Zygmunt Bauman, Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global, México, FCE, 2011.

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DA57R1Citando a la analista Teresa Caldeira, Bauman hace referencia a una patológica segregación que muestra a la ciudad brasileña de Sao Paulo en toda su asfixiante morbilidad. El texto de Caldeira es el siguiente: “Hoy San Pablo es una ciudad de murallas. Se han levantado barreras físicas por todas partes alrededor de las casas, los edificios de departamentos, los parques, las plazas, los complejos de oficinas y las escuelas […]. Una buena estética de seguridad uniforma las construcciones más diversas e impone una nueva lógica de vigilancia y distancia” (p. 87).

En Daños colaterales, Bauman inquieta, molesta, alerta, alarma y seduce al lector con una percepción de un mundo cada vez más penetrado por la incertidumbre y asediado por la inseguridad. Nos informa de algo que sabemos muy bien: el hecho de que estamos rodeados de extraños, que es necesario construir un adentro para huir de los de afuera (como en aquella novela llevada al cine, Soy leyenda). Ya Anthony Giddens nos había advertido del desbocamiento del mundo actual y del imperio de la incertidumbre. Y en el México actual ello es protuberantemente notorio; el miedo invade los cuerpos y hace gestos de espanto al alma.

En esta compilación de ensayos Bauman alude con frecuencia a enfrentar un grave problema, el de los daños o bajas colaterales. En las guerras contemporáneas, en ecocidios planificados, en etnocidios planificados o espontáneos, en el combate a la delincuencia organizada, en expediciones punitivas o en las guerras “humanitarias” se presentan con frecuencia cada vez mayor las bajas colaterales. Así, en las guerras, en múltiples ocasiones, hay más bajas civiles que militares; en el conflicto del ejército estadounidense con los talibanes afganos se multiplican los decesos violentos de personas del país invadido que nada tienen que ver con los afganos o que incluso son enemigos de los talibanes. En Brasil y en México la lucha contra la delincuencia organizada se convierte en letal para muchas personas totalmente ajenas a la delincuencia.

¿Y quiénes componen el grueso de esas víctimas colaterales? Bauman lo afirma enfáticamente: los pobres. Incluso los desastres naturales “escogen” a los pauperizados como blanco principal, y el autor pone como ejemplo lo que sucedió en 2005, cuando el huracán Katrina arrasó Nueva Orleans, en los Estados Unidos. Las condiciones de existencia en que se hallan los menesterosos y lo precario de su ambiente material los hace particularmente vulnerables a los desastres naturales. Pero esas condiciones y la precariedad material no se crearon por arte de magia; son una consecuencia de lo que en México llamamos “ninguneo”; el hecho de que los pobres se vuelven invisibles para el Estado y la “iniciativa privada”, e incluso para muchos organismos asistenciales. Como Bauman plantea, los pobladores de Nueva Orleans, en su mayoría, sabían que se acercaba un huracán, pero sólo las personas acomodadas lograron salir con buena suerte de ese infausto acontecimiento. Bauman comenta: “Es cierto que el huracán en sí no es selectivo ni clasista y que puede golpear a ricos y pobres con fría y ciega ecuanimidad; sin embargo, la catástrofe que todos reconocieron como natural no fue igualmente ‘natural’ para la totalidad de las víctimas” (p. 15).

Para Bauman, las bajas y daños colaterales afectan básicamente a los miembros de una clase que se ha dado en llamar marginal. Según este autor, los marginales son una parte de la población situada en el extremo inferior de la distribución social de riqueza e ingresos. Y a esa congregación de individuos —la clase marginal— Bauman la describe así:

[…] a diferencia del resto de la población, no pertenecen a ninguna clase, y, en consecuencia, no pertenecen a la sociedad. Ésta es una sociedad de clases en el sentido de totalidad en cuyo seno los individuos son incluidos a través de su pertenencia a una clase, con la expectativa de que cumplan la función asignada a su clase en el interior y en beneficio del “sistema social” como totalidad. La idea de “clase marginal” no sugiere una función a desempeñar (como en el caso de la clase “trabajadora” o la clase “profesional”) ni una posición en el todo social (como en el caso de las clases “alta”, “media” o “baja”). El único significado que acarrea el término “clase marginal” es el de quedar fuera de cualquier clasificación orientada por la función y la posición (p. 11).

A finales del siglo pasado, el famoso antropólogo Marvin Harris planteó que era menester reconocer que en los Estados Unidos la mayoría de los delitos eran cometidos por los latinos y los afrodescendientes. Reconocerlo no era dar armas a los racistas, empeñados en estigmatizar la causalidad real de la disolución social que impelía a latinos y afros, a sectores minoritarios de esas poblaciones (pero que crecían en números absolutos) a cometer actos delictivos. Harris encontraba que la mayor parte de los delincuentes pertenecía a una subclase, la cual tenía muchas de las características que Bauman encuentra en la “clase marginal”.

Ya en el siglo XIX Marx sostenía que en el capitalismo existía un “Ejército industrial de reserva”, el cual podía sustituir a los obreros en activo, los cuales abandonarían sus labores por diversas causas (guerras, huelgas, despidos, rebeliones, etcétera). Aunque reconocían la existencia del lumpen-proletariat —algo semejante a los léperos mexicanos o a los homeless estadounidenses—, no concebían un peso específico muy grande de capas marginales, ya que para él la mayor parte de los pobladores de una nación tenían funciones determinadas en el sistema; ¿acaso podían existir seres que no tuvieran un papel en la reproducción de la sociedad? Sin embargo, ulteriormente, en el siglo XX, autores marxistas como José Nun y Aníbal Quijano postularon la existencia de capas marginales en la sociedad capitalista. Una autora no marxista, Larissa Lomnitz, planteaba que la marginalidad se definía por la ausencia de un rol económico articulado con el sistema de producción industrial, y Quijano sostenía que los marginales constituían la población sobrante de las economías capitalistas dependientes.

Para Bauman es evidente que las capas marginales existen en casi todo el mundo, y ello nos confronta a los seres humanos con graves problemas. Al respecto escribe:

[…] estoy seguro de que el compuesto explosivo que forman la desigualdad social en aumento y el creciente sufrimiento humano relegado al estatus de “colateridad” (puesto que la marginalidad, la externalidad y la cualidad descartable no se han introducido como parte legítima de la agenda política) tiene todas las calificaciones para ser el más desastroso entre los incontables problemas potenciales que la humanidad puede verse obligada a enfrentar, contener y resolver durante el siglo en curso (p. 16).

La situación actual no da mucho lugar al optimismo. En el ensayo “Réquiem para el comunismo”, Bauman muestra el fracaso de un movimiento que pretendía remontar al capitalismo mediante la abolición de las clases, la economía planificada, la racionalidad en la economía y en la sociedad, el control social, etcétera. Para Bauman, lo que se llamó comunismo era la versión ideológica del socialismo por parte de Lenin, y esta ideología sólo formó una “ruta a la servidumbre”; según él, en el comunismo un conjunto de mandarines (este término lo empleo yo) señalaban a los pueblos el camino a la felicidad de los conglomerados humanos bajo su mando. Tales necesidades eran concebidas como finitas, y ello fue una de las razones por las cuales el comunismo fracasó ante el capitalismo, con sus puertas abiertas al acceso a bienes y servicios, aunque gran parte de la humanidad no pueda franquear esas puertas.

Bauman nos informa que a principios del siglo XXI el 5% más rico del orbe recibe un tercio del ingreso global total, exactamente igual que el 80% más pobre; también da cuenta de un informe de las Naciones Unidas de 2005, donde se plantea que sería imposible para 2 800 millones de personas que viven con menos de dos dólares diarios igualar alguna vez los niveles de consumo que alcanzan los ricos. De tal manera la concentración y centralización de capitales se incrementa cada vez más, las pequeñas y medianas empresas quiebran o se someten al imperio de los grandes monopolios y oligopolios y la pauperización de millones de seres humanos es cada vez más avasallante.

Todos los ensayos en el libro de Bauman se refieren a la incertidumbre y a la vulnerabilidad e inseguridad humanas; éstas no nacen tan sólo de una naturaleza humana de por sí frágil, sino que en la época actual sobrevienen sobre todo a consecuencia del dominio del Dios —mercado—. Al respecto, escribe:

En una sociedad moderna “norman”, la vulnerabilidad y la inseguridad de la existencia, así como la inevitable condición de incertidumbre profunda e irredimible bajo la que vivimos y actuamos, se reafirman aún más en virtud de que las actividades humanas se exponen a fuerzas del mercado que se caracterizan por su notorio capricho y una endémica imprevisibilidad (p. 75).

En el ensayo “¿Son peligrosos los extraños?”, Bauman aborda el problema de la alteridad, de los alienígenas, de los migrantes, desplazados y refugiados, de cómo son solicitados por millones de empresarios y cómo a la vez son repudiados por éstos y por grandes sectores de las poblaciones que los reciben. Funcionan bien como chivos expiatorios: se les imputa el ser los responsables de la inseguridad y de la violencia; es por ello que un paranoico noruego asesinó a 77 personas debido a que, según él, favorecían la “penetración islámica” en el país escandinavo. Y este enajenado todavía pide que se le considere un “buen patriota”.

Bauman cita el caso del presidente francés Sarkozy, un típico conservador recalcitrante. Sobre este individuo expone lo siguiente:

El sucesor de Chirac, Nicolas Sarkozy, debió su convincente éxito electoral, más que a ninguna otra cosa, a su explotación de los temores populares y del deseo de contar con un poder sólido que fuera capaz de mantener a raya y combatir los nuevos temores que seguramente inundarían el futuro. Sarkozy continúa haciendo uso del mismo juego para expulsar de los titulares periodísticos las noticias sobre los porcentajes de desempleo que crece de forma inexorable bajo su presidencia, y sobre la incesante caída de los ingresos que percibe la mayoría de los franceses, para hacerlo, echa mano de un discurso comprobado: el de anudar el problema de la seguridad existencial al de la violencia callejera, y el de la violencia callejera a los recién llegados de las regiones pobres del planeta (p. 80).

Es evidente que muchos hombres y mujeres lúcidos advirtieron en el pretérito acerca del advenimiento de una sociedad tan sombría como la que vivimos. Pertenecían a corrientes muy diversas e incluso antagónicas entre sí, y algunas propusieron soluciones que no han podido ser logradas. Personas como George Orwell, Carlos Marx, Sigmund Freud, Rosa Luxemburgo, Herbert Marcuse y otros trataron de visualizar sociedades sin explotación y opresión, sin nuevas Hiroshimas, fascismos y campos de concentración, sin otros Auschwitz, sin gulags renovados. ¿Es ello posible? Creo que sí, y como postulaba Antonio Machado, se hace camino al andar. Caminar a lo que llaman utopía. Combatir con tenacidad y sin descanso, día con día, lo que degrada al ser humano, lo que impide su plena realización.

Bauman no propone salidas excelsas para salir del atolladero; sin embargo, las lecturas de sus textos nos auxilian a la reflexión, a la meditación, a resquebrajar el desencanto y divisar la luz en el horizonte.

Sobre el autor
Francisco Javier Guerrero Mendoza
Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH.

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