En la famosa disputa que tuvo lugar ya hace más de dos décadas y en la que participaron como protagonistas principales el filósofo Karl R. Popper y el sociólogo Theodor W. Adorno, este último sostuvo categóricamente que las ciencias sociales, o son críticas, o no son nada.1
Al leer el texto que nos entregó Luis Vázquez León,2 recordé esta frase. No sólo por el término “crítica”, cuyo contenido habrá que precisar, sino también por el contexto en el que se usó, esto es, la disputa relativa a los postulados neopositivistas y de lo que Popper -aún hoy día-3 sigue llamando “el mejor de los mundos posibles”, es decir, el nuestro, el europeo, el civilizado y progresista. Este unívoco “juicio de valor” (como diría Max Weber), de una parte, puede entenderse como fruto de las circunstancias sociales fascistas contra las que nació la obra de Popper, pero también, de otra parte, como consecuencia de una visión histórica unilateralmente jerarquizante y homogeneizante.
Me parece que en el contexto mexicano la obra reseñada formula una crítica a esta última tradición o visión de la historia; con relación a ello se ubican las reflexiones que siguen.
Hace ya más de dos años desde la publicación de esta obra, y hace ya mucho más tiempo, o sea unos diez años, desde que comenzó el trabajo de campo y el análisis de fuentes secundarias en las que el autor basa su argumentación. Yo diría que es un texto excepcionalmente maduro. Esta afirmación no sólo se fundamenta en el largo andar de su nacimiento final, pues, como sabernos, la cantidad (de años, en este caso) no es criterio de validez ni del proceso mismo, ni de su producto final. Entre cantidad de tiempo y validez académica y, sobre todo, social, median la capacidad de duda, de interrogación, de independencia, la flexibilidad, la tenacidad, la pasión que mueve al investigador a abordar un tema y que lo motiva a traspasar límites de muy diversa naturaleza. Uno de estos límites fue la zozobra teórica vivida por el autor ante una realidad que opuso resistencia literalmente “étnica”, a un intento de explicación inicialmente dogmático. Este proceso es generosamente compartido con el público lector. Y digo generosamente porque, muy a menudo, las dudas y las angustias de un científico por encontrar “su” verdad, ante lo que alcanza a ver, son silenciados, y el resultado es presentado como un “deus ex rnachina”, caído del cielo. Pero digo generosamente también porque creo que muchos de nosotros que hemos estado ante un fenómeno rebelde a nuestra mirada específica, compartimos esas dudas y esa búsqueda y podemos reencontrarnos en ella. Por eso, la introducción al texto es espejo no sólo de una zozobra particular sino de las preguntas de una generación y, más allá de ello, de una época y sus circunstancias.
De hecho, al hablarnos no sólo de la persistencia, sino de la renovación y el fortalecimiento de lo “purépecha” Luis Vázquez nos comunica con ese otro México que, a más tardar el día primero de enero de 1994, volvió a entrar en pie de lucha con las malas conciencias caritativas4 y volvió a estallar en medio de la cultura política nacional con un discurso que parece venir de lejos, de los muertos de siempre y los hombres de verdad. Este discurso tocó lo que parecía inexpugnable, la democracia al estilo mexicano, vale decir priista dominante, y la estructura electoral que, a decir de analistas como Roderic A. Camp (1985)5 no ha sido tocada en el fondo y desde los años veinte. De hecho, la antropología mexicana, desde que forjó patrias, ha tenido como objeto de su existencia misma el discurso en torno a ese otro México, mucho antes que Juan Pérez fuera Jolote, y el México profundo una civilización negada.
Sin embargo, la profundidad del México al que nos introduce Luis Vázquez León no es de “última hora.” no es oportunista, ni improvisado, como dijera Adolfo Gilly, de aquellos izquierdistas “disfrazados de zapatistas de última hora”.6 Tampoco es el México profundo de la tradición antropológica mexicana ligada al Estado y que, en tal virtud, declaraba el 16 de enero que “la declaración de guerra parece ingenua e ilusa (…) macabra expresión de voluntarismo y fundamentalismo sin comprensión ni interés por la circunstancia regional o por nuestra sociedad y su momento”.7 Y esta lectura fue prontamente recomendada por Octavio Paz8 contra una peligrosa recaída de los intelectuales en la utopía.
Al contrario: el México y su indigeneidad con el que nos confronta Luis Vázquez es profundamente histórico, pues el autor no nos lleva hacia el “rostro negado” de un México milenario, sustento de los sueños criollos nacionalistas. El lector accede al corazón del cambio social actual y de uno a uno de sus mecanismos. Aquí la historia se radicaliza; no hay continuidad de un sustrato perenne, sino una historia de sus rupturas y coyunturas específicas. En función de las políticas globales, la comunidad indígena encuentra las condiciones de su posibilidad corno institución política actual y, por tanto, las de su actuación económica y de cohesión social. El razonamiento del autor muestra que esta radicalización histórica no pasa por un solo dogma, como el marxismo reduccionista (que comparte con el positivismo su fe en el progreso y toca la campana de la desaparición de formas “arcaicas”). Para la explicación de la “purepechización de los tarascos serranos” es necesaria la confluencia de muchos elementos teóricos y la crítica de infinidad de tantos otros.
En el camino, el autor se ocupa de los criterios para la elaboración de los censos, de la regionalización económica, social y cultural de la meseta tarasca. Si más arriba dije que el autor introduce una historización radical de lo que es lo “purépecha”, ésta comienza aquí, pues el autor señala, al contrario de muchas y variadas concepciones estáticas, que
Cuando más adelante de la Meseta Tarasca como una región étnica purépecha, me refiero inequívocamente a dichas acciones políticas de los indígenas queriendo ser, a través de ellas, más indígenas a ojos de los otros y de sí mismos, lo que hace de la etnicidad moderna una cuestión de honor, legalidad, organización y poder. Por esto y de acuerdo con mi argumentación, la región étnica no es una unidad de análisis per se, sino el producto de la acción social de sus actores (p. 59).
Y en el segundo capítulo dedicado a la discusión de lo que son los conceptos de Estado etnia y región, el autor persiste, pues acierta que nos encontramos con una historicidad del ser indígena y que, lo que nos ha faltado es preguntarnos “bajo qué situaciones sociales es útil la elección de ser indio y la acción social a que puede inducir en el grupo y en el individuo” (p. 106). Así, la acción social del indígena moderno está: uno, enmarcada por su estatus comunal, siendo éste una norma jurídica “que ubica al indio como grupo diferenciado que detenta cierta forma de propiedad patrimonial rural” y que, a su vez, determina “formas peculiares de comportamiento” (p. 190); dos, la organización étnica y su acción política se da con baje en este sustento comunal con sus variantes regionales y estructurales de etnicidad, las que cumplen funciones de intermediación entre la región y la nación; tres, que estos planteamientos deben ser contrastados con las demás “teorías existentes en nuestra tradición antropológica nacional” si es que, como sugiere el autor, lo que propone equivale a una teoría de mayor alcance explicativo.
A la luz de lo arriba citado por Adorno, esto último concuerda con lo dicho, pues la crítica rigurosa se convierte aquí en criterio sine qua non de las pretensiones de validez de nuevas “directrices teóricas”. Lejos pues de constituir un vano “pelearse con todos”, la crítica constituye aquí el fondo del que se nutre y del que parte cualquier nueva imaginación científica-académica. Lo que muchas veces no ha concordado con esta exigencia elemental es el contagio de muchos colegas por el personalismo político, el cual también se ha convertido en el estilo de comunicación científica. El clima de reticencia general a la crítica y al diálogo se ampara en las estructuras políticas añejas que se niegan a morir, opuestas por ello a un debate democrático abierto. Por ello también, muchos izquierdistas, al decir de Gilly, se sienten ahora “rebasados por la izquierda”. Y ello nos vuelve a traer a un asunto más vital que el científico-académico en sentido estricto, que es justamente el político, esto es, la purepechización o la etnicidad y sus acciones políticas.
En este punto, el marxismo ortodoxo y el modelo conforme con la acción estatal comparten una común creencia a la que contradice la obra de Vázquez León. Ésta radica en que la comunidad como tal es algo que debe ser “rescatado”, encaminado hacia lo moderno; esta visión de la comunidad es, pues, incapaz de una acción política innovadora, autónoma, no subordinada, ya sea al poder central o las masas proletarias. En el epílogo y a la luz de tres modelos (el de Bonfil Batalla, el de Varese/Bartolomé y el de Díaz-Polanco) el autor discute estas implicaciones y sus posibles alcances explicativos para el futuro político. Y mientras el modelo de acción social de Bonfil es descartado por su carácter post hoc, y el de Varese y Miguel Bartolomé se considera metahistórico, el autor aceptaría el modelo de Díaz-Polanco, si éste se dinamiza en el sentido en que las etnias y su acción política no son concebidas como “siempre subordinadas a que el proyecto nacional hegemónico no sufra alteraciones” (p. 417). Pero, reflexiona el autor,
El quid de la cuestión aquí es ¿será éste también el futuro de la etnicidad en México? En otras palabras ¿es aplicable el modelo propuesto para nuestro país? ¿Llegará el momento en que los purépechas reclamarán una balcanización de su región étnica? Hasta ese momento la cuestión no pasa de ser meramente académica.
Siguiendo el análisis de Luis, yo diría que el problema estuvo claro. Y ahora sí estamos ante lo meramente político, y quien lo dude, que se informe por los periódicos de que, hace poco, el Tercer Congreso de Comunidades Indígenas Michoacanas otorgó su reconocimiento a las regiones autónomas étnicas y afirmó su exigencia de una nueva relación con el Estado y
Queremos que los purépechas tengamos nuestro gobernador y nuestro Parlamento (…) si no es por lo que hagamos, el gobierno nunca nos atenderá aunque exista la Comisión ésa de Beatriz Paredes en donde están unos purépechas que nosotros no nombramos como representantes”.9
Luis Vázquez termina su obra diciendo: “conviene que nos siguiéramos preguntando, una y otra vez, ¿por quién doblan las campanas?, porque seguramente a cada acción gubernamental corresponderá una reacción étnica. Y lo que resulte de esta dialéctica podrá no ser complaciente un buen día.”
En lo personal no concibo la labor de las ciencias sociales como un quehacer profético. Pero de existir tal, ciertamente aquí se cumplió. Así y todo, me parece poder ubicar la obra de Luis entre lo mejor de la tradición antropológica mexicana no sólo por su poder explicativo actual en cuanto a los procesos de resurrección de la etnicidad y de su historización radical y seriamente fundada, sino porque esto le ha sido posible justamente porque defendió sus dudas consecuentemente y, por ende, su actitud crítica puso en entredicho a las “almas en pena” de la explicación étnica metahistórica que por tanto tiempo nos ha impedido ver parte esencial de la modernidad cambiante y autóctona de la acción social indígena.
La mirada de Luis Vázquez es minuciosa; del lector exige paciencia y pasión por acercarse a un fenómeno que hoy a todos nos debe ser esencial y contemporáneo. Este lector se verá recompensado no sólo por una lección informativa de teorías explicativas al respecto y en un recorrido alrededor de la antropología mexicana, sino también comprenderá mejor su propia realidad política y el posible futuro de ésta, pues inadvertidamente llegará a ver y pensar el todo nacional en la región y la región en el todo nacional.
Sobre la autora
Mechthild Rutsch
Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH.
Citas
- Theodor W. Adorno, Karl R. Popper et al., La lógica de las ciencias sociales, México, Grijalbo, 1978. [↩]
- La obra ganó el tercer lugar en el Primer Concurso Nacional de Investigación Regional organizado por el Conaculta. [↩]
- Karl R. Popper, “Hacer la guerra por la paz”, entrevista del semanario alemán Der Spiegel, publicada en Excélsior, 13 de mayo de 1992. [↩]
- Cf. p. ej. el poema de Margarita López Portillo al subcomandante Marcos, publicado en Proceso, núm. 904, 28 de febrero de 1994. [↩]
- Intellectuals and the State in Twentieth Century Mexico, Austin, University of Texas Press. [↩]
- Adolfo Gilly, “Sombras verdaderas”, en La Jornada, 21 de febrero de 1994. [↩]
- Arturo Warman, “Chiapas hoy”, en La Jornada, 16 de enero de 1994. [↩]
- Octavio Paz, “Chiapas, ¿nudo ciego o tabla de salvación? La recaída de los intelectuales”, en La Jornada, 23 de enero de 1994. [↩]
- La Jornada, 21 de febrero de 1994. [↩]