“En la segunda mitad del siglo XX, y particularmente desde los años ochentas, se vislumbra al nivel mundial un ‘revivir étnico’”. Esta afirmación, con la que inicia Dietz su libro, es una impresión compartida de varios intelectuales estudiosos del mundo contemporáneo. Desde el ámbito académico o desde los medios de comunicación, escuchamos cotidianamente que en la actualidad hay una reconfiguración mundial, donde surgen nuevos países y regiones pero cuyas fronteras se definen no por criterios económicos o políticos, sino por las viejas identidades étnicas.
Si bien la explicación más común a este proceso tiene que ver con la implementación del neoliberalismo como modelo económico mundial, desde hace algunos años se levantan voces que sugieren que esta respuesta no es suficiente. Así, en las ciencias sociales se han generado cambios de enfoque analítico, poniendo más atención a la actuación de la sociedad y menos énfasis en el Estado y la dinámica económica. Se acepta que la cultura juega un papel fundamental.
Por otra parte, se ha cuestionado si la forma en la que empleamos teorías y metodologías se ha vuelto una limitante. Si hemos llegado a reduccionismos académicos (en donde ajustamos la realidad a la teoría), o inclusive, si reproducimos modelos de pensamientos oficialistas. Podemos preguntarnos si como científicos sociales nos hemos alejado de los seres humanos mismos. Si efectivamente logramos acercarnos a cómo los sujetos entienden a su sociedad, cómo actúan en ella y porqué. Por otra parte, ¿es posible seguir investigando a los hombres de manera fragmentada (desde el enfoque sociológico, antropológico, histórico, psicológico, etcétera), sin conjuntar en algún momento nuestros hallazgos?, ¿a quién le toca hacer esto último?
Dietz profundiza sobre las movilizaciones sociales basadas en identidades étnicas que surgen como respuestas colectivas ante el embate de las políticas globalizadoras excluyentes. En específico, estudia el caso de la nación purhépecha.
El autor sostiene que ante el desmembramiento del tejido social que produce la globalización, las comunidades que logran sobrevivir lo hacen transformando su práctica cultural en “híbrida”, es decir, creando nuevas comunidades (locales y regionales) forjadas en identidades múltiples. Así, las comunidades son cada vez menos unidades territoriales lingüísticas y políticas, y tienden a formar grupos de individuos que comparten una lectura social con respecto a la distribución de ciertos bienes. Su identidad se forja no tanto en la esfera de la producción, sino en la del consumo.
El autor reconoce para la región de estudio dos actores fundamentales en este proceso: los comuneros (campesinos partícipes en movimientos rurales anteriores y portadores de experiencias) y lo que denomina la “nueva intelectualidad indígena” (maestros rurales desertores de las instituciones indigenistas y que participaron en movimientos disidentes). En especial estos últimos se convierten en portadores de una “nueva cultura íntima”, que permite crear coaliciones de comunidades impulsoras de nuevos movimientos que llegan a espacios locales y regionales distintos. De esta forma, sostiene el autor, la comunidad purhépecha se va integrando a procesos organizativos más amplios que van conformando la denominada sociedad civil mexicana.
La investigación de Dietz es un intento por entender a los humanos desde ellos mismos. Rescatar la lectura que la gente hace sobre la política y el abuso del poder. Intenta llegar así a la autorreflexión generada en colectivo.
Por otra parte, hay una preocupación por ver al movimiento social investigado a lo largo del tiempo. Es decir, el autor realiza una investigación antropológica de un proceso que de antemano visualiza como histórico. En este sentido trata de relacionar el movimiento indígena actual con respuestas colectivas anteriores. También intenta no definir a priori el espacio social; entiende que éste se define a partir de la forma en que es disputado por los distintos actores en conflicto.
Dietz se suma a la opinión de que estamos ante nuevos actores que tienen una nueva forma de actuación social. La riqueza teórica y metodológica de esta obra nos da la oportunidad de reflexionar sobre estos aspectos. En algunos, sin embargo, podemos disentir un tanto del autor. Probablemente los elementos que él reconoce como rasgos propios de las movilizaciones étnicas mexicanas de los últimos 30 años (la creación de identidades múltiples y la refuncionalización de la cultura), no lo son en realidad. Es factible que ambos elementos hayan estado presentes en otras respuestas colectivas ante el poder, fuera del contexto neoliberal.
No obstante, lo que da a los movimientos indígenas contemporáneos sus características peculiares en el tiempo, es la particular combinación de distintas experiencias de transformación social que el grupo logra utilizar para conformar estrategias de acción. Así, el elemento clave de la refuncionalización cultural no es la identidad (etnicidad) sino la experiencia, donde diversos individuos ponen en juego conocimiento distinto obtenido con base en los ensayos y errores realizados al tratar de cambiar la realidad. Si bien, esto seguramente ha ocurrido en movimientos desarrollados en otras épocas y lugares, la experiencia de un movimiento a otro es distinta, porque el contexto donde se generó es único en el tiempo, porque los individuos son también distintos. Además, la experiencia es el elemento que permite unir a diferentes movimientos realizados por un mismo pueblo en el tiempo, lo que nos permite comprender un fenómeno histórico y antropológico desde la perspectiva misma del actor en movimiento. Por otra parte, el otro elemento fundamental que le da rasgos únicos a las movilizaciones colectivas recientes es el contexto histórico donde se desarrollan: el juego de fuerzas que permite o no el éxito de la estrategia empleada.
Un aspecto más que podemos discutir a partir de los datos del estudio, y que éste no trata a fondo, surge de la siguiente pregunta: ¿qué es lo que une a individuos, con historias de vida distintas, para actuar en colectivo?, es decir, ¿cómo se crea su conciencia social? Los datos empíricos de esta investigación sugieren que no sólo es el reconocimiento de un origen étnico común, sino experiencias de contraste cultural (donde el individuo enfrenta y compara diversas formas de vida y lecturas de la realidad) lo que favorece que en algún momento de su vida decida romper con la posición del poder dominante y potenciar una idea de transformación social. Es decir, hay “puntos de corte” en la vida de un migrante retornado, una autoridad o un intelectual indígena, que lo inducen a rescatar la manera en que su comunidad original ha considerado que es la forma de resolver los problemas del poder y la desigualdad.
Así, la creación de conciencia y experiencia son dos rasgos poco estudiados en las movilizaciones étnicas contemporáneas. La visión académica predominante ha estado cargada de un análisis basado en la relación política del Estado y la sociedad, mientras que la perspectiva cultural e histórica ha sido casi nula. En este sentido, la obra de Dietz es una de las pocas en su tipo. La propuesta metodológica del autor no es nada fácil para un estudio donde el antropólogo forzosamente está inmerso en el proceso. Dietz ofrece sus reflexiones y la experiencia de distancia y cercanía efectuadas en su trabajo. Su esfuerzo refleja las preocupaciones recientes por estudiar de forma más integral los problemas que las ciencias sociales enfrentan, así como la debilidad de las fronteras disciplinarias.
La complejidad de la sociedad civil actual y el papel que juegan en ella la identidad y la etnia es, por último, una de las discusiones clave de nuestro tiempo. Entender que se trata de un fenómeno cultural y no sólo económico, es quizás el único camino que conduce a la solución del problema de la desigualdad social y la exclusión.
Sobre la autora
Martha Beatriz Cahuich Campos
Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH.