Claudine Chamoreau, Parlons purepecha. Une langue du Mexique, París, L’Harmattan, 2003, 277 pp.

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DA341001Conozco a Claudine Chamoreau hace ya varios años, desde 1997 me parece, cuando era maestra de mi hija María, que tenía ocho años, en el Liceo Franco Mexicano de Coyoacán. Un día me convocó para hablar de los avances escolares de María, y me informó además que compartíamos el mismo interés por Michoacán: ella como lingüista especializada en la lengua purépecha y yo como historiador del siglo XVI. A partir de entonces, no pude dejar de admirar su capacidad de trabajo, pues conseguía ser al mismo tiempo maestra de primaria en el Liceo, criar a sus dos hijitos franco-mexicanos y redactar su muy voluminosa, como debe ser, tesis de doctorado francés. Pronto Claudine concluyó su tesis, presentada en la Sorbona el 4 de diciembre de 1998, que publicó en francés poco después, y cuyo título traducido es: Descripción del purépecha hablado en islas del lago de Pátzcuaro. Claudine tuvo la amabilidad de regalármela, en tres gruesos volúmenes engargolados, y con el tiempo me fue regalando también varios de los trabajos que iba sacando, algunos sobre el purépecha hablado en la isla de Jarácuaro, otros sobre diversos aspectos de las denominaciones, la evolución y las variaciones dialectales de la lengua purépecha, cuyo paulatino debilitamiento advierte, pese a los esfuerzos que se hacen por reanimarla.

La publicación de Parlons purepecha* es un paso importante, porque marca el intento de transmitir a un público relativamente amplio una parte de los conocimientos especializados adquiridos sobre la lengua y la cultura purépecha contemporáneas. La organización y la brevedad del libro responden, supongo, al formato de la notable colección Parlons, dirigida por Michel Malherbe en la editorial académica francesa L’Harmattan, que incluye manuales sobre una serie de lenguas, muchas de las cuales, lo confieso, no puedo siquiera ubicar en el mapa. No resisto dar una lista parcial: Parlons bambara, Parlons bamoun, Parlons live, Parlons yipuna, Parlons fon, Parions sénoufo, Parlons avikam, Parlons karakaipak, Parlons pular, Parlons lingala. En mi ignorancia, me suena un poco como el Voyage en Grande Garabagne de Henri Michaux.

Parlons purepecha, por lo que se ve, está dirigido a un público internacional, no necesariamente versado en lingüística y que en principio no sabe nada más sobre el purépecha, sobre Michoacán o México de lo que yo sé sobre el yipuna, el senoufo o el avikam, pero interesado en captar en un libro no muy extenso las características básicas de la lengua purépecha. En el libro se aprecian las dotes profesionales de Claudine Chamoreau como lingüista y su aguda capacidad de observación, análisis y exposición, con pocos tecnicismos. Aunque cita varios libros en la bibliografía, su descripción no está basada en otros manuales o gramáticas de la lengua purépecha -antigua o contemporánea-, sino en un extenso e intenso trabajo de campo con hablantes contemporáneos. Uno de ellos es doña Celia Tapia, de la isla de jarácuaro, a la que Chamoreau rinde homenaje al incluir en la portada del libro una pintura, de Gilles Peyres, que la representa en una noche de muertos, iluminada por una multitud de velas en el cementerio.

Parlons purepecha busca aproximarnos a la lengua y sus hablantes de la manera más completa posible. Está básicamente dividido en dos partes. Una está dedicada a la historia y la sociología de la lengua (en el primer capítulo, “Historia y territorio”), y a la cultura que transmite (en el quinto capítulo, “Les parlers et l’émergence de l’écrit. Introduction la culture”: “Los ‘hablares’ y la emergencia de su escritura. Introducción a la cultura”). Y la otra parte está dedicada propiamente a cumplir con lo que propone el título, ayudar al lector a hablar purépecha o cuando menos a entender el funcionamiento de la lengua: el capítulo segundo expone la gramática, el tercero “La formación del vocabulario”, el cuarto da elementos de “conversación corriente” y el sexto es un breve léxico francés-purépecha y purépecha-francés.

El libro comienza con una nota sobre diversas etimologías de los diversos nombres que ha recibido la lengua purépecha: no sabemos cómo se le decía en la época prehispánica, lo cual es un intrigante problema. En el siglo XVI se le comenzó a decir “lengua de Mechuacan”, nombre náhuatl que significa “lugar de los dueños del pescado”; el glotónimo y el etnónimo siguen al topónimo, que no es purépecha sino nahua. También en el siglo XVI (¿o tal vez antes?) empezó a utilizarse el término “tarasco”, que significa en esa lengua “suegro” o “yerno”, o puede también interpretarse como adorador de ídolos (tharéis) o del dios Tarés Upeme (engendrador de ídolos), entre otras posibilidades. El nombre “tarasco” se acabó imponiendo y perduró hasta el siglo XX, cuando comenzó a afirmarse el término “purépecha”, reivindicado por los indios y los antropólogos -aunque su antigüedad como etnónimo ha dado lugar a discusiones, pues, según el gramático francés del siglo XVI fray Maturino Gilberti, purépecha significa “macegual o gente común”, por lo que no puede aplicarse al linaje del Cazonci y a la nobleza antiguamente gobernante. La fuerza que adquirió el nombre de “purépecha” puede vincularse a un proceso secular de “macehualización”, uniformización campesina de la sociedad indígena, que borró la antigua
jerarquía social entre nobles y campesinos; pero, como se ha señalado también esta “purepechización” comunitaria no implicó una pérdida del sentido de pertenencia étnico, sino un renacimiento y una reformulación de este sentido, produciendo un significado de lo purépecha o propio, juchari anapu, diferente al que debió existir antes de la conquista española.

Chamoreau abordó también el tema, ineludible al tratar de la lengua purépecha, de su aislamiento lingüístico, sin relación con ninguna lengua mesoamericana, americana o mundial. Acaso está relacionada, pero muy remotamente, con el quechua o el zuñi. Estamos hablando de una posible separación de hace varios miles de años, lo cual no ha impedido la continuación de las investigaciones, algunas serias, sobre los posibles orígenes andinos de los purépechas y sobre los contactos entre los Andes y Michoacán, que continuaron hasta la conquista española.

Chamoreau expone algunas fuentes documentales importantes, como la Relación de Michoacán, y resume la investigación arqueológica, pero acaba reconociendo que los orígenes del pueblo purépecha permanecen oscuros, como oscuro es el origen de varias peculiaridades que lo distinguieron durante toda la época prehispánica, como su peculiaridad indumentaria, su voluntad de conservar su integridad cultural y política, y aun su capacidad para resistir y enfrentarse al poderoso imperio mexica.

Los frailes, obispos, funcionarios, encomenderos y empresarios del periodo colonial no tuvieron propiamente una política de imposición lingüística. Sólo los hijos de los nobles, futuros gobernantes de los pueblos, fueron instruidos en el español, el latín y la cultura cristiana y europea. Cada vez más purépechas aprendieron el español, no tanto porque les fuera impuesto, sino por alcanzar cierto estatus económico y político. Pero con el tiempo comenzó a retroceder la lengua purépecha frente al español, en un proceso que Chamoreau describe y prueba con estadísticas esclarecedoras, que expone en un apartado sobre la “realidad demográfica”.

El quinto capítulo da una pequeña historia de las políticas lingüísticas gubernamentales dirigidas a la población purépecha y expone diferentes manifestaciones de la cultura purépecha en la actualidad, en su emergencia y proceso de resistencia y adaptación, en el que una lengua milenariamente transmitida por medios predominantemente orales, pasa a depender cada vez más de la escritura alfabética y de los medios impresos, radio, televisión e internet. El capítulo trata también de la migración purépecha a Estados Unidos, temporal o definitiva, cuyas remesas de dinero han revitalizado las fiestas tradicionales y han creado nuevos gustos en los pueblos.

Tal vez hubiese sido bueno dar una breve historia de la investigación sobre la lengua purépecha, un rápido recorrido, de fray Jerónimo de Alcalá y fray Maturino Gilberti (Mathurin Gilbert, el ilustre antecedente francés de Claudine Chamoreau), hasta la actualidad, que destaca por contar con una nutrida nueva generación de lingüistas dedicados a la lengua michoacana contemporánea, a la que pertenece Claudine, y en la que también destacan Fernando Nava, Frida Villavicencio, Cristina Monzón y Eréndira Nansen, y a la que se han sumado varios estudiosos no necesariamente lingüistas, pero muchos de ellos hablantes originales, como Ireneo Rojas, Néstor Dimas Huacuz, María Guadalupe Hernández Dimas, Lucas Gómez Bravo, Benjamín Pérez González, Pedro Márquez Joaquín y Moisés Franco Mendoza. Pero sus investigaciones se han centrado predominantemente en el presente, y pese a la reciente publicación de la obra lingüística de los antiguos misioneros (fray Maturino Gilberti, fray Juan Baptista de Lagunas, fray Diego Basalenque, entre otros), labor en la que destacó J. Benediet Warren y la editorial Fímax de Morelia, las investigaciones sobre la documentación colonial en lengua purépecha siguen muy escasas.

Los capítulos centrales del libro, ya lo vimos, están dedicados a la gramática, el vocabulario y la conversación. Es muy agradecible el intento de escribir con sencillez y un mínimo de tecnicismos, con una voluntad permanente de rigor y precisión. También es agradecible el no haber utilizado en esta ocasión el sistema internacional de signos fonéticos, sino los criterios, más sencillos, de la organización no gubernamental Uarhi (“Mujer” en purépecha).

Aunque a veces se echa de menos en algunos ejemplos una explicación elemento por elemento de cada oración (como lo hace Chamoreau en varios de sus otros libros y estudios), la sistemática separación de los elementos con un guión es una gran ayuda para que el lector trate de ir aplicando lo que pudo ir entendiendo de esta lengua tan difícil.

Además de que no se parece a ninguna (salvo por los numerosos hispanismos incorporados), se agrega la dificultad de que se trata de una lengua aglutinante sufixal, en la que tras un núcleo nominal o verbal, se acumula una serie larga de breves sufijos, con sonidos y sentidos que nos son poco familiares, aspiraciones y saltillos. No hay prefijos y todas las palabras, por muy largas que sean, están acentuadas en la primera o, más frecuentemente, en la segunda sílaba. Todo lo describe Chamoreau con precisión y sutileza. Lástima que uno sea cabeza dura.

También es notable el tercer capítulo, sobre la formación del vocabulario, particularmente el análisis de la derivación y las marcas de espacio, con la distinción de marcas de complejidad débil, media y alta que, referidas al cuerpo humano, corresponden respectivamente a las articulaciones, al tronco y los miembros, y a la cabeza, los hombros y la zona inferior de los miembros y la cintura.

Estas observaciones abren la posibilidad de reflexionar sobre las complejas relaciones entre lenguaje y pensamiento, tal como lo expuso Roland Barthes en su Leçon, sobre los implícitos perceptuales y mentales de cada lengua, abierta a ciertos ámbitos de la realidad y cerrada a otros. Es notable, por ejemplo, que el sufijo -nta, que da la idea de déroulement, desenvolvimiento, transforme “saber”, jorhe, en “enseñar”, jorhe-nta, y no en “aprender”.

A lo largo del capítulo segundo, sobre gramática, el lector hispanohablante reconoce en los ejemplos cierta cantidad de palabras tomadas del español e incorporadas al purépecha. El objeto principal del libro es describir el purépecha tal como se habla hoy; sin embargo, acaso hubiese sido adecuado, pensando en el público no hispanohablante, identificar estos préstamos lingüísticos, con un asterisco o de algún otro modo. De cualquier manera, en el capítulo tercero sobre la formación del vocabulario, el tercer apartado estudia los préstamos y distingue “tres grandes momentos” en su penetración.

El primero se reconoce por su adaptación a la fonología y a la morfología del purépecha. Es el caso de préstamos como: tyosi, Dios; nimúnisi, limones; kitara o itara, guitarra; waka, vaca; xapó, jabón; naraxa, naranja; wuru, burro; amíu, amigo; sondaru, soldado; mandika, manteca. Puede mencionarse que casos como los de waka y xapó también son indicativos del mantenimiento, a través del purépecha, de algo de la pronunciación castellana del siglo XVI.

En el segundo momento de penetración, vinculado con la extensión del bilingüismo, “los préstamos conservan particularidades fonológicas del español, al mismo tiempo que se adaptan a otras particularidades del purépecha, como en el cambio vocálico de /o/ a /u/ y la obligación de una vocal en posición final”.

El tercer momento de penetración de los préstamos, que Chamoreau juzga reciente, corresponde a una sociedad fuertemente bilingüe. Prácticamente no hay cambios en el traslado, como en kuchiyu, byén, mas. Pero queda la duda: ¿cómo se pronuncia, televisión o telévision? Interesaría saber si con los siglos cambió la ubicación del acento tónico de los préstamos.

La distinción que hace Chamoreau de tres momentos de penetración de los préstamos del español al purépecha es importante, y habría que complementarla con la periodización de los cambios del náhuatl después de la conquista española de James Lockhart y Frances Karttunen quienes distinguen una breve fase I, que va de la Conquista a mediados del siglo XVI, que corresponde a muy pocos contactos de los indios con españoles, en el que los únicos préstamos son unos pocos nombres propios, más o menos alterados, y las nuevas realidades, que los indios ven, son designadas con palabras o circunlocuciones en náhuatl: al caballo se le decía mázatl, “venado” o “animal grande con pezuñas”, del mismo modo, por cierto, que en Michoacán se le decía axuni, que significa lo mismo. En la fase II, que va de mediados del siglo XVI a mediados del XVII, aumentan los contactos entre indios y españoles y se incorporan muchos préstamos de sustantivos, que los indios oyen, como cahuallo, sometidos a las reglas de gramática y asociación nahuas o mixtas, como en el plural cahuallosme, o cahuallocalco. Y en la fase III, que comienza a mediados del siglo XVII, prosigue la incorporación de sustantivos, pero se agregan verbos y formas gramaticales españolas.

El análisis de Chamoreau se concentra en la penetración de sustantivos, entre los cuales distingue varios “dominios”: productos manufacturados, profesiones, cocina y comida, animales, estructuras familiar y social, religión, unidades de lugar, tiempo y medida, antropónimos y números. Pero enseguida refiere el campo de las acciones y los procesos, expresado en verbos (como pasárini, pensárini, kont’wárini, parésini, gustárini, kwidárini, seguírini). Y el último dominio que distingue Chamoreau es el de los subordinantes, las preposiciones y otros términos gramaticales (como porkí, para ke, mas, tsikyéra ke, apénaxï, komo, para, por, asta, desde, además del diminutivo -ito), que implican la adopción por el purépecha de estructuras sintácticas calcadas del español. Chainoreau las confirma en algunos de los ejemplos que da en el capítulo segundo, sobre gramática, como en el caso del subordinante ke, de preposiciones como para y por, frases pasivas y formas particulares como “¿No me vendes limones?” ¿T’u no ints-pí-kuhrix-ki limónix’i? Pero estos verbos y estructuras sintácticas no están incorporados a un esquema temporal histórico.

Para el lector de Parlons purepecha familiarizado con los vocabularios y gramáticas del siglo XVI, destaca la amplitud y profundidad del cambio lingüístico que se dio desde entonces. Por ello se echa de menos una apreciación, de conjunto de este cambio multisecular. Es cierto que el énfasis está en el presente; pero el libro incluye varios apartados con información histórica (referida en el capítulo primero a los purépechas en la historia de México, y en el quinto a las políticas lingüísticas gubernamentales), por lo que no hubiese quedado mal una breve historia de la lengua en sí misma y de la investigación sobre ella.

A lo largo del libro se menciona la negación purépecha, no, sin que se sepa bien si es un préstamo. No lo es, pues ya se usaba en el siglo XVI, pero interesaría saber si cambió gramaticalmente su utilización.

Es muy útil el cuarto capítulo, sobre la conversación corriente, que distingue el hablarse de tú y de usted. “Gracias” se dice Dioxï meyámukwa, “Dios te pague”, y se abre la duda sobre la palabra “gracias” antes de la llegada de los españoles. Los ejemplos de conversación corriente aparecen sin un desglose gramátical; tan sólo las unidades de cada palabra aparecen separadas por un guión. Pero esta falta de ayuda resulta buena, como dije, porque constituye una invitación al lector, empeñado en aprender, a poner a prueba los conocimientos adquiridos en los capítulos sobre gramática y vocabulario. Yo ya llevo leído Parlons purépecha dos veces. Si lo leo y estudio dos o tres veces más, supongo que algo se me pegará. Muchas gracias, Claudine.

Sobre el autor
Rodrigo Martínez Baracs
Dirección de Estudios Históricos, INAH.


Citas

* Una primera versión de este texto fue leída en la presentación de Parlons purepecha, en el Instituto Francés de América Latina, el miércoles 12 de mayo de 2004.

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