Una de las características de la historiografía mexicana es el constante revisionismo al que son sometidas las principales figuras históricas; revisionismo que ha llevado a que numerosos personajes sean glorificados en el altar patrio, o que sean degradados a los bajos mundos intelectuales. Uno de los casos emblemáticos de este revisionismo es Benito Juárez, a quien se le ha dedicado una buena cantidad de escritos, para calificar su actuación como gobernante de México, y como defensor de su soberanía. El libro, La impasibilidad cuestionada de Juárez. Su papel axial en la Reforma y la Intervención francesa, de Francisco Javier Guerrero Mendoza, se inscribe en esta línea revisionista. El autor indica, desde las primeras páginas, que a Juárez se le ha visto desde una doble perspectiva: por un lado, dentro de una corriente que acumula ditirambos en su honor, por lo que lo han presentado como a un héroe nacional, se elogia su patriotismo acendrado y se le califica como un adalid de la democracia; y por otro lado, la que lo considera como un hombre con afanes dictatoriales, un traidor sometido a los estadounidenses, y quien destruyó instituciones respetables. La mayoría de historiadores, y público en general, se han adherido a una de estas dos corrientes, por lo que el debate sobre la figura de Juárez sigue inmerso en esta doble visión; tal situación ha generado que no se comprenda las verdaderas dimensiones del papel que le tocó representar en su época y que el “Verdadero Juárez” todavía no haya sido presentado.
El autor está convencido que para entender la verdadera dimensión de Juárez dentro de la historia es necesario analizar su lucha contra el conservadurismo y contra la Intervención francesa, con el fin de probar si este proceso representó una etapa de progreso en la historia. Para Javier Guerrero, no existe la menor duda de que en estos dos momentos históricos salieron a relucir las características más sustantivas de su gobierno. A pesar de que el autor no lo menciona directamente, una de las razones que motivaron su escrito es el hecho de que hoy en día en el país comienza a manifestarse la hegemonía de un neoconservadurismo, tendencia a la que pertenecen representantes del llamado neoliberalismo, el cual tiene entre sus metas vilipendiar al juarismo y, en específico, el papel que el benemérito desempeñó como catalizador de la lucha popular en contra de la agresión extranjera. De acuerdo con lo anterior, uno de los objetivos del libro es hacer relevancia en la gesta juarista con la intención de ayudar a frenar el avance de la ultraderecha; aunque ello no excluye que se presente una postura crítica respecto a ciertas posiciones que han definido al juarismo. Nuestro autor está convencido, al igual que otros escritores, de que es necesario reafirmar el “espíritu juarista”, pues sólo de esa manera se logrará preservar la cultura e identidad nacionales.
Otra de las tareas primordiales para los historiadores es modificar la visión de la historia que ha imperado en México, la que sólo celebra a los caudillos ganadores, pero no a los caídos; es decir, Javier Guerrero considera que es tiempo de dejar atrás la desesperanza no sólo para tratar de encontrar la confianza necesaria, sino para que el país logre destacar en el futuro. Si Juárez es una de las figuras más controvertidas de la historia, papel que comparte con Agustín de Iturbide, resulta curioso que Guerrero sólo incluya en esta tipificación a Francisco Villa, José Vasconcelos y Lorenzo de Zavala, personajes que, a excepción de Villa, no son considerados nodales en la historia. En todo caso, una clasificación de este tipo tendría que incluir a Miguel Hidalgo, Antonio López de Santa Anna, Porfirio Díaz, Emiliano Zapata, Hernán Cortés, Félix María Calleja y Victoriano Huerta, sólo por citar unos casos. Lo anterior no constituye una crítica, sino una muestra de que existen un buen número de personajes, cuyo papel ha sido discutido en términos ambivalentes. Esta situación la explica el autor, tomando en cuenta de que la historia es un oficio que se encuentra influido por las circunstancias externas, lo que ha generado que no siempre se logre encontrar la verdad, pues en numerosas ocasiones ha sido presa de quienes detentan el poder político y la hegemonía cultural; circunstancia por la que orientan “la apropiación cognoscitiva de los hechos históricos para consolidar sus posiciones y reproducir el escenario que les beneficia”. Con el fin de evitar el predominio de esta postura histórica, Javier Guerrero declara que el trabajo de los historiadores debe ser interdisciplinario y colectivo, pues de esa manera se evitará que las concepciones particulares prevalezcan; tal y como se observa en las investigaciones que se han realizado sobre la Reforma y el Imperio, cuyos resultados no son fiables, a pesar de estar sustentados en fuentes primarias y secundarias.
De acuerdo con lo anterior, nuestro autor considera que la historia debe estudiar las intencionalidades, para evitar que se incurra en las mismas versiones, y lograr trascender en la interpretación de los hechos históricos. A partir de este punto de vista, Javier Guerrero no tiene la menor duda de que el proyecto político y social del juarismo era la implantación en México de un capitalismo que buscaba establecer un equilibrio social relativo, es decir, favorecer a los sectores medios, y conseguir una justa redistribución de la riqueza. Así pues, las reformas liberales que Juárez propuso tenían la intención de crear una fuerza de trabajo: mercantilizar las relaciones sociales; apoyar la división del trabajo y ayudar a la acumulación de la riqueza. Los liberales eran partidarios de formar un sector empresarial mexicano, que dispusiera y controlara los capitales autóctonos, para orientar la inversión a empresas nativas. Esto constata que una de las metas de los liberales, y de algunos conservadores, era convertir a México en una nación sólida e independiente, donde prevaleciera un orden moderno, industrial y burgués; pero, de acuerdo con nuestro autor, las medidas adoptadas por los liberales mexicanos serían más radicales que las impuestas en otras partes de América Latina o del mundo. Debido a la importancia de las reformas liberales, Juárez y sus colaboradores debían ser considerados los creadores de la “nación mexicana”; porque establecieron las primeras tentativas de vertebración y consolidación de la nación, metas que se convirtieron en tareas primordiales para los liberales.
Pese a la importancia de las reformas, Juárez encontró oposición en la mayoría de los conservadores, quienes no deseaban que se produjeran transformaciones radicales, ya que ellos apoyaban el orden corporativo y la división de la sociedad en castas y estamentos, además de considerar a la religión católica como fundamento básico de la unidad nacional. Dado que el objetivo de los liberales era acabar con el poder de las corporaciones y de la Iglesia, así como instaurar una república federal y de carácter laico, el enfrentamiento fue inevitable, el bando liberal contó con el apoyo popular, lo cual les permitió lograr la victoria; por tanto, resulta absurdo suponer que Juárez alcanzó el triunfo en virtud del apoyo que, según afirman algunos autores, recibió de Estados Unidos. Para probar su aserto, Guerrero proporciona diversos argumentos que buscan destruir la hipótesis de que Juárez cometió una traición al solicitar apoyo del país vecino y al firmar el tratado Mac Lane-Ocampo. El benemérito no logró poner en práctica sus ideas, pues la Intervención francesa truncó sus objetivos.
Aunque en principio Javier Guerrero muestra su desacuerdo con Erika Pani, sobre la idea de que el Imperio no fue una empresa impuesta desde el extranjero, sí coincide con ella respecto a que éste debe considerarse parte del desarrollo histórico mexicano, debido a que la integración del país al mercado mundial implicaba la disolución de las bases troncales del régimen colonial. Sin embargo, el autor se adhiere a la tesis tradicional, la cual considera que fueron los conservadores quienes pidieron una monarquía, tarea en la que tuvieron una notable participación. José María Gutiérrez Estrada, José María Hidalgo y Juan Nepomuceno Almonte, serían los encargados de convencer a Maximiliano sobre la necesidad de establecer una monarquía en México. Lo anterior permite a Guerrero refutar la idea de José Vasconcelos y algunos “simpatizantes de los conservadores”, quienes opinaban que Napoleón III buscaba ayudar a México para frenar la intromisión estadounidense, pero —como sostiene el autor— no podría afirmarse que el emperador francés no tuviera ambiciones territoriales. El imperio había sido impuesto por los franceses y los mexicanos “cangrejos”, lo cual originó que éste careciera de legitimidad ante la población. Aunque el proyecto imperial tenía una tendencia liberal, no fue aceptado por el pueblo porque era de carácter exógeno, y además tenía una fuerte influencia conservadora. Guerrero considera que los conservadores concibieron la idea de establecer una monarquía de carácter extranjero, pues creían que, de ese modo, se podía construir un Estado nacional estable que contara con el apoyo de un país extranjero poderoso, lo cual les permitiría combatir al máximo enemigo del país: el expansionismo estadounidense. En este sentido, los liberales y los conservadores tenían el mismo propósito: crear un Estado fuerte, pero con distintas bases políticas, lo que inevitablemente generaría un enfrentamiento entre los dos grupos, que buscaban transformar a México a través de sus proyectos de desarrollo, con la única diferencia de que en el proyecto de los conservadores no se contemplaba a la democracia y la autodeterminación de las naciones. Pese a todo, el régimen imperial trató de consolidar el proceso de modernización que habían comenzado a impulsar los liberales.
El autor reconoce que los liberales no formaban un conjunto homogéneo, pues los “moderados” decidieron sumarse al gobierno imperial de Maximiliano, pues temían que los sectores populares se excedieran en sus demandas, razón por la que fueron los “puros” quienes ofrecieron la mayor resistencia a la imposición del imperio. Al igual, que en la guerra de Reforma, los “puros” recurrieron al apoyo de los sectores populares. La presencia del pueblo en la lucha contra el invasor sería determinante no sólo para lograr la victoria, sino también para forjar la unidad e identidad del pueblo mexicano. La alianza que los liberales establecieron con los sectores populares redundaría en la aparición del liberalismo social, tendencia que proponía límites a la propiedad privada, y la intervención del Estado a favor de los grupos más débiles. Para tratar de amenguar el apoyo popular, los franceses recurrieron a la lucha contrainsurgente, lo que generó que el imperio no lograra tener una presencia significativa. Juárez se convertiría en el principal catalizador de la guerra popular y en el principal baluarte de la soberanía nacional, motivo por el cual no se podía sostener lo que mantenía la crítica conservadora: la idea de que el benemérito fue una “marioneta” de Estados Unidos o que fue el instrumento de una conspiración masónica estadounidense que intentaba anexar el país a la Unión Americana; por el contrario, el oaxaqueño y sus colaboradores maniobraron con gran habilidad para impedir que dicho país devorara a la nación. No había duda de que el benemérito era un decidido nacionalista que logró salir avante de las presiones de Estados Unidos, mérito que se acentúa por la crisis política y económica que atravesaba el país.
Los actos de Juárez estaban cimentados en principios patrióticos, más que en el deseo de favorecer a la burguesía nacional, la que había decidido reservarse al país como su espacio de explotación, su escenario de crecimiento, reserva de recursos y fuerza de trabajo. La razón por la que en México no se desplegaba el liberalismo se debía a que los países desarrollados constituían un club oligopólico, que pretendía impedir la competencia de las nuevas naciones. Si bien el autor reconoce que Juárez se había hecho “amigo íntimo” del poder, y que sólo la muerte fue la única que se lo arrebató, también da cuenta de que el proceso de Reforma liberal hubiera sido distinto, si otro personaje lo hubiera realizado. El liberalismo radical juarista fue una herencia del movimiento independentista, y un preludio de la Revolución de 1910. Javier Guerrero concluye que la efigie de Juárez tiene una gran presencia en el imaginario nacional; cuando se reflexiona sobre su figura, aparecen inevitablemente temáticas relacionadas con la nacionalidad mexicana: el Estado nación, la relación con Estados Unidos, la soberanía nacional, los pueblos indígenas, el laicismo, el papel de la Iglesia católica; la modernización y el atraso; la herencia colonial y la viabilidad del capitalismo. Esto se explica por el hecho de que el gobierno juarista configuró tendencias y posturas sociales que determinaron conceptos, y prácticas que incidieron, e inciden, en las perspectivas y orientaciones de la sociedad. El libro de Francisco J. Guerrero Mendoza puede resultar polémico por algunos asuntos que trata; sin embargo, no se puede pasar por alto el esfuerzo del autor para desvirtuar argumentos y proporcionar una interpretación distinta de los hechos a que debió enfrentarse el benemérito de las Américas.
Sobre la autora
Beatriz Lucía Cano Sánchez
Dirección de Estudios Históricos-INAH.