El prominente y culto abogado oaxaqueño Francisco Belmar, nacido en Tlaxiaco en 1859 y muerto en la ciudad de México en 1926, fue un gran estudioso y conocedor de los indios mexicanos y de sus lenguas y su cultura. Sus contribuciones más importantes pertenecen al campo de las lenguas indias oaxaqueñas, estudio que llevó posteriormente al conjunto de las lenguas de México, en una perspectiva comparativa. Pero al mismo tiempo, como muchos hombres cultos y estudiosos de su tiempo, Belmar formó una notable colección arqueológica y de manuscritos antiguos, que vendió al Museo Nacional, y adquirió cinco códices antiguos que acabaron en el extranjero. Belmar fue un personaje muy prominente en el México de su tiempo, tanto durante el Porfiriato como durante la Revolución, que no lo trató muy bien (hasta lo metieron a la cárcel, se enfermó y deprimió). Formó parte de muchas academias y sociedades nacionales y extranjeras. Fue secretario de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y fundador de la Sociedad Indianista. Fue publicando una gran cantidad de cartillas, vocabularios, gramáticas, análisis comparativos y ensayos, como pudo, en revistas inaccesibles o en publicaciones con tirajes cortísimos, algunas de ellas perdidas. Como resultado, pese a algunos esfuerzos meritorios (como los antiguos de José G. Montes de Oca y Alberto María Carreño, y los más recientes de Leonardo Manrique, Ignacio Guzmán Betancourt y Maribel Alvarado y Francisco Barriga), todavía es muy poco lo que se sabe y conoce de él, y su obra ha permanecido inaccesible al público, a la comunidad de los estudiosos de las lenguas indias de México. Sus trabajos, en diversos campos, sus ideas, su atribulada vida después de la Revolución, apenas se conoce. Esta situación condujo a Francisco Barriga Puente —investigador de la Dirección de Lingüística del INAH, de la que fue director, y actual titular de la Coordinación de Antropología del INAH— a reunir a un conjunto de lingüistas e historiadores, dispersos en varias universidades de México y del extranjero, para avanzar en el conocimiento de la vida y la rica y dispersa obra de Francisco Belmar. El libro que hoy tengo el gusto y honor de presentar, El filólogo de Tlaxiaco. Un homenaje académico a Francisco Belmar, coordinado por Francisco Barriga Puente y publicado por el INAH, reúne el resultado de este esfuerzo colectivo, que prepara el importante programa del INAH de publicar las obras de Belmar.
Más que un “homenaje”, pues los libros de homenaje están usualmente dedicados a elogiar a un colega y a ofrecerle breves textos sobre diversos temas de su interés, El filólogo de Tlaxiaco es un acercamiento múltiple a la fructífera vida de Francisco Belmar. Aunque el libro no es exhaustivo, sí da una buena idea de conjunto de la personalidad de Belmar y su mundo. Debo decir que cada artículo agrega a nuestros conocimientos y lo hace de manera sumamente legible. (Lo único que no ayuda a la legibilidad del libro es el pequeño tamaño de los tipos de letras del volumen, particularmente en las citas textuales y las notas a pie página.)
No puedo transmitir aquí la riqueza de todas las contribuciones. El Prólogo quedó a cargo de Maribel Alvarado y Francisco Barriga Puente, quienes presentan el estado de lo que hasta ahora se sabe sobre la obra de Francisco Belmar, sin desatender a las críticas, como las formuladas por Ignacio Guzmán Betancourt, contra Belmar, Francisco Pimentel y Rémi Siméon, quienes desacreditaron los trabajos de los gramáticos novohispanos por imponer a las lenguas indias el esquema latino de Nebrija y cometer supuestos errores. Guzmán Betancourt también le reprochó a Belmar su uso muchas veces peyorativo, del término “dialecto”, usado indistintamente junto a “idioma” y “lengua”. Este asunto merece mayor consideración. Alvarado y Barriga también llaman la atención sobre el hecho de que Belmar, estudioso sobre todo de las lenguas oaxaqueñas, y nativo él mismo del pueblo mixteco de Tlaxiaco, nunca, que se sepa, haya publicado un estudio dedicado al mixteco (que debió quedar en forma de manuscrito en un cajón perdido).
El primer artículo de El filólogo de Tlaxiaco se lo debemos a Bárbara Cifuentes, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, quien ofreció un interesante y documentado esbozo sobre “Francisco Belmar Rodríguez (1859- 1926): continuidad e innovación en los estudios sobre las lenguas indígenas de México”. Cifuentes menciona “los tres proyectos lingüísticos que animaron la vida de Belmar: la producción de textos para la enseñanza del zapoteco a los maestros de primeras letras, una colección sobre las lenguas de Oaxaca y la creación de una propuesta clasificatoria que diera luces sobre el origen y evolución del multilingüismo en México”. También documenta la accidentada elaboración y deficiente edición, nunca bien concluida, de la obra más importante de Belmar, su Glotología indígena mexicana, “monumento de la filología nacional”, cuya última versión aparentemente destruyó el mismo Belmar. Cifuentes destaca la etapa oaxaqueña de la vida de Belmar, hasta los cuarenta años de edad, cuando se sensibilizó con los conflictos agrarios y las carencias escolares que vivían los indios. Defendió la idea de enseñar las lenguas indígenas en la escuela primaria, con lo cual entró en contradicción con Justo Sierra y el mismo Porfirio Díaz. Cifuentes presenta asimismo su gran esquema de la división de las lenguas indígenas mexicanas en tres grandes familias: la nahuatlana, la zapotecana y la mayana. Esta clasificación ha sido criticada en varios aspectos (como su inclusión del tarasco en la familia zapotecana), pero llama la atención su división en tan sólo tres familias, lo cual contrasta con las divisiones en muchas más familias que propusieron, cuando Belmar era niño, Manuel Orozco y Berra y Francisco Pimentel. Este extremo agrupamiento de Belmar tal vez se deba a que su aproximación a las lenguas indias mexicanas la hizo de manera predominante a través de la fonética, gracias a su extraordinario oído, que le permitió acometer la descripción de lenguas muy poco estudiadas como el huave (wabi, en francés). Al mismo tiempo, Belmar destaca la presencia en todas las lenguas mexicanas de los fenómenos de la aglutinación, la incorporación y la polisíntesis. Por otro lado, debe observarse que en su clasificación en tres familias Belmar no se refiera a la lengua náhuatl, sino a los “dialectos mexicanos o dialectos nahuatlanos”, no se refiere al totonaco, sino a los “dialectos totonacos”, ni al zapoteco, ni al mixteco ni al otomí, sino a los dialectos zapotecos, mixtecos y otomíes. Tal vez utilizaba el término “dialecto” para criticar la distinción entre una lengua central y sus dialectos supuestamente derivados.
Enseguida, Beatriz Urías Hermosillo, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, dedicó un estudio a “Francisco Belmar y la Sociedad Indianista Mexicana, 1910-1914”, agrupación regeneradora y filantrópica dedicada al estudio y la defensa de las razas indígenas en el país, parecida a otras agrupaciones ligadas a la masonería o al protestantismo, opuestas a la Iglesia católica.
Siguen tres estudios dedicados al estudio de Belmar de diversas lenguas indígenas oaxaqueñas. Thomas C. Smith Stark, nuestro fallecido colega de El Colegio de México y director de la Sociedad Mexicana de Historiografía Lingüística, estudia, con cierta severidad, “El trabajo filológico de Francisco Belmar: su edición de las gramáticas zapotecas serrana y del valle de Gaspar de los Reyes (1704)”. Susana Cuevas Suárez, de la Dirección de Lingüística del INAH, estudia a “Francisco Belmar y el amuzgo”, y evalúa los cambios acaecidos en el idioma amuzgo durante el siglo XX comparando la descripción que hizo Belmar en 1901 en Santa María Ipalapa y la que a partir de 1974 ha hecho la misma autora en San Pedro Amuzgos. Y Loretta O’Connor, de la Universidad de Hamburgo, hace “Una revisión crítica de Estudio del chontal por el licenciado Francisco Belmar, 1900: serie de Lenguas del estado de Oaxaca”.
Siguen dos estudios que consideran el enfoque comparativo en varios estudios de Belmar. Pilar Máynez, de la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán, de la UNAM, presenta unas “Reflexiones historiográficas y comparatistas de las lenguas indígenas de México en tres estudios de Belmar”. Y Francisco Barriga Puente, coordinador de El filólogo de Tlaxiaco, considera “La glotología y los afanes comparatistas de Francisco Belmar”, que, al tratar la citada división en tres familias de las lenguas indias mexicanas hecha por Belmar, contrapuestas a las once familias y 16 lenguas aisladas propuestas en 1864 por Manuel Orozco y Berra, y 19 familias propuestas por Francisco Pimentel en 1875, pone a Belmar entre los lumpers y a Orozco y Berra y Pimentel entre los splitters. Ya mencioné que la diferencia de enfoque acaso se deba al tremendo oído de Belmar y a su fonetismo prominente, que se aprecia claramente en su notable “Programa para la clase lingüística indígena en el Museo Nacional”, propuesto en 1914, que estudia Silvia Yee, de la Dirección de Lingüística del INAH, en el siguiente artículo, sobre “La formación de lingüistas a principios del siglo XX: el primer programa de lingüística en México, por el licenciado Francisco Belmar (1859- 1926)”. El paso de Belmar como profesor en el Museo Nacional fue fugaz, y la primera carrera de Lingüística en una universidad mexicana se dio en el Departamento de Antropología del Instituto Politécnico Nacional en 1939, un cuarto de siglo después de la audaz propuesta de Belmar. ¿Cuántos profesores serían capaces de impartir el magnífico programa de lingüística indígena mexicana de Belmar?
Dos artículos destacan una faceta poco conocida de Belmar, su coleccionismo. Sebastian van Duesburg, de la Biblioteca “Francisco de Burgoa”, de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, estudia “Una colección olvidada: los cinco lienzos de don Francisco Belmar”, que consigue identificar y ubicar en bibliotecas del extranjero. Y Adam T. Sellen, de la Unidad Académica de Ciencias Sociales y Humanidades de la UNAM en Mérida, estudia “El gabinete arqueológico de Francisco Belmar”, sobre su colección arqueológica que constaba de 1426 piezas, que vendió en 1901 al Museo Nacional. Sellen destaca que la colección de Belmar era una de tantas de las que realizaron coleccionistas en esos años, y que en su mayor parte “eran científicos altamente calificados y que contaban con una formación en las escuelas superiores del Estado”. No eran, por supuesto, arqueólogos profesionales, sino abogados, médicos, maestros o funcionarios gubernamentales. No los movía, sin embargo, el fetichismo o la obsesión de objetos hermosos, sino verdaderos intereses científicos. El régimen porfirista intentó controlar la exploración legítima y el saqueo de los sitios arqueológicos, y en 1885 nombró a Leopoldo Batres Huerta (1852-1926) inspector general de Monumentos Arqueológicos. Batres, sin embargo, “permitió que un grupo selecto de estos coleccionistas locales excavara y coleccionara piezas arqueológicas en completa impunidad”. Pero reflexiona Sellen: “Hoy día podemos criticar este favoritismo, pero es importante recordar que en aquel tiempo ellos eran los únicos representantes de la arqueología legítima”.
Para finalizar, Michael Swanton, de la Biblioteca Burgoa de la UABJO y de la Fundación Holandesa para la Investigación Científica, presenta y transcribe “Una conferencia inédita de Francisco Belmar preparada para el XI Congreso Internacional de Americanistas”. Se trata de un borrador inconcluso, escrito en 1895, dedicado a “Las lenguas habladas por los indígenas de la República Mexicana”, que da testimonio de su muy temprano interés por las lenguas no sólo oaxaqueñas. El libro concluye con una útil “Bibliografía de Francisco Belmar”, que nos aviva el interés por leer los múltiples y ricos estudios lingüísticos de El filólogo de Tlaxiaco.
Sobre el autor
Rodrigo Martínez Baracs
Dirección de Estudios Históricos – INAH.