El etnógrafo y explorador noruego Karl Lumholtz1 describió a los rarámuri de finales del siglo XIX como los corredores más resistentes del mundo, capaces de recorrer sin descanso 140 millas (260 km) a un ritmo lento pero sin interrupción para llevar un mensaje de un sitio a otro. Un hombre -nos cuenta este autor- recorrió en cinco días la distancia que separa Guazápares de Chihuahua -cerca de 600 millas (960 km)- alimentándose sólo de agua y pinole. De otro modo, también nos cuenta que los indios que entraban al servicio de los mexicanos eran a menudo utilizados en correr tras de los caballos montaraces durante dos o tres días hasta que éstos quedaban totalmente fatigados y podían llevarlos al corral. De la misma manera, perseguían a un venado durante varios días sin perder su pista y le daban caza junto con los perros una vez que quedaban enteramente agotados. Como es lógico, además de la resistencia, este tipo de prácticas incluía también el empleo de la astucia para agotar las fuerzas del animal perseguido economizando al máximo las propias.
El historiador alemán del deporte, Carl Diem,2 hace referencia a la hazaña que en 1932 se dice realizó el rarámuri Luis Rosas, recorriendo una distancia de 560 km ininterrumpidamente en 72 horas, como siempre por terreno pedregoso y empujando la bola de madera. También de los individuos de sexo femenino, cuenta que realizan carreras de más de 24 horas empujando un aro; una muchacha de 14 años recorrió 45 km en poco menos de cinco horas.
W. Bennet y R. Zingg en su trabajo etnográfico prestaron también atención a las carreras pedestres, entendidas por los rarámuri como un deporte que les sirve de entrenamiento, en el que el sueño de todo joven es “llegar a convertirse en un gran corredor”.3
Actualmente el grupo étnico rarámuri, se ubica al suroeste del estado de Chihuahua (México), en un territorio abrupto que adopta el nombre de Sierra Tarahumara, dentro de la Sierra Madre Occidental.4 Los rarámuris siguen practicando, como tradicionalmente lo vienen haciendo desde siglos, una carrera masculina denominada rarajípari que consiste en aventar una bola, y otra llamada rowera practicada por las mujeres haciendo uso de la ariweta.5 Han hecho largos recorridos, y además algunos de sus miembros fueron invitados a competir en ultramaratones internacionales como las 100 millas de Colorado o de Los Angeles, en donde participaron con éxito, ganando ante corredores profesionales, como ocurrió en 1993 con Victoriano Churo, en 1994 con Juan Herrera, y en 1997 con Cirildo Chacarito.
Existen, pues, pruebas del pasado y del presente que acreditan a los rarámuri como un pueblo de corredores; ellos poseen una gran capacidad de resistencia y dureza física, demostrada y reconocida en la actualidad, lo cual hace que lejos de las exageraciones, la leyenda se haga historia.
Centrándonos en la carrera tradicional que ha dado a los rarámuri (también conocidos como tarahumaras) fama internacional, y con base en trabajo de campo realizado entre los meses de octubre y noviembre de 2001 en algunas comunidades rarámuri de la Alta Tarahumara,6 en las páginas siguientes se presenta un análisis sobre los elementos esenciales que conforman la estructura, de este fenómeno. Se trata de tres criterios distintos que, contemplados en conjunto ofrecen las claves sobre la lógica interna de la carrera en sí, ayudando a entender cómo, cuándo, dónde, por qué y para qué se desarrolla del modo que lo hace. Como criterio básico para su comprensión se señalan los principios fundamentales en que se apoya como actividad motriz orientada a un fin: la preparación física, la técnica, la táctica, la normativa, el espacio y el tiempo de realización. A este criterio se le añadió otro más referido a las distintas categorías de participantes que actúan en ella y la ponen en marcha: los corredores, el chokéame, el equipo de apoyo, el público asistente, el owirúame y el sukurúame. Por último, en el tercer criterio se incorporan distintos elementos implicados en la carrera que aclaran algo más su morfología, su estética, y su contexto: la bola y la ariweta, la indumentaria, la apuesta, y el entorno ambiental. Realmente todos los elementos citados dentro del segundo y tercer criterio podrían estar refundidos en las cinco primeras categorías que obedecen al criterio básico, pero hemos creído conveniente desglosarlo de este modo para hacer más extenso el análisis y posibilitar así una mayor amplitud de miras.
Concluida esta parte, reflexionaremos a continuación sobre un concepto básico que está presente tanto en la carrera como en la historia y vida cotidiana de este pueblo: la resistencia. Entendemos ésta en un sentido integral y no físico, ya que aunque se observe como un valor esencial de la carrera pedestre, es preciso comprenderla como un valor social del que depende el mantenimiento de la propia cultura.
Bases fundamentales de la acción motriz
La preparación física
Es la vida cotidiana la que prepara al rarámuri para la carrera. Las faenas agrícolas y pastoriles; los grandes desplazamientos a pie por la sierra; la exposición permanente a las inclemencias meteorológicas, a las diferencias adiabáticas de temperatura, a las carencias de agua y alimentos, a las dolencias y enfermedades, han hecho que el rarámuri adquiera una enorme capacidad de resistencia para hacer frente a cualquier imponderable que le pueda sobrevenir. La carrera pedestre pone a prueba una de sus facetas de resistencia y no hace falta entrenarla puntualmente para mostrar un gran rendimiento en la competición; cada cual está preparado de acuerdo con sus propias cualidades físicas y con las capacidades que haya desarrollado en su vida diaria, laboriosa y activa.
En las grandes carreras, los corredores se limitan a cuidar su físico, de modo que esté preparado para rendir al máximo el día de la competición y, para ello, evitan hacer grandes esfuerzos, procuran descansar y ser bien alimentados con productos naturales y nutritivos (frijoles, tortillas de maíz, pinole, carne de caza o de animales domésticos), toman infusiones y se les administra masajes y friegas con yerbas medicinales en las piernas. Son todos ellos cuidados del cuerpo que lo predisponen para realizar una actividad intensa que exige un gran desgaste energético.
La técnica de ejecución
La técnica de carrera se ajusta a la forma normal acompasando el movimiento de brazos y piernas. En una carrera de largo recorrido la zancada alcanza una longitud media, adecuada al porte del corredor o corredora, el ritmo es tranquilo, habida cuenta de las grandes distancias a recorrer, pudiendo estar entre 10 y 12 km por hora, no obstante éste se puede acelerar en determinados momentos de la prueba, sobre todo si existen condiciones semejantes entre los contendientes.
En la carrera de bola, el corredor procura aprovechar la inercia de su carrera para colocar, sin detenerse, la punta del pie de lanzamiento o la punta del huarache justo detrás de la bola y ligeramente debajo de ésta, pasar el cuerpo adelante y cuando el pie de apoyo toma contacto con el suelo, lanzarla con la pierna retrasada, levantando el pie hasta la altura del tórax o la cabeza para que la bola alcance en parábola su máximo recorrido -30 o 40 m-, procurando que no se salga del camino a seguir. Ésta sería la manera ideal de encadenar la acción de carrera con la de lanzamiento, evitando la parada para colocar el pie bajo la bola, y procurando que ésta alcance una gran distancia sin que se salga del recorrido trazado. La realidad, sin embargo, nos hace ver que continuamente hay que romper el ritmo de carrera para sacar la bola de entre las piedras o la vegetación, colocar el pie de lanzamiento en su posición, rodando a veces la bola tan sólo 10 o 15 m adelante. Estas circunstancias hacen que el desgaste energético sea mayor y la eficacia del desplazamiento ostensiblemente menor.
La mujer por su parte, sin detenerse durante la carrera ensarta la ariweta del suelo con el extremo curvo del palito de 70 u 80 cm de largo que lleva agarrado, la eleva por encima de la cabeza y con un movimiento circular o de bamboleo de atrás hacia adelante lanza la anilla con fuerza alcanzando distancias de 40 o 50 m. Al igual que la bola de los hombres, las mujeres deben procurar que el aro no se salga de los límites del camino para no tener que desviarse y perder tiempo.
La táctica de ejecución
Como tácticas para hacer la carrera más efectiva de cara a conseguir finalmente el triunfo, es común que el corredor o corredora se coloque detrás de su contrincante sin dejar que se despegue demasiado, a fin de que el primero lleve el peso de la carrera y se vaya desmoralizando al sentir que pasan los kilómetros y no logra separarse, sintiendo continuamente caer próximo a él o a ella la bola de su perseguidor, o la ariweta de su perseguidora. Llegado el momento y siempre que las fuerzas acompañen, tomará la cabeza el corredor que iba a la zaga para tirar y distanciarse de su rival, dándole un golpe de efecto que puede desmoronarlo mentalmente.
Cuando corren dos equipos de hombres, el que en principio se considera mejor corredor de cada uno de ellos se reserva para las fases más avanzadas de la carrera, dejando que los demás lancen la bola mientras él se dedica sólo a correr, hasta que sus compañeros se agoten y tome él la responsabilidad de lanzar y procurar ganar. En las carreras por equipos resulta eficaz que siempre vayan uno o dos corriendo delante de la bola, mientras que el rezagado va lanzando alternativamente, de ese modo la bola se lanzará más rápido y el equipo correrá con más velocidad. El inconveniente de esta tierra es que existe el riesgo de ser golpeado con la bola lanzada por el compañero por detrás, y hay que tener esa precaución.
Lo mismo podemos decir de las mujeres cuando corren en equipo, aunque en este caso al producirse el lanzamiento en carrera y no perdiéndose el ritmo al recoger la anilla del suelo, la táctica de que lance la corredora más retrasada no es en la práctica tan eficaz, más bien lo que se puede hacer es intercambiar el papel de lanzadora por un tiempo, o reservar la mejor corredora para que lance cuando sus compañeras se hayan agotado y queden atrás.
La carrera es una cuestión de equipo, en donde no sólo los corredores o corredoras tienen un papel importante, por ser los protagonistas. También están presentes otros personajes que desempeñan un papel crucial como los acompañantes del corredor que por turno siguen a la bola y eliminan dificultades para el lanzamiento, los que alumbran el camino por la noche, los encargados de las vituallas y los animadores: todos cumplen con su función dentro de un plan bien diseñado de grupo.
La normativa
Como prueba competitiva y acto social, la carrera rarámuri cumple normas en mayor o menor grado en función del carácter e importancia que adquiere en cada momento; por lo común las pequeñas carreras poseen una normativa menos rigurosa y más flexible que las grandes.
La lógica que asiste a las normas establecidas (completar totalmente las vueltas, llevar una sola bola o ariweta por equipo, no agarrar la bola con las manos) es asegurar la igualdad de oportunidades y el juego limpio, lo cual es aplicable en todos los casos. Sin embargo, por el gran volumen de apuestas que hay en juego en las grandes carreras, la vigilancia de las normas y las sanciones al incumplimiento de éstas por algunas de las partes enfrentadas, se aplica con mayor rigor.
Ante la inexistencia de un juez o árbitro que siga la carrera en todo su recorrido observando de cerca a los contendientes,7 cada bando debe vigilar al contrario para denunciar cualquier irregularidad. Aunque no son muchas las faltas que se pueden cometer, lo más importante es asegurarse de que los corredores o corredoras completen sus vueltas sin recortar terreno, y en el caso de los hombres que no utilicen las manos para preparar o lanzar la bola. Incurrir durante una carrera importante en alguna trampa por parte de algún corredor o corredora supondría una sanción inmediata relacionada directamente con la gravedad de la falta, pudiendo conducir a la expulsión del miembro infractor del equipo, o directamente a la pérdida de la carrera.
La acusación de trampa sobre un corredor puede partir de los vigilantes del bando contrario que observan atentamente en puntos estratégicos, o del público asistente, sin embargo, si la infracción no es reconocida por el equipo acusado, la situación se puede complicar mucho sin pruebas o un número de testigos suficientes y neutrales que lo acrediten. Hay que tener en cuenta que existen apuestas en juego y perder una carrera supone hacer perder bastantes bienes materiales a mucha gente, la cual no quedaría conforme si no se demuestra la infracción cometida o es reconocida honestamente por los protagonistas.
Son los organizadores de la carrera, los chokéames, los que tienen la responsabilidad de resolver estas situaciones y de hacer justicia, y en última instancia el siríame o gobernador de la comunidad en donde se realice la carrera, aunque no suele ser normal su intervención. No son habituales las infracciones de los corredores para sacar ventaja sobre sus rivales, sin embargo lo que sí suele estar en boca de muchos son los casos de fraude en el que un corredor es comprado para que se deje ganar en la carrera. Si bien resulta difícil hacer trampa para sacar ventaja sobre el rival sin ser visto por los muchos oteadores que existen, es fácil hacerla dejando que el rival la saque sobre uno mismo: sólo hay que bajar el ritmo, simular una lesión o un dolor, con lo que será difícil, si no imposible, descubrir un hecho así. Esta situación es provocada por la apuesta económica: mientras más aumente el monto, mayores son las precauciones tomadas para que no haya trampas, pero no es una situación que se pueda controlar totalmente, y al decir de muchos se ha intensificado más con la participación de los mestizos como apostantes. En cualquier caso, aunque no se trate de hechos que sucedan con frecuencia, son reales al parecer de muchos rarámuris, y aunque el corredor o corredora es sancionado moralmente con la pérdida de credibilidad para el futuro, así como de prestigio social, tales acciones demuestran que también en este contexto los intereses económicos despiertan la ambición de algunos; al faltar a la norma de jugar limpio desfiguran los valores de la carrera y contribuyen a desmoronar el sentido de la solidaridad grupal.
El espacio y el tiempo de realización
No encontramos en el espacio y el tiempo de realización elementos simbólicos de especial relevancia. Es el sentido práctico el que hace que las carreras se prodiguen sobre todo en los meses de junio, julio, agosto y septiembre; en esta época el clima es más favorable para realizar esta actividad, y la humedad del ambiente debida a la presencia de las lluvias y el menor frío nocturno, hace más soportable correr grandes distancias, aunque las pequeñas carreras se puedan realizar en cualquier época ya que el tiempo invertido en su ejecución es menor.
Igualmente es práctico el hecho de que las grandes carreras comiencen pasado el mediodía, sobre las dos o tres de la tarde, o incluso después, cuando el calor del Sol va perdiendo intensidad. De ese modo la carrera (grande) se desarrollará durante la tarde, toda la noche y la mañana siguiente para terminar habitualmente antes del mediodía. Se evitan así las horas más calurosas del día, aunque es preciso sufrir la oscuridad de la noche. Teniendo en cuenta los rudimentarios recursos técnicos empleados para iluminar el recorrido (con antorchas de ocote), la carrera nocturna implica una dificultad más, dándole a su vez un mayor valor al trabajo de equipo, ya que se hace imprescindible la existencia de un grupo de apoyo.
La noche, no obstante, entendemos que posee para los rarámuris un valor especial cuando se celebra un importante acontecimiento. El tiempo de fiesta transcurre y se vive más intensamente por la noche, en las tesgüinadas (reuniones de trago) hay que mantenerse despierto noches enteras mientras haya tesgüino8 que tomar; también cuando se baila matachines se suele aguantar hasta el amanecer. En estos acontecimientos nocturnos se invierten los hábitos: el tiempo -destinado cotidianamente al descanso y al sueño reparador- se torna activo, se transforma en tiempo de vigilia dedicado al trago, al baile o, por qué no, a la carrera. Esa inversión del tiempo rompe con la rutina diaria y le da un sello especial al acontecimiento.
En cuanto al espacio de realización, cualquiera vale: la diversidad en las distancias, formas del recorrido y tipos de relieve, nos hace ver que no hay pautas fijas en su elección, cualquier terreno es válido independientemente de su topografía, altitud o situación. Sólo hace falta que los dos protagonistas principales se pongan de acuerdo. En la actualidad lo normal es elegir caminos transitables o senderos bien definidos por los que se pueda correr bien, acotados en un trayecto de 5 a 30 km más o menos para dar sobre ellos un número variable de idas y vueltas hasta completar una distancia que, en las grandes carreras, puede llegar a ser de 100 km -la de las mujeres- o de 200 -la de los hombres.
Es importante destacar que en la carrera no se persigue bajar marcas establecidas, no se compite contra el espacio y el tiempo, se compite con una persona y el propósito es ganar cubriendo el espacio acordado en menos tiempo que el contrincante. Espacio y tiempo son categorías abstractas que no se tratan de batir porque de hecho no se registran, de lo que se trata es de ganarle a alguien en concreto, al rival de carne y hueso con el que uno o una se enfrenta, y es eso lo que al final queda en la memoria: quién ganó y quién perdió. Se corre por un espacio finito, limitado en sus márgenes, sabiendo dónde está el final (son seis, siete, diez vueltas las que hay que dar en total), aunque ese final acordado por ambas partes se puede adelantar, como de hecho ocurre en la mayoría de los casos, si uno de los contendientes abandona dándose por rendido. De esa forma ya no es preciso llegar al final del recorrido, sería suficiente con recorrer algo más de distancia que el contrincante para conseguir el objetivo principal: ganar. El reto, pues, no es llegar al final, cubrir a toda costa ese espacio lo más rápido posible, es sencillamente demostrar ser más resistente y veloz que el rival.
Categoría de participantes
Los corredores
Ofrecer un sumario de características sobre los corredores y corredoras rarámuri, sería lo mismo que hacerlo del pueblo en general, ya que todos han corrido en alguna ocasión, principalmente en su juventud. Usada como juego, la carrera ha sido practicada y sigue siéndolo por niños y niñas en los distintos pueblos de la Tarahumara; con diferente intensidad, eso sí, en unos se corre más que en otros. Con el paso del tiempo, aquellos(as) que muestran mayores dotes y ganan habitualmente, seguirán corriendo al llegar a la edad adulta, siendo la selección natural la que establece quiénes van a participar en las grandes carreras. En éstas se pueden encontrar corredores o corredoras con una gran diferencia de edad enfrentados entre sí: un hombre de 18 años puede correr contra otro de 45 por ejemplo, ya que no hay categorías de edad para que compitan. Encontramos casos como el de Chacarito (de Panalachi) que con sus 50 años sigue siendo un brillante corredor.
En cualquier caso, independientemente de la edad, por regla general para ser un destacado corredor y participar en los grandes acontecimientos -como dicen los rarámuri- “hay que ser ligero”, no tener sobrepeso, ser rápido y resistente. El somatotipo de un buen corredor se ajusta al que es normal en el grupo: talla media (1.65 m en el hombre y 1.58 m en la mujer), cuerpo vigoroso, miembros bien proporcionados y con gran capacidad de aguante y sufrimiento.
Además de aprenderse bien la técnica de desplazamiento en carrera, se ha de aprender a lanzar la bola o la ariweta con destreza y eficacia, ya que está indisolublemente unida a ella. Es la infancia la edad de aprendizaje, la técnica se transmite de unos a otros de manera natural como juego que es, emulando el comportamiento de quienes mejor lo hacen para que quede grabado en la memoria por siempre. La frecuencia de práctica, no obstante, hará que unos(as) sean más habilidosos(as) y destaquen en su realización.
En cuanto al carácter, los grandes corredores suelen ser callados, reservados, de pocas palabras, humildes en definitiva, cualidad propia también de su grupo. Una prueba evidente de humildad y serenidad en los corredores se muestra con la falta de arrogancia del ganador y la escasa frustración que provoca no ganar.9 Es normal la alegría y el descontento del que gana o pierde respectivamente; los corredores asumen que se trata de un juego, una competición, un importante acto social, pero no algo trascendental para sus vidas, y es por ello que ganar o perder se consideran como dos posibilidades sin que desencadenen emociones extremas.
El chokéame
El chokéame es el alma de la carrera, la persona que organiza todos los extremos de la misma y adquiere la máxima responsabilidad en su puesta en marcha. Busca a los corredores, prepara la carrera, difunde la noticia, coordina las apuestas, reparte las ganancias, arbitra y resuelve los problemas que surjan, sanciona las infracciones.
Los chokéames son, junto con los corredores, las piezas clave para que las carreras se lleven a efecto; sólo en las carreras improvisadas por niños y niñas con un carácter estrictamente lúdico puede estar ausente su figura, aunque también en muchos de esos casos es normal que aparezca como parte de la estructura del propio juego. Su función en las grandes carreras es totalmente imprescindible para ordenar y coordinar su dinámica, es impensable que se pueda desarrollar sin su presencia.
Al igual que algunos hombres y mujeres se destacan por las carreras realizadas en su niñez y juventud, y continúan corriendo de mayores, hay individuos (hombres y mujeres) que se destacan en su comunidad por ser organizadores de estos eventos, y, por la responsabilidad que adquieren.
Han de ser personas con cierto reconocimiento y prestigio social, no tendrían aceptación aquellas que sean señaladas por comportamientos deshonestos. Como principales características deben tener don de gentes, ser abiertos(as), comunicativos(as), con capacidad organizativa, cumplidores con los compromisos asumidos, y justos. Normalmente quienes desempeñan este papel en las grandes carreras son personas con experiencia y una gran afición por esta competencia. No es preciso haber sido un gran corredor o corredora para ser chokéame, unas veces coincide que sí lo fue, pero en otros casos no; corrió pero no destacó y esa circunstancia lo (la) hizo derivar poco a poco a ver la carrera desde el lado de la organización, siguiendo así muy vinculado a ella.
El género no es una cuestión condicionante para ser chokéame, tanto niños o niñas, hombres o mujeres lo son, y, aunque lo normal es que en las carreras de bola intervengan varones como chokéames, o mujeres en las de ariweta, también encontramos un chokéame hombre en una carrera de ariweta y una mujer chokéame en otra de bola. Lo importante es que sepa cumplir bien sus funciones, independientemente del género al que pertenezca.
En el contexto de la carrera, los (las) chokéames ocupan el eje, el punto central de referencia, todo gira en torno a ellos porque son quienes mueven todos los hilos del sistema, de un sistema social efímero constituido exclusivamente para el desarrollo de cada carrera y en la que ellos son sus gestores. Son la máxima autoridad a la que los participantes le guardan gran respeto ateniéndose a sus decisiones; el respeto es también reflejo del que se le presta a las autoridades locales en la vida diaria.
El equipo de apoyo
La carrera rarámuri de larga distancia es una tarea de equipo. Si en las pequeñas carreras el corredor o corredora resuelve su papel individualmente, no ocurre lo mismo en una grande en donde los corredores principales deben estar necesariamente apoyados por un equipo de personas que le hagan más fácil su labor y satisfagan sus necesidades. En una carrera larga el corredor o corredora necesita beber y comer periódicamente para evitar deshidratarse o llegar a una lipotimia, necesita ver en la oscuridad de la noche, y no está de más si son acompañados por turno para darles ánimo y limpiarles el camino de obstáculos; por el beneficio de todos tampoco está de más que algunos sigan u observen el recorrido del rival para asegurar que no se falta al juego limpio. Todas estas funciones las cumplen personas que de un modo u otro forman el equipo de apoyo de un corredor o corredora, incluyendo claro está al grupo de dos o tres que pueden correr y lanzar todo el tiempo junto al principal para ahorrarle fuerzas.
Hay que insistir que en las grandes carreras es necesario trabajar en equipo porque no existe una organización centralizada y neutral que satisfaga las necesidades de los corredores o corredoras en su transcurso. El chokéame organiza la prueba hasta que se toma la salida, a partir de ahí es responsabilidad del grupo que apoya a cada corredor facilitarle los medios para asegurarle la llegada. Es necesario que un número variable de personas se hagan cargo de las posiciones y funciones antes mencionadas;10 hay que tener conciencia que el buen funcionamiento va a depender en gran medida de que el corredor o corredora rinda al máximo y tenga posibilidades de ganar.
El público asistente
Además del grupo de personas que por cada bando cumplen papeles para asistir a los corredores en los puestos que hay que cubrir (alumbrado nocturno, abastecimiento, preparación del terreno, vigilancia del contrario), hay un nutrido grupo de personas que acuden a la carrera para apostar y disfrutar con ella.
A una gran carrera llegan personas de diferentes puntos de la Tarahumara, algunos de éstos a veces distan mucho del lugar de encuentro. Se hace un gran esfuerzo para asistir; la tensión y el ambiente crecen si los participantes son de comunidades distintas. La grandeza de una carrera está definida por el elevado prestigio de los corredores y las largas distancias a recorrer; también por la cantidad de público que convoque y por el monto de apuestas que se acumule. Es difícil suponer que una gran carrera prevista y anunciada con tiempo vaya a reunir pocos espectadores: todo va ligado y lo normal es que una carrera grande congregue mucho público.
Es por tanto el público un elemento importante en el desarrollo de la carrera; de hecho, una de las principales intenciones de los chokéames es reunir a mucha gente y que ésta se vaya contenta, satisfacer el deseo y también la necesidad de que la gente se encuentre y comparta experiencia por unas horas o por unos días. La carrera se organiza así para el público, para reunir personas que formen público.
Es posible realizar una carrera de bola o de ariweta sin público, al igual que sin apuesta, o incluso sin chokéame: dos grupos de niños o de niñas pueden correr así en sus juegos, o al ir de una ranchería a otra. Así, todos estos elementos citados como partes integrantes de la estructura no serían absolutamente imprescindibles en todos los casos; sin embargo, centrándonos en los mayores grados de desafío, una carrera, no ya sin público que sería prácticamente imposible, sino con poco público, se contemplaría en parte como un fracaso porque algo habría fallado en su estructura.
Una gran carrera se hace para el público, éste corresponde animando con entusiasmo a sus corredores, acompañándolos incluso en algunos tramos para darles más aliento, y, cómo no, apostando por ellos. El público forma parte de la estructura y estética de la carrera, por lo que observada desde una visión más lejana y panorámica para entenderla en su conjunto, debe tomarse en cuenta también al sector que dentro de ella se dedica precisamente a contemplarla.
El owirúame y el sukurúame
Si bien los corredores rarámuri no se preparan con un entrenamiento específico y sistemático que mejore su rendimiento, sí recurren con frecuencia a un sanador que cuide de ellos y les alivie las dolencias antes y durante la prueba.
El owirúame asiste al corredor como especialista en los cuidados del cuerpo; las yerbas y masajes que le administra ejercen sobre él un efecto positivo, predisponiéndole a correr con la confianza de que su cuerpo está preparado y en forma. Su intervención, no obstante, no se limita sólo al periodo previo a una gran carrera sino que también se encuentra presente -si es requerido para ello-, durante el transcurso de la misma, estando atento para intervenir si se estima conveniente. Los tirones musculares, calambres, torceduras, deshidrataciones, lipotimias y otros problemas parecidos motivan su intervención, y el uso de sus conocimientos basados en su mayor parte en la aplicación de yerbas y de masajes.
Pero si la presencia de un owirúame da confianza y tranquilidad a un corredor, existen otras personas que inspiran todo lo contrario. La intranquilidad y los malos presagios se apoderan a veces de algunos corredores si ven aparecer a quien es considerado sukurúame: persona causante de ciertos males producidos de manera deliberada. El efecto psicológico producido en un corredor por un personaje así, a veces lo llega a desequilibrar de tal forma que se niega a correr, porque pierde la motivación y está convencido de que no hay nada que hacer, que está perdido de antemano.
Tanto el owirúame como el sukurúame constituyen dos elementos integrantes de la estructura y dinámica de la carrera, ya que, aunque no se hagan notar mucho -sobre todo el segundo-, reafirman las creencias de los corredores en las fuerzas del bien y del mal, en el don o poder que tienen algunas personas para mover esas fuerzas y encauzarlas en una u otra dirección. Su presencia hace que la carrera quede impregnada también por elementos incontingentes, y en consecuencia los resultados se expliquen bajo categorías que sólo los rarámuri entienden porque con ellas construyen su propia visión del mundo.
Complementos esenciales
La bola y la ariweta
Al igual que en el pasado, la bola (kumaka) se obtiene actualmente tallando una raíz de madroño, encino o tascate, todas ellas maderas duras y con nudo para evitar que se resquebraje con los golpes; el corte de la raíz se hace mediante el uso del hacha y el machete, posteriormente se usa la navaja para darle forma redonda, y la lija y la escofina para alisar la superficie.11 No existe una medida y peso exacto, pero por término medio la bola ya terminada mide en torno a 7 u 8 cm de diámetro, y pesa entre 200 y 230 g aproximadamente. El peso se puede modificar algo si se deja la bola en remojo; no interesa que pese mucho para facilitar su lanzamiento, pero tampoco que pese poco para evitar que bote demasiado y se salga fuera de su trayectoria, cada corredor busca que pese y mida lo justo para hacer el lanzamiento más eficaz.12
En lo que respecta a la ariweta o anillo usado por la mujer, éste se obtiene de una manera muy sencilla, enrollando varias varillas vegetales hasta darle forma de anillo, con un diámetro variable según la zona, las vimos desde 5 hasta 14 cm. Una vez hecho se puede envolver con tela para hacerlo más resistente.13 Lo más común es emplear un solo aro para la carrera, no obstante, en algunas poblaciones -como en Panalachi- se utilizan dos aros enlazados. El aro (rowera) o los dos aros entrelazados serán recogidos del suelo y lanzados hacia adelante lo más fuerte que se pueda, utilizando para ello una fina varilla de 60 a 80 cm de longitud con una ligera curvatura en la punta.
En general, los actuales rarámuri no asignan un significado simbólico especial ni a la bola ni a la ariweta, ambos son sencillamente los objetos con los que tradicionalmente se ha corrido o jugado y se sigue haciendo, son los elementos con los que la carrera cobra sentido, porque, como decían algunos: “¡hay que estar loco para correr sin bola!” (o sin ariweta, añadimos).
Ambos elementos tienen para ellos un evidente sentido pragmático, hay que correr impulsando algo, llevando algo hacia adelante, pero, ¿por qué hacerlo así? y ¿por qué usar una bola o una ariweta? Para responder a la primera interrogante hay que reflexionar sobre el papel que juega la carrera en la vida rarámuri. En ese sentido encontramos que la carrera como forma de juego, de competición y de desplazamiento rápido para diferentes fines (cazar, visitar, acompañar, perseguir, etcétera) ha estado muy presente en su vida diaria, pero casi siempre orientada a un fin, con un objetivo externo a ella misma, con una intención utilitaria. De ahí que se considere absurdo correr por correr, se corre para algo y con algo, con algún estímulo añadido que la convierta en una acción más entretenida.
Para que la carrera tenga interés cultural en el plano recreativo y competitivo, dentro de la sociedad rarámuri ésta lleva la apuesta incorporada, pero además para los corredores y espectadores la acción de correr cobra valor si se persigue, se lanza o se acompaña un objeto que, inconscientemente, pone de relieve el sentido utilitario que la carrera ha tenido en su vida, haciendo que sea entendida y pueda atraer el interés de todos al formar parte de una experiencia común.
¿Por qué correr aventando una bola de madera o un anillo vegetal? Por parte de los propios rarámuri no encontramos respuestas clarificadoras sobre esta cuestión. Se corre con bola y ariweta porque sí, porque así se ha hecho siempre, es la tradición, la costumbre rarámuri, son las versiones más comunes que se suelen dar, o, como nos diría uno: “porque los hombres tienen las piernas más libres y la mujer lleva falda, por eso, la comodidad”.14
Ciertamente no es necesario saber en concreto la razón de ser, el sentido primigenio que se le dio a la bola o a la ariweta para que tenga valor cultural. De la misma manera nos podríamos interrogar sobre el sentido que tiene el testigo en la carrera atlética de relevos, o el sentido que tiene en el baloncesto introducir el balón en la canasta, lo más probable es que quedáramos sin respuesta o la hiciéramos especulativa si tratamos de darla en clave simbólica.
Se trata de comportamientos con dificultades añadidas para hacer más compleja y bella la acción motriz en contextos competitivos. No necesariamente tales acciones han de tener un significado simbólico explícito deliberadamente buscado y pretendido para que posean aceptación y sean entendidos por la sociedad que los recrea, basta con que posean sentido pragmático o simplemente estético con respecto a los fines perseguidos (en estos casos ganar la competición y entretener) para que adquiera interés social. No hay que perder de vista esa circunstancia a la hora de preguntarse por los significados de la bola o la ariweta. Es posible que la respuesta sea tan simple como que en un principio se pensó que había que correr con algún objeto y, con una intención exclusivamente práctica, se recurriera a dos que de distinta manera pudieran lanzarse bien por el aire. El hecho de que se pensara en objetos que pudieran ser lanzados al aire, no tiene por qué ir asociado con toda una representación cosmogónica del recorrido de los astros en el universo, o con la idea de fertilidad. La parábola que realiza la bola en el aire no tiene por qué ser una representación del recorrido del Sol por ejemplo, como se ha llegado a decir. No tenemos datos que permitan afirmar esto para el pasado y menos aún para el presente.
Lo que sí nos resulta significativo es que sea diferente el objeto lanzado por el hombre y por la mujer, es fácil observar en este detalle una diferenciación de género, cada cual identificado con una manera distinta de correr o más bien de lanzar en carrera. Sobre el por qué el hombre la bola y la mujer la ariweta cabría hacer muchas especulaciones, se trata de objetos con distintas características físicas (pesado / liviano, denso / hueco) que con imaginación se podrían asociar con las características de sus respectivos lanzadores, pero no encontramos evidencias en el interior de la propia cultura que nos permitan ir por ese camino. Tan sólo podemos decir que se trata de dos objetos complementarios: la bola (esfera) y la ariweta (círculo), como complementarios son los papeles del hombre y la mujer para la producción y reproducción de la vida social. ¿Refleja la carrera esa complementariedad de papeles? Como nos respondería un rarámuri: ¡quién sabe!
La indumentaria
En el vestuario de los corredores se aprecia una evidente influencia exterior; la tradicional zapeta o taparrabos ha sido sustituida actualmente en la mayoría de los casos por atuendos utilizados por la sociedad mestiza en la vida diaria, como son el pantalón de vestir o deportivo y la camisa o camiseta. La mujer sin embargo, viste con el clásico vestido de volantes y blusa de vivos colores, éstos la han caracterizado desde hace tiempo, aunque también son producto de la influencia exterior, concretamente de los españoles con los que comenzaron el contacto a finales del siglo XVI.
La zapeta de los hombres -considerada como tradicional- posee un cierto parecido con el vestuario español de la citada época, todo lo cual nos lleva a cuestionar el sentido de la tradición en el vestir, sentido que apreciamos relativo ya que se trata de una adopción sincrética que el paso y la perseverancia en el tiempo han hecho que se conciba como algo propio.
La indumentaria de los corredores y corredoras es en estos momentos la que se emplea en la vida cotidiana, refleja la conexión con los nuevos tiempos y la influencia de la sociedad mestiza con la que se mantiene un estrecho contacto, pero además expresa que no es preciso portar un atuendo muy especial para correr, basta con que sea cómodo y no dificulte el movimiento. Este planteamiento es válido para las carreras pequeñas realizadas por niños y niñas, e incluso para las grandes carreras realizadas por jóvenes y adultos, lo cual da a entender que aun tratándose de recorrer 150 o 200 km hay que asumirlo con normalidad y vestir como comúnmente se hace, integrando así a la carrera como un hecho más que forma parte de la continuidad de la vida rarámuri.
Como elemento singular y tradicional en el atuendo del corredor hay que destacar el cinturón de cuero con pezuñas de venado que a modo de sonajero produce un sonido peculiar en el desplazamiento, y que, según algunas versiones, sirve para mantener despierto al corredor por la noche. Aparte de esta explicación orientada hacia la eficacia práctica material de este elemento, se ofrece otra que tiene que ver con la eficacia simbólica al asociarse el sonido de las pezuñas de los venados con la idea de resistencia, fortaleza y velocidad, cualidades todas de las que tiene que impregnarse el corredor.
También la “collera” o cinta atada a la cabeza cruzando la frente es algo que caracteriza a los rarámuri y se emplea en la carrera tanto por hombres como por mujeres. La diferencia de colores identifica a quienes forman parte de cada bando, pero no encontramos evidencias sustantivas que nos hablaran del sentido simbólico diferencial que existe entre los colores utilizados por el hombre y por la mujer, o del hecho de que uno se ate la cinta por detrás y la otra por delante, circunstancias que marcan diferencias de género, pero que en principio no encontramos que vayan más allá de la mera costumbre.
Los huaraches de tres puntas que protegen los pies usados a diario son también empleados en la carrera, sobre todo por hombres. Se trata de sandalias extremadamente sencillas a la vez que eficaces para su función; su diseño se considera propio de la cultura rarámuri, aunque encontramos indicios en España que apuntan a que también fuera este artículo, si no enseñado, sí influido por los antiguos colonizadores a partir del siglo XVI.
Sea como sea, el hecho es que se corre con huaraches, descalzo, o con extrañas combinaciones como calzar un pie con huarache (el de lanzamiento) y otro con zapato o bota. Todo ello hace ver que no existe mucha preocupación por el calzado para correr, lo importante es no sentirse raro con él y para ello lo mejor es utilizar el que se tiene para caminar, o incluso ir descalzo para sentirse más libre y evitar posibles roturas de cordones, o mitigar la posibilidad de tropiezos. Es también la idea de continuidad de la carrera en la vida rarámuri lo que supone el no utilizar en ella un calzado especialmente sofisticado, así como un reflejo más de su dureza física al soportar esas grandes distancias con una mínima o nula protección de pies.
La apuesta
Unida indisolublemente a la carrera rarámuri, la apuesta ocupa un papel destacado en el desarrollo de la misma, al punto de convertirse para muchos en el principal aliciente. Toda carrera, sea grande o pequeña lleva su apuesta asociada, es impensable una carrera de competición, -de bola o de ariweta-, sin que se apueste algo, aunque sea una tortilla de maíz. Siempre debe haber un motivo material que se arriesgue a perder o se espere ganar en la carrera que uno mismo realiza, o en el pronóstico que se hace sobre los corredores enfrentados.
Demostrar ser más resistente y veloz que el contrincante o ver placenteramente este reto desde fuera no son los únicos motivos de las carreras. El reto del corredor o el pronóstico del público no sólo entraña una inversión de esfuerzo por parte del primero y de apoyo entusiasta por parte del segundo, sino que compromete parte de sus respectivos bienes materiales, bienes que voluntariamente y en proporciones variables se colocan ante la disyuntiva de duplicarlos o perderlos.
Ante una gran carrera hay pocas personas que se puedan mostrar indiferentes, la inmensa mayoría de las que acuden a ella toman partido por uno de los bandos enfrentados apostando, por lo que ganar o perder la carrera implica ganar o perder la apuesta. Ésta introduce a todos los participantes -a los que la viven desde dentro y a los que la ven desde fuera-, más en la carrera, y es que a veces las cantidades o los enseres expuestos son muy importantes.
La apuesta constituye un valor añadido a la carrera, un valor que en no pocos casos se puede contar como el prioritario, como su principal razón de ser poniéndose muchas expectativas en ella. El sentido práctico de los rarámuri una vez más sale a relucir, observándose que desplazarse con bola o ariweta hace llevadera y entretenida la carrera. Competir por competir, por ver quién gana al final, queda algo falto de contenido, correr 150 km para demostrar ser más resistente que el rival tiene sentido en sí mismo, pero no deja de ser un derroche de energía, dentro de un contexto en donde ésta se aprovecha al máximo, si no va acompañada de otros estímulos, de algún aliciente más que ganar. Desde luego, correr no asegura el premio, éste solo está asegurado si se gana y de eso se trata, intensificándose así más el carácter competitivo de la prueba. El público tampoco asiste sólo para presenciar un bello espectáculo, eso como muchos indican sería ir de “oquis” (en balde, ocioso), se asiste con la intención de conseguir también algún beneficio, aunque lejos de estar asegurado, éste se puede convertir en pérdida.
Sin duda el valor económico de las apuestas incrementa la expectación existente sobre las carreras. Sin embargo, no hay que perder de vista que es precisamente en razón de la apuesta como se producen los casos de fraude; es el temor a perder lo invertido o la avaricia por ganar sin riesgo lo que motiva a algunos(as) corredores(as) a dejarse ganar para que un determinado sector -en donde ellos mismos se incluyen-, obtenga beneficios pactados. Es ésta la cara oscura de la carrera, de la que nunca se quiere hablar, y en la que nadie dice participar porque delata actitudes vergonzosas que no caracterizan al pueblo rarámuri, pero no por ello hay que ignorarlas, y dejar de reflexionar sobre los factores que la desencadenan.
El entorno ambiental
Es en plena naturaleza donde se realizan las carreras, lejos de los ambientes domesticados comunes en el ámbito deportivo convencional, en donde se generan microclimas artificiales a fin de aumentar el grado de rendimiento y batir marcas registradas; los rarámuri corren en el contexto natural en donde desarrollan sus vidas y con el que están familiarizados. Las formas del paisaje, los olores, los colores, y los sonidos del ambiente físico, forman el telón de fondo de la carrera y hace sentir a los lugareños que están en casa.
El entorno natural expone a los (las) corredores(as) a las variadas inclemencias meteorológicas y no son pocos los imponderables que pueden surgir a lo largo de una gran carrera, pero la incertidumbre acompaña la vida de los rarámuri y están acostumbrados a ella, entrando dentro de la normalidad todo lo que acontezca durante la misma. Ajustar el comportamiento y la actitud a lo que dicte el relieve y el clima en cada momento requiere disponer de una gran capacidad de adaptación, lo cual se consigue claro está con la permanente exposición a estímulos o situaciones que, por ingratas o incómodas que parezcan (lluvia abundante, calor o frío intenso, viento, nieve, relieves muy inclinados, etcétera), se les da siempre una respuesta eficaz y satisfactoria.
¡Hay que resistir para vivir!
Tras reflexionar sobre el significado de los distintos elementos incluidos en la carrera rarámuri, es la resistencia el factor que más nos ha cautivado, el que más nos ha hecho pensar y el que más asombro nos crea. ¿Por qué se valora tanto la capacidad de resistencia?, y ¿cómo se puede desarrollar tanto?
El ser humano se ha caracterizado desde siempre por la búsqueda de límites y por su superación, ¿quién no quiere ser mejor que el padre? La historia de la humanidad viene marcada por la superación progresiva de referentes culturales que por un tiempo sirvieron como modelo, y el deporte contemporáneo de competición se instituye como un vehículo más para mostrar excelencia en el ejercicio de una acción -en este caso física-, para superarse a sí mismo y para medirse con los demás. Todo esto exige un elevado grado de performance, de dedicación, de sacrificio personal, de especialización e incluso profesionalización.
En el terreno deportivo profesional encontramos atletas en los que la carrera se ha convertido en un medio para ganarse la vida. Desarrollar la velocidad o la capacidad de resistencia en la carrera a través del entrenamiento sistemático es básico para ellos como medio para obtener recursos y llevar una vida más satisfactoria y exitosa, en ese contexto se podría afirmar con propiedad que se “corre para vivir”.
Sin embargo, el caso rarámuri no es ese, pudiéndose colocar su capacidad de ejecución al mismo nivel o incluso por encima del de los corredores profesionales ultramaratonianos. Hay una diferencia notable con ellos: al margen de las diferencias formales en cuanto al estilo de carrera, los rarámuri no son profesionales como los otros, no emplean seis o siete horas al día en su preparación atlética, y aunque pueden obtener ciertos recursos como fruto de las apuestas, éstos no dan para vivir, tan sólo sirven de ligero alivio, siempre que se hagan méritos para ganar.
La capacidad de resistencia goza de muy buena imagen entre los rarámuri; en la famosa caza del venado capturado por agotamiento físico se muestra hasta qué punto es importante ser resistente en lo físico y en lo mental para aguantar varios días persiguiendo a un animal, e inteligente o astuto para cansarlo antes que el cazador aplicando distintas estrategias en la persecución. Con la caza del venado a la carrera se demuestra poseer cualidades esenciales para seguir existiendo en un ambiente duro y difícil como es la Sierra Tarahumara, resistencia e inteligencia unidas dan lugar a la obtención de un recurso alimenticio que además de su valor económico o material, lo tiene también social e ideológico, en la medida que hace posible el encuentro social, estar juntos con motivo del yumari, a la vez que el ofrecimiento sacrificial a Onorúame, El Creador.
Debido a la escasez de venados, se sacrifican chivos o vacas con igual motivo: no se requiere de resistencia y habilidad para su captura, sino sólo perseverancia y paciencia para su cría y cuidado. Aunque la caza del ciervo a la carrera sea una práctica ya en desuso, la carrera de bola y de ariweta sí se mantiene, expresando el mismo valor: “hay que tener aguante”.
Tanto hombres como mujeres han de mostrar aguante no sólo en la carrera sino en todos los órdenes de la vida: hay que resistir bailando matachines toda la noche;15 hay que soportar el frío nocturno y el invernal con lo que se lleve puesto en el momento; hay que aguantar el hambre si no se tiene qué comer durante días, o la sed si no se dispone de agua en una larga travesía, o el parto al natural, o el dolor de un traumatismo o de una enfermedad, y en otro orden de cosas hay que resistir los embates del choque cultural, mantener lo propio sin despreciar lo ajeno, adaptarse a los nuevos tiempos, a los procesos de cambio, sin que ello signifique un abandono radical de las costumbres tradicionales. Los rarámuri han demostrado a lo largo de su historia poseer una elevada capacidad para seleccionar de las influencias foráneas aquello que les es útil, adaptándolo a su idiosincrasia a través de su sentido práctico. Se puede apreciar con las danzas de matachines, con su vestuario, con su bilingüismo y aun con su religiosidad, actitudes sincréticas que con un talante no violento -evitando en lo posible el enfrentamiento con el que viene de fuera-, han puesto en evidencia que es posible el diálogo intercultural -incluso con el arrogante invasor que llega imponiendo-, sin que necesariamente se pierda la identidad.
Los rarámuri conforman un grupo étnico con un carácter bastante individualista, éste se refleja en su patrón de asentamiento disperso; nos ofrecen toda una lección de hasta qué punto la resistencia es importante para mantener la unidad cultural, y en qué medida el comportamiento pacífico ante el acoso de distintos agentes de cambio social -Iglesia, Estado, sociedad mestiza, empresas privadas, turismo- lejos de desintegrar al grupo, ha ayudado a que éste persista, crezca demográficamente y afiance más su propia identidad.
La resistencia posee, pues, un importante valor social porque de ella depende su mantenimiento cultural e identidad étnica, la voluntad de seguir siendo rarámuri. Conscientes de su importancia, escuchábamos reflexiones o ideas nativas que decían: “¡hay que resistir para vivir!”, “¡quien no aguanta, no vale, se pierde, muere!”, afirmaciones que se refieren a la vida en general y que tienen un claro reflejo en la carrera, porque ¿hasta qué punto en la carrera de bola o ariweta se refleja la vida rarámuri?, o ¿hasta qué punto la carrera forma parte, o es un eslabón más de la cultura rarámuri, que marca su dinámica social? En la carrera se pueden ver reflejados una serie de valores sociales entre los que destaca la resistencia -aunque no en solitario- acompañada de estrategia, habilidad, trabajo en equipo, factores todos ellos importantes para conseguir los fines perseguidos; la característica esencial del corredor para llegar a ganar es que necesita el apoyo de otros rasgos que le faciliten la tarea, tal como ocurre en la cotidianeidad.
Pero, ¿cómo se consigue tener una capacidad de resistencia tan elevada en la carrera?, ¿cuál o cuáles son los factores desencadenantes? No son precisamente los grandes corredores quienes con sus palabras responden a tales interrogantes; caracterizados por un talante humilde y callado, no se puede esperar una respuesta explícita y razonada sobre estas cuestiones. Martimiano de Choguita afirmaba confusamente que resistían tanto porque “comemos pinole y echamos aceite en las piernas”; los alimentos naturales, sin química, que habitualmente forman la dieta rarámuri -pinole, kelite, maguei asado-, son frecuentemente apuntados como factores que contribuyen a formar un cuerpo fuerte y resistente, pero, ¿serán esas las principales causas?
Junto con quienes piensan que llevar una vida ligada a la naturaleza, con una alimentación sana y actividad física diaria es la clave para conseguir una buena preparación como corredor, se hallan algunos que consideran que lo importante es tener el alma en paz y llevarse bien con Dios, así nos respondió un rarámuri en Rejogochi justificando su fuerza y resistencia en la carrera:
Nosotros debemos entender quién es nuestro Dios, porque Él nos está dando algo de poder para que todos sigamos el mismo camino, si no lo sigues perderás. Para nosotros el camino a seguir siempre es de Dios. Mi base es el Dios verdadero. Si uno piensa que tiene alguna deuda no podrá correr. …16
Otro destacado rarámuri de Guachochi al preguntarle por el papel del alma en las carreras nos decía:
Depende de cada corredor y de la zona, hay comunidades que tienen mucho de la parte espiritual, con lo mitológico, aquí hay comunidades en que hay un ser que los cuida, que los guía y que los tiene que ayudar durante la carrera. Depende de las zonas en donde se realice la carrera y quienes sean los corredores, pero sí hay de eso. Muchas veces si un corredor no está en paz con la misma comunidad no puede correr, si está mal con la comunidad, está mal con Dios y son cosas que existen.17
Conocida es la gran espiritualidad que rodea la vida del rarámuri, está presente en el tiempo de fiesta o encuentros colectivos: danzas, yumari, sermones dominicales del siríame, y también en su vida cotidiana. Tener la conciencia tranquila, o no tener remordimiento ayuda a fortalecer a la persona; tener el alma o las almas dentro de su casa, el cuerpo, y en paz, es esencial para no debilitarse, pero no encontramos testimonios significativos que hablaran de la fortaleza de las almas como elemento esencial para asegurar la resistencia física.
Si el cuerpo es animado por el alma o almas que habitan dentro de él, cabe pensar en que existe una relación directa entre la fortaleza y resistencia del cuerpo y del alma. Si fuera así, un gran corredor debería tener también almas muy fuertes, pero ¿por qué los ancianos(as) ya no corren?, ¿perdieron fuerza sus almas?; no, lo que perdió fuerza fue la casa donde ésta habita, su cuerpo. Como explica W. Merrill:18
Los rarámuri creen que la vitalidad y la fuerza de una persona reflejan directamente la fuerza de sus almas, pero cuando caracterizan a las almas como fuertes, con frecuencia se refieren a la fortaleza mental y ceremonial, así como física.
Los términos “¡iwérasa!” o “¡wériga!“, cuyo significado es “¡sé fuerte!”, “¡sé decidido!”, se puede escuchar como gritos de ánimo a los corredores, pero también se pueden emplear para animar al siríame en su sermón dominical u otro tipo de orador. No parece por tanto que exista una proporción directa entre la fuerza del cuerpo y del alma, así lo entiende W. Merrill:19
… la dureza y la fuerza de las almas no se reflejan tan directamente en el cuerpo. Un hombre joven puede tener un cuerpo fuerte y duro, que él fortalece con ejercicio y la exposición a los elementos, sin que sus almas sean igualmente fuertes y duras. A la inversa, una persona mayor puede tener almas fuertes y resistentes pero un cuerpo débil.
Así pues, la fortaleza de las almas en los corredores facilita la buena predisposición para correr, el buen ánimo, la mentalización para ganar, la resistencia a ser objeto de algún maleficio, pero no asegura la fortaleza y resistencia física o la victoria en la carrera, la cual obedece a otras justificaciones.
La explicación más lógica para entender la extraordinaria resistencia desarrollada por los rarámuri para la carrera pedestre se apoya en su modo de vida, en la adaptación al entorno ambiental. Las largas caminatas por el monte -para cuidar los rebaños de chivas, cazar o para visitar parientes o amigos- son actividades frecuentes en la vida de este pueblo. Tanto niños como niñas desde muy pequeños adquieren la responsabilidad de cuidar los rebaños de animales, los acompañan y conducen a las zonas más propicias para pastar, pasando días y días fuera de casa, con los conocimientos y mentalidad suficiente para poder sobrevivir en situaciones que no serían fáciles de soportar para muchos. Desde pequeños se acostumbran a tener que aguantar las situaciones desagradables que se presenten (frío, calor, hambre, sed, dolor), con frecuencia de manera imprevista, soportándolas como parte de la normalidad donde unas veces se tiene y otras no se tiene, en donde los tiempos de abundancia o equilibrio ceden paso a los de escasez.
La pauta de asentamiento disperso condicionada por la limitada capacidad productiva de la tierra o por el deseo de independencia familiar, obliga a caminar mucho y emprender largos recorridos de ida y vuelta para mantener la comunicación y el intercambio entre las personas. La única manera que tiene la mayoría de los rarámuri para visitarse por el gusto de hacerlo o por satisfacer alguna necesidad comercial o sanitaria, es caminando; a falta de vehículo mecánico o animal de carga hay que hacer el trayecto a pie, y es así como las grandes distancias no entrañan temor por el cansancio. En las conversaciones con algunos rarámuri mayores apreciábamos cómo se hablaba con total normalidad de los trayectos de uno o dos días ininterrumpidos que acostumbraban hacer, sobre todo hace unos 20 o 30 años, sin que le dieran la menor importancia.
Aún hoy son muchos los que deben seguir cubriendo grandes distancias a pie para satisfacer sus necesidades vitales; son varios los niños de la escuela internado de Norogachi, que con diez o doce años han de caminar durante ocho o nueve horas para asistir a clases. Igual número de horas invierten para regresar a sus casas los sábados acompañados de sus padres que van a recogerlos. Nadie se queja de tal situación, cada cual se acostumbra a las circunstancias que le ha tocado vivir. Incluso con las facilidades que proporciona los medios mecánicos de transporte terrestre en la región,20 la enorme dispersión poblacional hace que siga siendo imprescindible caminar mucho para mantener la comunicación entre rancherías.
Con un poco más de ritmo, el caminar se convierte en correr, y si a la acción de desplazarse a pie se le añade el lanzamiento de una bola o un aro, dicha acción se convierte en juego. Así el rarámuri puede conjugar en la misma acción el trabajo y el juego, la primera dimensión caracterizada por el objetivo externo que persigue la acción: llegar a donde se tiene previsto, y la segunda dimensión por el objetivo interno que se deriva de ella: divertirse, disfrutar de la acción misma. Un comportamiento cotidiano que en principio puede resultar cansado, monótono o aburrido, con algunos retoques se convierte en un juego, así, en vez de ir caminando durante horas de una ranchería a otra, muchos(as) niños(as) y jóvenes van corriendo con bola o con ariweta, recortando ostensiblemente el tiempo empleado, con ánimo alegre y además con la ilusión de ganar algo en la apuesta. Es ésta una forma de hacer más grata la vida.
Pero volviendo a la capacidad de resistencia, no sería riguroso sobredimensionar esta característica en los rarámuri y elevarlos a la categoría de superhombres o supermujeres. Los rarámuri son extremadamente resistentes en la carrera por el proceso de adaptación en el que están involucrados desde que nacen: la dinámica de la vida diaria, las inclemencias meteorológicas, la pauta de asentamiento, las labores agropecuarias, las características del relieve, su dieta alimenticia, su capacidad para saber esperar, no impacientarse, aguantar, así como resignarse conforma un modo de ser y de estar en el mundo, que entraña una personalidad segura de sí misma, y con gran capacidad de sufrimiento. Es el contexto ambiental y cultural -sin olvidarse del histórico- el que nos ofrece las claves para entender las razones de la carrera rarámuri y de la resistencia que sus actores muestran; la exposición permanente a un difícil estilo de vida endurece a las personas, y al igual que con los rarámuris ocurre con otros muchos pueblos que poseen una austera economía de subsistencia, y un estrecho y permanente contacto con la tierra que habitan. Los entornos ambientales, no obstante, están dotados de ciertas características que los hacen ser más o menos habitables para el ser humano, y es ahí donde la Sierra Tarahumara destaca por sus difíciles condiciones (aunque no extremas) para la vida, y hace que sus habitantes -los que tienen que adaptarse necesariamente a su pulso, los que viven con ella piel con piel-, se hagan en consecuencia indolentes y duros como el propio ambiente, si se pretende la continuidad en el mismo. La resistencia o capacidad de aguante, es pues, una consecuencia de la adaptación al entorno ambiental y una condición necesaria para que la cultura rarámuri tenga continuidad en dicho entorno.
La resistencia en general y de la carrera en particular, no es sin embargo un concepto físico, hay que entenderla de una manera integral porque afecta a la totalidad de la persona. No sólo afecta a lo orgánico, sino también a la mentalidad, no basta con tener unos pies duros para caminar o una piel que haga frente al frío, es preciso estar mentalmente preparados para aguantar, para resistir condiciones límites.
La fuerza de la costumbre hace sentir y pensar las situaciones vividas en la cotidianidad como normales, y es por ello que correr esas grandes distancias no se percibe como ninguna proeza, sino como una consecuencia normal de su modo de vida. Como nos diría don Burgess al preguntarle sobre el particular: “también es algo mental, pensar que no es nada extraordinario, corriendo desde chiquito”.21
Además del uso de la bola o la ariweta en la carrera, las diferencias de perspectivas nos pueden hacer ver como una rareza -desde la sociedad moderna avanzada-, el hecho de correr 180 km en competición sin haber participado previamente de un entrenamiento específico en relación con la carrera: “¡es una barbaridad!”, dirían algunos, “debe ser peligroso aventurarse a ello”, pensarían otros; y es que realmente sería una temeridad, un peligro, si una persona habituada a la vida urbana y sedentaria se aventurara de pronto a correr tal distancia. Su salud estaría corriendo seguramente un serio riesgo si se empeñara en hacerlo y llegar hasta el final, pero no es ese el caso rarámuri. No entrenar o ensayar específicamente la carrera en el periodo previo a una gran cita no es anacrónico, no está dentro de los planes del corredor, que, si se le propone, posiblemente pensaría: ¿para qué malgastar energía con ensayos de carrera, con lo que cuesta conseguirla? ¡Hay que estar loco!
El rarámuri no actúa con simulacros, ni considera necesario entrenar la carrera porque siempre está preparado de manera natural para ella, porque sería un despilfarro de energía (correr sólo por correr) y porque ganar o perder no es nada trascendental. La lógica del entrenamiento específico, sistemático y controlado, destinado a conseguir el récord en la modalidad, la gloria personal y nacional, así como la fortuna, pertenece a otro contexto muy distinto, a un contexto en donde la carrera (como deporte) se transforma en un medio para ganarse la vida, en donde no importa el derroche de energía porque se dispone de ella en abundancia, donde la victoria o la derrota se viven con frecuencia como razón de estado, y en donde dicha actividad es vivida por una élite de practicantes como un camino hacia la inmortalidad, y es legítimo pretender ser recordado por la historia, buscar trascender a través de la excelencia en una actividad así, pero todo eso está muy lejos de la lógica rarámuri. Cada situación se explica y entiende dentro de su contexto, es una cuestión de perspectiva.
La carrera rarámuri ha atraído la atención de muchos mestizos que se han acercado a ella, y aun la han practicado con satisfacción, demostrando tener también gran resistencia y capacidad de sacrificio, además de no necesariamente tener que ser rarámuri para hacerlo bien. Este hecho es reconocido por los propios nativos, quienes tienen en muy buena consideración al chabochi (mestizo) que es capaz de correr con ellos e incluso ganar honestamente.
Ante la cuestión de si en el pasado se corría con más frecuencia y mayores distancias que en la actualidad, los testimonios son un tanto contradictorios entre los propios rarámuri: hay quienes dicen que antes se corrían distancias bastante más largas que ahora y con más regularidad, mientras que también encontramos algunas versiones (aunque las menos) que dicen lo contrario. Desde nuestro punto de vista nos inclinamos a pensar que sí solían ser más largas las de antes; si en la actualidad las grandes carreras de más de 150 km escasean, en el pasado parece que eran más abundantes, así como también entre los niños y jóvenes de manera más frecuente y espontánea se corría con bola o ariweta. Sin que hayan disminuido ostensiblemente las distancias de las grandes carreras, lo que sí parece cierto es que éstas tienen lugar actualmente con menos frecuencia, no se prodigan tanto, no hay tantos buenos corredores como antes, debido muy probablemente a que la práctica de la carrera en lo cotidiano ha decaído y por tanto la selección natural que hace destacar a los mejores conduce a que haya pocos que sobresalgan. De entre todo el conjunto, la masa crítica de buenos corredores escasea, y más aún los que se convierten en los mejores.
Sea como sea, la carrera rarámuri tiene aún mucha vigencia como manifestación de la propia cultura, los rarámuri siguen corriendo grandes distancias aunque no haya tantos buenos corredores como antes. Sin embargo, lo que sí aparece como novedoso desde hace unas pocas décadas a esta parte, es la participación de los rarámuri en las carreras pedestres ultralargas organizadas por instituciones nacionales o internacionales, junto a los deportistas de elite llegados de diversos puntos del planeta. No son pocos los corredores rarámuris que consideran este estilo de carrera, en la que todo consiste en correr sin lanzar nada -más dura que la suya propia-, debido a la mayor intensidad que exige esta carrera, en la que no hay espacio para la distracción con la bola. Corpos, corredor rarámuri de Choguita, nos decía refiriéndose al rigor de las 100 millas de Los Angeles en donde participó: “es muy cansada, el cuerpo va a tope todo el rato”, pero distinta opinión le merece esta carrera a Martimiano -gran corredor también de Choguita-. Un chokéame y destacado rarámuri nos decía:
la resistencia es inexplicable, sin tener conocimiento de cuáles son las técnicas, ni el equipo adecuado para correr se han lanzado así nada más, se ha batallado para mentalizarlos, ya que la idea de tener siempre un obstáculo, algo que aventar, algo que les vaya entreteniendo, está muy marcado en nuestra cultura, eso de correr sin aventar nada es un poco difícil de asimilar en un principio, porque si corres sin nada te falta algo, no corres a gusto porque tienes que aventar hacia adelante, entonces psicológicamente el corredor como que tiene que superar esa limitación de encontrar algo. Y otra cuestión, la alimentación durante la carrera no es igual que la que se da en nuestra tierra, por eso decíamos que invitamos a los mejores corredores del mundo a correr igual (con bola), a ver si corren lo mismo, y nunca van a ganar, ellos se cuidan mucho, controlan sus carbohidratos, los nuestros no.22
Es difícil ser objetivo en este asunto, dado que lo normal es que cueste más trabajo realizar aquello que se desconoce o a lo que no se está habituado, ¿qué dirían los maratonianos o ultramaratonianos modernos si tuviesen que correr esas grandes distancias por terreno montañoso pateando una bola de madera? En cualquier caso lo que se desprende de la participación rarámuri en las carreras pedestres no tradicionales es su biculturalismo, su actitud de situarse en el terreno del otro y hablar su lengua a través de la carrera, lo cual hacen incluso dentro de su propio territorio.
De esta manera los rarámuri hacen valer sus cualidades y capacidades incrementando aún más el asombro de quienes los llegan a conocer. Históricamente han ido adoptando elementos culturales de los pueblos con quienes han tenido contacto, unas veces por préstamo, otras por imposición, pero han resistido en lo fundamental, en su estructura y dinámica social, en su visión del mundo. Ahora les está tocando correr como chabochis, pero sin imposición, libremente, para poder medir fuerzas con éstos, y a pesar de no ser precisamente su estilo, bien que lo saben hacer: en relación a la ultramaratón de los Cañones celebrada en Guachochi el 26 de julio de 1998, apareció en la portada de la revista …En las carreras:23 “Los tarahumaras dominaron”, y es que en la carrera de 90 km en la que participaron buenos corredores de distintos estados de México especialistas en carreras ultralargas, ganó un rarámuri -Martimiano de Choguita-24 y de los diez primeros en llegar, ocho eran rarámuri (cinco de Choguita, dos de Panalachi y uno de Bocoyna).
Ésta fue una prueba donde los rarámuri dieron a conocer una vez más su excelencia superando a auténticos profesionales; sin embargo ver correr a los hombres rarámuri sin bola por la barranca de la Sinforosa hará pensar a más de uno en que algo está cambiando en la Tarahumara, porque, como se dice desde la costumbre: “hay que estar loco para correr sin bola o sin ariweta”. ¿Qué está pasando? No se trata de locura pero sí indica un proceso de cambio. Entre las muchas funciones sociales del deporte moderno, podemos destacar aquí la de servir como vehículo de comunicación entre culturas distintas, así como medio de aculturación por parte de la sociedad dominante que lo impulsa y reafirma sus valores a través de él.
Sin perder de vista que la carrera rarámuri se halla repleta de valores, como ya hemos apuntado, cabe preguntarse: ¿seguirán los rarámuri corriendo a la manera tradicional?, ¿por cuánto tiempo?, ¿se podrán mantener por tiempo indefinido la carrera tradicional y la moderna como expresión de la biculturalidad rarámuri?, ¿qué cambio de valores puede suponer cambiar la carrera tradicional por la moderna?, ¿es posible transferir los valores tradicionales rarámuri a una nueva manera de correr? El tiempo irá dando respuestas a todas estas preguntas, de momento los rarámuri de una u otra forma siguen corriendo, siguen resistiendo, porque lo más importante es seguir siendo conscientes de que “quien no aguanta, muere, desaparece”.
“Hay que resistir para vivir”, y esa capacidad de resistencia hay que expresarla de algún modo de manera colectiva para reafirmarse en ella, para mantenerse en esa convicción. Los rarámuri, aunque inconscientemente, reflejan en la carrera con toda su envoltura buena parte de su ser, es por ello que, desde una visión romántica de la cultura, ¡hay que correr para vivir!25
Glosario
Ariweta o arihueta. Aro empleado por las mujeres en las carreras.
Chabochi. Mestizo, hombre blanco, barbudo, no rarámuri.
Kelite. Plantas comestibles.
Kumaka. Bola de madera empleada en las carreras de hombres.
Nawésari. Discurso o sermón normalmente dominical pronunciado por el gobernador.
Owirúame. Curandero o médico tradicional.
Pinole. Maíz molido y tostado.
Rarajípari. Carrera de bola realizada por el hombre.
Rowera. Carrera de ariweta o aro realizada por la mujer. También designa expresamente el propio aro.
Siríame. Gobernador de la comunidad.
Sukurúame. Hechicero o persona que hace maleficios.
Tesgüino. Bebida ligeramente alcohólica producto de la fermentación del maíz.
Wériga e iwérasa. Grito de ánimo que se le da a los corredores cuyo significado se traduce por: “se fuerte, aguanta”.
Yumari. Fiesta y danza tradicional de carácter sagrado.
Zapeta. Vestido tradicional masculino a modo de falda o taparrabo.
Bibliografía
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Sobre el autor
Ángel Acuña Delgado
Universidad de Granada, España.
Citas
- Karl Lumholtz, El México desconocido, 1972, p. 297. [↩]
- Carl Diem, Historias de los deportes. Tomo I, 1966, pp. 64-65. [↩]
- W. Bennet y R. Zingg, Los tarahumaras, una tribu india del Norte de México, 1978, p. 509. [↩]
- “La Tarahumara”, como se denomina comúnmente a esta región, está formada por un macizo montañoso compuesto por picos, cañones y mesetas, cuya altitud oscila entre los 3 000 y los 300 msnm (Amador, A., Tarahumara, 1997, p. 17); se extiende por un territorio de unos 60 000 km2. (J.L. Sariego, “La cruzada indigenista en la Tarahumara”, tesis de doctorado, 2000). Generalmente se distinguen dos zonas ecológicas claramente diferenciadas: la Alta y la Baja Tarahumara, también llamadas Sierra y Barranca respectivamente. [↩]
- Para conocer el significado de los términos en rarámuri, véase el glosario que aparece al final del artículo. [↩]
- Las comunidades visitadas durante la estancia fueron: Norogachi, Choguita, Tehuerichi, Panalachi, Sisoguichi, Narachárachi, Basíhuare, Rocheachi, Cieneguita, además de los municipios de Guachochi y Creel. [↩]
- Los chokéames ejercen el papel de jueces pero ocupan una posición más bien estática en torno al lugar central de la carrera. [↩]
- Bebida tradicional con escaso contenido alcohólico hecha a base de maíz molido y fermentado en agua. [↩]
- El uso del masculino no excluye a la mujer, que también posee las cualidades citadas. [↩]
- Algunos de los que forman el equipo de apoyo son parte del público que se incorporan a última hora de manera improvisada. Echan una mano y colaboran así a que gane el corredor por el que han apostado, defendiendo asimismo sus intereses. [↩]
- Una bola en bruto -sin pulir- puede hacerse en poco más de media hora, pero bien pulida puede ocupar cinco o seis, como nos demostró Firenso Bustillos, rarámuri de Noragachi. [↩]
- Con el paso del tiempo la bola pesa menos y no es buena para correr porque bota más y se sale con más facilidad del camino. [↩]
- También encontramos anillos de alambre envueltos con tela, aunque no es ésta una forma normal. [↩]
- Entrevista a J.M.P. [↩]
- Sobre la capacidad de aguante de los que bailan matachin, W. Bennett decía: “Las exigencias de resistencia de los bailarines son rigurosas. Los matachines están obligados a actuar durante dos noches y un día, y la danza es agotadora” (Bennett, W. y Zingg, R., Los tarahumaras, una tribu india del Norte de México, 1978, p. 476). [↩]
- Entrevista a M.Ch. [↩]
- Entrevista a J.M.P. [↩]
- W. Merrill, Almas rarámuris, 1992, p. 147. [↩]
- Ibidem, p. 149. [↩]
- En la actualidad los medios de transporte terrestre (autobuses de línea Creel-Guachochi, Creel-Batopilas, Creel-Panalachi, y los vehículos que circulan por los caminos transitables) han facilitado los desplazamientos entre buena parte de las comunidades rarámuri, aunque quedan aún muchos puntos sin cubrir. [↩]
- Entrevista a D.B. [↩]
- Entrevista a J.M.P. [↩]
- … En las carreras, núm. 37, 1998. [↩]
- Martimiano como primer clasificado con 35′ de diferencia sobre el segundo, hizo un registro de 8 horas 23′ 39”, lo que supone un ritmo medio de 10.7 km/h. Éste, aunque aparentemente lento está plenamente justificado por las fuertes pendientes del terreno. [↩]
- Se entiende aquí la carrera como metáfora que expresa el valor de la resistencia cultural en amplios sentidos. [↩]