaba establecida en las reducciones de las fronteras de Santa Fe y Corrientes […]”.21 Cabe destacar que, al menos desde la segunda mitad del siglo XVIII, este tipo de encuentros no eran improvisados, sino que se pactaban previamente, tal como lo expresaba el padre franciscano Antonio Lapa, quien formó parte de la expedición de Matorras y que negoció una nueva entrada en 1776.22 Esto significa que tanto los hispanos-criollos como los indígenas buscaban entablar alianzas para obtener beneficios de esa amistad, tal como se puede observar con lo ocurrido en 1774.

    Una cuestión más para tener en cuenta era el acceso a la mano de obra nativa, la que era utilizada en diferentes tareas a bajo costo. Florian Paucke, un jesuita que administró la misión de San Javier de Mocovíes por varios años,23 aseguraba que los indios se empleaban en la agricultura, la esquila de ovejas y en la caza de caballos cimarrones, a cambio de lo cual recibían un pago mínimo en especie, cierta cantidad de efectos como lana, cuyo valor apenas llegaba a la mitad de lo que percibían otros peones de origen hispano-criollo.24 El trabajo en las estancias fronterizas fue ganando importancia hasta convertirse en algo esencial para actividades como la producción de azúcar, tal como lo muestra un cadete partidario de nombre José Juárez del Valle,25 quien en el año 1800, cuando la actividad aún no había alcanzado la importancia de la que gozaría algunas décadas después en las provincias de Salta y Jujuy, manifestaba su preocupación porque los indios no habían concurrido a los cañaverales.26

    Gracias a este intercambio de trabajo por bienes, los indígenas trataban de obtener algunos elementos que no producían y que, como resultado del contacto con los europeos, habían adquirido gran importancia para ellos. En la documentación que consultamos se detalla con precisión algunos de esos productos, que se trataba de sombreros, cuchillos, zarcillos, camisas, ponchos y diversos productos textiles, todo lo cual fue entregado en el marco de la primera mita de indios y por un valor de 178 pesos con 7 reales.27 La fuente no detalla la cantidad de sujetos que se conchabaron en esa ocasión ni los trabajos que realizaron, pero teniendo en cuenta los antecedentes y los bienes que recibieron, estamos seguros de que la paga que recibieron fue escasa.

    Según David Weber, la avidez, la dependencia que los indígenas desarrollaron por las manufacturas de origen europeo, llegaba al extremo de comprometer su independencia.28 En el estado actual de nuestra investigación no podemos asegurar que esta situación se haya repetido en el caso chaqueño, ya que en algunos dispositivos de poder era frecuente el surgimiento de disputas entre algunos caciques y los agentes hispano-criollos por el liderazgo, pero tampoco podemos negar que estos bienes tuvieran gran importancia para las comunidades.29 Una de las formas de obtenerlos era aceptar integrarse a una misión. Se trataba de espacios creados para promover la conversión de los indígenas y que se caracterizaron por una importante permeabilidad, puesto que circulaban indios que vivían en ellas, algunos que pertenecían a las parcialidades ubicadas en el interior del Chaco e incluso varios representantes de la sociedad colonial.30

    En estos espacios aprendían diferentes saberes como el trabajo de la tierra, el cuidado del ganado, el evangelio e incluso accedían a un tipo de conocimientos diferentes, como las leyes españolas, las que intentaban aprovechar a su favor. En el año 1806, el salteño Pedro Arias y Martínez, un miembro de la élite salto-jujeña, solicitaba al intendente general vender o arrendar las tierras de la antigua misión de Ortega, ya que en ella sólo quedaban unos pocos indígenas, la mayoría de los pobladores de la misión habían retornado al Chaco. La propuesta no implicaba desamparar a los indios sino trasladarlos a la misión de Miraflores.31 Lo interesante del caso fue la estrategia seguida por los chaqueños: su líder, un hombre llamado Madeta o Machel, opuso un recurso legal en el que decía:

Dirijo a usted la adjunta petición del Señor Fiscal Protector Gral. De Naturales y Memorial del cacique de la reducción de Macapillo Bernardino Machel sobre la restitución de los terrenos de ella que se le quitaron y adjudicaron a varios españoles, y la consiguiente dispersión, y apostacía, de sus naturales, a fin de que con devolución de todo, y sus respectivos autos […] A vuestra Señoría pido y suplicó que sirva concederme la merced como llevo pedido que en esto recivirá dicho mi pueblo y sus individuos mercancías y gracia […].32

    Si bien es cierto que la solicitud de merced fue denegada y los territorios de la misión fueron arrendados a José Francisco Boedo, con excepción del ganado y los edificios,33 lo interesante es destacar que la interacción constante permitió a los indígenas a que accedieran a mecanismos de defensa y autopreservación del grupo sin recurrir a las armas, utilizando los resquicios legales que les brindaba la legislación española, como la posesión de títulos de propiedad de la tierra o alguna otra consideración de carácter estratégico.34 Encontramos así un ejemplo adicional del aprendizaje que resultaba de la interacción en la frontera. Y no sólo en el aspecto legal, en 1796 el gobernador de la Intendencia de Salta, Ramón García Pizarro, en unas instrucciones que dictó para la administración de la Estancia de Centa, en las inmediaciones de la ciudad de Orán, expresaba claramente la prohibición de darles ración a aquellos indios que residían en los montes.35 Probablemente, los chaqueños se acercaban a las estancias y obtenían algunos alimentos sin ofrecer nada a cambio.

    En este caso, el planteo de fondo de Pizarro era perfeccionar el control de las relaciones intrafronterizas para evitar el desarrollo de acciones que les resultaran perjudiciales. Esta iniciativa no fue aislada, como lo muestran las acciones del marqués de Avilés, virrey del Río de la Plata entre 1799 y 1801, quien intentó durante su último año de gobierno facilitar la reincorporación de los soldados desertores:

Por quanto son muchos los desertores de los cuerpos de esta provincia que vagan por varios parages de ella y de las inmediaciones sin poderse así proporcionar destino u ocupación estable y útil para su subsistencia por el temor de ser descubiertos y castigados, el cual les detiene en presentarse y las actuales estrechas circunstancias de estar frequentemente amenazadas las costas de este río por los enemigos de la corona […].36

    Esta cuestión, que a primera vista puede parecer menor, en realidad era muy importante, ya que esos espacios multiétnicos que eran las fronteras, en este caso la del Chaco, servían como refugio a aquellos que escapaban de la ley. Judith Farberman nos muestra claramente cómo estos espacios eran lugares de encuentro: “Un expediente criminal de 1736 nos permite asomarnos a la cotidianeidad de las expediciones al monte a la búsqueda de miel, cera o algarroba que congregaban a los sujetos de las procedencias y las condiciones más variadas”.37 Este contacto les permitía a las comunidades mejorar su capacidad de resistencia, incorporando agentes hispanocriollos que aportaban nuevos saberes y tácticas, pero también colaboraban con el hilado, la agricultura y formaban sus propias familias en el interior de las parcialidades.38 Que la fuente consultada por Farberman haya sido un expediente criminal es todo un síntoma; en este caso en particular, trata sobre el trabajo en el “monte”, al que debemos entender como un territorio que escapaba del control español.

    Todo lo analizado hasta el momento fue el resultado de estrategias diseñadas para obtener el mayor rédito posible: las reuniones que desembocaron en pactos, alianzas y los diferentes tipos de intercambio se habían pactado previamente, algo que ya mostramos en el caso de la entrada de 1774. Pero también existieron algunos encuentros no planificados que permitían el intercambio de unos pocos bienes de consumo, como le ocurrió a Juan Adrián Fernández Cornejo, un miembro de la élite salto-jujeña preocupado particularmente por la conquista del Chaco, que en el marco de una de sus entradas a la provincia citada en 1780 se encontró con algunos indios tobas que le pidieron carne y tabaco y a cambio le ofrecieron algunos cueros de venado.39 Estas situaciones no siempre se daban en buenos términos, sino que en ocasiones los indígenas intentaban atacar a los hispano-criollos por diferentes motivos, entre ellos el de apropiarse de sus caballos, su tabaco o sus armas.40

Los enfrentamientos

Las luchas entre españoles e indígenas comenzaron prácticamente con los primeros contactos, pero en este caso sólo mencionaremos algunos antecedentes de importancia para luego adentrarnos en los conflictos principales que se dieron desde la segunda mitad del siglo XVIII y, sobre todo entre 1802 y 1810, cuando la estrategia de pactar alianzas con los líderes indígenas e intentar fundar misiones en el interior del Chaco cedió paso a formas de intervención mucho más agresivas.41

    Hacia la década de 1670, el gobernador de Tucumán, Ángel de Peredo, organizó algunas expediciones cuya finalidad era castigar a los indios por sus constantes ataques sobre las jurisdicciones de Jujuy y Esteco.42 Algunas décadas después, el también gobernador de Tucumán, Esteban de Urízar y Arespacochaga, organizó y lideró varias entradas que perseguían el mismo objetivo que su antecesor, escarmentar a los chaqueños.43 Ya en la década de 1750, Victoriano Martínez de Tineo retomó esta estrategia ofensiva realizando algunas campañas en el interior del Chaco Gualamba y restableciendo algunos fuertes.44 Esta necesidad de responder a las incursiones indígenas con demostraciones de fuerza es un testimonio de que la belicosidad de los nativos no cedía ante las respuestas armadas de los colonizadores, mientras que los parcos recursos disponibles hacían que fuera sumamente difícil llevar a cabo campañas de escarmiento constantes. Juan Carlos Garavaglia afirmaba que los oficiales de la Corona bascularon entre la guerra ofensiva y la guerra defensiva entre 1660 y 1760.45 Tanto Peredo como Urízar y como Tineo justificaban sus acciones esgrimiendo como argumentos principales

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la protección de los más débiles (es decir, los habitantes de la frontera) y la imposibilidad de que los viajeros y comerciantes circularan por los caminos debido a las constantes irrupciones de las poblaciones locales.46

    Si bien es cierto que las incursiones de los chaqueños realmente fueron un gran problema para el desarrollo de poblaciones fronterizas, la guerra servía como pretexto para capturar mujeres y niños, convertirlos en botín de guerra y repartirlos entre los soldados y los miembros de las élites, tal como mostraron Roxana Boxaidós y Judith Farberman para los Llanos de La Rioja entre los siglos XVIII y XIX. Estas autoras revelaron cómo algunos de los indígenas capturados en el Chaco se integraron en la sociedad riojana y tuvieron descendencia mestiza, lo que les permitió jugar con las categorías étnicas y “blanquear” u “oscurecer” sus orígenes según los intereses del momento.47

    A medida que el siglo XVIII avanzaba, los grandes enfrentamientos cedieron lugar a la negociación y a los intentos de una incorporación menos violenta; se trataba de una política que fue aplicada de forma consciente por aquellos a quienes David Weber define como hombres ilustrados.48 Ahora bien, las fricciones no desaparecieron completamente, aunque en líneas generales la intensidad de los enfrentamientos fue disminuyendo durante la segunda mitad de la centuria: algunas parcialidades simplemente volcaron su agresividad sobre una determinada jurisdicción mientras mantenían la paz con otras. Martín Dobrizhoffer lo mostraba al referirse a algunos abipones:

La sentencia de muchos era que la amistad debía concederse a los santafesinos, cordobeses y santiagueños; no así a los correntinos y paraguayos. Negaban una paz universal que comprendiera a todos los españoles. Con esa tregua, decían, el uso de las armas y el antiguo deseo de gloria militar languidecerá entre nosotros.49

    Consideramos que las afirmaciones de este jesuita se aplicaban a pueblos diferentes del Chaco, como tobas y mocovíes, ya que todas estas tribus fueron reputadas por los españoles como las más agresivas de la región.

    Ahora bien, la belicosidad de los pueblos del Chaco se veía incrementada por la importancia que adquirieron ciertos bienes, y para obtenerlos no dudaron en atacar las estancias fronterizas, sobre todo cuando algunos trastornos naturales, como la sequía que afectó durante los primeros años del siglo XIX a los territorios del Alto Perú y el Chaco, hacían que fuera más difícil recolectar alimentos.50 Ya hemos mostrado que algunas comunidades decidían integrarse a una misión con tal de asegurar cierto flujo de bienes de manufactura europea: el ganado, fundamentalmente vacuno y equino, era uno de esos elementos que había cobrado gran importancia para los locales, quienes en ocasiones recurrieron a las incursiones y el saqueo de las estancias fronterizas para obtenerlo. Es en este punto donde se hace más comprensible el deseo indígena de mantener algún frente de guerra abierto con los hispanos criollos: la estrategia de los abipones les permitía obtener caballos que luego eran vendidos en otras provincias, tal como lo indica la compra de 400 cabezas que algunos oficiales reales estacionados en Salta realizaron en una misión de abipones.51 Si bien es cierto que en la actualidad se ha matizado la idea de que la economía de los nativos se basaba en el saqueo, puesto que también criaban ganado, atrapaban cimarrones y practicaban una agricultura rudimentaria,52 no se puede negar que parte de su stock provenía del robo. Dobrizhoffer así lo muestra, aunque los abipones esgrimían una interesante justificación para sus acciones: “Negaron que fueran ladrones. Escucha por qué: afirmaban que todas las cabezas de ganado de los españoles les pertenecían, porque nacieron en sus tierras que en otros tiempos éstos ocuparon a sus mayores sin que nadie los rechazara, y que se las usurparon sin ningún derecho (como les parece verdad)”.53

    Más allá de estas elaboraciones discursivas destinadas a justificar los ataques, lo cierto es que las incursiones indígenas cobraron relevancia a fines del período colonial en las fronteras del Chaco. Entre 1802 y 1803, uno de los fuertes creados para defender a la ciudad de Tarija, el de Carapari, fue atacado; el capitán del fuerte, llamado José Valdiviezo, no sólo fue herido en el combate, sino que debió lamentar la pérdida de 200 cabezas de ganado vacuno que le pertenecían y que fueron llevadas al interior del Chaco.54 Algunos años después, en 1807, se sucedieron varios ataques sobre los dominios españoles y los chaqueños se llevaron algunos caballos del fuerte de Pitos.55 En ese mismo año, algunos caciques de otras parcialidades intentaron atacar las inmediaciones de la ciudad Orán sin que pudieran lograr su cometido.56 Paralelamente, diversos grupos más asolaban la jurisdicción de Santiago del Estero. En el transcurso de ese año tan agitado, una expedición punitiva partió desde Salta y logró capturar una cantidad considerable de indígenas, dando lugar al debate sobre qué hacer con ellos; algunos creían que lo mejor era destinarlos a los servicios públicos bajo la custodia de las milicias, mientras que otros consideraban más beneficioso repartirlos entre las diferentes familias de la ciudad. Los cautivos se dividían en 60 hombres de entre 30 y 50 años, 63 mujeres, 23 párvulos de ambos sexos y 29 bebés de pecho.57

    La frontera santiagueña era defendida por tropa miliciana e indígenas aliados y se encontraba mucho más desguarnecida que los confines de Salta y Jujuy, donde esa responsabilidad recaía sobre los soldados partidarios.58 Por lo tanto, suena lógico que las parcialidades concentraran buena parte de sus esfuerzos en los espacios más desprotegidos. Mateo Saravia, un miembro de la élite salto-jujeña, fue el encargado de defender a Santiago del Estero de las incursiones indígenas.59 Los oficiales reales de Salta, capital de la intendencia homónima, le ordenaron a Saravia contener, castigar y prender a los abipones, incluyendo a los que se encontraban reducidos en Concepción.60 En primera instancia Saravia solicitó armas y municiones para el vecindario santiagueño, ya que no contaban con los elementos necesarios para luchar.61 Los ataques podían ser cruentos, ya que en uno de ellos 22 soldados milicianos y un capitán resultaron muertos.62 Por lo tanto, era necesario contar con el armamento adecuado. Solucionada esta cuestión, Saravia y sus milicianos avanzaron sobre el Chaco y lograron reducir a varios indígenas. En virtud del éxito relativo que alcanzó, fue nombrado temporalmente comandante de fronteras por las autoridades de la intendencia, aunque era responsabilidad del virrey confirmar el nombramiento.63 En lo que sí tuvo éxito, y no era una cuestión menor, fue en solicitar y recibir mercedes de tierra en la frontera de los abipones, en donde se planeaba establecer una villa. Lo interesante del caso es que el lugar exacto en el que se iba a ubicar la nueva población era el paraje donde estaba ubicada la misión de Concepción.64 Esto habla de una multiplicidad de intereses que se encontraban en pugna y de estrategias de colonización que podían convivir, pero que en ocasiones colisionaban.65 En este caso, Saravia aprovechó la agresividad indígena para incrementar su patrimonio e influencias.66 Más allá de esto, la conflictividad en la frontera santiagueña no menguó y dos años después, en 1810, los ataques de los nativos mantenían su virulencia, y Saravia se debatía entre dos acciones: perseguirlos y recuperar el ganado perdido, o bien, custodiar un paraje denominado el “Pozo del novillo”.67

    Un poco más al norte, en San Ignacio de los Tobas, el doctrinero Juan José Ortiz informaba que varios indios habían abandonado la misión comandados por un tal Feliciano, lo que generó temor en la zona, ya que se temía que los indígenas de Centa los imitaran. A modo de prevención se compraron 100 piedras de chispa con la finalidad de impedir la unión de las parcialidades reducidas con las que estaban en el interior del Chaco.68

    La conflictividad en la frontera fue tan grande que algunos oficiales reales planearon ya en 1808 realizar una entrada general en mayo de 1810:

[…] que si sale una columna de doscientos hombres por la frontera de Santiago del Estero y otras de igual fuerza por la del Rio del Valle y por la ciudad de Orán se logrará escarmentar a los indios por muchos años; pero si hademas de estas saliesen otras de Santa Fe, Corrientes, del Paraguay y de Tarija se conseguiría la conquista del Chaco, transmigrando sus naturales a las provincias connvecinas, con lo cual tendrían bastantes brazos auxiliares las labores de las minas, y de los otros ramos de la industria, y que el Chaco poblado de españoles, compondría en pocos años una, o más provincias ricas porque, sacando sequías, sería todo el país regable, y a propósito para todo, especialmente para cría de ganados, para plantíos de algodón, caña dulce, añil y la planta que produce la grana, aprovechando desde luego, la cera, las buenas maderas, los palos de tinte, los medicinales, y las gomas de que abunda […].69

    Las consecuencias de la abdicación de Bayona en 1808 y la propagación del movimiento juntista en Hispanoamérica, proceso en el que se enmarca el movimiento ocurrido en Buenos Aires en mayo de 1810, sin duda entorpecieron la reunión de los recursos necesarios para realizar la entrada, ya que la misma nunca se materializó. Más allá de eso, el viraje estratégico y político de los oficiales reales es notorio: de las grandes expediciones organizadas con el propósito de negociar alianzas, como la de Matorras en 1774, se pasó a la posibilidad de efectuar una conquista militar del territorio chaqueño y al extrañamiento de sus habitantes, quienes serían destinados a trabajar en diferentes actividades y lugares, ya que la alusión al trabajo en las minas se refería a la posibilidad de enviarlos al complejo argentífero altoperuano.

    Creemos que hemos mostrado claramente cuáles fueron las dos grandes formas de interacción en la frontera chaqueña. Sin embargo, nos queda un aspecto por analizar, quizá el más difícil en virtud de la gran cantidad de interrogantes que están sin respuesta y que muestran claramente la complejidad de las relaciones intrafronterizas. Su abordaje nos permite ver cómo ciertos presupuestos historiográficos quedan en entredicho por la realidad.

Resultados del contacto

Como fuimos descubriendo en las páginas anteriores, numerosos indios colaboraron con los españoles para someter a distintos grupos indígenas, ya sea por acción directa, como tropas auxiliares o baqueanos, o bien de manera indirecta al ofrecer información sobre posibles ataques, ubicación de las tolderías y delaciones similares. Paralelamente, gran número de españoles se plegaron a los movimientos de resistencia indígena, llegando incluso a compartir el liderazgo con los caciques. Los ejemplos de estas actuaciones pueden multiplicarse: hijos mestizos que defendieron la autonomía de los pueblos indios, mercaderes que proveyeron a los indios de armas de fuego a cambio de cera y miel, y delincuentes que se internaron en los dominios nativos para huir de la ley, son sólo algunos de ellos.

    Para el caso de la frontera chaqueña, las fuentes de archivo que hemos consultado no dicen nada al respecto, pero para nuestra fortuna si lo hacen las fuentes impresas. Una vez más recurrimos a Dobrizhoffer: “¡Cuántos españoles, llevados desde niños entre los abipones, imbuidos de sus ritos, costumbres y artes para matar, se han convertido en verdugos de Paracuaria, su patria!”.70 De manera inversa, gran cantidad de indios se desempeñaron como guías para los conquistadores en el territorio chaqueño, otros cumplían el rol de traductores, intermediarios y soldados, como lo muestra Sara Mata, quien ha encontrado que en un pie de lista de la Compañía

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de Partidarios, elaborado en 1808, se consignaba la existencia de un natural mataco entre sus filas.71 Claramente, este agente no sólo actuaba como soldado, sino que desempeñaba sin lugar a dudas la tarea de lenguaraz y baqueano. Ahora bien, también existieron casos en los que algunos hispanos criollos actuaban como intérpretes, tal fue el caso de Félix Cabrera, quien acompañó a Juan Adrián Fernández Cornejo en su primer viaje al Chaco, realizado en 1780.72

    Quizás el caso más interesante se dio en 1781. Los movimientos que estallaron un año antes en el Perú y el Alto Perú y que encabezaron Tupac Amaru y los hermanos Catari, respectivamente, generaron una fuerte agitación en los espacios contiguos. La frontera chaqueña no fue ajena a las conmociones que generó la revuelta, sino que allí también se aliaron hispanos-criollos y mestizos pobres con los indígenas del Chaco:

La rebelión ya se ha instalado en los pueblos de la Puna de Jujuy, en el Tucumán, conmoviendo los ánimos de los indios tobas, quienes asesinaron al teniente comandante Francisco Rodríguez. Una carta del comandante militar Gregorio de Zegada informa el levantamiento de núcleos rebeldes en el Chaco a las órdenes del mestizo José Quiroga.73

    Los hispano-criollos involucrados no eran pocos; por el contrario, la evidencia disponible muestra que una importante porción de la población fronteriza se involucró directamente:

[…] antes de ayer en la noche, me dieron noticias como se hallaban escondidos en Sapla 60 hombres que se iban juntando de todas estas inmediaciones para unirse con los indios tobas; y ayer a las 8 de la mañana fui a ver si podía tomarlos y solo 27 pude pescar, y dos más se me huyeron cerro arriba, y dieron aviso a otra cuadrilla que se hallaba allí inmediata, la que se me escapó sin poderlo remediar, porque el cerro es tan montuoso que se hace intransitable, y he tenido noticias tiraron para Salcedo, extraviando caminos en busca de los tobas para ampararse con ellos […].74

    La cita muestra a las claras que las relaciones interfronterizas eran sumamente importantes y, en algunos momentos, los diferentes agentes coloniales, incluyendo a los mismos soldados, compartían algunos objetivos con los indios, como el deseo de redefinir la organización social de la época y de poseer los bienes de las élites locales.

    Ahora bien, ¿cómo podemos explicar esta situación? En el caso de los indígenas, la necesidad de obtener ropa, elementos de hierro y bebidas alcohólicas, entre otras cosas, los obligaba a establecer con frecuencia este tipo de relaciones; sobre eso ya hemos avanzado en otra parte de este trabajo; sin embargo, consideramos necesario ahondar sobre la cuestión. Las sociedades nativas actuaban en función de sus intereses coyunturales, tal como lo explica Thierry Saignes: “La belicosidad Ava presenta por ende una doble dinámica: centrípeta en cuanto alienta la solidaridad de los grupos locales y regionales, centrifuga en cuanto acrecienta la libre iniciativa y la escisión de las unidades menores”.75 Fue esa dinámica centrífuga la que dio lugar a esos comportamientos individuales que analizamos y que, en definitiva, terminaron favoreciendo la derrota final de las comunidades indígenas en todo el continente. Esto queda claro al observar que durante la conmoción de 1781, ciertos indígenas brindaron información a los españoles sobre los movimientos de los chaqueños hostiles, como afirmaba el comandante de fronteras de Jujuy, Gregorio de Zegada: “[…] han venido acompañados con otros tovas más y tres matacos y éstos dicen que se han quedado otros en la otra banda del Río Grande y que vienen muchos atrás, mesclados con los guaykuros […]”.76

    No se trata del único ejemplo: los indígenas del Chaco con frecuencia trabajaron por cuenta del rey, como ocurrió en 1809, cuando 25 de ellos colaboraron con la reedificación de la capilla y el fuerte de San Bernardo.77 Si no entendemos el modelo planteado por Saignes, puede resultar extraño que un grupo de indios del Chaco haya colaborado en el arreglo de una edificación creada para contenerlos, para evitar que avanzaran sobre los dominios coloniales, sin embargo, como en otras ocasiones, primaron los intereses individuales.

    Lo que llevaba a los hispanos criollos a buscar estos contactos era otra cuestión; los nativos no siempre se conchababan en estancias o haciendas, sino que con frecuencia entraban en tratos con campesinos y hasta trabajaban para los partidarios; al menos eso es lo que expresa Francisco Gabino Arias, quien afirmaba que varios mataguayos servían a los soldados en los fuertes y a sus mujeres en calidad de criados.78 Los españoles trataban de aprovecharse del trabajo índigena para obtener un mayor rédito económico, ya que como vimos en la situación relatada por Paucke, el pago que realizaban era mínimo. Esto a su vez permitía fortalecer los vínculos entre los distintos habitantes de la frontera.

    Esto no significa que los colonizadores presentaran un frente unido y homogéneo, pues muchos de ellos estaban de acuerdo con avanzar sobre los territorios indígenas a efecto de poder explotarlos en su propio beneficio. En Orán, a comienzos del siglo XIX, los doctrineros franciscanos acusaron a Juan Antonio Moro Díaz, quien era regidor alcalde mayor provincial de la Santa Hermandad con carácter vitalicio, de interferir con las labores de la misión “[…] él [Juan Antonio Moro Díaz] se vive con ellos en los montes, él ofrece gerga, y otras fruslerías a los indios, para que cooperen con sus obsenidades e impudicias, y él pasa sus divertidas noches en su compañía, y ya ellos obcecados en este guarismo de desconcierto, ni se acuerdan de la misión”.79

    El papel que le atribuían a Moro Díaz no era menor, ya que sería un elemento disruptor dentro del proceso de conversión que intentaban llevar adelante los franciscanos.80 Silvia Ratto divide a los intermediarios o cultural brokers en oficiales y culturales. Los primeros eran caciques amigos, aliados y autoridades de frontera, mientras que los intermediarios culturales convivían diariamente con las comunidades, interviniendo en ellas para difundir ciertos rasgos culturales.81 De acuerdo con esta clasificación, podemos afirmar que Moro Díaz era un intermediario oficial que buscaba aprovecharse de su poder para influir en el ánimo de los indios, convirtiéndose así en un intermediario cultural, mientras que los franciscanos claramente asumían el segundo papel. Lo interesante del caso es que no se aprecia colaboración entre los diferentes agentes colonizadores, sino por el contrario, competencias y enfrentamientos por el monopolio de la mano de obra indígena.

    En otras palabras, muchos estaban de acuerdo en que era necesario conquistar las fronteras y dominar a los indígenas, pero al tratarse de relaciones de poder diferían en las formas y hasta luchaban entre sí para poder obtener los mayores beneficios de la situación.

Conclusiones

La intención de este artículo fue mostrar algunos de los móviles que llevaban a entablar diferentes tipos de relaciones en la frontera del Chaco occidental; no obstante, y a sabiendas de que existen diferencias regionales de importancia, consideramos que estas formas de interacción se repetían en distintos territorios fronterizos.

    El trabajo se organizó bajo tres subtemas: los conflictos, las relaciones amistosas y un tercero donde intentamos mostrar cómo incluso ciertos vínculos, que pueden resultar un tanto extraños, en realidad respondían a estrategias de carácter individual o de unidades menores, las que con frecuencia terminaron yendo en detrimento de tribus o parcialidades diversas. La estructura del artículo fue elaborada con el propósito de lograr la mayor claridad expositiva posible, pero todo lo expuesto formó parte de una única y compleja realidad.

    Dentro de las variadas respuestas, de hipótesis que se pueden formular al estudiar estos hechos y ubicarlos dentro de un proceso histórico de larga duración, no olvidemos que la conquista del Chaco se extendió por 400 años; las palabras de los protagonistas son de fundamental importancia. Para brindar un ejemplo claro, tomamos el caso de Dobrizhoffer, quien nos permitió comprender que las paces que los abipones establecían con determinada jurisdicción significaba la enemistad con otra, lo cual quiere decir que en un mismo acto los abipones sellaban la amistad con unos hispanos criollos y se planteaban luchar contra otros, por lo que no existía una paz que se pudiera considerar como universal.

    Las mismas consideraciones se aplican a los oficiales reales que accedían a aliarse con determinada parcialidad chaqueña, ya que ellos eran sumamente conscientes de que los indígenas canalizaban su agresividad hacia otro lugar y, de hecho, justamente ése era uno de sus objetivos. La existencia de este tipo de relaciones ha sido comprobada por numerosos investigadores a lo largo de Hispanoamérica.

    Tanto las acciones de combate entre indios e hispanos criollos y sus comunicaciones amistosas no fueron más que dos caras de una misma moneda. Lo que puede parecer amistoso tenía la potencialidad de derivar en un hecho de guerra y viceversa; así, la colaboración de indios infieles en la reparación de un fuerte ¿respondía exclusivamente a la necesidad de satisfacer necesidades básicas como la alimentación o la vestimenta? ¿Es posible que estos indígenas hayan actuado como espías? La documentación que resguardan los archivos difícilmente puede brindar una respuesta a estos interrogantes, pero la manifiesta incapacidad de probar que estos aborígenes en realidad estaban evaluando las fortalezas y debilidades de los españoles, los recursos con los que contaban, la cantidad de ganado que podían obtener o los caminos que debían tomar para evitar toparse con las soldados que lo resguardaban, no significa que algunas de estas opciones, o todas ellas, no sean ciertas. Entonces, lo que parece una acción motivada por el hecho de acceder a un poco de carne vacuna, puede en realidad tratarse de algo mucho más complejo, como un trabajo de inteligencia destinado a conocer mejor al “otro” y explotar sus debilidades.

    Los conflictos armados también pueden ser vistos como una oportunidad para entablar otro tipo de relaciones ¿Por qué unos pocos indios brindaron información al coronel Zegada de la ubicación de tobas y guaykurus? ¿Esperaban algún tipo de recompensa en carne o elementos de hierros? ¿Deseaban ganar protagonismo y erigirse como intermediarios, y por ende interlocutores obligados entre los indígenas y las autoridades españolas? Las respuestas nuevamente son esquivas gracias al silencio que guarda la documentación al respecto, pero lo interesante es explorar estas posibilidades y otras más, sobre todo cuando se busca obtener resultados favorables dentro de un limitado rango de posibilidades. Seguramente no todas las acciones aquí enumeradas respondían a maniobras definidas previamente, pero tampoco se puede pensar que todos los actos están regidos por el azar. Recordemos que el establecimiento de pactos que sellaban la alianza de determinadas parcialidades con alguna jurisdicción colonial, era el resultado de unas conversaciones que se habían pactado previamente, eso es lo que indica cómo el franciscano Antonio Lapa, quien formó parte de la expedición de Matorras de 1774, negoció una nueva entrada en 1776 con otros caciques.82 Esto significa que tanto los hispano-criollos como los aborígenes habían delimitado perfectamente sus intereses y habían concurrido a las negociaciones con la finalidad de obtener la mayor cantidad de ventajas posibles.

    Además, existen problematizaciones de importancia: la redefinición de los presupuestos del análisis socio-histórico implica oponer los criterios de clasificación aceptados a los comportamientos de los grupos interactuantes; que por cierto, tenían identidades dinámicas, y la redefinición de la estrategia social que apuesta a repensar no el resultado, es decir, la estrategia para obtener algo, sino las posibilidades de caminos o recorridos no finalizados por diversas razones.83 Estas problematizaciones y auto-impugnaciones son las que enriquecen las investigaciones y permiten repensar lo sucedido en el pasado.

    De forma concomitante, este tipo de estudios nos permite ver en acción a individuos que la historia ha olvidado por mucho tiempo, pero que desempeñaron papeles de enorme importancia en los grandes acontecimientos históricos del momento.

    En cuanto a la sequía de 1805, sin lugar a duda sus consecuencias fueron muy importantes para las comunidades chaqueñas: la dificultad de encontrar alimentos en sus lugares tradicionales de aprovisionamiento las volvió más agresivas, lo que se acentuó aún más debido a una peste de viruela que los castigó en 1805 y mató a muchos de la población nativa,84 lo que agrega un factor más a tener en cuenta al momento de estudiar las comunidades indígenas. Paralelamente, sabemos que el flujo de bienes hacia las reducciones se redujo e incluso en algunos casos despareció por completo.85 En suma, el conjunto de estas situaciones nos muestra la complejidad de la vida en el interior del Chaco y nos ofrece algunas explicaciones del accionar de los indígenas durante los estadios finales del período colonial.

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Citas

    * Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades, Conicet, y Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta.

  1. Guillermo Wilde define a la conversión como los intentos de imponerle a los indígenas nuevas formas de entender el tiempo, el espacio y hasta sus mismos cuerpos; en otras palabras, se pretendía cambiar completamente su forma de ver y sentir el mundo. Cfr. Religión y poder en las misiones guaraníes, 2009, p. 38. []
  2. “Sobre la fundación de Orán en el Valle de Centa”. Véase “Pares. Portal de archivos españoles”, en página electrónica del Ministerio de Cultura y Deporte del Gobierno de España, recuperado de: , consultada
    el 28 de julio de 2014. []
  3. Las definiciones del concepto frontera son variadas. Para una profundización de éste véase Nidia Areces, “Regiones y fronteras. Apuntes desde la historia”, Andes. Antropología e Historia, núm. 10, 1999; Guillaume Boccara, “Génesis y estructura de los complejos fronterizos euroindígenas. Repensando los márgenes americanos a partir (y más allá) de la obra de Wachtel”, Memoria Americana. Cuadernos de Historia, núm. 13, 2005; Florencia Roulet, “Fronteras de papel. El periplo semántico de una palabra en la documentación relativa a la frontera sur rioplatense de los siglos XVIII y XIX”, Tefros, vol. 4, núm. 2, 2006; Frederik Turner, “El significado de la frontera en la historia americana”, Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, núm. 7, 1987, entre otros. []
  4. Florencia Nesis, Los grupos mocovíes en el siglo XVIII, 2005, p. 13, entre otros. []
  5. Allan Khuete, “Las milicias disciplinadas de América”, en Allan J. Khuete y Juan Marchena (eds.), Soldados del rey. El ejército borbónico en América colonial en vísperas de la Independencia, 2005, pp. 111-112. []
  6. Scarlett O’Phelan y Cristián L. Guerrero, “De las Reformas Borbónicas a la formación del Estado en Perú y Chile”, en Eduardo F. Cavieres y Cristóbal Aljovin de Losada (comps.), Chile-Perú; Perú-Chile en el siglo XIX, 2005. []
  7. Se crearon nuevos fuertes; el pago de los sueldos de la tropa veterana y de los milicianos cuando eran movilizados, la alimentación de los soldados, la fabricación y el mantenimiento de las armas, son algunos ejemplos de las dificultades de logísticas que debían superar y de la envergadura de los gastos. []
  8. Daniela Vásquez Pino, “Políticas borbónicas en la frontera: el caso de Darién, 1760-1810”, Historia 2.0. Conocimiento Histórico en clave digital, vol. II, núm. 1, 2012, p. 95. []
  9. Josep Maria Delgado Ribas y Josep Fontana Lázaro, “La política colonial española: 1700-1808”, en Jorge Hidalgo Lahuedé y Enrique Tandeter, Procesos americanos hacia la redefinición colonial, 2000, p. 17. []
  10. Diversos trabajos muestran esto, entre los que destaca el excelente estudio de Steve Stern, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la Conquista española. Huamanga hasta 1640, 1986. Mucho más acá en el tiempo, David J. Weber lo reafirma en Bárbaros. Los españoles y sus salvajes en la era de la Ilustración, 2007, p. 141. []
  11. David J. Weber, op. cit., pp. 155-157. []
  12. Ibidem, p. 25. []
  13. Guillaume Boccara, “Notas acerca de los dispositivos de poder en la sociedad colonialfronteriza, la resistencia y la transculturación de los reche-mapuches del Centro-Sur de Chile (XVI-XVIII)”, Revista de Indias, vol. 56, núm. 208, 1996, pp. 678-690. []
  14. Sobre las producciones regionales y los circuitos comerciales que vinculaban estos territorios, sigue siendo fundamental la lectura de Carlos Sempat Assadourian, El sistema de la economía colonial. Mercado interior, regiones y espacio económico, 1983. Si bien su modelo del espacio peruano se remonta al siglo XVII, una parte de sus características se mantuvo vigente durante la centuria posterior. []
  15. La inmigración de población originaria del Alto Perú hacia Salta y Jujuy fue de gran importancia. Véase Sara Mata de López, “Las fronteras coloniales como espacios de interacción social. Salta del Tucumán (Argentina) entre la colonia y la independencia”, Dimensión Antropológica, año 12, vol. 33, p. 70. []
  16. Los trabajos de Sara Mata muestran que las propiedades rurales de la frontera este quintuplicaron su valor sostenidamente a finales del período colonial. Véase Sara Mata de López, “Estructura agraria. La propiedad de la tierra en el valle de Lerma, valle Calchaquí y la frontera este (1750-1800)”, Andes. Antropología e Historia, núm. 1, 1990, p. 68. []
  17. “Miguel Granada. Empleos”. Pares. Portal de archivos españoles, recuperado de: , consultada el 10 de agosto de 2017. []
  18. Archivo y Biblioteca Históricos de Salta (en adelante ABHS), Caja del Fondo de Gobierno núm. 23, carpeta núm. 1296, año 1806. Cabe destacar que la documentación consultada muestra que varios tarijeños se sumaron a los partidarios, pero por cuestiones de espacio no brindamos más ejemplos. []
  19. “Residencia de Juan Martínez de Tineo, gobernador de Tucumán”. Pares. Portal de archivos españoles, recuperado de: , consultada el 18 de septiembre de 2020. []
  20. Florencia Nesis, “El camino de Paikín: un acercamiento a los grupos mocoví del Chaco a través del tratado de 1774”, Ava, Misiones, núm. 13, 2008. []
  21. Gerónimo Matorras, “Diario de la expedición hecha en 1774 a los países del Gran Chaco desde el Fuerte del Valle”, en Pedro de Angelis, Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata, vol. 8, 1972, p. 288. []
  22. “Diario del primer viage del P. Antonio Lapa al Chaco. 1766”, Biblioteca Nacional Digital de Brasil, recuperado de: , consultada el 18 de septiembre de 2018. []
  23. Estaba asentada en el actual territorio de la provincia de Santa Fe. []
  24. Florian Paucke, Hacia acá y para allá (memorias), 2010, p. 168. []
  25. Bajo la denominación de partidarios se identificó a un cuerpo de soldados veteranos creado en 1739 con la exclusiva finalidad de custodiar la frontera, Véase ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 53, 1772-1773, carpeta núm. 53, y Alberto Gullón Abao, La frontera del Chaco en la gobernación del Tucumán 1750-1810, 1993, pp. 214-215. []
  26. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 18, 1800, carpeta núm. 1216. []
  27. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 8, 1784, carpeta núm. 510. Algunos de los bienes más demandados por los indígenas pudieron variar según las características regionales, pero a grandes rasgos esos eran los productos que más deseaban. David Weber, op. cit., pp. 98-118; Sara Mata de López, op. cit., 2005a, pp. 69-90; Carina Lucaioli, “Alianzas y estrategias de los líderes indígenas abipones en un espacio fronterizo colonial (Chaco, siglo XVIII)”, Revista Española de Antropología Americana, vol. 39, núm. 1, 2009, p. 82; y de la misma autora, Los grupos abipones a mediados del siglo XVIII, 2005, y Abipones en la frontera del Chaco. Una etnografía histórica sobre el siglo XVIII, 2011a, entre otros. []
  28. David Weber, op. cit., p. 131. []
  29. Las memorias de algunos jesuitas expulsos, como Martin Dobrizhoffer y Florian Paucke, muestran estas desavenencias. []
  30. A modo de ejemplo, podemos mencionar a un delincuente mulato y cuatro homicidas que en tiempos del gobierno de Tineo fueron enviados a cumplir diferentes tareas en la misión de San Gerónimo de Abipones. Martín Dobrizhoffer, Historia de los abipones, vol. III, 1970, p. 212. Otro dato interesante lo brindó Antonio Arias Hidalgo, hijo del Francisco Gabino Arias, un exgobernador de Tucumán y protagonista de una entrada al Chaco, quien en 1797 aseguraba que la misión de La Cangayé debía ser traslada de su asentamiento original a un lugar más útil para servir como defensa ante los indios no sometidos y también como lugar de descanso para los comerciantes que seguían la Carrera del Perú. Véase “Auto Original de una petición del Dr. Aria Hidalgo, para la navegación del Bermejo. 1806. Documento autógrafo con un mapa del Chaco”, recuperado de: , consultada el 18 de agosto de 2018. []
  31. ABHS, Fondo de Gobierno núm. 23, 1806, carpeta núm. 1310. []
  32. ABHS, Fondo de Gobierno núm. 24a, 1807, carpeta núm. 1336. []
  33. ABHS, Fondo de Gobierno núm. 23, 1806, carpeta núm. 1310. []
  34. Durante el período colonial, los indígenas con frecuencia recurrieron a este tipo de acciones con magros resultados; sólo unas pocas comunidades lograron defender con éxito sus tierras. En el caso de Salta, algunos pueblos de indios, como los chicoanos en el valle de Lerma y los tolombones y colalaos ubicados en el valle Calchaquí, lograron proteger sus tierras de la rapacidad de los hispano-criollos, mientras que muchos otros pueblos no corrieron con la misma suerte. Véase Sara Mata de López, Tierra y poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas de la independencia, 2005b, pp. 60-74. []
  35. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 16, 1796, carpeta núm. 1181. []
  36. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 19, 1801, carpeta núm. 1226. []
  37. Judith Farberman, “Entre intermediarios fronterizos y guardianes del Chaco: la larga historia de los mataráes santiagueños (siglos XVI a XIX)”, Nuevo Mundo. Mundos Nuevos, 2011. []
  38. La bibliografía centrada en los desertores y cautivos, sin ser abundante es bastante extensa; por eso nos limitaremos a citar los trabajos centrados en el Chaco, como el de Carina Lucaioli, “El poder de los cautivos: relaciones sociales entre abipones e hispano-criollos en las fronteras del Chaco austral”, Nuevo Mundo. Mundos Nuevos, 2011b; Raúl Fradkin y Silvia Ratto, “Desertores, bandidos e indios en la frontera de Buenos Aires, 1815-1819”. Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, núm. 75, 2009; y el tradicional trabajo de Susan Socolow, “Los cautivos españoles en las sociedades indígenas: el contacto cultural a través de la frontera argentina”, Anuario IEHS, núm. 2, 1987, entre otros. []
  39. Juan Adrián Fernández Cornejo, “Diario de la primera expedición al Chaco emprendida en 1780 por el coronel Juan Adrián Fernández Cornejo”, en Pedro de Angelis, Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata, vol. 8, 1972, p. 315. []
  40. Juan Adrián Fernández Cornejo, op. cit., p. 380. []
  41. Sobre las estrategias de colonización utilizadas durante la segunda mitad del siglo XVIII y los planes para conquistar el Chaco entre 1767 y 1810, véase Leandro Hamud, “El proceso de poblamiento del Chaco durante el período tardocolonial”, Andes. Antropología e Historia, vol. II, núm. 31, 2020. []
  42. Gerónimo Matorras, op. cit., p. 214. []
  43. Un padre de la orden jesuita escribió una crónica de la conquista del Chaco y llenó de comentarios laudatorios a la obra de Urízar, véase Pedro Lozano, Descripción corográfica del Chaco Gualamba, 1941. []
  44. “Residencia de Juan Martínez de Tineo, gobernador de Tucumán”, Pares. Portal de archivos españoles, recuperado de: , consultado el 11 de noviembre de 2020. []
  45. Juan Carlos Garavaglia, “La guerra en el Tucumán colonial: sociedad y economía en un área de frontera (1660-1760)”, HISLA. Revista Latinoamericana de Historia Económica y Social, núm. IV, 1984. []
  46. Sobre las posturas y los argumentos que justificaban y respaldaban la lucha contra los indígenas, y aun su reducción a la esclavitud y el exterminio, recomendamos la lectura de G. Bataillon, G. Bienvenu y A. Velazco Gómez (coords.), Las teorías de la guerra justa en el siglo XVI y sus expresiones contemporáneas, 1998. La primera parte del libro se dedica específicamente a los tiempos coloniales. []
  47. Roxana Boxaidós y Judith Farberman, “Clasificaciones mestizas. Una aproximación a la diversidad étnica y social en Los Llanos de riojanos del siglo XVIII”, en Judith Farberman y Silvia Ratto (coords.), Historias mestizas en el Tucumán colonial y las pampas (siglos XVII-XIX), 2009. Asimismo, en las instancias de negociación donde se sellaban paces y alianzas, se pactaba la devolución de cautivos, situación que generaba molestias ya que algunos pagaban por obtener algunas piezas y cuando los perdían no recibían ningún reembolso. Véase “Residencia de Juan Martínez de Tineo, gobernador de Tucumán”, Pares. Portal de archivos españoles, recuperado de: , consultado el 11 de noviembre de 2020. []
  48. David Weber, op. cit., p. 25. []
  49. Martín Dobrizhoffer, op. cit., vol. 3, 1970, p. 133. []
  50. El problema de la sequía en el Alto Perú ha sido trabajado entre otros por Enrique Tandeter, “La crisis de 1800 a 1805 en el Alto Perú”, Data. Revista del Instituto de Estudios Andinos y Amazónicos, núm. 1, 1991. En cuanto a sus efectos sobre el Chaco, encontramos algunas referencias en la documentación relevada, véase ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 22, 1805, carpeta núm. 1297. []
  51. ABHS, Fondo de Gobierno, Caja núm. 5a, 1782-1783, carpeta núm. 359. []
  52. Sobre la frontera pampeana se puede consultar a Raúl Mandrini, “Desarrollo de una sociedad indígena pastoril en el área interserrana bonaerense”, Anuario IEHS, vol. 2, 1987, pp. 71-98, y Sebastián Alioto, Indios y ganado en la frontera. La ruta del río Negro (1750-1830), 2011. Para el caso chaqueño el tema no está trabajado; sin embargo, algunos aseguraban que los indios cultivaban algunos alimentos. Véase José Jolís, Ensayo sobre la historia natural del Gran Chaco, 1972, pp. 91-95. []
  53. Martín Dobrhizoffer, op. cit., vol. 2, 1970, pp. 137-138. []
  54. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 21, 1802-1803, carpeta núm. 1251. []
  55. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 24a, 1807, carpeta núm. 1336. []
  56. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 24a, 1807, carpeta sin núm. []
  57. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 24, 1807, carpeta núm. 1323. []
  58. Sobre la estructura militar montada en la frontera chaqueña, véase Leandro Hamud, “El sistema defensivo en el Chaco occidental durante el período tardo-colonial”, Tefros. Taller de Etnohistoria Frontera Sur, vol. 19, núm. 2, pp. 175-197. []
  59. Para conocer más sobre la trayectoria de este agente, recomendamos la lectura de Marcelo Marchionni, Política y sociedad en Salta y el norte argentino (1780-1850), 2019. []
  60. Archivo General de la Nación Argentina (en adelante AGNA), Sala IX, Documentos de Gobierno (Administrativos y militares), Intendencia de Salta, 1808. []
  61. Idem. []
  62. Idem. []
  63. Idem. []
  64. Idem. []
  65. En el norte de la intendencia, en el valle de Centa coexistían una misión, un fuerte y una ciudad, cada una de ellas cumplía una determinada función en el esquema de colonización ideado por los oficiales de la Corona. []
  66. En ese momento, Saravia acumulaba en su persona los cargos de regidor fiel ejecutor, comandante de fronteras y comandante de milicias urbanas. Idem. []
  67. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 27, 1810, carpeta 1373. []
  68. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 25, 1808, carpeta núm. 1344. []
  69. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 25a, 1808, carpeta 1349. []
  70. Martín Dobrizhoffer, op. cit., vol. II, 1968, p. 140. []
  71. Sara Mata de López, op. cit., 2005a, p. 86. []
  72. Juan Adrián Fernández Cornejo, op. cit., p. 321. []
  73. Citado por Alicia Poderti, Palabra e historia en los Andes. La rebelión del inca Tupac Amaru y el noroeste argentino, 1997, p. 84. []
  74. Citado por Alicia Poderti, op. cit., pp. 104-105. []
  75. Thierry Saignes, Historia del pueblo chiriguano, 2007, p. 80. []
  76. ABHS, Caja del Fondo de Gobierno núm. 10, 1787, carpeta núm. 0055. []
  77. AGNA, Sala IX, Documentos de Gobierno (Administrativos y militares), Intendencia de Salta, 1809. []
  78. Francisco Gabino Arias, “Diario de la expedición reduccional del año 1780 mandada a practicar por el Virrey de Buenos Aires a cargo de su ministro D. Francisco Gabino Arias Coronel del Regimiento de Caballería”, en Pedro de Angelis, Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata, vol. 8b, p. 742. []
  79. AGNA, Sala IX, Documentos de Gobierno (Administrativos y militares) Intendencia de Salta, 1803. El conflicto entre el alcalde y los franciscanos no se limita a la influencia sobre los indios, sino que era más profundo y abarcaba cuestiones como el fuero eclesiástico y los privilegios que detentaban. []
  80. Moro Díaz buscaba convencer a los indios de que trabajen en sus tierras. AGNA, Sala IX, Intendencia de Salta, 1803. []
  81. Silvia Ratto, “Caciques, autoridades fronterizas y lenguareces: intermediarios culturales e interlocutores válidos en Buenos Aires (primera mitad del siglo XIX)”, Mundo Agrario, vol. 5, núm. 10. []
  82. “Diario del primer viage del P. Antonio Lapa al Chaco. 1766”. Biblioteca Nacional Digital de Brasil, recuperado de: , consultada el 18 de septiembre de 2018. []
  83. Jacques Revel, Un momento historiográfico: trece ensayos de historia social, 2005, pp. 51-53. []
  84. ABHS, Fondo de Gobierno, caja núm. 22a, 1805, carpeta núm. 1306. []
  85. Los administradores de la misión de Concepción de Abipones, en la jurisdicción de Santiago del Estero, se quejaban en 1809 de que no habían recibido ningún tipo de apoyo material durante los últimos dos años. []

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